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ОглавлениеCUARTA PARTE: THURMAN, NUEVA YORK, ENERO DE 2003
La realidad universal tiene su propio
código postal: 12839.
Eso es todo. Escríbeme. Aquí.
William Bronk
Hudson Falls, un pequeño pueblo que linda con la zona meridional de las montañas Adirondack, al noroeste del estado de Nueva York, es la clase de lugar en el que los recuerdos de la escuela secundaria giran en torno a drogarse con polvo de ángel y mirar el amanecer desde un cerro sobre el vertedero del pueblo. Mi amigo, Mark Babson, me contó eso. Me llevó allí un domingo por la tarde y me mostró todos sus lugares secretos. Y sí, metido en un codo de la parte norte del río Hudson, es un vertedero muy bonito… aunque todo el lugar fue tapado hace tres años después de que un informe declarara que era el vertedero más contaminado de todo Estados Unidos. De todas maneras es hermoso. La tierra que tiraron con camiones para cubrir los residuos tóxicos está ahora cubierta de pasto.
Mark nació y creció en Hudson Falls, una ciudad que ahora es apenas poco más que una colección de fábricas abandonadas y casas prefabricadas con jardines descuidados y secos. Cuando la Agencia de Protección Ambiental de la era Clinton trató de que General Electric, la principal empleadora del pueblo, limpiara el PCB que habían arrojado en el río Hudson, todo el pueblo se juntó para apoyar a la empresa.
¿Por qué remover todos esos tóxicos?, argumentaban. Mark (como el resto de los adolescentes de la localidad con un nivel de educación superior a tercer grado) recibió una generosa paga de GE por juntar firmas para una petición “de base” para “salvar el río”. Cuando la campaña de la compañía, que duró cuatro años y costó 60 millones de dólares, demostró ser ineficaz, cerraron la planta y se trasladaron.
–Borrachos, gente que vive de la seguridad social y ancianos –dice Mark como resumen de los datos demográficos más actuales de Hudson Falls.
Cuando le sugiero que se podría hacer mucho dinero re-parando las construcciones coloniales de estilo georgiano del pueblo, otrora gloriosas, Mark se encoje de hombros y suspira:
–Aquí no puedes vender pizzas con corazones de alcachofa.
Me mudé otra vez al diminuto pueblo de Thurman (832 habitantes) en junio pasado. Thurman no está lejos de Hudson Falls, pero la ciudad de Nueva York está a 360 kilómetros. Después de vivir varios años en Los Ángeles, extrañaba el invierno, y pensé que quizás podía volverme una escritora regional del norte del estado de Nueva York.
Cinco meses después, empezaba a sentir que quizás aquella no había sido una buena idea. El invierno llegó rápido: a mediados de octubre, todos estaban quemando madera y colocando llantas con tachas para la nieve en sus camionetas. La zona estaba más deprimida que nunca. Este sector de las montañas Adirondack, que yo recordaba como un lugar encantadoramente tranquilo, me daba la impresión, ahora, de estar destruido y abandonado. En toda la región, los supermercados Grand Union habían sido reemplazados por Tops, una cadena de tiendas de bajo coste inmunda que se especializaba en la venta de productos a punto de caducar. En Corinth, estaba por cerrar el último aserradero que quedaba. Ames Department, la cadena de descuento predecesora de Walmart acababa de declararse en quiebra, así que ahora tenías que viajar setenta y cinco kilómetros solo para comprar un sacacorchos. Los viejos que habían talado los bosques con caballos estaban casi todos muertos; ahora sus descendientes controlaban los bosques con gigantes tractores forestales, cuatriciclos todo terreno y motos de nieve.
Estaba pasando demasiado tiempo visitando páginas web en busca de sexo de online (que es el único tipo de sexo que tienes si vives sola en un lugar como este), conduciendo por el campo escuchando Hits clásicos de Frank Sinatra, y llorando. Las antiguas canciones de Cole Porter evocaban un mundo específico donde los amantes eran recordados por los sombreros que llevaban puestos, la forma en que sostenían un tenedor, sus sonrisas; y no olvidados a través de los significados infinitamente intercambiables del sexo online y el porno.
My story is much too sad to be told
But practically everything leaves me totally cold
The only exception I know is the case
When I’m out on a quiet spree
Fighting vainly the old ennui
And I suddenly turn and see
Your fabulous face1
Fue más o menos por ese tiempo cuando conocí a Mark Babson. Mark tenía veintidós años, había intentado varias veces entrar a la universidad y no lo había logrado. Estaba arreglando mi cocina después de que los veganos que habían vivido allí durante mi ausencia con siete animales domésticos la despedazaran. Conocí a Mark en el Java Shop, la única promesa de una vida mejor que habían abierto en Glens Falls ese verano, a treinta kilómetros. Unos amigos de Mark habían iniciado el negocio con las ganancias de cierta especulación precoz en la bolsa. La decoración del lugar estaba inspirada en la década de 1970, aunque de un modo tranquilo, y había revistas que a uno sí le daban ganas de leer. Con su dentadura completa y su humor socarrón, Mark tenía una selección de clientas de la zona que habían venido, todas, de grandes ciudades. Le había hecho un presupuesto a otra cuarentona soltera que había vuelto de California, pero cuando ese mismo invierno un novio local la aporreó y la desmembró, los dos nos sentimos afortunados de que hubiera elegido trabajar para mí.
Mientras Mark martillaba y hacía ruido en la cocina, yo trabajaba o no trabajaba en mi libro, y conocía posibles compañeros sexuales en el ordenador. La fantasía es como una droga. Lo que te engancha no es el sexo sino la ilusión de una intimidad deliciosa. En Thurman, yo estaba tan sola que mis hombros empezaron a tensionarse. Había vivido allí diez años atrás, y había sido profesora de talleres en la escuela local, pero ahora nada era lo mismo. George Mosher, que había divertido a los niños del lugar con su perro parlante y sus pollos que ponían huevos de colores, estaba muerto. George había vivido en Thurman toda su vida; durante la Depresión había caminado quince kilómetros por el bosque para conseguir un trabajo en Stony Creek. La señora Rounds, que había mantenido un jardín maravilloso de especies perennes alrededor de su pequeña casa prefabricada, estaba en un asilo de ancianos en Glens Falls. Del otro lado de la calle, el viejo Vern le había pasado la propiedad del taller mecánico Baker a su hijo, el joven Vern, presidente de club de conductores de motos de nieve de las Adirondack del sur. Sin el sedimento de una cultura local, todo en Thurman parecía genérico, lúgubre y vacío. Era un pueblo más en declive. Entonces, en ese momento, era importante para mí encontrar a alguien con quien hablar. Mis dientes torcidos, tu comprensión.
Querido Martin, le escribí a alguien que acababa de conocer en el ordenador. Sí, soy escritora; he tenido esta casa en el norte del estado por muchos años y acabo de volver a vivir en ella después de estar en Los Ángeles donde enseñé escritura en un programa de posgrado durante siete años. Me gusta ir al gimnasio en la misma medida que a la biblioteca; mido 1,67, soy bastante delgada, tengo rasgos de roedor de judía askenazí, cabello veteado, soy una ex rockera punk de Nueva York. He estado jugando al BDSM intermitentemente durante unos cinco años… lo descubrí en Los Ángeles como algo erótico y una forma de tener algo más que sexo casual, pero menos que un romance definitivo.
Martin me contestó de inmediato. En mi vida privada, he disfrutado de una mezcla de relaciones convencionales y relaciones de dominación y sumisión durante varios años. Estuve casado durante dieciocho años, hasta el año pasado, cuando mi esposa murió. Era una mujer encantadora con la que disfrutaba de un amplio espectro de placeres. Durante mi matrimonio también disfruté de otras relaciones con compañeras sumisas. Exploré esto en profundidad durante un periodo de separación y volvimos a juntarnos con esto como el elemento central de lo que entonces fue una deliciosa vida sexual. Le diagnosticaron cáncer de colon hace cuatro años. Tuvo una muerte elegante.
Actualmente vivo con una hija de doce años, que es en gran medida el personaje central de mi vida. Mantengo relaciones con dos compañeras: una relación bastante convencional con una compañera local y una esclava de placer que vive en Toronto, con la que paso fines de semana una vez al mes. Acabo de regresar a Bondage.com después de una larga ausencia, con la esperanza de encontrar una compañera que me conmueva profundamente…
Más que sexo casual, pero menos que un romance definitivo. Hermosamente formulado. En realidad, todo lo que dijiste de ti es atractivo. Creo que en mi perfil he detallado que me inclino por los tipos de encuentro románticos y con estilo… pero es la intensidad del sexo BDSM lo que más me atrae.
Pasé la noche con él en Binghamton, a 290 kilómetros. Hablamos y nos besamos y no hicimos nada S/m, y Martin parecía encontrar eso hermoso. Dijo:
–Siento que necesitas más mi ternura que mi dominación –y añadió–: No hay nada como una jerarquía de necesidades.
Por la mañana, mientras tomábamos café, hablamos sobre los utopistas y reformistas del norte del estado de Nueva York durante el siglo XIX y Martin dijo cosas perspicaces e inteligentes. Me dijo que quería ser mi musa para la escritura y me dio varios regalos antes de marcharse: la taza de viaje de su esposa muerta, un picahielos y un libro de cuentos del escritor gótico irlandés Sheridan Le Fanu.
Me gustaría saber, me escribió por email algunos días después, qué clase de relación conmigo encontrarías más emocionante. No debería ser menos que emocionante. Y luego: En un mundo de personas que buscan miserablemente a “el” compañero, dos corazones se disparan ante la perspectiva de encontrar a “un” compañero. Qué alegría, el comenzar una relación de esta forma.
Martin tenía un trabajo que no le interesaba en Binghamton, un lugar donde no quería vivir. Pero amaba su sofá. Era un diván victoriano tapizado de leopardo, que había sido fabricado para una conocida película de terror. Se lo había comprado por e-bay a un director de arte australiano y después había reeditado el DVD de la película, subrayando las escenas que mostraban su sofá. En comparación con las limitaciones de su situación, el entusiasmo de Martin parecía conmovedor. Había tenido un problema con la bebida a los veinte. Como muchos alcohólicos, tenía más sensibilidad e inteligencia de lo que podría haber usado en la vida. Entonces, cuando Martin volvió a escribirme preguntándome si quería “compartir un encuentro” con él y su novia de Toronto, me sentí conmovida.
De vuelta en Thurman, Mark me prestó un pequeño y extraño libro escrito por un profesor del colegio comunitario local, el historiador de arte Sheldon Hurst. El libro, que era en realidad un catálogo de arte, se titulaba: The William Bronk Collection: It Becomes Our Life [La colección de arte de William Bronk: se vuelve nuestra vida] (2000). Documentaba la colección arte que el poeta William Bronk había donado a la escuela. Bronk había ganado el premio American Book Award en 1978, y vivió casi toda su vida solo en la gran casa amarilla de Hudson Falls, donde había nacido. Donó la colección de arte al colegio dos años antes de su muerte, en 1999. Mark recordaba muy bien a Bronk, aunque no por su poesía. Mark recordaba a William Bronk como el anciano agradable cuya familia poseía la tienda de madera y carbón Bronk. Siempre se lo podía ver comprando una caja o dos de fruta en el evento organizado por el pueblo para recaudar fondos.
It Becomes Our Life presenta un puñado de poemas de Bronk impresos junto a las reproducciones de algunas de las obras de su colección. Los poemas son impactantes informes directos sobre el misticismo agnóstico de Bronk y sobre los placeres que encontraba en la abstracción visual. Intelectualmente elegantes, pulidos y tiernos, los poemas son pequeños argumentos sobre el poder de lo intangible, montados con un pragmatismo pedregoso. En el poema titulado “Asombro”, Bronk escribe: “Quizás no se esperaba que habláramos/en arte, de valores trascendentes, presumiendo, por supuesto/ la intención de alguien o algo./ Presunción innecesaria: a la trascendencia no le importa/ nada si la intención existe o no…”. El arte que acompaña los poemas es una mezcla ecléctica de pinturas, litografías y esculturas de artistas “menores” del siglo XX, amigos del poeta, cuyos trabajos eludieron las categorías de los movimientos más importantes. Aunque por sí solas las imágenes puedan parecer comunes y corrientes, cada uno de los poemas que las acompaña expresa el subtexto de la obra. Es como si Bronk hubiera visto lo mismo que vio el artista y escribiera a través de la pintura.
Hurst, un amigo cercano de Bronk, habla de la naturaleza metafísica de los poemas en su ensayo de introducción. Ve la poética sofisticada, aunque directa, de Bronk como una consecuencia de la simple receptividad. “Bronk se rodeaba de arte en su casa –escribe Hurst–. Para él las palabras mirar y escuchar, ver y oír eran la verdadera base de una sensibilidad y apertura artísticas.” El texto de Hurst era notablemente original y sentido para cualquier historiador de arte, y aún más para uno que enseñaba en un colegio comunitario. Era extraordinario. A pesar de estar producido por completo en la región, no había nada en absoluto “regional” en este libro.
La segunda vez que Martin y yo nos vimos fue en el hotel Embassy Suites de Binghamton, una tarde de diciembre antes de las navidades. Esta vez, trajo una cámara digital de video y algunos accesorios “adultos” para que practicara y me preparara para nuestro “encuentro” con Catherine, su “esclava de placer” de Toronto. Hay una imagen de aquella tarde que me envió después. La foto tenía el discreto título de “Jpg.Still”, y está ahora en la papelera de mi ordenador.
–Creo que es posible –le dije entonces riéndome nerviosa–, que tengamos una relación discreta. En un sentido categórico.
Me sentía tan mal por todos esos pervertidos online que solían escribir “discreto”, cuando en realidad lo que querían decir era una relación no divulgada. La imagen Jpg tenía una luz plateada como la de una impresión de gelatina de las primeras fotografías en blanco y negro. Pasamos la noche en su casa, y cuando estuvimos en el famoso diván, Martin hizo el primer comentario sobre mi torpeza. Me dijo que tenía que cambiar mi cabello, y también maquillarme mucho más.
Bronk nació en 1918, en Pearl Street, Hudson Falls, en la misma gran casa amarilla en la que murió. Era el único hijo de la rama del norte del estado de Nueva York de una familia colonial holandesa que tenía todo un distrito con su nombre: el Bronx. Bronk asistió a la Universidad de Dartmouth durante mediados de la década de 1930. Se inscribió en Harvard para realizar un posgrado; abandonó después del primer año. Mientras estaba en Dartmouth, Bronk pasó dos veranos en la Cummington School for the Art, donde, ya como un joven poeta, se enamoró de todos los pintores. Eran tan poco verbales, tan intensos, estaban comprometidos con la figuración apasionada que luego se practicaría en la New York Studio School: pinturas llenas de sangre y sudor, una especie de transferencia física. Antes de convertirse en directora de cine, Shirley Clarke pintó a Bronk con diecinueve años como un Cristo de Goya bohemio. Herman Maril, Vincent Canadé y Clarke, que estaban en la residencia de Cummington, se convirtieron en sus amigos de toda la vida. Después de Harvard, Bronk pasó dos años en el ejército y luego regresó a Hudson Falls, donde se quedó para administrar la tienda de su familia en la calle Parry.
Según cuentan los amigos de Bronk, su vida en Hudson Falls tenía una especie de encanto a lo Frank Capra. Los días comenzaban con una caminata de Pearl Street hasta la tienda de McCann, donde recogía el periódico de la mañana. Era miembro del consejo de la Biblioteca pública de Hudson Falls, y todas las damas de allí decían “Buenos días, señor Bronk” cada vez que él entraba. En Pearl Street, todos los vecinos lo conocían como “Bill, el hombre del carbón y la leña”. Mientras tanto, se escribía con Charles Olson, Cid Corman y George Oppen, los grandes padrinos del objetivismo de su era. Mientras afuera los hombres arrastraban gruesas maderas, Bronk permanecía en su oficina, inclinado sobre un enorme escritorio de roble que había pertenecido a su padre, escribiendo oscuros y profundos poemas metafísicos. Como señala su amigo, el escritor Paul Pines, “el interés de Bill en el negocio familiar era mínimo”.
¿Cómo hizo Bronk para sobrevivir? Da la impresión de haber sido ambiguo respecto a su oscuridad completamente buscada. Durante años, se sintió satisfecho publicando volumen tras volumen en una pequeña editorial de un amigo en New Rochelle. Cuando, por insistencia de George y June Oppen, la editorial New Directions finalmente publicó su sexto libro de poesía, Bronk dijo: “Cuando The World, the Wordless (1964) se publicó, me sentí desnudo. Y después, me di cuenta de que nadie estaba mirando”.
Desde un punto de vista biográfico, a Bronk se lo suele comparar con el poeta Wallace Stevens. Los dos asistieron a Harvard; los dos tuvieron trabajos no literarios a tiempo completo. Los dos debieron esperar muchos años para recibir un reconocimiento importante como poetas. Stevens, que publicó su primer libro a los cuarenta y cuatro años, ganó el National Book Award cuando tenía sesenta. Bronk ganó el American Book Award a los sesenta y cuatro por su libro Life Supports: New and Collected Poems, publicado por la editorial North Point Press en 1981. Pero después de eso, volvió a publicar con Talisman House, una pequeña editorial de New Jersey dirigida por el amigo que ahora está a cargo de su obra. Como Bronk, Stevens tenía un trabajo administrativo; era empleado de una compañía de seguros de Hartford, Connecticut. Pero a diferencia de Stevens, Bronk no era un gran defensor de la ética del trabajo. Stevens, un gran modernista, dijo una vez: “El contacto diario con un trabajo le da al poeta el carácter de un hombre”. Bronk tenía poco interés en poseer una identidad de “hombre” y mucho menos “carácter”. “Hay una sensación de que el poema está allí y el poeta simplemente lo transcribe”, le dijo Bronk a un periodista del periódico Times Union, de Albany, en 1982. “Cuando el poema llega, llega como una sorpresa, y es un placer.”
The way you wear your hat,
The way you sip your tea,
The memory of all that,
No, no! They can’t take that away from me!2
La casa de Martin en Binghamton era una construcción modestamente lujosa en una de esas subdivisiones bautizadas con el nombre de la cosa que el promotor inmobiliario tuvo que destruir. ¿Se llamaba Pradera de los Zorros, Escondrijo del Águila, o Cerro de los Castores? No lo recuerdo. Conocí a su hija en la cocina cuando bajé de su habitación por la mañana tambaleando por la escalera. Parecía notablemente madura para tener doce años y haber perdido a su madre hacía tan poco. Tenía esa omnipotencia irrepetible que llega a los doce años, cuando tienes la edad suficiente para observar el juego tal cual es pero no para estar involucrada en él. Martin había meditado mucho sobre la paternidad individual. Le había explicado que, como los niños, los adultos también invitan a amigos a dormir. Utilizaba su vida sexual como un medio para conectarse con su hija, y la alentaba a que lo ayudara a categorizar y puntuar a sus novias. Esas mujeres iban a ir y venir, pero ella siempre estaría allí.
Wallace Stevens escribió que “la imaginación es el poder que nos permite percibir lo normal en lo anormal, lo opuesto al caos, en el caos”. Bronk, por su parte, estaba bastante cómodo con el caos. Era fan del filósofo nihilista Arnold Schopenhauer; sus poemas regresan con claridad estremecedora a las epifanías desconcertantes del ingenio metafísico, entregado en bruto, sin adornos. Son poemas íntimos, aunque casi todos giran en torno a la intangibilidad. Bronk examina la luz y la forma como un doctor de pueblo explora a sus pacientes en busca de sarampión. Como el patricio de pueblo que era, entrega su rigurosa marca de ontología oscura con una pronunciación lenta y astuta. De hecho, tiene mucho más en común con William Burroughs que con Wallace Stevens.
La vida “personal” (es decir, sexual) de Bronk es un secreto bien guardado entre los amigos literarios de Glens Falls que le sobrevivieron. Sus amistades son bastante discretas al respecto. A pesar de que Bronk nunca se casó, apreciaba la compañía de mujeres. También le gustaba la compañía de hombres y muchachos. Hacia finales de la década de 1960, se hizo amigo de Lorin French y Dan Leavy, dos estudiantes de la escuela secundaria de Hudson Falls. Leavy, French y otros muchachos “no atléticos” fueron visitantes asiduos de su casa en Pearl Street. Gracias a la influencia de Bronk, Leavy y French se convirtieron los dos en artistas profesionales, y muchas de sus obras están incluidas en la colección.
Durante la década de los setenta, Bronk visitó Nueva York asiduamente. Frecuentaba mucho el Tin Angle, el bar en Bowery propiedad de Paul Pines. William Burroughs vivía del otro lado de la calle, en un loft llamado “el búnker”, y poetas jóvenes como Eileen Myles limpiaban las mesas. Paul Pines recuerda que Bronk era “muy escurridizo” en ese momento. Más adelante, Pines vendió el bar, se mudó al Caribe, se aburrió y se instaló en Hudson Falls. Pines recuerda las largas caminatas que él y Bronk daban a lo largo del sendero que bordea el río Hudson. Hablaban sin cesar de poesía y cultura y cosas personales. Bronk conocía los trapos sucios de cada casa por la que pasaban. Era un chismoso tremendo y atesoraba cada detalle de las vidas de sus vecinos, aunque como dice Pines, “sus poemas venían de otro lugar. No usaba esa información”.
La desaprobación de Martin de mi cabello y mi maquillaje realmente me molestó. Había ido a la peluquería en Los Ángeles; me había costado trescientos dólares. Me había maquillado (con productos MAC) en la última área de descanso de la autopista antes de Binghamton… hasta había investigado dónde quedaba la parada. Esa mañana, cuando su hija partió para la escuela, me dijo:
–Noto cierta ambigüedad de tu parte ante el sometimiento.
I’m a little lamb who’s lost in the wood
I know I could, could always be good
To someone who’ll watch over me
Although I may not be the man some girls
Think of as handsome
To her heart I’ll carry the key
Won’t you tell her please to
Put on some speed
Follow my lead
Oh how I need someone to watch over me3
De vuelta en casa, en Thurman, le envié un email a Martin. No hubo respuesta. Dejé un mensaje de voz. Cinco días después, me envió la foto tomada del video con la siguiente nota: ¿Qué música dirías que va bien con las imágenes de una mujer que tira de la cadena unida a sus pezones mientras desliza sus labios de arriba abajo por la polla de un amante?
Y en realidad, sí sentía cierta ambigüedad. No estaba tan interesada en el sexo; quería también hablar de poesía. Entonces, me pregunté por el placer de la esclavitud S/m. ¿Por qué mis pensamientos sobre William Bronk no podían ser tan placenteros como un par de labios alrededor de su polla?
En Francia, hay una organización a la vez formal e informal que se encarga de la perpetuación de la obra de un artista muerto conocida como Sociedades de los amigos. Constituida jurídicamente como una sociedad de responsabilidad limitada, Societés des amis reúne las obras inéditas, la correspondencia, los diarios y los cuadernos del escritor fallecido. Recaban recuerdos y tributos sus miembros y el resto de sus amigos y colegas. Buscan notas tomadas por antiguos estudiantes en las conferencias del amigo muerto, y archivan todas las reseñas críticas que aparecieron sobre su trabajo mientras vivía. Luego, publican todo este material en una edición limitada conocida como los cahiers, que pueden servir de base, en el futuro, para nuevas publicaciones. Estos amigos suelen ser escritores también, y realizan el trabajo sin recibir honorarios. Las Societés existen para mantener viva la memoria de un artista, y asegurar que su obra sea preservada y transmitida en el futuro.
¿Por qué hacen esto los amigos? Solo puede ser porque creen que, de alguna forma, la vida y el trabajo del amigo les pertenece… que a pesar de su singularidad, la obra del amigo muerto no ocurrió en soledad. Esa muerte habla de ellos porque compartieron un lugar en el tiempo. De esta forma, la reputación póstuma del escritor es creada por sus amigos a través de la actividad colectiva. Esta práctica, por supuesto, implica una creencia en la continuidad…
Cuatro meses después de la muerte de Bronk, antes de que la casa se vendiera, Sheldon Hurst, Paul Pines y el hijo de Pines entraron en ella para documentar todo con una cámara de video. A Hurst, Bronk le había confiado la conservación de su colección de arte, y quería estar seguro de poder recordar cómo estaban colgadas las obras. Los tres deseaban además recordar la casa de su amigo tal y como había sido antes de que él muriera. Hurst me prestó la cinta. Parecía un video de la escena del crimen. La cámara de Pines da vueltas, documentando el después de una vida artística: un periódico New York Times leído a medias sobre la mesa de la cocina… un par de anteojos de lectura dejados descuidadamente junto al periódico... Tres pisos de desarreglo intrincadamente ordenado: la casa era, obviamente, el centro cerebral de este hombre. En la planta baja, hay un escritorio para escribir, otro para escribir cartas a máquina. Estantes de libros en casi todas las habitaciones, ordenados por materia y por tema. Una biblioteca especial donde Bronk ponía los libros de sus amigos… un teléfono de disco, ningún ordenador.
Afuera, en el porche delantero, frente a un ginko, se ve una de las grandes esculturas de metal de Loren French. Es primavera. El ginko está floreciendo y la puerta trasera de la casa se ha abierto con el viento. Sobre la chimenea en el salón, Bronk tenía un carboncillo enmarcado de su amigo más antiguo, Eugene Canadé. Una pintura maravillosa de Herman Maril, de un hombre sin rostro sentado a una mesa modernista donde hay un pájaro embalsamado, cuelga sobre un antiguo sillón de crin. Arriba, más obras de Leavy, French y algunos de sus amigos han sido pegadas con cinta sobre un espantoso empapelado con motivos de palmeras.
Bajo la influencia de Bronk, estos jóvenes del pueblo fueron completamente absorbidos por la pregunta ¿por qué esto y no aquello?, que es, probablemente, la única pregunta artística que vale la pena hacerse. Cae la tarde, y afuera el cielo está casi exhausto de luz. Bronk tenía un tapiz chino del presidente Mao colgado en su baño. Idiosincrática y altamente personal, la colección de arte de Bronk, que ahora se encuentra dispersa por el campus del colegio comunitario local, no revela nada sobre la historia del arte o la práctica curatorial, pero dice todo sobre su creencia en la fuerza de la transmisión artística.
En la compilación del catálogo, Hurst ha realizado un tremendo servicio para aquellos interesados en la obra de Bronk al acoplar veintidós poemas con las reproducciones de las obras de arte que los inspiraron. La colección incluye varios estados de ánimo y tres o cuatro generaciones. Es al mismo tiempo profesional y amateur, si es que el profesionalismo se define por la participación en el sistema de galerías.
Eugene Canadé (1914-2001), que Bronk conoció en Cum-mington, pintó constantemente durante toda su vida mientras trabajaba en París para la UNICEF. Hijo de un pintor de género del siglo XIX (cuyas obras también están representadas en la colección de Bronk), Eugene entró y salió de casi todos los estilos pictóricos significativos del siglo XX. Study for a Mural [Estudio para un mural] es una incursión en el cubismo; Queensboro Bridge No. 4 [Puente Queensboro nº. 4] es una obra de realismo socialista; Birch sketch #2 [Bosquejo de abedul #2] representa esa figuración suelta de mediados del siglo XX. El hecho de que Vincent y Eugene Canadé vieran la pintura como una vocación tuvo una tremenda influencia en William Bronk. En Life Supports, escribe un diálogo con uno de los autorretratos de Vincent Canadé:
…Pero todas
Las cabezas de los papas lucen como él, cada una a su manera
La práctica en la mirada y la pintura nos muestran cómo aquello que
Vemos pude decirse que también mira: como mira la pintura.
Y esa es una razón para pintar, para decirlo así,
Para describir lo real, limitarlo, iluminarlo…
Sobre una pintura de Vincent Canadé.
Bronk estaba fascinado por este aspecto vocacional de la pintura, y por su habilidad para darle forma a lo intangible. Esta, por supuesto, es una forma anacrónica de ver la pintura. Las posibilidades apropiacionistas de Washington Square por la noche, que para todo el mundo es una pintura igual a una de Edward Hopper, no le interesaban en absoluto. Tampoco le interesaba la “originalidad”. Bronk mira a través de los abedules desnudos en Birch sketch #2 de Canadé (que para otro ojo es similar a otros cien esbozos de paisajes impresionistas) y ve la dificultad del clima:
Amo los días amables, los veranos,
sus mensajes balbuceantes, que le piden al oído
que se desnude para escucharlos mejor.
Sin embargo,
Otros poemas vuelven a vestirme
con su claridad cuando me paro en ellos
como en el clima. Pruebo la forma en que se ven.
Climas en los que habitamos
Es la disciplina de la observación lo que atrae a Bronk. Está el mundo, y está el pintor, y la pintura es lo que sucede en el medio. Muchas de las pinturas de la colección representan cielos. Esto no parece una coincidencia para un poeta tan obsesionado con la luz y la prueba que ella constituye de la inmaterialidad.
¿Cuál es la razón por la que pensamos que nuestras vidas simplemente pueden ser maravillosas? Antes de mi tercer viaje a Binghamton para visitarlo, Martin me envió por email una lista de instrucciones. Era muy programática y específica:
Domingo: mi hija estará en casa y, por esa razón, espero que pasemos tiempo personal en otra parte. Si me dices cuándo esperas llegar, podemos encontrarnos en el hotel Embassy Suites. Podrás cenar con nosotros en casa, o sola, si lo prefieres.
Vestimenta: me gustaría ver tu ropa interior. No hace falta que compres un body blanco antes de que haya visto el corsé y las medias, aunque, por supuesto, me gustaría verte con ese body en algún momento pronto. Una minifalda o un vestido ajustado estarían bien. Con faldas, prefiero las blusas abotonadas.
Maquillaje: un look glamuroso de buen gusto es mi preferencia, por eso, mejor los rojos y mi sugerencia de una base líquida, delineador de ojos, colorete, etc. Me gustaría que experimentes con tu cabello, y me interesará ver qué haces.
Aroma: prefiero que las suplicantes vengan perfumadas con rosa, madera de sándalo, loto y mirra. Cualquiera de esos aromas, o todos juntos, sería lo ideal.
Manera de dirigirte: mi Señor sería lo más apropiado.
Este sería nuestro último “ensayo” antes del trío con su esclava del placer de Toronto que estaba programado para después de Navidad. Martin tenía grandes planes para este encuentro, que comenzaría en el hotel Binghamton Embassy Suites. Se estaba abasteciendo de provisiones como nuevos látigos y dildos dobles de látex de color púrpura. Pero uno de los elementos principales era una correa.
Basta decir, había escrito, que me gustan las cosas con estilo pero no estilizadas. Si algo me excita a mí o a mi(s) compañera(s), seguramente quiera hacerlo. C. no tiene necesidad de ejercer señorío, y no tiene ninguna posición especial respecto a ti. Entonces, alfa, no alfa, puedes darle forma al juego que tenemos Catherine y yo hasta un grado apropiado. Es mi responsabilidad el sintetizar y dirigir, en base a lo que sé. Sugiero la idea de que tú la folles por detrás porque tuve la impresión de que eso podía ser posible. La dominación no debería ser un viaje de ego, es más como el liderazgo. Hay grandes recompensas para el ego, y grandes placeres. Pero el mayor placer y el mayor éxito provienen de crear la experiencia de la óptima excitación erótica. Catherine es encantadora en muchos sentidos, y está placenteramente entregada a mí. La tengo en muy alta consideración y considero que su desarrollo y protección son mi deber.
Para nuestro tercer encuentro, el domingo 22 de diciembre, yo debía conducir hasta el hotel Embassy Suites en Bing-hamton con varios bolsos con atuendos: ropa de viaje para los 580 kilómetros de ida y vuelta; corsé, medias, ligas; las prendas de vestir de secretaria golfa; y un atuendo recatado y de buen gusto para cambiarme más tarde, cuando me llevara a cenar con su hija. Esto estaba empezando a parecerse demasiado a trabajar doble turno de copera o prostituta. Y después estaba la peluca y la manicura; el carmín rojo fuerte, el delineador líquido y el espantoso aceite corporal hippie con nombres como jazmín, madera de sándalo y rosa.
El martes 17 de diciembre, tarde por la noche, mi amigo G. murió repentinamente en la habitación de una amiga mientras visitaba Nueva York. Yo estaba a 360 kilómetros, en Thurman, y durante todo el miércoles, todo el jueves, y el viernes por la tarde, mientras compraba el atuendo de golfa en Saratoga, estuve hablando por teléfono con amigos en Los Ángeles, Nueva York, Chicago, Londres y Auckland, tratando de ver cómo hacer para sacar el cuerpo G. de la morgue de Brooklyn y enviarlo a su familia en Nueva Zelanda. Su amiga Isabelle, con quien se había estado quedando en Nueva York, tenía un billete para viajar a casa en Auckland ese domingo y estaba fuera de sí, haciendo doscientas llamadas al día, intentando juntar fondos para pagar a una empresa funeraria de Brooklyn para que la morgue “liberara” el cuerpo. ¿He mencionado que todo esto pasó mientras yo trataba de escribir un libro sobre el Holocausto? Por un momento, existió el plan de realizar el velatorio el domingo por la tarde. En ese caso iba a tener que conducir hasta Brooklyn para que Isabelle pudiera tomar su avión.
El jueves por la noche, le envié un email muy cuidadoso a Martin. Asunto: posible cambio de planes. Querido Martin, escribí, es posible que no pueda ir a Binghamton este domingo. Le escribí que mi amigo había muerto, le hablé del cuerpo, el velatorio y toda la confusión. Que de todas formas tenía ganas de verlo y que le haría saber cómo se solucionaban las cosas. No respondió. El viernes por la tarde, se tomó la decisión de no transportar el cuerpo hasta después de las navidades, entonces volví a escribirle: El domingo está libre. Los preparativos, finalmente, no incluyen Nueva York. Nos vemos en el Embassy a la 1.30. Mientras el cuerpo de mi amigo seguía en la morgue, lo imaginé: una etiqueta amarrada al pulgar de su pie, en Brooklyn.
Durante varios años, hubo una escena en torno a la casa de Bronk en Pearl Street. Bronk vendió la carbonera poco después de cumplir sesenta años, en 1978. Paul Pines abandonó su isla cerca de Barbados y se mudó al estado, y también estaba Sheldon Hurst y otros amigos a los que Hurst les consiguió empleos a tiempo parcial en el departamento de Humanidades del colegio comunitario. Lorin French y Dan Leavy estaban allí. Después de establecerse como artistas, sacaron provecho de las oportunidades que daban los fondos de las artes y los museos regionales. Se trataba a menudo de residencias e intercambios con otros artistas en Québec, Maine y Provincetown, y les gustaba traer a sus nuevos amigos “a casa” para conocer a Bronk en Pearl Street. A veces, esos visitantes se quedaban durante meses, y sus conversaciones nocturnas terminaban en colaboraciones.
La artista Jo Ann Lanneville de Three Rivers, Canadá, hizo un libro de artista de impresiones respondiendo a la poesía de Bronk. Dan Leavy hizo una talla de madera llamada The light, The trees [La luz, los árboles] en respuesta al trabajo de Bronk en Life Supports. Todos estos trabajos son parte de la colección de Bronk. La colección documenta una clase de reciprocidad que solo podía tener lugar a lo largo del tiempo. Durante años, Bronk escribió poemas inspirados por la contemplación de las pinturas de Canadé, Maril y otros artistas visuales contemporáneos de él. Después, artistas visuales más jóvenes produjeron obras inspiradas por esos poemas.
A pesar de que las obras en la colección de Bronk puedan parecer dispares, en realidad forman parte de un gran cuerpo creado por un intercambio de influencias. “Soy el esposo de mi obra”, le dijo Bronk al periódico Times Union, de Albany, y el matrimonio resultó prolífico. Compuestas en muchos estilos muy diversos, todas las obras de la colección de Bronk comparten una preocupación por el espacio y el vacío, la luz y la oscuridad. Mientras vivía solo, acompañado solo por sus obras de arte, durante tantos años, Bronk les escribió y escribió a través de ellas.
Una vez dio la impresión
De que los objetos importaban: la luz era para verlos.
Al examinarlos, no producían nada, nada real.
…en ellos, la luz se revelaba a sí misma; tomaba forma.
Los objetos no son nada. ¡Solo existe la luz, la luz!
Escribió Bronk en Life Supports, sentado en su salón junto a una pintura hecha por Canadé. Exiliado por propia voluntad en este pueblo rural republicano, Bronk partió de la maderera para llegar a un mundo de ideas luminosas. Las pinturas lo ayudaron a crear su propio reino imaginario, que luego fue transmitido a otros.
Solo es posible darse cuenta de esto gracias al trabajo de Hurst en It Becomes Our Life. Sus comentarios, a la vez modestos y alucinantes. Como si se dirigiera a una sala llena de estudiantes de colegio comunitario, Hurst describe toda la amplitud de las intenciones de Bronk, de la manera más simple. Ver y mirar. Apreciar las paradojas. Saber lo que importa y lo que no. Aunque mi amigo Mark descarta el colegio comunitario tildándolo de “secundaria con un cigarrillo”, cuando visité a Hurst, me sorprendió ver cuánta gente trabaja allí con gran esfuerzo y por muy poco dinero, para dar a algunas personas como Mark algún tipo de oportunidad. En el colegio, es posible tomar dos años de clases gratis y luego pasar a un grado universitario de cuatro años. Hurst estaba a punto de partir a Rusia, donde había convencido a algunas personas de que organizaran un programa de intercambio en el Hermitage. Volvería al terminar el semestre.
En el hotel, esa tarde en Binghamton, Martin dijo algo que me dejó perpleja. Quería pasarle mi información de contacto a Catherine y yo dije algo sobre lo genial que era su voluntad de arriesgarse a juntarnos.
–¿Qué riesgo? –preguntó–. ¿Crees que hay algo, por mínimo que sea, que podríais hacer para quitarme autoridad?
Más tarde tuvimos una cena extraña con su hija en un restaurante, en la que los dos observaron mis esfuerzos para conversar con ellos, la pareja. Pensé en la madre muerta de la niña. No había ninguna foto de ella en la exposición de fotos familiares que padre e hija habían montado en el salón de su casa.
Después de las vacaciones de Navidad, le dije por a email a Martin que estaba dudando sobre el “encuentro” que planeábamos con Catherine. Le dije que estaba mucho más interesada en ellos que en los bodys, las correas, la ropa de golfa o los peinados.
Me respondió con un lenguaje de oficina: Creo que está claro que estás buscando un objetivo más amplio para una relación que yo, y que la centralidad de mi objetivo en el sexo, en una forma particular de relación sexual (como deseo definirla) no es lo que tú priorizarías. Si no me equivoco, da la impresión de que experimentaremos cada vez más conflictos antes que placer. Es una pena, pero pienso que no tiene arreglo. Nunca más volví a saber de él.
Las canciones de Cole Porter son infinitamente emocionantes porque evocan un mundo que es mucho más “adulto” que cualquier página web: un mundo donde “ennui” puede rimar con “vi”, y la felicidad puede ser saboreada frente a un telón de fondo de pérdida. Un mundo en el que “I get a kick though it´s clear to me/ You obviously don´t adore me4”, y es posible amar sin ser correspondido. Ingeniosas y valientes, estas canciones hacen que sea soportable vivir en medio de la fealdad porque te dan esperanza.
El descubrimiento de la colección de arte de Bronk fue la prueba de que una vida llena de sentido puede pasar en cualquier parte, incluso en una ciudad aislada. El recuerdo de la vida de Bronk y la devoción de sus amigos abren una puerta a lo que la poesía nos ofrece: un mundo que desafía la pornografía burocratizada, donde las personas existen y todo cuenta.