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Capítulo 1


Otho conoce a George

Cuando era pequeño, no me gustaba la iglesia porque tenía que estar sentado y quieto por mucho tiempo. Y, cuando cumplí los once años seguía sin gustarme porque... ¡tenía que ir con zapatos a la iglesia! Durante todo el verano andaba descalzo, pero cada sábado debía usar zapatos; ¡y yo odiaba los zapatos! En fin, el cuadro de situación era este: las medias de lana me producían picazón en los pies, y los zapatos apretaban y encimaban mis dedos inferiores.

Pero cada sábado por la mañana Madre siempre me recordaba:

–Otho, Otho Godsmark, ¡no olvides calzarte tus medias y tus zapatos!

En invierno tenía que buscar leña para la barriguda estufa que calentaba la iglesia. Eso significaba que cada quince minutos o más tenía que levantarme, ir hasta un pequeño cuarto, y ponerme el abrigo, los guantes y las orejeras, y luego salir al frío por una brazada de madera de la pila de leña que se encontraba detrás de la iglesia. A veces, a pesar de que llevaba guantes, me clavaba algunas astillas en mis dedos.

Si había visitas en la iglesia, Padre siempre las invitaba a casa para el almuerzo del sábado. Decía que era nuestro “deber cristiano”. Aunque no me gustara, ellos terminaban quedándose con nosotros esa noche, lo que significaba que mi “deber cristiano” sería dormir en el sofá del living. ¿Ven por qué no me gustaba la iglesia?

Pero, un sábado en particular quise ir a la iglesia. Y se debía a que ese día predicaría el pastor Jaime White. Él tenía una voz atronadora, que hacía vibrar las vigas del templo, y predicaba bastante bien también. A veces predicaba sobre profecías. En esas ocasiones, él desenrollaba sus así llamados “gráficos proféticos”. Si bien yo no podía entender ciertas partes de ellos, pues se referían a semanas y días proféticos, y cosas por el estilo, en otros pliegos había imágenes de grandes bestias horribles, con un montón de cabezas y cuernos, y otras ilustraciones que daban miedo; y estas cosas sí me gustaban. Además, siempre tenía un relato para nosotros, los niños. Ahora pueden ver por qué deseé ir a la iglesia ese día.

Cuando nos dirigíamos a la pequeña iglesia, la cual estaba a pocos kilómetros de nuestra granja en el condado de Bedford (el cual, a su vez, está a unos quince kilómetros al norte de Battle Creek, Michigan), pude ver varios caballos, con sus carruajes, o sulkys,1 ya atados a los árboles. Y fuera de la iglesia estaba el Pr. White hablando con algunos de los miembros. Se notaba que debía ser él, porque era muy alto. Además, siempre llevaba un sombrero de copa negro y un largo abrigo negro con faldones.

No recuerdo mucho acerca del culto ese día, porque fue lo que ocurrió después lo que llamó mi atención. Ah, sí, también recuerdo que en uno de mis viajes a la pila de leña tiré de un trozo de madera, y cuatro o cinco se me vinieron encima, y uno me golpeó en la espinilla.2 Por un buen rato salté en redondo sobre un solo pie, sosteniendo mi espinilla hasta que dejó de dolerme.

Cuando terminó la predicación, el Pr. White se dedicó a saludar y estrechar las manos de la gente. Luego se acercó a mi padre, le puso un brazo alrededor de su hombro y le dijo:

–Hermano Godsmark, quiero hablar con usted sobre algo.

Me acerqué lo más posible a Padre, para poder oír lo que el Pr. White le iba a decir.

Fuera lo que fuese, era evidente que algo le preocupaba. Finalmente, dijo:

–Hermano Godsmark, tengo un hombre en mi casa y no sé qué hacer con él –movió la cabeza un poco y prosiguió–. Es de Canadá; de algún lugar en Ontario, creo. Ha estado con nosotros unas dos semanas. Quiere predicar. Él dice que sabe que el Señor lo ha llamado a predicar. Tal vez sí –el Pr. White se encogió de hombros y se restregó sus manos como con desesperación–. Pero, para mí, él no tiene el perfil de un predicador, y no estoy seguro de que podamos hacer de él un predicador. Es consagrado y parece un buen hombre, pero no tiene educación y apenas puede expresarse inteligentemente –el Pr. White hizo una pausa; luego prosiguió–. Me gustaría que alguien de su gente lo lleve a su granja. Él puede trabajar lo suficiente como para pagar su comida y su habitación. ¿Quisiera tomarlo, hermano Godsmark? Quizás usted pueda ver si hay algún predicador en él. Su nombre es King, George King.

Yo sabía, aun antes de que Padre respondiera, lo que diría. Y, efectivamente, estuvo de acuerdo.

Entramos en nuestra calesa –Madre, Padre y yo– y seguimos el sulky del Pr. White hasta su casa. Padre y el Pr. White entraron en la casa. Yo los seguí porque quería ver a ese hombre que deseaba predicar pero lo hacía tan mal. Él salió al porche, y yo me quedé allí y me puse a mirarlo.

Supongo que no era muy viejo, pero para mí –un niño de once años–, con seguridad no parecía joven. Actuaba muy formal y rígido. Ni siquiera se animaba a mirar a los ojos del Pr. White o de mi padre cuando se dirigía a ellos. Actuaba como si estuviera avergonzado de algo.

Ahora que lo pienso, sí que tenía algo de qué avergonzarse: ¡su ropa! Pero... un momento... en aquellos días muy pocas personas que vivían en granjas tenían mucho dinero para comprarse ropa en la tienda. Madre siempre tenía un montón de parches y remiendos, y los zurcía en nuestras ropas para mantenernos aseados y limpios. Y supongo que todas las familias granjeras padecían lo mismo.

Pero este señor King tenía un abrigo que parecía como si hubiera pasado por la Guerra Civil, y perdido. Además, llevaba una camisa deshilachada, y su pantalón tenía un agujero en una rodilla y manchas brillantes en las posaderas. Todo su atuendo parecía como si hubiese dormido en un pajar. Sus zapatos lucían como si nunca hubiesen visto pomada. Tal vez fueron de un marrón oscuro alguna vez, pero ahora presentaban diversas tonalidades.

No podía sacar mis ojos de él. Pero, al instante siguiente, Madre se acercó, me tomó del brazo y nos fuimos hacia calesa.

–Othniel Godsmark –ella espetó.

Como pueden ver, Othniel era mi nombre real; pero todo el mundo me llamaba Otho, excepto Madre... cuando yo estaba en problemas.

–No se mira fijamente a ciertas personas, especialmente si son extranjeras –me dijo.

–Pero está vestido tan divertidamente –solté muy orondo–. Eso es lo que me hizo fijarme.

–No me importa cómo esté vestido. Es un hijo de Dios, y usted debe ser amable y cortés –dijo Madre.

No estaba muy feliz en la calesa con Madre; no podía oír lo que decían los tres hombres. Sin embargo, después de un corto tiempo, vi que Padre estrechaba la mano del Pr. White. Luego, puso su mano en el brazo del Sr. King y señaló con su otra mano hacia la calesa. Padre tenía una sonrisa en su rostro; yo sabía lo que había decidido. Es decir...

Había perdido mi habitación por el resto del invierno. Verán, mi habitación se mantenía calentita gracias a que la atravesaba un tubo de la estufa que ascendía desde el living, en la planta baja. Pero ahora, ya me imaginaba: tendría que dormir en la planta baja, en el living.

Padre siempre estaba haciendo algo para la iglesia. Una vez –un año antes–, el Pr. White había tenido otra de esas conversaciones con Padre después del culto. Esa vez hablaron algo sobre la obra editorial y de que estaban escasos de dinero. A la mañana siguiente, Padre tomó nuestros dos mejores bueyes –llamados Buck y Bright– y los dio al Pr. Jaime White para que los vendiera. Buck había sido mi favorita desde que era solo un ternero. Yo solía ayudar a sostener el cubo de la leche para que él pudiera beber de ella. Entonces, Padre tuvo que ir y venderlo. Cada vez que íbamos a la ciudad para visitar el mercado y las tiendas en Battle Creek, pasábamos por la casa editora Review and Herald, y escuchábamos el rugido y el traqueteo de las grandes prensas. Papá siempre decía:

–¿Oyes eso, Otho? Esos son Buck y Bright, que todavía están tirando. Ellos están imprimiendo el mensaje de los tres ángeles.

No pude figurarme qué quería decir, porque sí sabía que ellos no usaban bueyes para hacer andar las prensas. Ahora bien, si Padre regalaba bueyes valiosos para el trabajo de los señores, mi dormitorio no tenía posibilidad alguna de quedar fuera de algún trato similar.

Nos dirigimos a casa. George King se sentó adelante, con Padre y Madre, y yo me senté atrás, en el piso, para viajar empujado y raspado por el respaldo del Sr. King mientras nos mecíamos al trote de los caballos.

–Bueno, hermano King –dijo Padre mientras andábamos–, estamos felices de que usted pase un par de meses con nosotros mientras decide qué va a hacer.

Podía decir que Padre estaba tratando de hacer que el Sr. King se sintiera bienvenido.

–Yo... He sido... ah... ah... bien, yo sentí que... que el Señor ah-ah... quiere que yo... a... ah... ah... me ha llamado para ah... ah... a predicar, hermano Godsmark, Señor. Eso es ah-ah... eso es lo que yo... yo exactamente tengo que hacer.

Yo me preguntaba: ¿Cómo podría alguien que tartamudeaba y tartamudeaba como lo hacía este George King esperar convertirse alguna vez en un predicador?

–Sí, hermano –Padre asintió–, queremos que usted haga lo que el Señor lo ha llamado a hacer. Pero, entre tanto, es bienvenido a quedarse con nosotros. Usted puede ayudar un poco con las tareas, para cubrir su comida y habitación.

A la mención de las tareas, yo hablé.

–Qué bien, Sr. King. Usted podrá ayudarme a dar de comer a los pollos y batir la mantequilla.

Yo también quería hacer que el Sr. King se sintiera como en casa, y no tuve en mente si eso significaba que él me debía ayudar con algunas de mis tareas. Pero, claramente ese no era mi día. Madre se dio vuelta y me dio una de esas miradas que me hizo entender que la charla era entre adultos y que yo debía permanecer fuera de ella.

Padre agregó, hablando como si fuera para mí, pero realmente con el objetivo de animar a George King

–Eso está muy bien de tu parte, Otho. Pero el Sr. King estará muy ocupado estudiando su Biblia, y orando y buscando la dirección del Señor.

–Bien –comenzó George King–, bien, um, yo... ah... ah... pienso que, ah...

Pero antes de que él pudiera hallar en su mente las palabras justas para lo que iba a decir, Madre cortó.

–Hermano King, queremos que considere nuestro hogar un lugar de descanso y preparación con el fin de ponerse en condiciones para salir al mundo, y luchar contra el pecado y la maldad.

Iba a decir que yo pensaba que levantarse cada mañana a las 5 en punto y salir al frío para alimentar a los pollos sería una buena preparación para salir al mundo a luchar contra el pecado, pero algo en esa mirada que Madre me había dirigido me decidió a no decir nada.

1 Nota del traductor: Los “carruajes”, o coches de caballos, eran vehículos de cuatro ruedas, muchas veces cubiertos con una armazón de madera, lona u otro material, con algunas puertas, y que servían para llevar a dos, cuatro o más personas. Los sulkys (o sulquis) eran carruajes más pequeños, de dos ruedas, para uno o dos pasajeros, que se utilizaban como medio de transporte en las zonas rurales. Sinónimos: calesa y calesín.

2 Nota del traductor: Sinónimos de “espinilla”: tibia, canilla. Hueso largo de la parte anterior de la pierna y que sostiene el peso del cuerpo.

El rey que no podía predicar

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