Читать книгу E-Pack Bianca y Deseo marzo 2022 - Kira Sinclair - Страница 7
Capítulo 3
ОглавлениеLucca contempló la miríada de expresiones que cruzó el rostro de Delphie. Asombro. Alarma. Recelo. Indignación desaforada.
La conocía bien, y no le sorprendió que su expresión más bella fuera la última. Delphine Alexander era una mujer impresionante, pero siempre estaba más atractiva cuando se enfadaba o cuando daba rienda suelta a su feroz espíritu. Y ese era el motivo de que estuviera alargando su reunión más de lo previsto.
A decir verdad, le habría gustado que Delphie hubiera perdido parte de su belleza desde que le abandonó. Pero no la había perdido. Seguía siendo increíblemente atractiva. Seguía en posesión de un encanto asombroso que parecía empapar todas las capas de su ser y que, lejos de reducirse, había aumentado.
Cualquiera se habría dado cuenta de que el paso del tiempo le había sentado bien. Había borrado la parte más infantil de su juventud y la había transformado en una mujer adulta. Era más fuerte que antes. Era mucho más segura. Y Lucca sentía el deseo de zambullirse en ella e indagar en sus experiencias.
Quería saberlo todo sobre ella. Lo necesitaba del mismo modo en que necesitaba saber por qué habían sido tan fríos con él sus propios padres y, sobre todo, su madre. ¿Por qué se había mostrado tan indiferente con lo que pasaba bajo su techo? ¿Por qué se había lanzado a una persecución de placeres hedonistas, despreocupándose de todo lo demás?
Lucca se lo sacó de la cabeza. No era el momento más adecuado para interrogarse al respecto.
–¿Es una broma? –preguntó ella.
Él quiso reír. Y quiso taparse los oídos para no escuchar aquella voz intensa y sensual que le hechizaba tanto como su cuerpo.
Ahora sabía que se había escondido en Qatar cuando le abandonó, y casi sintió celos del sol de ese país, porque había oscurecido un poco su morena piel y le había dado un tono brillante que deseó explorar durante horas. Habría dado cualquier cosa por acariciarla, besarla, lamerla y descubrir si el sol había respetado algunas de sus curvas.
Excitado, se maldijo a sí mismo por pensar en esos términos y, tras recuperar la compostura, le dedicó otra sonrisa implacable.
–Te aseguro que nada de lo que pueda decir esta noche esconde ningún tipo de sentido del humor.
–Pero… pero ya no estamos juntos, Luc.
–Majestad.
–Majestad –se corrigió ella–. ¿Por qué te empeñas en castigarme? Solo soy una exnovia que puso fin a una relación.
Lucca se hizo la misma pregunta. ¿Por qué se empeñaba? Tal vez, porque Delphie había despreciado algo único, porque había estado a punto de convertirse en su consorte, en la persona con la que habría compartido todos sus días.
A punto.
O tal vez, porque la había querido tanto que ni siquiera se había atrevido a hablarle de sus padres, por miedo a parecerle imperfecto y a que el recuerdo de su infancia manchara un lugar sagrado para él.
–Sí, solo eres eso, pero había un protocolo que observar –replicó él–. Tu abrupta desaparición provocó un verdadero caos.
Ella entrecerró los ojos.
–No lo entiendo. ¿Por qué no emitiste un comunicado de prensa? Es lo habitual en esos casos, ¿no? –dijo con amargura.
Lucca sintió una punzada de vergüenza, y la sintió porque no se le había ocurrido esa posibilidad. Su marcha le había afectado tanto que casi llegó al extremo de prohibir a sus consejeros que hablaran de Delphine.
–¿Y qué habría pasado si hubieras reaparecido después con alguna historia que vender a los periódicos? Habría sido mucho peor. Habría llamado la atención de todo el mundo.
Delphie se puso furiosa.
–¿Vender una historia a los periódicos? ¿Yo? ¿En qué momento te di la impresión de ser capaz de hacer algo así? –preguntó, clavando en él sus preciosos ojos.
Él se volvió a encoger de hombros.
–El simple hecho de que te marcharas de ese modo demuestra que yo no te conocía de verdad. ¿Cómo iba a saber si eres o no eres capaz de hacer eso?
–¡Oh, vamos! Los hombres de tu posición no actúan únicamente a partir de datos y hechos. Lo sé porque tú mismo me lo dijiste. Dijiste que actúan por instinto, y no puedo creer que hicieras una excepción conmigo.
Lucca se maldijo para sus adentros. Sí, se lo había dicho varias veces. Y ahora lo lamentaba.
–Entonces era príncipe, y ahora soy rey. Ya no puedo confiar en cualquier persona que afirme ser inocente.
Delphie se levantó de golpe, ofreciéndole una visión arrebatadora de todas las curvas y valles de su metro setenta y siete de altura. La tela de su overol enfatizaba su liso estómago, sus piernas de modelo, la orgullosa protuberancia de sus senos, la perfección de unas nalgas trabajadas con ejercicios diarios y los largos y elegantes brazos que se aferraban a él en otros tiempos, apasionadamente.
Lucca se excitó sin poder evitarlo.
–No escurras el bulto –protestó ella–. ¿Qué está pasando de verdad? ¿Qué significa eso de reparar el daño?
Él tuvo que sacar fuerzas de flaqueza para refrenar el deseo, porque tenía que ser muy cauteloso con lo que estaba dispuesto a divulgar.
Sus asesores y su equipo de seguridad se habían tomado muchas molestias para impedir que se filtrara informaciones nocivas sobre las actividades de su madre; pero, para que sus planes tuvieran éxito, tenía que dejar inequívocamente claro a Delphie que no se podía negar a hacer lo que le pidiera.
–No sé si lo sabes, pero tu numerito estuvo a punto de causar un daño irreparable al Reino.
Delphie clavó en él sus ojos de color chocolate y se volvió a sentar, sorprendida.
–¿Cómo es posible? Lo único que hice fue marcharme. Comprendo que fuera algo nuevo para ti, pero de todas formas…
–No seas ingenua, Delphine. Quizá quisiste creer que nuestra relación era de lo más normal, por no sentirte abrumada con la experiencia, pero no lo era en absoluto. Yo no soy un don nadie. Y tú tenías determinadas obligaciones, empezando por la forma de separarte de mí.
Ella apretó los labios, y él se acordó de lo mucho que le gustaba mordisqueárselos cuando adoptaba ese gesto.
–En primer lugar, yo no estaba abrumada por…
–¿Ah, no? –la interrumpió.
–No –replicó, pero apartando la vista.
Lucca sonrió para sus adentros.
–En segundo lugar, no recuerdo que aceptara renunciar a mi vida a cambio de tener el honor de salir contigo –ironizó ella–. Además, no fui yo quien te buscó a ti, sino tú quien me buscaste a mí.
Él no se molestó en negarlo. Delphie se le había metido dentro desde el primer día, y de un modo tan intenso que no había tenido más remedio que dejarse llevar. De hecho, aquella pasión estaba lejos de haberse apagado. Aún la sentía en sus venas.
–Bueno, es cierto que no te expliqué la situación, pero eres una mujer inteligente. ¿No te diste cuenta de que seguíamos ciertos protocolos cuando estábamos juntos?
–¿Te refieres a no poder ir a un restaurante sin llamar por teléfono para que lo vaciaran antes de que llegáramos? ¿O a que tus guardaespaldas echaran a la clientela de las tiendas para que nosotros pudiéramos entrar? Y eso que solo eras príncipe. ¿Qué ocurre ahora, que eres rey? ¿Evacuan las ciudades para que tú puedas pisarlas?
Lucca quiso sonreír. Y tenía buenos motivos para ello, porque Delphine era la única persona que se atrevía a hablarle de aquella manera, sin miedo ni adulación. Decía lo que pensaba, y lo decía con una voz tan sexy que la encontraba irresistible.
–Por razones en las que no entraré ahora, siempre ha sido importante que mis relaciones no tengan nada que pueda parecer incorrecto –dijo él, cambiando de tema–. Tu comportamiento desató rumores que siguen socavando mi poder.
Ella frunció el ceño.
–¿Qué rumores?
Él apretó los dientes. No sabía qué le molestaba más, si el hecho de que no lo supiera o la necesidad de tener que rebajarse a contárselo.
–Rumores infundados a los que debemos poner fin –replicó.
–Y supongo que tienen algo que ver con tu oferta de trabajo, ¿verdad? Pero ¿cómo les vas a poner fin?
–Durante el festival, cuando lleves la colección de diamantes de San Calliano, me acompañarás a una serie de actos. Por supuesto, la gente lo sabrá y surgirán rumores nuevos, contra los que no haremos absolutamente nada.
Delphie se quedó perpleja.
–¿Para qué? ¿De qué te servirá?
–Pensaba que es evidente, cara. Pero, si no lo es, te lo explicaré de otra forma –dijo él–. Esta vez seré yo quien controle la narrativa. Y seré yo quien decida cuándo y dónde termina nuestra relación.
Delphie sacudió la cabeza.
–¿Pretendes que yo…?
Él guardó silencio.
–Ahora lo entiendo. No te intereso como modelo, sino como mujer. Quieres que crean que estoy perdidamente enamorada de ti.
–Sí, como la última vez.
Delphie bajó los párpados, ocultándole sus ojos. Lucca deseó que negara que todo había sido una farsa. Deseó que reconociera la pasión y la euforia que les había unido antes de que ella se marchara inexplicablemente de su vida y de su cama.
Pero se limitó a respirar hondo y a alzar su orgullosa barbilla.
–Parece que tienes un problema de relaciones públicas. Pero ¿por qué tengo que ayudarte? –dijo Delphie, desafiándolo.
–Para empezar, porque me debes una explicación. Y aún no me la has dado.
Lucca pensó que Delphie se estaba comportando como su madre, respondiendo con indiferencia cada vez que le preguntaba por qué actuaba de ese modo. Era como si no le importara en absoluto, como si él no importara. Y, para empeorar las cosas, le dio la espalda igual que lo había hecho ella en infinidad de ocasiones.
Mientras Delphie miraba las brillantes luces de la ciudad, Lucca reflexionó brevemente sobre algunos aspectos de su relación. Habían estado juntos cuando él ejercía labores diplomáticas, que le obligaban a estar en Sudamérica y los Estados Unidos. Solo habían ido una vez a San Calliano, y solo porque su padre había exigido su presencia.
Durante su estancia en el Reino, él la mantuvo en su residencia privada, lejos de palacio y, tras hablar con su padre, se la llevó de allí. No se podía decir que hubiera intentado presentarle a su familia. No precisamente. Pero ¿por qué? ¿Porque tenía miedo de que el sórdido pasado de los suyos la asustara y provocara una ruptura?
Quizá.
Pero ya no tenía importancia. Ahora era rey. Su prioridad era el pueblo de San Calliano, y debía acabar con los rumores que amenazaban al país.
–Todas las relaciones terminan en algún momento –dijo ella, girándose hacia él–. Me pareció que mi nota era bastante explícita.
–¿Explícita? Tal vez, pero solo en el sentido de que parece indicar que te sientes con derecho a romper cualquier relación amorosa sin tener la cortesía de dar explicaciones –replicó él, haciendo un esfuerzo por refrenar su enfado.
–¿Y por qué teníamos que hacer una autopsia a nuestra relación? ¿No podías aceptar que yo estaba a disgusto, simplemente? ¿No podíamos seguir con nuestras vidas, sin más?
–¿Que estabas a disgusto? –dijo Lucca, atónito–. Te recuerdo que la noche inmediatamente anterior a tu marcha hicimos el amor en mi dormitorio y te aferraste a mi espalda mientras me rogabas entre gritos y gemidos que siguiera adelante, que no me detuviera. Engáñate a ti misma si quieres, dolcezza, pero no insultes a mi inteligencia con tus mentiras.
Ella carraspeó.
–Sí, bueno, eso es cierto… pero el sexo no lo es todo.
–Puede que no, pero era algo particularmente intenso entre nosotros. Y dudo que eso cambiara de la noche a la mañana.
Delphie guardó silencio.
–¿Por qué te fuiste, Delphine? ¿Qué cambió tan repentinamente?
En lugar de responder, ella intentó pasar a su lado, pero él la agarró de la muñeca y la detuvo.
–Cuanto más te niegues a darme una explicación, más decidido estaré a conseguirla –le advirtió él.
–¿Por qué te importa tanto?
–Porque detesto los subterfugios y los secretos. Prefiero conocer el terreno que piso –contestó–. Además, no habrías terminado en esta situación si no te hubieras comportado de ese modo. Ocultarme cosas solo servirá para que yo cave más hondo. ¿Eso es lo que quieres?
–Ya no disfrutaba de tu compañía. ¿Te parece explicación suficiente?
Lucca no se dejó engañar con la nueva cortina de humo de Delphie, cuyo pulso se aceleró bajo sus dedos. Y como se había cansado de mentiras, hizo exactamente lo que se había prometido a sí mismo que no haría. ¿Cómo no, si le estaba volviendo loco con su aroma a rosas y su cercanía física, empezando por la proximidad de sus suculentos labios?
Asaltó su boca sin más intención que la de sabotear sus falsedades, pero las cosas se complicaron. Todo se complicaba con aquella mujer. Era sencillamente exquisita. Y aunque él fuera rey, seguía siendo un simple hombre.
Un simple hombre con mucha experiencia.
La besó con tanta pasión que le arrancó un suspiro de placer. Al oírlo, estuvo a punto de soltar un rugido de triunfo, pero se contuvo y llevó la mano a uno de sus senos, cuyo excitado pezón empezó a frotar.
Delphie se estremeció, tan ansiosa como él por seguir adelante. Y Lucca, que se acordaba de todas las veces que había soñado con ella durante los meses anteriores, se sintió inmensamente gratificado cuando la sintió apretarse contra su erección.
Poco a poco, el prolongado beso dejó de ser un juego y los empujó hacia otra de las abrumadoras experiencias sexuales que tenían cuando estaban juntos. Solo entonces, Lucca apartó las manos de su cuerpo, rompió el contacto con su boca y dio un paso atrás, aunque a regañadientes.
–¿Lo ves? Acabo de demostrar que no me dejaste por el sexo.
–Eres un canalla –dijo ella, furiosa.
Lucca la miró y se alejó un poco más, porque tenía miedo de dejarse llevar por el deseo si no ponía tierra de por medio.
–Esto es lo que va a pasar: Cuando termine el festival, volverás con tu equipo; y cuando termine la última carrera de verano, que si no recuerdo mal es en agosto, volverás a San Calliano y te quedarás en palacio. Será a todos los efectos como si volviéramos a ser pareja –afirmó–. Nos separaremos después, tras asegurarnos de que los rumores se han desvanecido.
–¡Eso es inaceptable! ¡No puedo renunciar a mi vida por ti!
–Por desgracia, es lo que espero y exijo.
–¿Y qué obtendré yo cuando termine la farsa?
–Me encargaré de que tu equipo no siga perdiendo patrocinadores, y añadiré unos cuantos millones más para asegurar su supervivencia –contestó Lucca–. Si os apoyo públicamente, no volveréis a tener problemas.
–Eso es extorsión –protestó ella.
–No, es una negociación. Tú tienes algo que yo quiero y yo tengo algo que tú quieres. ¿En qué se diferencia de una transacción normal?
Ella respiró hondo y, al cabo de unos segundos, dijo:
–Está bien. Pero, si acepto esa transacción, no habrá sexo entre nosotros, nada ni remotamente parecido a lo que acaba de pasar.
–¿Seguro que quieres rechazar tus propias necesidades?
–Ya me encargaré yo de mis necesidades.
Él la miró con rabia.
–Come l’inferno lo farai! ¡De ninguna manera! –bramó–. ¡Nuestro acuerdo quedará roto como se te ocurra acercarte a otro hombre! Y no solo quedará roto, sino que me aseguraré de que tú…
–Tranquilízate –lo interrumpió–. Soy consciente de que no puedo salir con otros hombres mientras finjo que estoy enamorada de ti. Al decir lo de mis necesidades me estaba refiriendo a mi vibrador.
Él la miró con asombro.
–¿Un juguete sexual?
Delphie arqueó una de sus perfectas cejas.
–Pareces sorprendido… Pero no estamos en la Edad Media, sino en el siglo XXI.
A decir verdad, Lucca estaba más que acostumbrado a los juguetes sexuales. De hecho, los había utilizado con sus amantes en alguna ocasión. Pero, curiosamente, no se le había ocurrido la posibilidad de que Delphie los utilizara.
En cualquier caso, no estaban allí para hablar de su vida sexual, así que borró las tórridas imágenes que se estaban empezando a formar en su mente.
–¿Significa eso que accedes a mis demandas?
–Sí, pero quiero que todo esté por escrito. Para que no haya malentendidos.
Lucca se sintió aliviado.
–Por supuesto.
Justo entonces, ella volvió a dudar. Sin darse cuenta de lo que hacía, clavó la vista en sus labios y, a continuación, en la abertura superior de su camisa.
Lucca lo notó, y sonrió para sus adentros.
Definitivamente, Delphine no era inmune a sus encantos. Y su negativa a acostarse con él aumentaba el interés de la pequeña farsa que iban a interpretar, porque Lucca estaba decidido a atacar una y otra vez sus defensas y conseguir dos cosas: la primera, que se tragara sus palabras y la segunda, que le diera la explicación que merecía.
Momentos después, ella alzó la vista y dijo:
–Entonces, trato hecho.
A la mañana siguiente, mientras leía los documentos del contrato, Delphie se preguntó por qué había aceptado su oferta.
Los tres abogados de aspecto estoico que estaban en la sala no le incomodaban demasiado, pero no podía decir lo mismo del hombre que lo había orquestado todo. Había alterado su mundo de tal manera que se había quedado despierta hasta altas horas de la madrugada, preguntándose si no habría cometido un inmenso error.
Lucca estaba tan elegante como la noche anterior; pero, en lugar de un traje oscuro, llevaba uno de color claro, aunque también sin corbata. Tenía barba de dos días, que enfatizaba sus masculinos labios y la hacía particularmente consciente de todas las palabras que salían de ellos. Pero lo que más le llamó la atención fue su pelo. Con el arrobamiento de la noche anterior, no se había dado cuenta de que lo llevaba más largo.
–¿Delphine?
Delphie se sobresaltó al oír la voz de Lucca.
–¿Sí?
Los abogados fruncieron el ceño, molestos sin duda con el hecho de que no le hubiera dedicado el título de Majestad, pero ella hizo caso omiso. Ya se había equivocado al aceptar ese absurdo trato. ¿Qué importaba un error más?
–¿Está todo bien? –preguntó Lucca.
Delphie notó un tono duro en su voz, pero no le extrañó. Al fin y al cabo, llevaba cinco minutos mirando los documentos. Después de haberlos leído y releído durante una hora.
Ya no podía retrasarlo más.
–Sí, lo está –contestó.
Delphie firmó en el lugar indicado. Los abogados validaron el acuerdo y, a continuación, le dieron una copia a ella, hicieron una reverencia a su rey y se fueron.
Segundos más tarde, ella se levantó de la silla y se acercó a la ventana, donde dejó que el sol matinal calentara su piel sin más intención que sobreponerse a la mirada de Lucca, quien la observaba con intensidad leonina.
Los pantalones de color dorado oscuro y el top sin mangas ni espalda que se había puesto eran perfectos para el cálido clima de San Calliano, pero el escrutinio del rey le provocó un tipo de calor muy diferente.
Las prendas que había elegido dejaban demasiada piel al desnudo y, cada vez que Lucca la admiraba, su admiración resonaba en lo más profundo de su pelvis. Era tan sensual como sus besos. Y de lo más desconcertante, porque Delphie se había llegado a convencer de que ya era inmune a sus encantos.
Desgraciadamente, se había equivocado. Lucca solo tenía que ponerle un dedo encima para excitarla sin remedio.
–Bueno, ¿qué hacemos ahora? –preguntó ella, incapaz de soportar el silencio.
–Desayunar juntos mientras mis empleados llevan tus cosas a palacio.
Ella se estremeció.
–¿Tan pronto? Creí entender que no sería necesario hasta después del festival.
Él se encogió de hombros.
–Y entendiste bien, pero me han informado de que hay problemas de alojamiento en la ciudad. Por lo visto, los hoteles no tienen suficientes habitaciones libres –replicó–. Además, la colección que tendrás que enseñar está en el palacio, y conviene que tú también estés allí, por motivos de seguridad.
Delphie estuvo a punto de perder la calma. Esperaba tener unos cuantos días de sosiego, los necesarios para recuperarse del golpe de tentación que la había tumbado la noche anterior. Pero perder la calma no serviría de nada. Había firmado un acuerdo, y solo se trataba de cumplirlo y de volver después a su nueva vida, a una nueva vida que la reconectaba con su amado padre, con el padre que había perdido.
Justo entonces, apareció el mayordomo asignado a la suite real e hizo una reverencia.
–¿Qué desean desayunar, Majestad? –preguntó.
Lucca se giró hacia ella y arqueó una ceja, invitándola a responder.
–Para mí, un café descafeinado con leche, una tortilla francesa y algo de fruta. Su Majestad tomará cereales, uvas y un café solo –dijo–. Llévelo a la terraza, por favor.
–Por supuesto, madame.
El mayordomo, que no mostró sorpresa alguna ante el hecho de que conociera los gustos del rey en materia de desayunos, hizo otra reverencia y se marchó.
Incapaz de resistirse, Delphie miró a Lucca. Estaba sonriendo.
–Vaya, disfrutas ejerciendo tu poder, ¿eh? –comentó con sorna.
–No estoy de humor para jueguecitos –dijo ella.
Delphie notó un extraño vacío en el estómago. Tal vez, porque se había traicionado a sí misma al recitar sus gustos matinales con tanta exactitud. Parecía indicar que no había olvidado nada de su relación y que no le había abandonado por falta de interés.
Ansiosa por escapar de sus propias y tumultuosas emociones, se dirigió al balcón que daba a la enorme terraza.
–Eres consciente de que la gente ya ha empezado a hablar, ¿verdad? –dijo él, siguiéndola.
–¿No es lo que querías? Cuanto antes empecemos, antes terminaremos.
El rostro de Lucca perdió hasta el último atisbo de humor, dejando una dura y fascinante escultura que Delphie quiso explorar con los dedos. De hecho, salió al exterior para no caer en la tentación.
Sin embargo, Lucca llegó antes a la mesa de la terraza, y le apartó una silla. Mientras ella se sentaba, él se inclinó y se quedó tan cerca de su cara que casi se rozaban.
–Puede que tengamos un acuerdo, pero será mejor que no me busques las cosquillas, cara –dijo en voz baja.
Delphie notó su aliento en el cuello y en la curva de un hombro, y le arrancó un escalofrío que no pudo ocultar. Además, le conocía lo suficiente como para saber que nunca amenazaba en vano. Su relación había sido tan apasionada como si quisieran vivir toda una vida en unos cuantos momentos, pero eso no había impedido que captara algún destello ocasional de su férrea fortaleza, la que iba a necesitar después para dirigir el próspero Reino mediterráneo.
Uno de esos destellos había sido más flagrante que los demás. Fue poco después de que el padre de Lucca le pidiera que viajara a San Calliano. Lucca no le llegó a contar el motivo del viaje, pero se comportó de un modo tan severo durante su estancia que casi tuvo miedo de él. Y esa misma severidad brillaba ahora en sus ojos, recordándole que estaba con un depredador que sabía aprovechar cualquier debilidad.
–Supongo que no querrás prolongar esto más de la cuenta –comentó ella.
–Tengo que proteger la reputación del Reino, y puedes estar segura de que haré lo que sea necesario para conseguirlo –replicó–. Siéntate de una vez.
Ella terminó de sentarse y, a continuación, alcanzó la jarra de zumo de naranja. Luego, se la ofreció a Lucca, pero él sacudió la cabeza, así que Delphie se sirvió un vaso.
–¿Por qué te ha dado por las carreras de coches?
Delphie parpadeó, sorprendida.
–¿Cómo?
–El mundo de las carreras está en las antípodas del mundo de la moda. La mayoría de las modelos crean su propia agencia o marca de ropa, y generalmente se quedan en su sector. ¿Por qué elegiste algo tan curioso?
Ella apretó los labios. No sentía el menor deseo de darle explicaciones. En primer lugar, porque no quería compartir cosas personales con él y, en segundo, porque su animosidad era más que evidente. Pero ya le había irritado demasiado y, por si eso fuera poco, el futuro de la escudería dependía de él, así que contestó.
–Mi padre era mecánico. Podía arreglar cualquier tipo de motor, pero le gustaban especialmente los coches clásicos. Aprendí mucho de él.
Lucca entrecerró los ojos.
–¿Por qué hablas de tu padre en pasado?
Delphie suspiró.
–Porque murió cuando yo tenía doce años.
–Oh. Condoglianze…
El inesperado pésame de Lucca la relajó un poco.
–Gracias.
–¿Y tu madre?
–Sigue viva. Reside en Londres –dijo sin más.
El mayordomo reapareció con el desayuno, y ella aprovechó la corta interrupción para cambiar de conversación.
–¿Cuál es mi primera tarea?
Lucca guardó silencio durante unos segundos y dijo:
–La inauguración del festival, en el Museo de Arte de San Calliano. Se celebrará mañana por la mañana, a las diez. Interpreta bien tu papel, porque habrá un montón de periodistas.
–No te preocupes. Sé proyectar la imagen que se espera de mí –dijo con orgullo.
Lucca la miró con sorna.
–Vaya, veo que tienes talento para muchas cosas. Y no todas son apetecibles.
Su voz tenía un fondo de amargura, y Delphie sintió un nuevo tipo de inquietud, uno que surgía directamente del hombre que la había llevado a las cimas más altas de la felicidad para arrojarla después al pozo de la desesperación.