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TERCERA PARTE: MAGIA

David Farrar, abogado inmobiliario y activista político disidente, señala el horizonte del centro de Los Ángeles a través de las ventanas que van del suelo al techo de su oficina, en el piso 36 de las Torres Arco.

–Aquel edificio es mío –dice Farrar señalando con la cabeza las torres ocupadas por Citicorp–. Y aquel, y aquel, y aquel.

Farrar es un hombre bajo y achaparrado. Lleva puesto un traje azul marino y suele usar pajarita en una ciudad donde todos los días son “un viernes de atuendo informal”, para que la gente lo identifique más fácilmente, y lo recuerden. Lo conocí en un avión y decidimos ser amigos. “Hola, soy el tipo de pajarita que conociste la semana pasada en el evento de captación de fondos de Harvey”, le dirá por teléfono al portavoz de la asamblea de la ciudad, o al promotor Eli Broad, o a Madeline Janise-Aparaisio, directora de la Coalición para la justicia económica de Los Ángeles.

En las dos semanas que han pasado desde que nos conocimos, me ha llevado a varias caminatas por “su” Los Ángeles. “Su” Los Ángeles consiste mayormente en los proyectos que él ha ayudado a implementar. Hasta ahora hemos estado en Union Station, un “centro de tránsito intermodal” que conecta pasarelas peatonales, jardines, arte público y restaurantes de categoría. Previamente, era una estación de trenes venida a menos rodeada por algunos terrenos vacíos llenos de basura. Hemos visitado la residencia de LA Vets Westside, cerca del aeropuerto internacional de Los Ángeles, un refugio modelo para personas sin techo en una torre de apartamentos universitarios que Farrat y sus colegas rescataron de la demolición. Aquí, personas ancianas que alguna vez vivieron en las calles alquilan habitaciones por precios modestos y tienen empleos básicos alrededor del aeropuerto. LA Vets compró la propiedad por menos de lo que hubiera costado su demolición. Farrat es fan de la organización “Más que techo”, que defiende la idea de que los alquileres subvencionados a las personas de bajos ingresos deben ofrecer algo más que simplemente vivienda. En LA Vets los residentes van a reuniones de Alcohólicos anónimos, terminan la escuela secundaria y asisten a clases de administración e informática en salas preparadas para esos propósitos.

“Más que techo” es una idea que Farrar ayudó a llevar adelante mientras trabajaba como abogado del proyecto de viviendas Century Freeway. Con quinientos millones de dólares de fondos federales enviados al Departamento de transporte de California para reemplazar unidades de vivienda destruidas en la construcción de la autopista, Farrar y su “equipo” trataron de hacer algún bien con el dinero y construyeron complejos residenciales para personas de bajos ingresos, que incluían programas de apoyo escolar, centros comunitarios y de cuidado de día. El proyecto Century Freeway funcionó tan bien que fue establecido como una entidad aparte cuando se completó la autopista. La corporación continúa financiando nuevas viviendas de bajo coste.

“Equipo” es una palabra esencial en el vocabulario operacional de Farrar. A pesar de que sabe muy poco de deportes, ve cada detalle como una carrera para llevar la pelota al otro lado de la meta, sobreponiéndose al bloqueo de oponentes poderosos. En 1998 el “equipo” jurídico de Farrar representó a la Ciudad de Los Ángeles en el desarrollo del estadio Staples Center. Este estadio, hogar de los Lakers de Los Ángeles, fue la primera instalación deportiva de gran envergadura construida en Estados Unidos en la que el gobierno de la ciudad se negó a subvencionar a los propietarios y promotores millonarios. Durante la negociación de dieciocho meses, Farrar hizo que un amigo lo llamara cada domingo por la noche para resumirle los hitos más importantes del deporte. De esa forma no estaría excluido de las conversaciones del lunes por la mañana con los dueños de los equipos y sus abogados. Actualmente, representa al Condado de Los Ángeles en negociaciones con una empresa petrolera y un grupo de propietarios y promotores inmobiliarios para convertir los campos petrolíferos Baldwin Hills en una reserva natural y un campo de golf de “uso común”.

Para David Farrar, Los Ángeles es una especie de magia. Creció en Clifton Forge, una ciudad de los Apalaches, en un sector llamado Roxbury Hollow, donde casi siempre está oscuro porque los cerros rodean la ciudad como las sonrisas llenas de huecos de sus habitantes. Hijo de un trabajador ferroviario y una secretaria de juzgado, Farrar no pudo costearse el arreglo de su dentadura hasta que tuvo treinta años, pero apenas llegó a la Universidad de Virginia (donde estudió Derecho con una beca completa), supo que era probable que su futuro no fuera muy brillante en los ambientes judiciales patricios de Washington DC o Manhattan.

En Los Ángeles, la gente ve primero su pajarita antes de notar que tiene un leve acento apalache. Se dio cuenta de que en Los Ángeles era posible “hacer cualquier cosa”, siempre que estuvieras dispuesto a “arremangarte la camisa y tomar una pala”.

Jan Perry, miembro del Consejo del Condado de la ciudad de Los Ángeles, tiene un sentimiento similar al de Farrar. Criada en una familia de clase media negra de Cleveland, pasó de la universidad Case Western Reserve a la de South California cuando tenía diecinueve años, porque “en Cleveland, realmente tenías que conocer gente, o ser de un tipo particular de familia para progresar. Sentí que Los Ángeles le ofrecía una gran oportunidad a alguien como yo. Sentí que aquí podría tener un trabajo decente, vivir en una vivienda decente, ir a donde quisiera, y ser amiga de todo tipo de gente”, declaró al periódico Downtown News de Los Ángeles.

En 1999, un grupo de setenta trabajadores textiles tailandeses sin papeles recibieron un millón doscientos mil dólares en el acuerdo final de una demanda que iniciaron contra El Monte, un taller clandestino que los había empleado. Los miembros del grupo habían llegado allí años atrás; no hablaban inglés, y los retuvieron prácticamente como prisioneros, con guardias detrás de alambres de púas. Después de iniciar la demanda, los trabajadores textiles se convirtieron en enfermeros, estudiantes de moda y esteticistas. Algunos se unieron a grupos de activistas de trabajadores latinos.

En Los Ángeles, es posible comprar influencia sobre miembros del Consejo de la ciudad aportando solamente diez mil dólares para una campaña. Cuesta apenas medio millón de dólares lograr que se apruebe una ley en Sacramento.

El chanchullo significa igualdad de oportunidades, y a un célebre miembro del Consejo de la ciudad, conocido por tener una propensión al juego, le gusta recibir sus coimas en forma de apuestas a su nombre en el hipódromo de Santa Anita.

Luis Gargonza creció en una cabaña de una sola estancia sin agua corriente ni electricidad en Michoacán. Cuando tenía catorce años, tomó un autobús hasta Tijuana, atravesó a nado el canal entre Tijuana y San Diego, y se reunió con su hermano en Los Ángeles. Analfabeto en español, hizo trabajos extraños pero aprendió a leer y escribir en inglés. Ahora tiene cuarenta años, conduce una camioneta Ford 250 y posee una gasolinera.

Nacido en la Ciudad de México, Miguel Sánchez cruzó la frontera a través del desierto. Trabajó en una imprenta del centro sur de Los Ángeles durante quince años, ahorró 25.000 dólares y abrió un café y galería en Echo Park.

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