Читать книгу E-Pack Bianca y Deseo marzo 2022 - Kira Sinclair - Страница 6
Capítulo 2
ОглавлениеDelphie quiso huir de él, pero eso habría sido tan útil como ladear la cabeza y ofrecerle la yugular para que se la seccionara, así que sacó fuerzas de flaqueza y adoptó la pose que había aprendido a los diecisiete años, bajo la estricta tutela de Rachel: le dio la espalda y entró con fingida indiferencia en el espacioso salón, desde donde se veía una de las puestas de sol más bonitas de San Lorena, la capital de San Calliano.
La impresionante ciudad era una mezcla magnífica de arquitectura clásica y moderna y, en circunstancias normales, Delphie la habría explorado a fondo. Pero, en lugar de hacer turismo, estaba haciendo esfuerzos por respirar, intensamente consciente del hombre que acababa de cerrar la puerta a sus espaldas. Era tan carismático que parecía llenar la habitación.
Al llegar a los enormes ventanales, que ocupaban toda una pared, se giró hacia Lucca, lo miró y dijo:
–Supongo que eres el responsable de todo esto.
Delphie no tenía ninguna duda. Hasta el último centímetro de la suite era un testamento del tipo de lujo que esperaban los ricos como él, desde el carísimo papel pintado veneciano hasta la pulida y antigua mesa de madera.
–Pensé que te gustaría. Siempre te han gustado las cosas elegantes.
–No, tú eres el que exige calidad suprema en todos los aspectos de tu vida. Yo me limitaba a seguirte la corriente.
Delphie pensó que había sido una corriente mucho más fuerte de lo que imaginaba al principio. Y cuando escapó de ella, ya no era la misma persona.
Lucca sonrió con sorna. La luz de la puesta de sol enfatizaba el tono moreno de su piel y le daba un brillo extraordinariamente vital, tan vital que deseó acariciarla y sentir su calor, como en los viejos tiempos.
–No interpretes el papel de aduladora tímida. Los dos sabemos que no eres ni lo uno ni lo otro –replicó.
Ella alzó la barbilla, orgullosa. No estaba dispuesta a admitir que le habría seguido a cualquier parte y que habría interpretado cualquier papel con tal de que siguiera a su lado. A fin de cuentas, no se había alejado solo de Lucca porque hubiera descubierto que no significaba nada para él, que era un simple pasatiempo, sino porque le deseaba con toda su alma.
–Piensa lo que quieras, pero yo no he pedido nada de esto.
–Rechazaste el avión que te envié, y la invitación a alojarte en el Palacio Real. Y ahora, rechazas mi generosidad.
Lucca parecía tan tenso como Delphie, quien se resistió al impulso de tragar saliva y se encogió de hombros.
–Prefiero ser yo quien afronte mis gastos.
–¿En serio? Se rumorea que no andas bien de dinero. ¿Seguro que te puedes permitir el lujo de despreciar mi hospitalidad?
–¿Cómo sabes si ando bien o mal de dinero?
Lucca le dedicó una sonrisa de arrogancia pura, como dejando claro que estaba en la cima de la cadena alimenticia y no le importaba quién lo supiera. De hecho, disfrutaba jactándose de ello.
–¿Necesitas preguntarlo, Delphine? ¿De verdad?
La sensual entonación de su nombre le recordó que él era la única persona que la llamaba así. Ella siempre habría preferido Delphie, que le parecía más suave. O al menos, lo había preferido hasta que se conocieron, cuando él alcanzó su mano, se la llevó a los labios y dijo que se llamaba Lucca y que sería su amante antes de que terminara ese fin de semana.
En realidad, Delphie tardó un poco más en acabar en su cama; pero Lucca ya se había fijado en ella, y su atención no flaqueó en ningún momento. Como tampoco flaqueaba ahora, aunque ya no tenía nada que ver con el deseo.
–He estado siguiendo tus actividades recientes. Por cierto, felicidades por el tercer puesto de la última carrera.
Ella respiró hondo, nerviosa, pero consiguió disimular su nerviosismo.
–¿Me ofreces un avión, me cambias a una suite y me felicitas por el tercer puesto sin más intención que tener la oportunidad de oír mi negativa? Puede que no hayas entendido bien a Rachel; pero, por si acaso, te lo recordaré yo misma. Ya no soy modelo.
Lucca avanzó y se detuvo a un par de metros de distancia, tan cerca que Delphie notó su aroma y tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para no recordar sus noches de amor. Luego, se giró hacia la ventana y se quedó mirando el distante chapitel de una iglesia.
–Tú y yo sabemos que no has venido por el simple placer de rechazar mi oferta en persona. Tenemos muchas cosas de las que hablar, Delphine –declaró él–. Pero antes, quiero que hablemos de esto.
Lucca se sacó un papel del bolsillo y se lo enseñó. Ella se estremeció al ver la nota que le había escrito meses atrás.
–¿La guardaste? –preguntó con un hilo de voz.
Él se encogió de hombros.
–Por lo visto, soy un sentimental.
Delphie estuvo a punto de soltar una carcajada sin humor. ¿Sentimental? Para ser sentimental con ella, ella tendría que haberle importado. Y no le había dado esa impresión.
–Bueno, puede que la apelación a los sentimientos no sea muy exacta –prosiguió él–. Puede que la guardara para verificarla.
Ella frunció el ceño.
–¿Verificarla?
–Sí, para mirarte un día a los ojos y asegurarme de que efectivamente fuiste tú quien escribió esta nota –replicó, adoptando un tono tan dulce como peligroso–. ¿Fuiste tú, Delphine?
Ella se puso tensa, dolorosa y absolutamente consciente de que la verdad podía destruirla.
El Lucca al que había conocido era un hombre orgulloso y arrogante; el que estaba ante ella lo era mil veces más, pero envuelto de una armadura de implacable hierro forjado. Mientras sus sensuales labios eran una promesa de placeres sin límite, su mirada y la tensión de su cuerpo hablaban a gritos de venganza.
Segundos después, él alzó la nota y se la acercó a los ojos, ocupando todo su campo de visión con las palabras que contenía: Lo nuestro ha terminado.
–Contéstame –le ordenó.
Delphie notó un fondo de rabia en su tono de voz, un eco de la herida que había causado a su orgullo.
Había oído las historias que se contaban, claro. Habían hecho lo posible por mantener su aventura en secreto, pero las actividades de un hombre tan poderoso como él terminaban por salir a la luz y, por si eso fuera poco, él mismo había extendido un sinfín de rumores durante las primeras semanas de su relación.
Al final, Delphie le paró los pies. Pero no antes de descubrir que el entonces príncipe no iba a olvidar lo que le había hecho. Estaba furioso con ella y eso tendría consecuencias.
Sin embargo, no podía mentir. A fin de cuentas, el secreto que ella ocultaba era tan grande como devastador. Y por otra parte, no quería agravar sus pecados con una falacia que él desmontaría en cuestión de minutos.
–Sí, fui yo –respondió–. Yo escribí esa nota.
Lucca guardó silencio durante un rato, aunque no hacía falta que hablara: la expresión de su cara y la tensión de su cuerpo eran suficientemente explícitas.
–Comprendo –replicó al fin–. Pero dime una cosa… mientras te dedicabas a expulsarme de tu vida, ¿no se te ocurrió que pudiera estar preocupado?
Ella lo miró con sorpresa.
–¿Cómo?
Él suspiró.
–Nuestra relación no era una tontería. Llamó la atención de muchas personas, buenas y malas –dijo–. ¿No sopesaste el efecto que tendría tu desaparición? ¿No te preguntaste cómo me sentiría al verte huir de forma tan cobarde?
–¡No te atrevas a llamarme cobarde! Si supieras lo que…
Delphie dejó la frase sin terminar. Había estado a punto de decírselo.
–¿Si supiera qué, Delphine? –la presionó–. Dímelo.
Ella sacudió la cabeza.
–No importa.
–¿Que no importa? ¿Cómo has llegado a esa conclusión? –preguntó, enojado.
–No ha sido difícil. No importa porque tú seguiste adelante con tu vida, como si no hubiera pasado nada. ¿O no es verdad que estuviste saliendo con una condesa hace seis meses? Y, antes de la condesa, tuviste una aventura con la hija de un presidente y otra, con la heredera de una empresa de tecnología.
Delphie había llegado a albergar la esperanza de que la famosa lista de candidatas fuera falsa, una mentira inventada por la persona que había hablado con ella en París. Pero su esperanza saltó por los aires cuando supo que dos de las tres mujeres que acababa de mencionar estaban esa lista, lo cual parecía confirmar su veracidad.
Delphie se había enterado por Hunter, quien se había dedicado a contarle chismes sobre Lucca con la evidente intención de lograr que reaccionara y regresara al mundo de los vivos. Su amigo ni siquiera se había dado cuenta de que, cada vez que le contaba un rumor, ella se sentía como si le acabaran de dar una puñalada.
–¿Sabes con quién he estado saliendo? –bramó él, cerrando el puño sobre la nota–. ¿Qué pasa? ¿Es que me has estado investigando? Cualquiera diría que te importo.
Ella alzó la barbilla.
–No tenía más interés que esta reunión y la necesidad de saber dónde estabas. Eso es todo.
Si Delphie pretendía ponerlo en su lugar, fracasó miserablemente. La expresión de Lucca se volvió más arrogante, y hasta se permitió el atrevimiento de sonreír.
–Eres muy vehemente con tus protestas. Pero tu comportamiento es un poco extraño, ¿no te parece? Si querías saber de mí, solo tenías que consultar mi más que pública agenda. Y, en lugar de eso, investigaste con quién estaba saliendo en privado.
La última frase de Lucca provocó que la mente de Delphie se llenara de imágenes tórridas, las correspondientes a lo que le había hecho él en privado. Era un amante increíblemente atento. Un amante magnífico.
–¿O es que tus cuestionables fuentes son alérgicas a la lectura de la prensa económica? –prosiguió él.
–Discúlpame, pero eres tú quien ha convertido esto en algo personal al usar tu poder para presionarme. Yo me he limitado a seguirte la corriente. Hasta ahora.
Él apretó los dientes.
–Y me la seguirás durante tanto tiempo como yo quiera. No olvides que eres tú quien ha pedido esta reunión.
–No lo he olvidado. Y, hablando de esta reunión, ¿no crees que deberíamos entrar en materia?
Lucca guardó silencio.
–Has estado incordiando a Rachel, quien a su vez me ha estado incordiando a mí. He venido a pedirte que me dejes en paz.
–Ya, pero esa no es la única razón, ¿verdad?
Súbitamente, Lucca le dio la espalda y entró en el despacho que estaba junto al salón. Después, avanzó hacia la inmensa y lustrosa mesa de superficies talladas con escenas de la historia de su país y, tras dejar la arrugada nota encima, se sentó en el sillón.
Delphie se estremeció cuando él la miró y le dedicó otro intenso escrutinio de los pies a la cabeza, deteniendo la vista en los lugares que más le gustaban: su cuello, la cara interna de sus codos, sus pechos, etc.
–Basta –dijo ella.
La mirada de Lucca la hizo tan dolorosamente consciente del endurecimiento de sus senos y de la repentina tensión en su abdomen que alzó un brazo de forma instintiva, como queriendo ocultar la reacción de su cuerpo, aterrorizada por la posibilidad de que él distinguiera la devastación de su alma bajo los síntomas de su excitación. La devastación de haber llevado y perdido un hijo suyo.
Estaba tan alterada que no se dio cuenta de que le había seguido al despacho hasta que rozó el dintel, momento en el cual se detuvo.
–¿Por qué? ¿Porque lo nuestro ha terminado? –preguntó él.
Lucca se pasó un dedo por el labio inferior, y ella apretó los puños en un intento de resistir el asalto a sus sentidos.
–Sí.
–¿Y has intentado decírselo a tu cuerpo? Porque, desde donde estoy, me da la sensación de que no recibió el informe.
–Lucca…
Lucca se echó hacia delante, apoyó los codos en la mesa y clavó la vista en sus ojos.
–Llámame Majestad. Ya no tienes derecho a llamarme por mi nombre.
Ella se quedó boquiabierta.
–Pero…
–¿Sí?
–Pensaba que no te gustaban esas cosas. Una vez me dijiste que te parecen pedanterías protocolarias.
Él volvió a sonreír y convirtió su cara en una dura e impenetrable máscara.
–Ya no soy el hombre que conociste.
Delphie se quedó helada, pero logró disimular su inquietud. Estaba segura de ello. Ya no era el mismo hombre. Lo notaba en la implacable intensidad de sus ojos, la cruel curva de sus sensuales labios y hasta en su actitud de guerrero, que la asustaba y excitaba a la vez, alarmantemente.
–¿Ahora quieres que te adoren? –se atrevió a preguntar, con un tono que pretendía ser de desprecio y se quedó algo corto.
–En las circunstancias adecuadas y con la persona adecuada, por supuesto –replicó él.
Ella se pasó la lengua por los labios, y lamentó que ya no pudiera llamarlo por su nombre de pila. Como si ese fuera su mayor problema.
–Muy bien… Majestad.
Él chasqueó la lengua.
–No, no lo has pronunciado bien. Inténtalo de nuevo, pero con menos sorna. Tienes que parecer sincera. O lo nuestro habrá terminado de verdad.
Delphie supo que lo estaba diciendo en serio, y también supo que debía superar esa prueba para tener alguna esperanza de ir más allá. Sin embargo, se recordó que precisamente había tenido éxito en su anterior carrera por su capacidad de actuar como debía en cualquier situación. Los fotógrafos y las casas de moda adoraban que pudiera expresar la emoción adecuada y adoptar la pose correcta en cuanto se lo ordenaban.
Ser modelo era bastante más complicado que poner morritos y caminar bajo los focos. Pero ella tenía un talento natural para la pasarela, que se había manifestado mucho antes de que tuviera esa profesión. Había aprendido a fingirse feliz y ocultar sus sentimientos, sin más intención que la de mantener la paz en su hogar. Era la única forma de que su madre no tomara partido y, sobre todo, de que no lo tomara en su contra.
Al final, no sirvió de nada. Pasó a ser una paria en su propia casa, y no tuvo más remedio que asumir la dura verdad. No encajaba en el nuevo estilo de vida de su madre; no la quería y, por mucho que sonriera o muy conforme que intentara parecer, no consiguió su amor.
Pero eso era cosa del pasado, así que avanzó hacia Lucca con determinación. Y el rey perdió el control de sus emociones durante un segundo, el que dedicó a admirar sus labios y sus senos. Solo durante un segundo.
Sí, había cambiado. Los dos habían cambiado. Lo sabía desde antes de bajar del avión. Pero entonces, ¿por qué extrañaba al antiguo Lucca? No tenía sentido, porque ya no era el hombre al que creía conocer.
–Majestad, he conseguido que me concedan una hora de su precioso tiempo. Le estaría enormemente agradecida si pudiéramos empezar nuestra reunión.
Él volvió a sonreír y señaló un sillón, invitándola a sentarse.
Ella tomó asiento, aliviada. Necesitaba que la reunión terminara tan rápidamente como fuera posible. Lo necesitaba para poder poderse de inmediato con su siguiente tarea, que iba a ser difícil: expulsarlo otra vez de su vida.
Por desgracia, no podía expulsarlo del todo si era cierto que Lucca estaba detrás de la venta de las acciones de Hunter. Sin embargo, era un riesgo que estaba dispuesta a asumir. Ya había perdido demasiado, mucho más de lo que nunca había creído posible. Tenía que ser fuerte, y pensar en lo importante.
–Sé que no soy la única modelo que estáis sopesando para vuestra campaña.
–Ah, ¿otra vez tus cuestionables fuentes?
Lucca le lanzó una mirada que casi pareció de aburrimiento; pero solo casi, porque ella notó que, bajo su fachada de hielos eternos, se empezaba a despertar un volcán. El fuego estaba allí, latente. Solo tenía que provocar la erupción.
Delphie se acordó de otro tipo de erupciones, concentradas exclusivamente en ella. Eran tan magníficas que se arrojaba a su lava en cuerpo y alma.
–Me lo ha dicho Rachel. ¿Es que se equivoca?
–No, no se equivoca.
–Entonces, mi negativa no debería ser un problema.
–Es un problema si quieres que te ayude con tu pequeño negocio y empiezas las negociaciones con una actitud que me molesta. De hecho, no sé por qué te empeñas en irritarme. ¿Has olvidado lo generoso que puedo ser contigo cuando me complaces?
Durante unos traidores segundos, el pulso de Delphie se aceleró. Pero su excitación se esfumó enseguida, cuando le volvió a mirar a la cara. Por muy sensual que hubiera sido su comentario, Lucca solo estaba pensando en sus negocios.
–Majestad…
Delphie dejó la frase en suspenso al ver que él sacaba una hoja doblada de un bolsillo, y la ponía sobre la enorme mesa, sin dejar de mirarla a los ojos.
–¿Qué es eso? –preguntó ella con voz temblorosa.
–Míralo y saldrás de dudas.
Delphie casi tuvo miedo de mirar, porque sabía que aquella hoja sería otro golpe al centro de su ser. Se había engañado al pensar que podía estar a la altura de Lucca, y se sentía como si unas cuerdas se estuvieran cerrando alrededor de su cuerpo.
A pesar de ello, respiró hondo y miró la hoja. Los ojos se le humedecieron, y la palabras se volvieron borrosas; pero se quedaron grabadas en su mente.
–No… –dijo en voz baja, incapaz de creerlo.
–¿A qué se debe tu objeción? –preguntó él, jugando con ella como si fuera una presa y él, un depredador–. ¿A tener la prueba ante tus propios ojos? ¿O a que he segado la hierba bajo tus pies?
Ella alzó la vista.
–Has sido tú. Lo habías planeado –le acusó.
Lucca se llevó una mano a la boca, impidiendo que Delphie pudiera ver su sonrisa. Pero supo que estaba sonriendo. Había vencido, y no iba a desperdiciar el placer de ese momento.
–¿Qué he planeado exactamente? ¿Ofrecerte un trabajo lucrativo que te sacará temporalmente del agujero en el que tú misma te has metido? ¿O asegurarme de que lo que pase después esté bajo mi control? Porque si te refieres a eso, sí, es verdad. En los dos casos.
–No puedo creer que él…
–Supongo que te refieres a Buckman, claro –dijo Lucca.
Delphie tragó saliva. Había intentado convencerse de que Hunter no había vendido las acciones al rey de San Calliano, sino a alguno de los muchos multimillonarios del país. Pero, en el fondo de su corazón, sabía que su amigo la había traicionado. Y ahora tenía la prueba ante sus ojos.
–Has comprado sus acciones.
–Sí, todo el lote. Lo suficiente para controlar la empresa.
Ella se volvió a estremecer. Lucca le había arrebatado lo único que le importaba, lo único que había impedido que se hundiera en la desesperación.
–¿Por qué? –acertó a preguntar.
Lucca la miró con frialdad.
–Porque podía.
–¡Porque quieres que me someta a ti! –bramó ella.
Él asintió y se pasó un dedo por el labio inferior.
–Sí, cara. También por eso.
–¿Ni siquiera te vas a molestar en negarlo?
Lucca se encogió de hombros.
–¿Por qué lo voy a negar, si es la verdad?
–Pero ¿por qué? –insistió ella.
–Porque quiero que hagas exactamente lo que Rachel te ha dicho.
Delphie frunció el ceño.
–¿Has pagado ciento veinte millones de dólares para que haga un trabajo de tres millones? No tiene sentido.
–Claro que lo tiene –replicó él–. Por muy deliciosa que seas, no vales tanto dinero, cara. El festival solo será el principio. Quiero que también te encargues de otras cosas.
–¿Y si me niego?
–Si te niegas, los patrocinadores por cuyo dinero has luchado tanto serán el menor de tus problemas –declaró, tajante.
–¿Qué quieres que haga exactamente?
Él se levantó y se apoyó en la mesa, ocupando todo el centro de su visión, como si quisiera dejar bien claro que aquello iba en serio.
–Para empezar, que el rey abandonado deje de estar abandonado.
Ella lo miró con asombro.
–¿Lo has hecho por eso? ¿Por salvar tu orgullo?
–Perdiste el derecho a preguntar por mis motivos cuando desapareciste de mi vida sin molestarte siquiera en informarme.
Delphie se quedó boquiabierta. Lo había hecho por eso. Y ahora, no tenía más opción que apelar a su parte buena, si es que había alguna parte buena en un hombre tan implacable.
–Lucca, yo…
–Majestad –la interrumpió él.
–Majestad, pensé que la nota sería suficiente.
–¿La nota que me enviaste dos meses después de desaparecer, junto con el regalo que yo te había hecho?
Delphie apretó los labios e intentó refrenarse, porque sabía que todo lo que había estado conteniendo en su interior estallaría al instante si empezaba a hablar.
No quería que Lucca supiera que su relación no había sido una aventura para ella, que había albergado la esperanza de que fuera mucho más. Tampoco quería que supiera que se había ilusionado al descubrir que estaba embarazada de él, aunque sus esperanzas saltaran por los aires con la visita de aquel cruel desconocido. Y, sobre todo, no quería que fuera consciente del motivo por el que había tardado en superarlo cuando se fue a Qatar.
–Sinceramente, no imaginé que mi marcha te importara tanto –replicó–. Pensé que seguirías con tu vida.
–Ya, pero me quedé en desventaja contigo, por raro que sea. Si me hubieras dado la oportunidad, te habría dejado ir con mucho gusto, y no habría vuelto a pensar en ti. Pero no me la diste –la acusó.
–Porque no necesitaba tu bendición. Ni quería nada de ti entonces ni lo quiero ahora.
Lucca se enderezó y caminó hacia ella. Delphie notó la intensidad de su mirada, pero no alzó la vista hasta que él se detuvo a su lado y le susurró al oído:
–¿En serio? En ese caso, no hay nada que negociar. La reunión ha terminado.
La cercanía física de Lucca la excitó de tal manera que se quedó momentáneamente inmóvil, maldiciendo a su cuerpo por reaccionar así. Cuando por fin pudo reaccionar, él ya había llegado a la puerta del despacho, y estaba a punto de abrirla.
–¡Espera!
Lucca se giró con la gracia y la elegancia de un hombre más que seguro de sí mismo, de un monarca acostumbrado a que sus súbditos le obedecieran.
–Dejemos una cosa clara. Ya no soy el hombre que conociste, cara. Te sugiero que revises tu inclinación a manipularme, sea con la argucia que sea.
Delphie se volvió a poner nerviosa. Jamás había considerado la posibilidad de manipularle. No cuando estaban juntos. Desde luego, su relación había sido verdaderamente apasionada, tan apasionada que Lucca estuvo con ella mucho más tiempo del que solía estar con sus amantes; pero, a decir verdad, Delphie se había hecho ilusiones sobre su futuro.
Y al final, le había salido el tiro por la culata.
–No se me ocurriría nunca –replicó–. Créeme.
–¿Que te crea? Me engañaste una vez, pero no me volverás a engañar. No soy tonto, cara. Créeme –se burló.
Ella respiró hondo y se lamió los labios, intentando mantener la compostura.
–¿Podemos hablar como adultos? Estoy más que dispuesta a oír tu versión.
Él se la quedó mirando durante un rato y, acto seguido, volvió al salón, se sentó en el sofá y dio una palmadita al cojín de al lado, invitándola.
–Siéntate –dijo.
Todas las células del cuerpo de Delphie se alzaron en rebeldía. Deseó marcharse, ir a su habitación, hacer la maleta y mandarle definitivamente al infierno. Si conseguía plaza en el siguiente avión, estaría en su piso de Qatar a medianoche. Aunque, puestos a elegir, prefería alquilar el deportivo más rápido del lugar y conducir hasta que sus preocupaciones se esfumaran entre la adrenalina y un motor de varios cientos de caballos de potencia.
Lamentablemente, su rebelión mental no duró más de un minuto y, para empeorar las cosas, tuvo que soportar la sonrisa irónica de Lucca, que seguía dando golpecitos al cojín. Era obvio que había adivinado sus pensamientos y que estaba seguro de poder salirse con la suya.
Al final, Delphie se acercó al sofá. Pero, en lugar de sentarse donde le estaba indicando, se acomodó en el extremo más alejado.
–Aceptarás mi oferta –dijo él–. Mis consejeros afirman que eres la mejor candidata posible, y estoy de acuerdo con ellos.
Delphie no se engañó a sí misma. Aquello no era un halago. Sus intenciones eran demasiado crueles para serlo.
–Rachel me ha hablado del trabajo. ¿Seguro que no habrá cambios de última hora?
Él entrecerró los ojos.
–¿Cambios?
–Sí, como decidir que una semana se convierta en dos, o que me vea obligada a trabajar en horas intempestivas.
–Bueno, el trabajo de modelo implica cierta flexibilidad… Lo sabes de sobra, porque ha sido tu profesión –le recordó Lucca–. ¿Por qué te preocupa de repente?
–Porque tengo una vida que vivir. Una que has interrumpido con tus demandas.
Lucca la miró y dijo, con la suavidad de una serpiente invitando a un ratón a entrar en su guarida:
–Háblame de esa vida.
Delphie tuvo que hacer un esfuerzo para resistirse al deseo de revelarle su angustia.
–Esto no es una reunión social, Majestad. Mi vida es cosa mía.
Los ojos de Lucca se volvieron gélidos.
–Deberías tener cuidado, Delphine. No te conviene enemistarte conmigo. No ganarías nada –le advirtió.
–¿Ah, no? Dices que ya no eres el hombre que conocí y, por lo que he visto hasta ahora, es verdad. ¿No es lógico entonces que desconfíe de ti?
Lucca se encogió de hombros, pero sin dejar de mirarla con frialdad.
–Si no recuerdo mal, se atrapan más moscas con miel que con vinagre –comentó.
Ella ladeó la cabeza.
–¿Te estás comparando con las moscas? –dijo con sorna–. Pobrecitas.
Durante una milésima de segundo, los ojos de Lucca brillaron con humor. Y aquel destello momentáneo despertó la memoria de Delphie, quien se acordó de lo mucho que se habían reído cuando estaban juntos y de las profundas y sensuales carcajadas del hombre que estaba ante ella. Ahora era rey de San Calliano, pero antes había sido su amante, y sabía lo despreocupado y alegre que podía llegar a ser.
En cualquier caso, borró el recuerdo de sus pensamientos. Hurgar en el pasado no tenía ningún sentido.
–Si haces bien tu trabajo, nadie abusará de tu tiempo –declaró él.
Ella se sintió aliviada, aunque no hasta el extremo de relajarse. A fin de cuentas, aún no habían llegado al quid de la cuestión.
–Entonces, acepto.
Lucca se inclinó hacia delante y apoyó los codos en las rodillas. No parecía alegrarse de que hubiera aceptado su ofrecimiento. No había nada en su gesto que lo indicara. Tal como sospechaba Delphie, el trabajo era una excusa para ocultar sus verdaderas intenciones.
–Bene. Ya hemos puesto los cimientos de lo que viene a continuación.
Delphie se quedó helada.
–¿Y qué viene a continuación?
–La reparación del daño que causaste hace diecinueve meses con tu súbita desaparición.