Читать книгу E-Pack Bianca y Deseo agosto 2021 - Kira Sinclair - Страница 9
Capítulo 5
ОглавлениеCONSTANTIN Izvor se estaba desnudando. O, al menos, se estaba quitando la ropa. Zabrina lo vio deshacerse de las botas altas de piel, después se bajó los pantalones oscuros y sacó de ellos un misterioso paquetito antes de tirarlos a un lado.
Luego siguió la camisa, que dejó al descubierto un magnífico pecho dorado por el sol, pero a Zabrina casi no le dio tiempo a disfrutarlo porque el guardaespaldas acababa de agarrarla por las caderas para quitarle los pantalones de deporte a ella también. Fue entonces cuando Zabrina se dio cuenta de que Constantin estaba completamente desnudo mientras que ella seguía con la ropa interior puesta.
Él frunció el ceño como si le hubiese leído el pensamiento.
–Me parece que no estamos en igualdad de condiciones –murmuró.
Y eso estuvo a punto de romper la magia del momento, porque Zabrina sabía que jamás estarían en igualdad de condiciones porque, por muy importante que fuese el puesto que ostentase él, seguía siendo un plebeyo. No obstante, sintió que le desabrochaba el sujetador y no le importó que no perteneciesen a la misma clase. Le gustaba cómo Constantin le hacía sentirse y cómo la miraba.
Él clavó la vista en la única barrera que quedaba entre ambos, un pequeño triángulo de encaje rosa, a juego con el sujetador, y Zabrina lo vio apretar los labios en un gesto que no supo descifrar. Algo parecido a desaprobación. Seguro que no, porque tal y como le habían enseñado en las clases de educación sexual que le habían dado, a los hombres les gustaba la lencería sexy y era obligación de la esposa poner atención en esos detalles.
Zabrina se mordió el labio inferior. Tal vez estuviese sorprendido por el contraste entre la ropa que se había puesto para cenar y la ropa interior. Se preguntó qué habría pensado si se hubiese puesto las braguitas de algodón negro que le gustaba llevar, ya que eran mucho más cómodas para montar a caballo.
Pero no era el mejor momento para empezar a pensar en el ajuar que le habían preparado las estilistas de su madre. No mientras él le bajaba las braguitas con las manos ligeramente temblorosas.
La miró fijamente a los ojos mientras pasaba un dedo por el interior de sus muslos, haciéndola temblar. Y, de repente, Zabrina separó las piernas para él.
Gimió sorprendida cuando Constantin Izvor enterró la cabeza entre sus muslos y empezó a acariciarla con la lengua.
–Shhh.
Fue una orden imposible de cumplir. ¿Cómo iba a estar Zabrina en silencio en un momento así? Constantin le estaba haciendo sentir algo que no había sentido jamás. La sensación era deliciosa, perfecta.
Se retorció bajo sus caricias, casi incapaz de creer que pudiese sentirse mejor, pero así fue. Era tan maravilloso que pensó que iba a desmayarse del placer. Sus músculos se contrajeron suavemente y se sintió más vulnerable y, al mismo tiempo, más poderosa que en toda su vida. Pasó el tiempo y Zabrina decidió que no quería volver a la realidad.
Abrió los ojos y vio cómo Constantin abría el paquete que se había sacado del bolsillo del pantalón y entonces entendió lo que contenía. Era la primera vez que ella veía un preservativo y siempre había pensado que sería algo que la aterraría y avergonzaría a partes iguales, pero lo único que sintió en esos momentos fue excitación. Constantin se colocó encima de ella y apretó la erección contra el vértice de sus piernas.
–Constantin –le dijo con la voz casi quebrada.
–¿Qué?
Notó que él se quedaba inmóvil un instante, como si tuviese alguna duda.
¿Las tenía?
¿Acaso no debía tenerlas ella?
Por supuesto que sí.
El poco sentido común que le quedaba le hizo recordar que estaba a punto de cometer una locura, pero su cuerpo lo deseaba tanto que Zabrina se negaba a aceptar una alternativa que no fuese terminar lo que habían empezado.
–¿Qué ocurre? –le preguntó él.
–Nada –le dijo ella, prefiriendo no sembrar las dudas también en él.
Porque, si Constantin paraba en esos momentos, ella no lo podría soportar. Así pues, levantó las caderas hacia él para que la punta de su erección entrase un poco y él rugió y la penetró por completo.
Zabrina contuvo la respiración y se sorprendió de la rapidez con la que se acostumbraba a tenerlo dentro, como si llevase toda la vida esperando aquello. Constantin empezó a moverse y ella volvió a recuperar la misma sensación de placer que había tenido unos minutos antes. Pero mientras él la besaba en los labios y sus lenguas volvían a entrelazarse, ella se dio cuenta de que la conexión que tenía con aquel hombre iba mucho más allá de lo puramente físico. Se sintió como si los dos fuesen uno solo, en todos los sentidos.
–Oh –gimió.
–¿Qué? –le preguntó él.
–Es… increíble.
–Lo sé.
¿Significaba eso que a él le gustaba el modo en el que su cuerpo estaba reaccionando? Eso esperaba Zabrina, a la que le estaba gustando todo lo que le hacía él.
Todo.
Le gustaba cómo le mordisqueaba los pezones hasta hacerlos endurecer como si de diamantes se tratase. Le gustaba cómo le acariciaba la espalda con la punta de los dedos, como si quisiera descubrir cada centímetro de su piel. Con cada movimiento de caderas la penetraba más y más, llevándola hasta un mundo nuevo y embriagador que a Zabrina ya le estaba empezando a resultar familiar. Y, de repente, todo aquello se hizo real y ella se sintió abrumada por tantas sensaciones.
Aquello no debía estar ocurriendo. No… otra vez no.
Pero sí.
Sí.
Sus músculos empezaron a contraerse alrededor de él. Constantin la besó como si supiese que era el único modo de evitar que gritase de placer. Zabrina gimoteó suavemente contra su boca mientras él se movía cada vez más deprisa, con más fuerza, hasta que echó la cabeza hacia atrás y llegó al clímax.
Fue un momento intensamente íntimo, pero Zabrina aturdida, se permitió estudiar su rostro.
Constantin parecía estar en trance. No había otra palabra para describirlo. Era como si acabase de descubrir la cosa más deliciosa que uno pudiese imaginar. Y, durante unos segundos, en silencio, Zabrina se permitió soñar.
¿Y si él se daba cuenta, como le había ocurrido a ella, de que una conexión así era algo excepcional? Tan excepcional, que ella habría estado dispuesta a abandonar su destino por aquello. Por él. Podría renunciar a su título y podrían escaparse juntos. Sería un escándalo terrible, por supuesto, pero la gente terminaría olvidándolo y la vida seguiría. Él era un hombre fuerte, con recursos. Podría construir una cabaña en el bosque para los dos, en la que criarían a sus hijos. Zabrina cocinaría y cuidaría del huerto y él volvería a casa cada noche para tomarla entre sus brazos y… Frunció el ceño. Ella no había cocinado en su vida, pero podía aprender.
–Constantin –le dijo en voz baja y, al decir su nombre, él se transformó por completo.
Lo primero que hizo fue apartarse de ella, como si no pudiese esperar a poner distancia entre ambos. Ella quiso preguntarle qué le pasaba, pero supo que era mejor esperar un poco. Porque tal vez él se sintiese culpable y se arrepintiese de lo que acababa de ocurrir. Ella debía haber sentido lo mismo, pero, por algún motivo, no podía. ¿Cómo iba a sentirse culpable o arrepentirse de algo que tenía la sensación de que había estado escrito en las estrellas?
Él le dio la espalda, se quitó el preservativo y lo tiró encima de sus pantalones, como si fuese algo que había hecho un millón de veces antes. Probablemente fuese así, pensó Zabrina, aunque su vida anterior no era asunto suyo y no debía hacerle ninguna pregunta al respecto. No cuando ya había entre ambos demasiadas dudas que resolver. De hecho, él debía de estar preguntándose qué iban a hacer después de aquello, así que lo mejor que podía hacer ella era tranquilizarlo y asegurarle que no pretendía hacer valer su autoridad.
–¿Constantin? –repitió en voz baja.
Él se giró y Zabrina casi deseó que no lo hubiese hecho porque…
Debía de haber un error. No era posible que hubiese pasado del éxtasis al desprecio en tan poco tiempo. Pero sus ojos estaban fríos como el hielo y su gesto era de enfado. ¿Sería porque estaba anticipando las repercusiones de lo que habían hecho?
Zabrina frunció el ceño.
–¿Ocurre… algo?
–¿Tú qué crees? –replicó él en tono también helado.
Ella tragó saliva.
–Sé que no debíamos haber…
Roman sacudió la cabeza, incapaz de contener la ira ni un segundo más. Estaba furioso con la princesa, que seguía desnuda, tentándolo, pero, sobre todo, estaba furioso consigo mismo.
–Por supuesto que no deberíamos haberlo hecho –espetó.
Ella se sentó y se alisó los mechones de pelo que se le habían escapado de la cola de caballo.
–Mira, yo no tengo experiencia en esto, pero sé que son cosas que ocurren –susurró.
Zabrina tenía los ojos muy abiertos y su expresión era muy distinta a la que había tenido mientras llegaba al orgasmo unos minutos antes. Roman sintió que se excitaba de nuevo y eso lo enfadó todavía más.
–Por favor. No insultes a mi inteligencia haciéndote la inocente, ¡nada más lejos de la realidad!
Ella parpadeó, confundida por sus palabras, y él pensó que era muy buena actriz.
–¿De qué estás hablando, Constantin?
El modo en que decía su nombre volvió a enfadarlo.
–¿De qué crees que estoy hablando?
Se levantó de la cama con brusquedad, tomó su ropa y se puso los pantalones para ir al dormitorio que había al otro lado del vagón. Tomó una colcha de seda que había encima de la cama y volvió a salón para tirársela a Zabrina.
–Tápate –le dijo, acercándose a la puerta y echando la llave.
Ella lo obedeció y cubrió su delicioso cuerpo con la colcha mientras lo miraba asustada.
–Dios mío, podría haber entrado alguien –balbució Zabrina horrorizada.
Roman negó con la cabeza. Había estado preguntándose cómo contarle lo que le tenía contar, pero ya lo sabía. Había una manera muy sencilla de informarle de algo que iba a cambiar su destino para siempre. Y el de él, también. No obstante, ¿no se sentía en cierto modo aliviado al saber que ya no iba a tener que casarse con ella? Ni con ella, ni con nadie.
–Nadie habría entrado –declaró.
Ella rio con nerviosismo.
–No puedes estar seguro.
–Sí.
–¿Cómo?
–Porque no me llamo Constantin Izvor ni soy el jefe de escoltas de la casa real. Soy…
–Eres el rey –lo interrumpió ella de repente, palideciendo por completo–. Eres el rey Roman de Petrogoria.