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Capítulo 3

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CON UN GEMIDO, Tess volvió a dejarse caer sobre la almohada. Tenía la cabeza a punto de estallar.

–Ese licor debería llevar una advertencia en la etiqueta –la reacción solidaria de Rafe a su visible incomodidad procedía de un punto no muy lejano a su izquierda.

Si no hubiera sentido tan frágil la cabeza, Tess abría asentido con pesar.

–Como lo vuelva a ver… –con una exclamación confusa abrió de golpe sus pesados párpados… De hecho, en su cabeza sonó como un sonoro y doloroso ¡paf!

Unos ojos oscuros le sonreían. La confusión de Tess se intensificó y el ruido de su cabeza se hizo insoportable.

–Estás en mi cama.

Tess intentó dar la impresión de que tener a un hombre increíblemente atractivo en su cama no era ninguna novedad, pero fracasó estrepitosamente al no transmitir el debido grado de despreocupación. Sus pensamientos maníacos seguían dando vueltas sin proporcionarle la menor pista que explicara aquella extraña situación.

–Sobre tu cama –la corrigió Rafe con pedantería mientras se ponía de costado.

¿Cambiaba algo la situación? ¡Tess esperaba que sí! Una rápida mirada bajo el cómodo edredón confirmó que seguía llevando la vestimenta de cama menos glamourosa de su insípido ropero. Tess no se sentía en absoluto cómoda, pero se aferró a aquella migaja de consuelo. Y Rafe también estaba vestido. Eso debía ser una buena señal, ¿no?

¿Una señal de qué?, preguntó una voz satírica en su cabeza. Rafe nunca había reflejado ni el más remoto interés por su cuerpo de mujer. ¿Y por qué iba a hacerlo, cuando sentía debilidad por las féminas esculturales? Su amante casada sería, sin duda, una más de la larga lista de diosas rubias.

Pero la idea de que Rafe no se hubiera visto arrastrado por el deseo, en lugar de tranquilizarla, la desanimó. ¿Desde cuándo se alegraba una mujer de saber que no tenía atractivo sexual?

Los terribles acontecimientos del día anterior, sin embargo, no parecían tan difusos. Chloe y su prometido iban a presentarse allí para llevar a Ben al zoo. Incluso Chloe había comprendido, después de varios razonamientos sensatos, que no podía llevarse a su hijo sin prepararlo.

Descubrir que había hecho algo con Rafe que sin duda lamentaría podría confirmar que era irresistible como mujer, pero también completaría el peor día de su vida. No, no podía haber… ¿No? Estudió con disimulo el atractivo rostro de Rafe en busca de alguna pista y descubrió únicamente cierto grado de regocijo que podía significar cualquier cosa.

–No es la primera vez que estoy en tu cama, Tess, ¿recuerdas?

Tess se sorprendió al oír aquella referencia. Su expresión tensa se suavizó. Por supuesto que se acordaba. Recordaba haber estrechado el cuerpo delgado y juvenil de Rafe contra el suyo y, en más de una ocasión, haberse quedado dormida con su cabeza morena apoyada en su pecho plano de adolescente.

El vívido recuerdo le hizo un nudo en la garganta. Su amistad con un Rafe mucho más joven y vulnerable había sido la más estrecha de todas. No podía esperar que aquel grado de intimidad durara para siempre, pero era triste pensar en lo mucho que se habían distanciado. Si algo era bueno, merecía la pena hacer un esfuerzo por conservarlo.

Exhaló un pequeño suspiro y se permitió albergar cierta esperanza. Si aquella ocasión había sido tan inocente como las que Rafe mencionaba, no tenía nada de qué preocuparse. Pero Tess se habría sentido mucho más aliviada si Rafe no tuviera la clase de voz que podía convertir una canción de cuna en una insinuación sugerente.

–¿Todavía está el viejo nogal junto a la ventana?

Las mujeres siempre solían recibir a Rafe con los brazos abiertos… salvo por Claudine. Su mirada se endureció al recordar su desaire. Lástima que no le hubiera dado la espalda antes de que Rafe hiciera el más absoluto de los ridículos.

–No, estaba enfermo y tuvieron que talarlo –respondió Tess en un tono enérgico que no reflejaba ni un ápice de la tristeza que había sentido en su momento.

–El tiempo no pasa en vano –suspiró Rafe con pesar. Tess paseó la mirada con rapidez por su cuerpo grande y viril. ¡Como si él estuviera decrépito!–. No está bien –prosiguió– que una casita llamada El Nogal no tenga nogal.

Tess pensaba lo mismo, pero se negó a sucumbir a la tristeza.

–No irás a ponerte nostálgico, ¿no? Si te sirve de consuelo –reconoció–, planté varios esquejes del antiguo nogal después de que lo talaran. Y, para ser exactos, esta era la habitación de la abuela por aquel entonces, y también su cama.

La que Rafe había compartido con ella era una estructura estrecha de metal que, seguramente, se hundiría hoy día bajo su peso, pensó, mientras recorría su figura larga y fornida con la mirada.

¿Quién habría pensado que el niño flacucho se convertiría en un espécimen tan asombrosamente perfecto? Consciente de que su respiración se aceleraba al contemplarlo, Tess inspiró hondo y se humedeció los labios con la punta de la lengua. Cuando tragó saliva, tenía la garganta seca y dolorida, como si quisiera llorar… pero no quería.

Una cosa era considerar el magnetismo sexual de un hombre, y otra muy distinta babear por ello. Rafe ya tenía bastantes admiradoras que encomiaban su perfección física para que ella se uniera al club. Alzó la vista con nerviosismo para ver si él se había percatado de su escrutinio, pero Rafe no tenía la mirada puesta en el rostro de Tess.

–Han cambiado muchas cosas desde entonces –la voz grave estaba cargada de cálida apreciación mientras seguía contemplando el perfil de sus pequeños senos.

Rafe alzó la vista y sus ojos estaban cargados de turbio erotismo. Los senos trémulos de Tess reaccionaron como si los hubiera acariciado con su cálida boca. La sorprendente imagen desterró todo pensamiento racional de la mente de Tess durante un largo momento candente. Con las mejillas ardiendo, luchó por recuperar la cordura.

–Hay cosas que no cambian… como tu total desconsideración con los demás –era un embuste como la copa de un pino, así que para justificarlo, Tess rebuscó en la memoria algún ejemplo que lo ilustrara. Se sintió triunfante al descubrir uno–. Tu familia debía de preocuparse mucho todas esas noches en las que desaparecías.

–Si la preocupación es directamente proporcional a la intensidad del castigo, estaban muy, pero que muy angustiados –la nota cínica de su voz la impulsó a escrutar el rostro pétreo de Rafe. El recuerdo de los cardenales que vio en una ocasión en su espalda, cuando toda la cuadrilla había ido a nadar, surgió en su cabeza. De repente, todas las ocasiones en las que Rafe se había negado a despojarse de su jersey de mangas largas en un caluroso día de verano cobraron sentido y la horrorizaron.

Se olvidó del dolor de cabeza y se incorporó con brusquedad. Sus ojos llameaban de indignación.

–¡Te pegaba! –pensó en Guy Farrar, con su pequeña boca ruin y sus carnosos puños y se le puso la piel de gallina–. ¡Nunca me lo dijiste!

Nadie, ni sus padres, de los que tenía un vago recuerdo, ni la querida abuela Aggie le habían puesto nunca la mano encima.

–Déjalo, Tess –dijo Rafe con aspereza.

–¡Pero…!

–Estás jadeando –la interrumpió, mientras estudiaba con interés clínico al agitado ascenso y descenso de sus senos pequeños y moldeados. ¡De modo que Tess tenía senos! No tenía importancia. Sin embargo, fijarse era una cosa, contemplar otra muy distinta. Rafe desvió la mirada con firmeza.

–¡No estoy jadeando! –exclamó Tess casi sin aliento. Contrajo la mandíbula y entornó su mirada furibunda–. ¡Me gustaría…!

Rafe tomó sus manos y, tras introducir los pulgares en sus pequeños puños, los abrió muy despacio.

–Ya veo lo que te gustaría hacer –la regañó con suavidad.

Rafe solía dar gracias a la fortuna porque el único legado personal que había recibido de un padre con tendencia a levantar la mano a su hijo rebelde, fuera la profunda aversión que sentía por la violencia y los individuos que la utilizaban para controlar a los más débiles.

Solo había utilizado la fuerza física en una ocasión para castigar a otra persona… en realidad, habían sido tres, estudiantes de sexto curso que estaban haciendo de la vida de un cuarto compañero un auténtico infierno. Rafe entró un día en la sala común y los sorprendió inmovilizando al más débil contra la pared mientras hacían turnos para pegarlo. Echó fuego por los ojos, un fuego carmesí que lo cegó. Aquel día, se liberó de sus demonios y fue expulsado del internado.

Tess se quedó inmóvil al sentir el pulgar de Rafe en la palma de su mano. El estremecimiento que la recorrió le hizo fruncir la frente cuando, con recelo, su mirada se cruzó con la de aquellos ojos oscuros, sensuales y aterciopelados.

El descubrimiento de la intensidad de aquella mirada escrutadora la tomó por sorpresa. De repente, la tensión que la dominaba pasó a un nuevo nivel de atracción sexual más intenso que el anterior, y se quedó mirándolo sin aliento y con la garganta reseca.

–Sé que te mueres por saberlo… –empezó a decir Rafe, y Tess no dio importancia al calor líquido que sentía en el vientre. Era comprensible, Rafe hablaba con una voz grave e íntima destinada a hechizar, hipnotizar y embelesar a cualquier mujer con hormonas en el cuerpo. Las de Tess, después de años de obstinada desatención, estaban volviendo a la vida en el momento más inoportuno. Sentía un ansia en la que no quería pensar… era increíblemente bochornoso–. Pero no, no acepté la invitación que el alcohol te indujo a hacerme. Claro que no podía dejarte durmiendo en la mecedora, así que te subí a la cama.

–¡Yo no te invité a entrar en mi cama! –con los puños cerrados, Tess se negó en redondo a responder a la provocación. Con el estómago encogido, contempló con incomodidad aquellos sólidos bíceps. No era difícil imaginar cómo la había llevado en brazos hasta allí. En efecto, era tan fácil, que una versión romántica de aquel hecho tenía lugar en su mente en ese mismo momento.

–No –corroboró Rafe con una sonrisa un poco tensa. Las numerosas ocasiones en las que Tess se había acurrucado junto a él durante la noche no podían considerarse invitaciones… aunque habían sido extremadamente provocativas y le habían recordado que, aunque tenía el corazón roto, las funciones más básicas de su cuerpo seguían funcionando a la perfección.

–¿Y después te sobrevino el agotamiento? –inquirió Tess con mordacidad.

–Eso debió de pasar –admitió Rafe, sin responder al reto que veía en los ojos de Tess.

Tess profirió un pequeño gruñido de incredulidad. Rafe no parecía exhausto. De hecho, decidió con irritación, debería estar prohibido que una persona irradiara tanta vitalidad a una hora tan temprana.

–Debí imaginar que acabarías siendo un madrugador –gruñó.

–Además de trasnochador –añadió Rafe con solemnidad, aunque con un brillo de regocijo en la mirada.

–Siempre has tenido una opinión demasiado exagerada de ti mismo –repuso Tess. Intentó simular regocijo y tolerancia, y estuvo a punto de conseguirlo. Rafe detectó el «a punto» y sonrió mientras se defendía.

–No ha faltado quienes han alimentado esa opinión –reflexionó con inocencia.

Tess podía imaginarlo, pero intentó no hacerlo.

–No es preciso que me des más detalles. ¿Qué hora es? –Rafe le dijo la hora y Tess se levantó de la cama con una exclamación–. Chloe y su novio vienen esta mañana.

–¿Qué piensas hacer? ¿Recibirlos con todos los honores?

El tono crítico de Rafe la enojó. Lo decía como si tuviera elección.

–Sé lo que no voy a hacer: recurrir a tácticas ruines y a la manipulación.

–Como quieras.

–No lo entiendo –prosiguió Tess con agitación mientras sacaba prendas de todas las formas y colores de los cajones de la pesada cómoda de nogal–. Ben siempre se despierta antes de las siete –Tess había descubierto que tener un bebé hacía innecesario recurrir al despertador.

Rafe atrapó la última prenda que Tess había tirado a la cama con descuido. Era un sujetador de tela fina. Una ojeada bastó para comprobar que no se había equivocado respecto a la talla.

Sus especulaciones nocturnas habían tenido una ventaja: no había pensado mucho en Claudine. Una expresión de perplejidad asomó a su rostro al reparar en lo poco que había pensado en ella.

–Ben se asomó hace un rato.

–¿Que hizo qué? –le espetó Tess, y regresó en jarras a la cama.

–Debió de pensar que esta mañana no había mucho espacio libre –especuló Rafe, y contempló la franja estrecha de cama desecha que Tess había desocupado. Obedeció a un impulso y alargó la mano para tocar el calor que había dejado su cuerpo en las sábanas de algodón–. Así que se fue. Pero fui a ver lo que hacía… estaba feliz jugando con sus juguetes, así que lo dejé tranquilo.

Tess lo miró con incredulidad.

–¿Y no se te ocurrió pensar que ha debido de trepar por los barrotes de su cuna? –hacía semanas que Tess sabía que la cuna tenía los días contados. Ben había estado contemplando los barrotes con expresión resuelta, y ella ya había frustrado dos intentos de fuga.

–¿Y eso es…?

–¡Peligroso! –le espetó.

–Bueno, parecía estar bien.

–No puedo creer que le hayas dejado vagar solo. ¡Podría haberse caído por las escaleras! –exclamó Tess, con voz aguda por la alarma.

–Tranquilízate, hay una especie de cerca en lo alto de las escaleras. Lo sé porque ayer casi me maté intentando saltarla mientras te subía en brazos.

Tess exhaló un suspiro de alivio. Ben no estaba herido, pero había otros traumas.

–Entonces, me vio contigo en la cama –gimió.

–No creo que lo que ha visto haya corrompido su moralidad –replicó Rafe con un tono de impaciencia en su voz lánguida.

–No se trata de eso. La rutina es muy importante para los niños.

–Acuérdate de decírselo a Chloe, ¿quieres? –Tess se mostró tan afligida que Rafe lamentó de inmediato la broma fácil–. Te habría despertado si lo hubiera visto triste. ¿Qué vas a hacer con Chloe? –preguntó con suavidad.

Rafe apoyó los pies en el suelo y se estiró. La fina tela de su camisa se tensó sobre su sólido pecho y Tess desvió la mirada enseguida.

–¿Qué puedo hacer? –hizo lo posible para luchar contra la oleada de impotencia que la invadía–. Voy a recordarle que hay que ir poco a poco para causar a Ben el menor trastorno posible. Seguiré viéndolo, claro –le tembló la voz al tiempo que elevaba la barbilla en actitud desafiante–. Él vendrá a verme, yo iré a verlo… Seré su tía favorita.

–¿Y crees que accederá a proceder con cautela?

Rafe contempló cómo el delicado rostro en forma de corazón de Tess se cubría con una máscara de férrea resolución.

–Ya lo creo que accederá –dijo en tono lúgubre. Con expresión severa, tomó la ropa que había seleccionado al tuntún de la cama–. Imagino que ya sabes dónde está la salida –Tess no necesitaba distracciones aquella mañana, y Rafe era una de ellas.

–¿No podría darme una ducha?

Tess resopló con exasperación. Era un error imitar la mirada lastimera de un cocker spaniel cuando tu cuerpo se parecía a un elegante y musculoso dóberman.

–Supongo que sí –accedió con poca cortesía. A medio camino hacia la puerta, se detuvo y se volvió hacia él–. No hace falta que te diga que preferiría que no mencionaras a nadie lo que… lo que te he contado. Que Ben no es mío. Me puse un poco tonta –Tess hizo una mueca mental al recordar sus patéticos sollozos sobre el pecho de Rafe.

Rafe contrajo la mandíbula con indignación. «¡Para que luego hablen de la amistad!». Aquella exhibición de confianza resultaba conmovedora.

–¿Quieres decir que no puedo pregonarlo por toda la aldea? –Rafe conocía a muchas personas, pero pocas eran las que consideraba sus amigas y las que merecían su confianza. No era mucho pedir que la confianza fuera mutua.

Tess suspiró.

–Está bien, está bien… no hace falta que te molestes. Solo quería cerciorarme.

–Quizá no te hayas dado cuenta, pero me siento un poco vulnerable emocionalmente después de lo de anoche. Puede que también deba pedirte que hagas un juramento de confidencialidad.

–Ah, ya lo había olvidado –mintió Tess con fluidez. No sabía por qué la idea de conocer las confidencias de Rafe sobre su vida amorosa la impulsaba a salir corriendo. Había sido fácil burlarse de las numerosas relaciones superficiales de Rafe, incluso despreciarlas, pero no le hacía gracia imaginar a Rafe enamorado, dispuesto a casarse…

–Como si fuera tan fácil de olvidar –repuso Rafe, y Tess vio el destello de dolor en su mirada. En ese momento, decidió que no quería saber nada sobre la mujer que se había ganado el corazón de Rafe para luego, de forma incomprensible, romperlo en pedazos.

–No pretendía ser insensible, pero… –se le pasó una idea intrigante por la cabeza e intentó explorarla–. ¿Anoche no querías estar solo? ¿Por eso te quedaste?

–¿Porque volví a patrones de comportamiento creados en la infancia? –Rafe se frotó la mandíbula con barba incipiente con la mano. A Tess nunca la había besado un hombre sin estar rasurado, y se sorprendió preguntándose distraídamente cómo…–. Yo también me lo he preguntado. ¿No tendría gracia que fuera a tu cama cada vez que necesitara un poco de afecto y ternura? –reflexionó, y la miró con expresión pensativa.

A Tess le dio un vuelco el corazón.

–Muy gracioso –repuso con voz ronca.

–Sí, hilarante –confirmó Rafe sin rastro de humor.

Cuando Rafe salió de la ducha, Tess estaba en la cocina. Le había puesto el desayuno a Ben que, como de costumbre, no tenía prisa en tomárselo. Había la misma cantidad de avena cocida en el suelo que en su estómago. Tess dejó de intentar persuadirlo de que tomara otra cucharada y retomó su frenética labor de volver a guardarlo todo en los armarios.

–Buenos días, amigo –Rafe, que era capaz de tratar con el político más ladino, no estaba muy seguro de cómo hablarle a un niño de un año. Guiñó un ojo al bebé de rostro solemne.

Ben respondió con una sonrisa que insinuaba que no era tan angelical como parecía.

–¡Uno hombre! –exclamó, y señaló a Rafe con un dedo regordete.

–Un hombre –lo corrigió Tess automáticamente.

–Uno hombre –dijo el niño de inmediato. Con los ojos brillantes, esperó con expectación a que Tess lo alabara.

–Bien hecho, cariño –cuando Tess volvió la cabeza, sorprendió a Rafe observándola con una intensa expresión en sus rasgos ávidos, pero la expresión se disipó cuando miró al niño.

–No espero que te acuerdes de mí, pero me llamo Rafe. ¿O debería decir tío Rafe? –preguntó, y se volvió una vez más a Tess–. ¿Sabe hablar?

–Más o menos, pero necesitarás la ayuda de un intérprete –reconoció–. Ben y tú podéis decidir entre los dos cómo debe llamarte. Yo apuesto por «un incordio» –añadió en voz baja.

–Te he oído.

–Eso pretendía –Tess se puso de puntillas para guardar una fuente en un armario alto.

Rafe se sorprendió advirtiendo cómo, al estirarse, el trasero alto y bonito de Tess se ponía tenso. A pesar de que su ropa parecía diseñada para ocultarlo, resultaba difícil no percatarse de que tenía un buen cuerpo… no, un cuerpo excelente. Con las cejas casi unidas por encima del puente de su aristocrática nariz, Rafe alargó el brazo y le quitó la fuente de las manos.

–¿No sabes que la mayoría de los accidentes ocurren en los hogares?

–¡No utilices ese tono de profesor conmigo! –Tess se dio media vuelta con furia y a punto estuvo de tropezar con él. Como no se contentaba imaginando si la tomaría en sus brazos si se caía, su rebelde cerebro empezó a teorizar sobre lo que sentiría.

Un pequeño gemido de lucha brotó de sus labios. Estaba a punto de sucumbir al pánico cuando, con los brazos extendidos delante de ella para protegerse, retrocedió tan deprisa que se dio un golpe en la espalda con la encimera.

De repente, el ambiente estaba tan cargado de tensión sexual que Tess apenas podía respirar. «Él también lo siente», pensó, y contempló con perplejidad los ojos oscuros y dilatados de Rafe.

–¡Desaúno! –exclamó una vocecita con severidad.

Los adultos, que con un sobresalto de culpabilidad comprendieron que no estaban solos, miraron a su pequeño interlocutor. Simultáneamente, decidieron olvidar lo que acababa de ocurrir.

–Buena idea, Ben. ¿Está ocupada esta silla? –preguntó Rafe, y separó ruidosamente una silla de la mesa, se sentó a horcajadas y apoyó las manos en el respaldo–. ¿Siempre está Tess tan gruñona por la mañana?

«¿A que te gustaría saberlo?», preguntó una vocecita maliciosa en su cabeza.

–Lo cierto –prosiguió Rafe, para acallar aquella voz– es que estás irritable porque tienes cosas que hacer, mucho estrés y un poco de resaca.

–¿Y de quién es la culpa? –replicó Tess. Yo no bebo sola… –lo cual quería decir que, como rara era la ocasión en que tenía compañía masculina, nunca bebía.

–Eso es admirable, sin duda. Hay algunas cosas que yo tampoco hago solo nunca. Pero beber no es una de ellas –confesó con alegría–. Prepararé unos huevos con tocino para los dos, ¿quieres?

–Yo no tengo hambre y no recuerdo haberte invitado a desayunar.

–Pensaba que se te había olvidado.

–No, ha sido una grosería intencionada. Además, no tengo huevos –una grosería que Rafe parecía estar tolerando demasiado bien.

–Tienes que comer –declaró él, y realizó un examen crítico de la menuda figura de Tess. Su expresión sugería que no había encontrado mucho que fuera de su agrado–. Estás demasiado delgada.

–Por suerte para mí, sobre gustos no hay nada escrito.

Y Tess necesitaba un tipo sensible y corto de vista. ¡Y alto, por favor!

–Al final, podrías salir ganando. Quiero decir que hay muchos tipos a los que les asusta la idea de casarse con una madre soltera.

–Tipos egoístas y frívolos como tú. La verdad es que puedo pasarme sin ellos –le dijo Tess con rotundo desprecio–. No necesito a ningún hombre.

Con unos labios como aquellos, Rafe lo dudaba. De repente, sintió el impulso de poner a prueba su teoría sobre los labios generosos y apasionados. «¡Ya no le puedes echar la culpa al alcohol, amigo!».

–¿Eso fue lo que asustó a tu veterinario?

En lo relativo a la insensibilidad, Rafe era uno de los grandes.

–Por última vez, te diré que no era mi veterinario y no, fue por algo muy distinto –el hombre no la creyó cuando Tess le dijo que no quería casarse con él, así que se vio obligada a confesarle la verdad… y el veterinario huyó espantado.

–Se enteró de que roncabas, ¿eh?

¿Cómo reaccionaría Rafe si se lo decía? ¿Se avergonzaría, sentiría lástima por ella? Tess inspiró hondo, elevó la barbilla y, desechando la punzada de autocompasión, adoptó una expresión estoica.

–Yo no ronco.

Rafe elevó una ceja oscura.

–¿Cuánto te apuestas? –dijo con voz lánguida. Desde donde estaba sentado, abrió la puerta de la nevera con la puntera del zapato–. Vaya, ¿quién iba a decirlo? –preguntó, y miró a Ben con expresión alegre–. Tocino y, si la vista no me engaña, también huevos. De corral, espero –se volvió hacia Ben–. Tess se había olvidado de que los tenía.

–Lo único que había olvidado –anunció Tess, y experimentó una enorme satisfacción dando un portazo a uno de los armarios– es lo irritante e insensible que eres.

–Pero me echas de menos cuando no estoy, ¿verdad?

Tess no se detuvo a pensar en las posibles consecuencias de responder con sinceridad.

–Por extraño que parezca –corroboró con aspereza–, sí.

Rafe se volvió para mirarla a tiempo de ver una expresión de estupefacción en el rostro de Tess, y se sorprendió identificándose con esa emoción.

–Lo que demuestra lo necesitada que estoy de compañía adulta –el intento de bromear no funcionó.

–Yo también te echo de menos, Tess –unos ojos verdes recelosos se cruzaron con otros castaños y reflexivos.

–Echas de menos tener a alguien a quien dar órdenes –lo acusó Tess con brusquedad cuando el silencio empezó a prolongarse demasiado.

–No hay muchas personas en el mundo con las que se pueda ser uno mismo, con defectos incluidos.

–Quieres decir que tienes vía libre para ser grosero e insoportable conmigo.

–¡Por los malos modales! –corroboró Rafe, y se apropió del biberón de zumo de Ben para brindar por ello.

Tess intentó mirarlo con severidad, intentó no sonreír, pero el buen humor de Rafe resultaba contagioso.

Rafe estaba tomando los huevos con tocino que Tess le había preparado a regañadientes, incluso le había dado a Ben varias cucharadas de su versión triturada, cuando Tess vio acercarse el enorme coche reluciente.

–¡Oh, no! –gimió, y elevó las manos en el aire–. ¡Ya están aquí! Es demasiado pronto –sinceramente, diez años más tarde seguiría siendo demasiado pronto–. ¿Qué voy a hacer?

Rafe contempló aquella muestra de agitación con expresión afable y una ceja enarcada.

–¿Darles con la puerta en las narices?

–Si no puedes decir nada constructivo –resopló Tess, y se encaró con él–, al menos, cierra la boca. La casa está hecha un desastre.

Rafe no entendía la relevancia de aquel incierto comentario, pero sabía que las mujeres sentían un gran aprecio por los ambientes exentos de polvo.

–La casa no, pero tú sí –anunció con espontánea brutalidad.

Tess contuvo el aliento. La confianza daba asco, y Rafe estaba haciendo peligrosamente real esa expresión.

–Ven, déjame a mí –Tess lo miró con recelo mientras él levantaba su cuerpo atlético de la silla–. Para empezar, puedes quitarte esto –Tess se quedó paralizada cuando Rafe empezó a desabrocharle con calma la larga y holgada rebeca. Se la quitó de los hombros con un ademán exagerado.

Tenía mucha habilidad para quitar la ropa, seguramente contaba con amplia experiencia, pensó Tess. Quizá debería haber hecho un esfuerzo por desayunar. Se sentía un poco mareada.

–Bueno, ¿qué esperabas? –le espetó con acritud mientras Rafe seguía contemplando la sencilla camiseta negra que llevaba debajo. Era incapaz de apreciar lo mucho que realzaba su figura firme y estrecha cintura–. Además, no entiendo por qué importa lo que lleve puesto.

–No seas ingenua, Tess –Rafe se llevó la mano distraídamente a la mandíbula y se la frotó con expresión pensativa–. ¿Te habrías presentado en vaqueros a una de tus importantes reuniones cuando trabajabas en Londres? No, querías causar una buena impresión y sentirte dueña de la situación. Ahora es lo mismo. La ropa no hace a la mujer, pero una indumentaria adecuada siempre sirve de ayuda. Las personas como Chloe juzgan a los demás por cómo visten, por el coche que conducen…

–Yo ya no conduzco.

–No lo he olvidado.

Quizá la expresión considerada de Rafe no tuviera importancia. Quizá fuera la conciencia avergonzada de Tess la que imaginaba algo que no existía.

–Si das una buena imagen, le estarás enviando a Chloe un mensaje subliminal.

–¿Qué mensaje?

–Controlo la situación… No puedes arrollarme.

–No puedo preparar el desayuno con traje de ejecutiva y tacones altos. Me visto como cualquier otra madre –le explicó con obstinación.

Rafe vio el preciso instante en que Tess era consciente de lo que acababa de decir. Durante una fracción de segundo, dejó entrever toda su angustia. ¡Rafe sentía deseos de estrangular a Chloe y a su célebre novio!

Tess se mordió su trémulo labio inferior y se preparó para afrontar la lástima que reflejaban los ojos de Rafe.

–Solo que no lo soy, por supuesto –dijo con serena compostura.

–Tess… –Rafe empezaba a ser víctima de su frustración. ¿Por qué diablos no dejaba que la abrazara en lugar de pincharlo como un puercoespín?

–En cualquier caso, esta conversación no es más que teoría… ya es demasiado tarde para un cambio drástico de imagen –balbució con nerviosismo–. Aunque la mona se vista… ¡Deja mi pelo tranquilo! –gritó, y le apartó la mano.

Logrado su objetivo, Rafe se metió en el bolsillo la goma de pelo que le había quitado y sonrió con insolencia.

–Bien –dijo al contemplar su obra–. Pero ahora… –con la otra mano, empezó a ahuecarle los mechones cruelmente prietos hasta crear un masa de ondas brillantes–. Mejor, mucho mejor.

–¡Mira lo que has hecho! –exclamó Tess, que retrocedió cuando ya era demasiado tarde. No entendía por qué había consentido que la despeinara. ¡Cualquiera diría que había disfrutado del suave roce de sus dedos en el cuero cabelludo! El letargo que se había adueñado de ella no podía calificarse de placer.

–Ya lo miro –había una energía innecesaria en la voz de Rafe, así como una expresión extraña en su rostro. Era la clase de expresión que hacía latir el corazón de Tess y le cerraba la garganta.

–Me has despeinado –se llevó una mano a la cabeza con nerviosismo–. Debo de estar hecha una facha.

–¿Quieres despeinarme a mí? –sugirió Rafe, y se llevó una mano a su pelo negro y lustroso.

El deseo la envolvió como una pesada manta. Tess no podía respirar, no podía pensar… pero sí imaginar. Sintió un hormigueo en los dedos al imaginarse hundiéndolos en aquella mata sedosa para acariciar el contorno de su cabeza. Abrió los ojos con estupefacción y movió la cabeza en señal de negativa.

–Como quieras –Rafe se encogió de hombros–. Pero no olvides que te lo he ofrecido.

–No lo haré.

–Creo que deberías intentar estar atractiva, no presentable –tenía la mirada puesta en los lustrosos mechones castaños que caían justo por debajo de los hombros–. La competitividad distraerá a Chloe.

El comentario era injustificado y un poco cruel.

–¡Muy gracioso! –le espetó. Nunca vería el día en que pudiera competir con Chloe, y los dos lo sabían.

–Si Chloe saliera sin maquillar y sin ropa de diseño, nadie se fijaría en ella.

Cuando Rafe le puso la mano en la barbilla y giró su rostro, primero a un lado y luego a otro, a Tess se le ocurrió pensar que debía protestar por aquella actitud despótica.

–Tienes una piel increíble –lo decía como si fuera una acusación–. Por todo el cuerpo –añadió con voz ronca.

Tess se puso rígida y se apartó de él.

–¿Cómo lo sabes? –una intensa alarma intensificó el verde de sus ojos. Rafe se encogió de hombros.

–Te llevé a la cama, y no llevabas nada debajo del camisón.

–¡Menudo caradura estás hecho! –exclamó Tess, y se puso colorada y sudorosa al mismo tiempo.

–Sin querer… sí, sin querer –repitió con firmeza al oír la exclamación burlona de Tess–, te toqué el trasero… ¡Mátame si quieres! Podría haberte dejado caer… ¿te habría parecido mejor? Lo recordaré para la próxima vez.

–No habrá una próxima vez –Tess respiraba con dificultad. No podía desterrar la imagen de los dedos de Rafe en su… Se rio de sí misma para sus adentros. «¿Acaso mi vida sexual es tan aburrida que empiezo a desear haber estado despierta cuando me agarraban sin querer?».

–No sabía que fueras tan puritana. ¿Sabes? –observó Rafe, mientras la miraba con ojos entornados y poco amistosos–, no solías estar tan reprimida. Acostarte conmigo te habría sentado mucho mejor que beberte media botella de licor. Y a mí tampoco me habría sentado mal –añadió en tono lúgubre.

Tess se quedó boquiabierta de estupefacción. Se concentró en el asombro y en la indignación e hizo oídos sordos de la excitación que la paralizaba.

–¡Acostarme contigo! –gritó.

–Lo dices como si nunca se te hubiera ocurrido.

–¡Y no se me ha ocurrido! –replicó, horrorizada.

–Y un cuerno –bramó Rafe en tono burlón–. Sabes perfectamente que llevamos rehuyendo el tema toda la mañana.

En aquel momento, Tess dejó de fingir que controlaba su pánico.

–Y supongo que ahora me dirás lo maravilloso que eres como amante –se burló.

–La modestia lo prohíbe –repuso Rafe con ojos entornados–. Pero no estarías tan tensa si anoche te hubieras acostado conmigo, y hasta yo podría haber dormido un poco.

–¿Tan aburrido crees que habría sido? –Tess asintió y desplegó una sonrisa irónica–. Sí, es probable. Quizá me agradara hacer de hermana para ti cuando éramos pequeños, ¡pero no estoy dispuesta a hacer de amante! –imaginar a Rafe cerrando los ojos y fingiendo que ella era la mujer a la que amaba la repugnaba–. Estoy segura de que hay… curas menos drásticas para el insomnio.

–Una pastilla no va a solucionar mi problema. Ni el tuyo.

–Y… –dirigió una mirada de preocupación hacia Ben y bajó la voz– ¿el sexo sí?

–No –reconoció Rafe con los dientes apretados–. Pero nos hará olvidar durante un rato.

El tono lúgubre de su voz grave disipó el enojo de Tess y la conmovió. Había estado demasiado absorta en sus propios problemas para pensar en los de él.

–¿Tan terrible ha sido, Rafe? –preguntó con tristeza. Sin darse cuenta, alargó la mano y le tocó la cara.

Unos ojos oscuros como la noche se posaron en la compasión que brillaba en la mirada de Tess antes de contemplar su esbelto brazo. Rafe elevó la mano para cubrir la de ella, y Tess se estremeció al percibir la fuerza controlada de sus dedos largos y morenos.

–¿Tan terrible como para pensar en acostarme contigo, Tess? –profirió una áspera carcajada–. Llevas la modestia demasiado lejos. Eres una mujer preciosa.

–¿Hermosa no? –Tess no daba vueltas en la cama por las noches pensando en las deficiencias que podría corregir la cirugía estética, pero en aquellos momentos, le costaba bromear sobre ello.

–La belleza se marchita. Tú tienes una buena estructura ósea –anunció Rafe con firmeza.

–¡Qué poético!

–¿Tan malo es, Tess, querer dar y recibir un poco de consuelo? – la voz de Rafe estaba exenta del cinismo que Tess tanto detestaba, y sus ojos la escrutaban despacio.

«Dicho así, parecería una insensible si discrepara». Cielos, aquel hombre tenía labia. Y no era solo lo que decía, sino cómo lo decía. Aquellos ojos, ese carisma… ¿era de extrañar que se le hubiera nublado el cerebro?

–No… Sí… Me estás confundiendo –protestó con voz débil.

–Cuanto más lo pienso, más convencido estoy de que cerrar la puerta del dormitorio y decir «al diablo con todo» sería lo mejor para los dos –Rafe hundió los dedos en la mata de pelo sedosa y acercó su rostro al de ella–. ¿A quién le haríamos daño? –gruñó.

Tess estaba segura de que había varias buenas respuestas a aquella pregunta ronca e íntima, pero en aquel momento no podía recordar ninguna.

–Ahora mismo, a mí –movió un poco la cabeza para demostrarle por qué. Una mezcla ambigua de miedo y excitación la recorrió cuando Rafe deslizó los dedos bajo la mata de pelo hacia su nuca.

El roce fue como una corriente eléctrica, se propagó por todas sus terminaciones nerviosas. Tess cerró los ojos y jadeó mientras se preguntaba si no resultaba patético que aquel fuera el incidente más sensual de toda su vida.

Rafe sintió el estremecimiento de placer que recorrió el cuerpo menudo de Tess y su mirada se intensificó.

–Sabía que estarías de acuerdo conmigo –la intensidad de su alivio lo tomó por sorpresa. Fue casi tan grande como la expectación que agudizó todos los sentidos de su cuerpo.

Alertada por el «ya te lo dije» de su voz, Tess abrió la boca para ponerlo en su sitio. Y lo habría hecho si en aquel mismo instante Rafe no la hubiera silenciado con un beso.

Tess abrió los ojos con estupor y fijó la mirada en su rostro, tan próximo al de ella. Fue la expresión de sus espectaculares ojos lo que vació su cabeza de todo pensamiento. Suspiró y dejó caer los párpados. La oleada de placer fue tan intensa que gimió, y el sonido se fundió con el gemido masculino que vibraba en el pecho de Rafe.

Tess agitó las manos en el aire y cerró los puños para no agarrarlo y apretarse contra él… Porque comprendió, mientras Rafe levantaba la cabeza, que eso era exactamente lo que quería hacer.

Echando chispas verdes por los ojos, se limpió los labios con el dorso de la mano. Todavía retenía el sabor de Rafe, pero no estaba dispuesta a revelarlo.

–Me has besado.

–Me habría llevado un chasco si no te hubieses dado cuenta. ¿Cuál es el veredicto?

–El veredicto es que estás loco de atar si crees que accedería a acostarme contigo. Te lo diré aún más claro –se señaló los labios y habló muy despacio–. Anoche fue la última noche que habrás dormido en mi cama.

Amigo o marido

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