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La vocación de Pedro

Lucas 5:10, RVR1960

«Pero Jesús dijo a Simón: No temas, desde ahora serás pescador de hombres».

Introducción

Este relato de Lucas 5:1-11 tiene como escenario el «lago de Genesaret» (Luc. 5:1). Juan 6:1 lo describe como: «Después de esto, Jesús fue al otro lado del mar de Galilea, el de Tiberias» (Jn. 6:1).

Como personaje principal de este relato tenemos a Jesús mismo, como personaje secundario a Simón Pedro (Lc. 5:3-5, 8, 10), y como personajes de apoyo tenemos a los hermanos pescadores Jacobo y Juan (Lc. 5:10).

El argumento de la historia es una noche de pesca sin resultados (Lc. 5:4, 5), pero Simón Pedro en fe creyó y obedeció la palabra del Señor Jesús (Lc. 5:5). La red se llenó de peces y no se rompió (Lc. 5:6).

La tríada de Jacobo, Juan y Pedro solicitaron ayuda de la otra barca (Lc. 5:7), y llenaron de pescados las dos barcas y estuvieron en peligro de hundirse (Lc. 5:7).

Simón Pedro ante Jesús confesó su pecaminosidad (Lc. 5:8), y Jesús le confirió su vocación de ganar seguidores para Él (Lc. 5:10). La historia lucanina termina diciendo que aquellos pescadores «dejándolo todo, le siguieron» (Lc. 5:11).

1. El objeto de la pesca

«Aconteció que estando Jesús junto al lago de Genesaret, el gentío se agolpaba sobre él para oír la palabra de Dios. Y vio dos barcas que estaban cerca de la orilla del lago, y los pescadores, habiendo descendido de ellas, lavaban sus redes» (Lc. 5:1-2).

La atracción de Jesús: «... el gentío se agolpaba sobre él para oír la palabra de Dios...» (Lc. 5:1). Jesús de Nazaret fue un imán social y espiritual para las multitudes, que se agrupaban alrededor de Él y lo seguían; este es el caso de esta historia.

Aunque Jesús era Dios, en su ministerio terrenal fue siempre un expositor de «la palabra de Dios»; en sus dichos y expresiones Él revelaba la misma, lo que Él decía fue siempre «la palabra de Dios».

Todos podemos hablar «la palabra de Dios», cuando predicamos la Biblia o cuando el Espíritu Santo nos revela la mente y voluntad de Dios mediante el espíritu de la profecía. Pero no todo lo que decimos es «la palabra de Dios», aunque nos basemos en las Sagradas Escrituras. Jesús de Nazaret siempre habló «la palabra de Dios».

Si algo debe atraer a las multitudes debe ser la exposición de «la palabra de Dios». Las manifestaciones espirituales son buenas, estimulan nuestra relación con el Espíritu Santo, pero no pueden ponerse por encima de «la palabra de Dios».

La observación de Jesús: «... Y vio dos barcas que estaban cerca de la orilla del lago y los pescadores, habiendo descendido de ellas, lavaban sus redes» (Lc. 5:2).

La primera disciplina de los pescadores (Lc. 5:2): «... y los pescadores, habiendo descendido de ellas, lavaban sus redes». Ellos, como pescadores, habían desarrollado la disciplina de su ofició de remendar las redes. Es difícil pescar, según creo, con redes sucias, las redes sucias ahuyentan o alejan a los peces. Como pescadores del reino debemos lavar nuestras redes, tener limpias nuestras vidas.

Los pescadores acababan de bajar de aquellas dos barcas. Tan pronto descendieron se pusieron a lavar las redes, las estaban preparando para la pesca de la noche. La preparación debe anteceder a cualquier trabajo que vayamos a realizar, tanto secular como espiritual.

La acción de Jesús: «Y entrando en una de aquellas barcas, la cual era de Simón, le rogó que la apartase de tierra un poco; y sentándose, enseñaba desde la barca a la multitud» (Lc. 5:3).

De las dos barcas, Jesús escogió la barca que pertenecía a Simón Pedro; aquí se le llama por su nombre hebreo «Simón». E inmediatamente le pidió por favor al discípulo que alejara la barca un poco de la orilla. Su petición fue, «... le rogó...». Jesús siempre fue y es un Caballero Espiritual en su trato con sus semejantes. No obliga a nadie para que se convierta. Tampoco obliga a nadie para que le sirva.

Jesús de Nazaret entró en la barca de Simón Pedro. Esa barca era la empresa de este discípulo. Y el Señor Jesucristo desea utilizar muchas de nuestras mini o macro empresas como medios o herramientas para que el evangelio y las misiones alcancen a los inconversos.

Allí, se sentó en la barca, y comenzó a enseñar desde la misma. Hizo de esta barca su tarima flotante para impartir su cátedra pedagógica. El buen maestro o predicador del evangelio, enseña desde cualquier lugar a los discípulos. ¿Deseas que Jesús el Galileo, escoja la barca de tu vida para la gran pesca en el mar de este mundo? Déjalo entrar y que se transforme en el Capitán de tu vida.

2. La orden de la pesca

«Cuando terminó de hablar, dijo a Simón: Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar» (Lc. 5:4). Una vez finalizada su enseñanza el Señor Jesús le dio esta orden a Simón Pedro, dueño de la barca para que su barca se metiera más adentro del mar:

Para los de Genesaret era su lago: «Aconteció que estando Jesús junto al lago de Genesaret, el gentío se agolpaba sobre Él para oír la palabra de Dios» (Lc. 5:1).

Para los de Tiberias era su mar: «Después de esto, Jesús fue al otro lado del mar de Galilea, el de Tiberias» (Jn. 6:1). «Después de esto, Jesús se manifestó otra vez a sus discípulos junto al mar de Tiberias; y se manifestó de esta manera» (Jn. 21:1).

Para todos era el mar de Galilea: «Pasó Jesús de allí y vino junto al mar de Galilea; y subiendo al monte, se sentó allí» (Mt. 15:29). «Volviendo a salir de la región de Tiro, vino por Sidón al mar de Galilea, pasando por la región de Decápolis» (Mc. 7:31).

Su nombre hebreo es Kineret, de «kinor», que significa arpa y corresponde a la forma de este lago. Su área es 64.09 millas cuadradas, un largo de 13.05 millas con unas 7.45 millas de ancho; su profundidad es de unos 212 a 260 metros con respecto a nivel del mar.

«... boga mar adentro...». La buena pesca, la pesca abundante, no se realiza en la orilla sino «mar adentro». El ganador de almas, bogará bien adentro, donde esté la necesidad, donde se encuentre la gente necesitada y hambrienta de Dios, que esperan que alguien con corazón de pescador se atreva a llegar allí.

Muchos se conforman con estar en la orilla. No desean remar a lo profundo. Desean alcanzar todo desde la periferia, desde afuera y no desde «adentro». Es tiempo de profundizar más en la Palabra; de ahondar más en la oración, de meternos bien adentro en el servicio del reino de Dios aquí en la tierra.

La orden de pescar, aunque la barca era de Simón Pedro, le fue dada a él, a Jacobo y a Juan. ¡Ganar almas no es trabajo exclusivo o responsabilidad única del pastor, lo es del co-pastor y de cualquier otro líder, lo es del líder y de los subalternos, lo es de todos los creyentes!

«... y echad vuestras redes para pescar». El carpintero-albañil de experiencia le enseña a los pescadores de experiencia, que la pesca está en lo profundo. Cada uno de nosotros tenemos alguna red que nos pertenece, y el Señor desea que la echemos y que pesquemos. Si predicamos, pesquemos. Si enseñamos, pesquemos. Si somos líderes, pesquemos. Si nuestro trabajo es ministerial, pesquemos. Si nuestro trabajo es secular, pesquemos. A todos se nos ha dado una red y debemos utilizarla obedeciendo la voz de Jesucristo.

Simón Pedro, a pesar de la orden del Maestro, tuvo que admitirle al Señor que esa no fue una noche de pesca. Ya lo habían intentado toda la noche, con malos resultados. Trabajaron mucho pero sin pesca: «Pedro respondió: Maestro, toda la noche estuvimos trabajando muy duro y no pescamos nada. Pero, si tú lo mandas, voy a echar las redes» (Lc. 5:5, TLA).

Aun los más experimentados tendrán sus días sin buenos resultados. Echarán las redes, pero les regresarán vacías. ¡Pero no paremos de echar redes aunque vengan vacías! La perseverancia trae éxito.

Aunque Simón Pedro era un pescador de experiencia, puso la experiencia de lado y declaró por fe: «… más en tu palabra echaré la red» (Lc. 5:5). Tenga fe en la palabra del Señor Jesucristo, tenga fe en las promesas de la Biblia, tenga fe confiando que verá milagros en su vida.

Tres echaban la red de cada uno, pero solo Simón Pedro se atrevió a creer la «palabra» de Jesús. Él creyó y obedeció esa «palabra» que alimentaba su fe. ¡Crea en lo que Dios dice en la Biblia, y actué basado en la misma! ¡Muévase en la Palabra y verá resultados por la Palabra!

3. El milagro de la pesca

«Y habiéndolo hecho, encerraron gran cantidad de peces, y su red se rompía» (Lc. 5:6).

Simón Pedro se movió en la Palabra y vio un milagro grande de Dios. Su red atrapó una enorme «cantidad de peces». Si echamos la red por nuestra cuenta no pescaremos nada. Si la echamos porque Jesús nos ordenó echarla, la pesca será grande, abundante y milagrosa. Llegará el momento en que la red se hará pequeña, parecerá que se quiere romper. Movernos en los principios de Dios traerá grandes resultados.

Vienen días y noches de mucha pesca para muchos que han estado echando la red sin resultados; veo en el espíritu redes llenas, cargadas, que parecen romperse a causa de pescas milagrosas. Aquellos ministerios y congregaciones que se muevan en la Palabra pescarán tanto que otros tendrán que ayudarles y se beneficiaran de su peca.

Era tal la pesca, que los tres discípulos, incluyendo a Simón Pedro, tuvieron que pedir ayuda a los que estaban en la otra barca. De no compartir esa pesca, la misma podía peligrar, llegando de regreso sin nada.

«Entonces hicieron señas a los compañeros que estaban en la otra barca, para que viniesen a ayudarles; y vinieron, y llenaron ambas barcas, de tal manera que se hundían» (Lc. 5:7).

Otras barcas necesitan que les hagamos «señas» y que invitemos a otros a compartir la pesca que hemos logrado. Muchos son muy egoístas, si ellos no pueden con la pesca, la dejan escapar pero no la comparten con otros «compañeros».

Veamos esa expresión «a los compañeros». No veamos a otros pescadores como competencia, como adversarios, como contrincantes, veámoslos como nuestros «compañeros». Invita a otros «compañeros» a participar de tus bendiciones.

Observemos, «... para que viniesen a ayudarles». El orgulloso no pide ayuda cuando la necesita, el humilde pide ayuda. Pescas gigantescas exigen buscar la ayuda de otros. ¡Deja que otros te ayuden! Si no pedimos ayuda la pesca se nos hundirá o nosotros nos hundiremos con ella.

Como resultado ambas barcas se llenaron de la pesca, y las dos parecían «que se hundían». ¡Hubo bendición para todos! Tenemos que compartir la pesca con otros, y nosotros tendremos demás y otros también.

4. La confesión por la pesca

«Viendo esto Simón Pedro, cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador» (Lc. 5:8).

Simón Pedro el pescador del lago de Genesaret quedó profundamente impactado por esta pesca milagrosa. Los milagros deben llevarnos a una relación más profunda con el Señor Jesucristo.

Este acontecimiento, según el informe lucanino, produjo un sentido de confesión espiritual en Simón Pedro. Él confesó diciendo: «Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador». La santidad del Hijo de Dios hizo a Simón Pedro sentirse inadecuado, sucio espiritualmente, ante la presencia de Jesús.

Simón Pedro sintió que el Señor Jesús no podía estar cerca de él. Le pidió que se apartara de su lado. Esto demuestra la sinceridad y necesidad espiritual en este discípulo.

Simón Pedro sintió que era un pecador. Él gritó y dijo: «... porque soy hombre pecador». Jesús nos aleja del pecado o el pecado nos aleja de Jesús. Al pescador admitir su condición de pecador, le permitió a Jesús ofrecerle la oferta de su gracia, su misión de amor y los beneficios de su futuro sacrificio en el Calvario.

Cuanto más cercanos estemos de la presencia del Señor Jesucristo, más sentiremos nuestra propia pecaminosidad. La santidad nos hace sentir que necesitamos el perdón y la misericordia de Dios.

Un san Agustín de Hipona en su libro de las Confesiones, deja ver su gran necesidad de Dios:

V, 5. ¿Quién me concederá descansar en ti? ¿Quién me concederá que vengas a mi corazón y le embriagues, para que olvide mis maldades y me abrace contigo, único bien mío? ¿Qué es lo que eres para mí? Apiádate de mí para que te lo pueda decir. ¿Y qué soy yo para ti, para que me mandes que te ame y si no lo hago te aíres contra mí y me amenaces con ingentes miserias? ¿Acaso es ya pequeña la misma miseria de no amarte? ¡Ay de mí! Dime, por tus misericordias, Señor y Dios mío, qué eres para mí. Di a mi alma: «Yo soy tu salvación». Que yo corra tras esta voz y te dé alcance. No quieras esconderme tu rostro. Muera yo para que no muera y para que lo vea.

V, 6. Angosta es la casa de mi alma para que vengas a ella: sea ensanchada por ti. Ruinosa está: repárala. Hay en ella cosas que ofenden tus ojos: lo confieso y lo sé; pero ¿quién la limpiará o a quién otro clamaré fuera de ti: De los pecados ocultos líbrame, Señor, y de los ajenos perdona a tu siervo? Creo, por eso hablo. Tú lo sabes, Señor. ¿Acaso no he confesado ante ti mis delitos contra mí, ¡oh Dios mío!, y tú has remitido la impiedad de mi corazón? No quiero contender en juicio contigo, que eres la Verdad, y no quiero engañarme a mí mismo, para que no se engañe a sí misma mi iniquidad. No quiero contender en juicio contigo, porque si miras a las iniquidades, Señor, ¿quién, Señor, subsistirá? (San Agustín, Confesiones, Libro Primero).

La madre Teresa de Calcuta en sus cartas reconoce su indignidad espiritual:

Dios me está llamando, indigna y pecadora como soy. Estoy deseando ardientemente darle todo por las almas. Todos van a pensar que estoy loca después de tantos años, por empezar una cosa que me va a acarrear sobre todo sufrimiento; pero Él también me llama a unirme a unas pocas para empezar la obra, combatir al demonio y privarle de las miles de almas pequeñas que está destruyendo cada día. Le he dicho todo como si se lo hubiera dicho a mi madre. Anhelo sólo ser realmente de Jesús, consumirme completamente por Él y por las almas. Quiero que Él sea amado tiernamente por muchos. Entonces, si usted cree oportuno, si usted lo desea, estoy lista para hacer la voluntad de Jesús. No se preocupe de mis sentimientos, no cuente el precio que tendré que pagar. Estoy lista, puesto que ya le he dado mi todo. Y si usted piensa que todo esto es un engaño, también lo aceptaría y me sacrificaría completamente (María Teresa de Calcuta, La Madre de los Pobres, Nihil Obstat P. Ricardo Rebolleda. Segunda Parte: Vida Religiosa, página 33).

Predicando sobre «La Oración de Pedro», Charles Haddon Spurgeon declaró lo siguiente:

Así, entonces, el primer motivo de esta oración es que Pedro sabía que era un hombre, y por tanto, siendo un hombre, se sentía asombrado en presencia de alguien como Cristo. La primera visión de Dios ¡cuán asombrosa es para cualquier espíritu, aunque sea puro! Yo supongo que Dios nunca se reveló completamente, no se podría haber revelado completamente a ninguna criatura, independientemente de cuán elevada fuera su capacidad. El Infinito deja anonadado a lo finito.

Ahora, allí estaba Pedro, contemplando por primera vez en su vida, de una manera espiritual, el sumo esplendor y gloria del poder divino de Cristo. Miró esos peces, y de inmediato recordó la noche de trabajo agotador en la que ningún pez recompensó su paciencia, y ahora los veía en grandes cantidades en la barca, y todo como resultado de este hombre extraño que estaba sentado allí, después de haber terminado de predicar un sermón todavía más extraño, que condujo a Pedro a considerar que nadie antes había hablado así. No sabía cómo ocurrió, pero se sintió avergonzado; temblaba y estaba asombrado ante esa presencia. No me sorprende, pues leemos que Rebeca, al ver a Isaac, descendió de su camello y cubrió su rostro con un velo; y leemos que Abigail, al encontrarse con David, se bajó prontamente del asno y se postró sobre su rostro, diciendo: «¡Señor mío, David!»; y encontramos a Mefi-boset despreciándose en la presencia del rey David, llamándose a sí mismo un perro muerto; no me sorprende que Pedro, en la presencia del Cristo perfecto, se abatiera hasta volverse nada, y en su primer asombro ante su propia nada y la grandeza de Cristo, casi no supiera qué decir, como alguien aturdido y deslumbrado por la luz, perturbado a medias, e incapaz de reunir sus pensamientos y ponerlos en un determinado orden. El mismísimo primer impulso fue como cuando la luz del sol golpea el ojo, y es una llamarada que amenaza con cegarnos. «¡Oh!, Cristo, soy un hombre; ¿cómo podré soportar la presencia del Dios que gobierna a los mismos peces del mar, y obra milagros como este?» (Predicado en el Metropolitan Tabernacle en Londres, el jueves 10 de junio del año 1869).

Mateo 5:9 y 10 enfatiza que a causa de la pesca milagrosa, «el temor se había apoderado de él, y de todos los que estaban con él». Este fue un temor contagioso, no de miedo fugitivo, sino de respeto a lo divino, a lo del cielo, a Dios. La fe en Jesús contagió a este grupo de pescadores, que ahora creían por aquella pesca milagrosa en Jesús.

Allí, Jesús tuvo una palabra para Simón Pedro: «No temas, desde ahora serás pescador de hombres» (Lc. 5:10). Con esas palabras del Hijo de Dios, Simón Pedro recibió la certificación de su vocación, fue llamado al ministerio, tuvo el encargo de ganar almas y corazones para Jesucristo y para su reino.

En los evangelios descubrimos unos tres llamamientos que Jesús de Nazaret le hizo a sus primeros discípulos, los pescadores del Lago de Tiberias:

Primer llamamiento: «Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que habían oído a Juan, y habían seguido a Jesús. Este halló primero a su hermano Simón, y le dijo: Hemos hallado al Mesías (que traducido es, el Cristo). Y le trajo a Jesús. Y mirándole Jesús, dijo: Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas (que quiere decir, Pedro )» (Jn. 1:40-42).

Segundo llamamiento: «Andando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y a Andrés su hermano, que echaban la red en el mar, porque eran pescadores. Y les dijo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres. Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron. Pasando de allí, vio a otros dos hermanos, Jacobo hijo de Zebedeo, y Juan su hermano, en la barca con Zebedeo su padre, que remendaban sus redes, y los llamó. Y ellos, dejando al instante la barca y a su padre, le siguieron» (Mt. 4:18-22).

La segunda disciplina de los pescadores (Mt. 4:21): «... remendaban sus redes». Interesante que aquí se diga que los hijos de Zebedeo, Jacobo y Juan, «remendaban sus redes».

Las redes del evangelismo se tienen que remendar. Aquellas redes eran sus implementos de trabajo y tenían que arreglarlas. Una red rota aunque haya servido de mucho, puede ser también una manera de perder parte de la pesca. Se deben revisar los métodos y ver donde hay un agujero por donde los peces se puedan escapar.

Aplicación espiritual. Se nos hará muy difícil atrapar en la red del evangelismo a peces del mundo, cuando nuestra propia red tiene agujeros. Y eso se puede aplicar al testimonio personal, a la conducta personal y a nuestro comportamiento público.

Las redes del evangelismo se tienen que lavar. Anteriormente se dijo que otros dos discípulos «... lavaban sus redes» (Lc. 5:2).

Una red sucia, con olor a peces muertos, aleja a los peces vivos. Una red que no se lava pierde poco a poco su resistencia y se llega a pudrir. Una red que no se lava puede atraer ratones. Una red que no se lava traerá mal olor a la barca. Todo ejercicio de evangelismo tiene que tener frescura, innovación; actualización.

Aplicación espiritual. Nosotros, como esas redes, tenemos que mantenernos limpios. No podremos ser efectivos para pescar almas-peces si nuestras vidas no están consagradas y santificadas.

Tercer llamamiento: «Entonces hicieron señas a los compañeros que estaban en la otra barca, para que viniesen a ayudarles, y vinieron, y llenaron ambas barcas, de tal manera que se hundían. Viendo esto, Simón Pedro cayó de rodillas ante Jesús, diciendo: Apártate de mí, Señor, porque soy hombre pecador. Porque por la pesca que habían hecho, el temor se había apoderado de él, y de todos los que estaban con él, y asimismo de Jacobo y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón. Pero Jesús dijo a Simón: No temas; desde ahora serás pescador de hombres. Y cuando trajeron a tierra las barcas, dejándolo todo, le siguieron» (Lc. 5:7-11).

Aquel reconocido pescador de peces del mar de Galilea llamado Simón Pedro, ahora por la palabra del Gran Maestro, se transformó en un «pescador de hombres». Su pesca ahora era humana, su mar era el mundo y su red la proclamación del evangelio del reino.

Jesucristo está buscando a hombres y a mujeres con temor de Dios para transformarlos en ganadores de almas, en pescadores de corazones, en rescatadores de vidas necesitadas. El llamado del Señor puede ser donde trabajamos. Para Simón Pedro fue en una barca. ¿Dónde te llamará a ti? ¿Dónde te quiere trabajando a ti?

Conclusión

Jesús está buscando alguna barca disponible para entrar a la misma. Si queremos una buena pesca, tenemos que bogar mar adentro. Pedir la ayuda de otros, cuando la pesca es grande, es provechoso. Los milagros de Jesucristo deben producir en los creyentes temor reverente.

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