Читать книгу ¿Qué le haría a mi jefe? - Kristine Wells - Страница 4
CAPÍTULO 1
ОглавлениеJANNA
Estoy trabajando desde primera hora de la mañana.
He llegado a las siete, y eso que me largué a la una de la noche solo para poder tener listo uno de mis más queridos proyectos en Cadwell. Es el primero que mi jefe de departamento, ese que nunca se fía de sus trabajadores, me ha encomendado que haga sola. Quiero pensar que es porque muy a su pesar ha visto algo de talento en mí. Pero eso no quita que sea un ogro. Más bien un orco de dientes torcidos.
Todos lo sabemos, despidió al último que ocupaba mi puesto y eso que el pobre hombre había dicho que era el mejor proyecto de su vida. Ese hecho me da un poco de mal rollo. Yo también pienso que este será el mejor proyecto de mi vida. ¡Mira qué líneas! ¡Qué formas! Si fuera un tío me lo follaría. Pero claro, mi predecesor también lo daba todo por el suyo.
¡Me follaría a mi proyecto arquitectónico!
Levanto los brazos en señal de euforia y mis compañeras de oficina me miran. Es una sala abierta y digo compañeras, porque la mayoría son mujeres. Diez para ser exactos, con dos hombres que entran en pánico cuando escuchan la palabra menstruar. ¡Hay que adaptarse a los nuevos tiempos, chicos!
—Te veo contenta —me dice mi compañera Claudia.
—¡Estoy que me salgo!
Alguien chista al fondo de la sala, se ve que Jack, el jefe del departamento no está de muy buen humor. Se huele en el ambiente que va a despedir a alguien. Como si no fuera feliz si no echa a la calle a alguien cada tres meses.
Pero a mí no me echará. Ingenua, creo que voy a poder demostrar lo que valgo con este proyecto. Una reforma integral de un edificio en Cadwell que vamos a convertir en spa. Creo que la línea Stemphelton va a estar más que orgullosa de tenerme entre sus filas de arquitectas.
¡Pero qué sabre yo de la vida!
Clark sale de su despacho, si fuera un dibujo animado estaría echando humo por la cocotera. Pero es un hombre, con traje y corbata. Los hombres parecen respetarle y las mujeres, a pesar de que no es un tipo feo, huyen de él como de la peste. Demasiado… siniestro. O puede que sea la caspa.
Pero hoy no parece de tan mal humor…
Error.
Veo que le grita a alguien del departamento, al pobre Tommy, después de dos minutos de berridos todos volvemos a meter las narices en nuestro ordenador, como si de fondo no se escuchara el llanto del pobre chico que tiene que volver a empezar de cero, lo que ha llevado haciendo toda la mañana.
Trago saliva.
Luego voy yo. Pronto averiguaré si tengo o no talento. Aunque sé que lo tengo, al menos mucho más que él. Muchos nos preguntamos qué demonios hace Clark al cargo de esta sección de reformas.
Suspiro. Hay cosas inexplicables en la vida.
Si no fuera por él y sus entradas y salidas de su oficina, donde como un buitre nos observa a través de las paredes de cristal, lo cierto es que el ambiente en la sala de equipo sería muy agradable.
Pasada una hora, todos tenemos muy buen rollo y creo que es porque Clark está de nuevo en su despacho, eso sí, vigilándonos como en busca de carroña, pero lejos, o lo suficiente para no escuchar nuestras bromas, ni escuchar llamarle carroñero.
Desde mi silla y a través de los cristales que separan nuestra sala de su despacho, puedo ver a Clark. No llega a los cuarenta años, viste como un pincel. Cualquiera diría que él es el jefe de la empresa y no el macizorro señor James Stemphelton, hijo.
El único descendiente de una de las familias hoteleras más importantes de Nueva York. Ese cuerpazo, con ojazos azules, y sus rizos rubios al estilo… ya sabéis, mira qué peinado más casual, pero me lo he estado colocando mechón a mechón durante dos horas… pues algo así es el buenorro de Stemphelton.
Suspiro, y por qué estoy sentada, que si no, de solo pensar en él se me caerían las bragas.
James, el hijo del difunto dueño y quien se encarga de todo, no es solo una cara bonita. Es eficiente, trabajador… e incluso algunos que han tenido la osadía de saludarle en el ascensor han recibido una cándida sonrisa acompañada de un buenos días.
Suspiro.
Yo haría más que saludarle en el ascensor, al menos en mis fantasías. Pero de momento no me atrevo ni acercarme a cien metros de distancia, no sea que sus ojos azules me miren y su perfecta sonrisa me convierta en sal.
¡Vale!
Admitamos que me mola mogollón el jefe. Y por qué no admitir también que uno de mis mejores pasatiempos es pensar cosas que le haría a mi jefe… con o sin ropa. A veces me da igual, porque se puede tener sexo en el acuario sin necesidad de estar completamente desnudo.
—Janna…
Claudia me llama y yo la miro como si no estuviera pensando guarradas.
—¿Sí?
—Creo que el ogro te está buscando con la mirada.
Las dos miramos disimuladamente hacia Clark, pero no somos muy de pasar desapercibidas y nos pilla agachándonos sobre nuestros teclados.
—Hoy debo entregarle el proyecto para que lo revise.
Claudia hace una mueca.
—¿Qué? —le digo—. Pero si me está quedando genial.
Ella asiente.
—Corre el rumor de que Clark… intenta apropiarse de…
—¡Roberts!
La voz estridente de Clark nos da un susto de muerte, y eso que no se ha dignado a salir ni un paso de su despacho. Está ahí en la puerta acristalada mirándome mal.
—Ya me lo cuentas luego. Deséame suerte.
Claudia me mira como a un corderito que va al matadero.
Aunque ya camine hacia él, Clark me hace un gesto con el dedo índice, para que vaya hacia él. Parece que llamara a un perro. ¡Que ya voy!
Miro a Claudia que también se da cuenta. Me mira con compasión, y frunzo el ceño, tampoco es para tanto. No es que vaya a despedirme o algo.
Me arrastro por la moqueta hasta abrir la puerta de cristal reforzado y saludar como una buena chica.
Quiero enfurruñarme por su actitud paternalista, pero estoy nerviosa ante la presentación del proyecto. Llevo mi carpeta en la mano, aunque los últimos retoques están dentro del ordenador. Son lo mejor, va a alucinar. Para algo estuve trabajando hasta tarde y parte de la mañana. ¡Quiero impresionarle!
—Buenos días.
No me corresponde a mi saludo entusiasta, ¿por qué iba a hacerlo? ¡Borde!
Me reprimo, aunque me encantaría encogerme de hombros o sacarle la lengua.
Veo un montón de proyectos, carpetas y portafolios sobre la mesa. Nos dedicamos al diseño integral y casas, no solo arquitectos, sino también decoración, reformas… Nuestro lema: Todo lo que necesites, para todos. La verdad es que buena calidad a un buen precio, con un servicio impecable. Eso es porque no lo da Clark. Lo mío es la arquitectura, combinar lo moderno con lo clásico. Mi sueño es reformar una casa colonial… con un porche. Me derrito ante la idea.
¡Janna, céntrate!
—¿Me has llamado? —Finjo que no me he dado cuenta de su movimiento de manos.
Veo por su cara que no es feliz. Dudo que lo haya sido nunca, o que ni tan siquiera ganar la lotería lo logre.
El traje caro que lleva y su corbata a rayas que vale mi sueldo de un mes, no pueden alejarle de lo que es, un maldito cretino.
—Señor… —me impaciento al no obtener respuesta y ver que sigue observando carpetas y folios esparcidos por su escritorio.
—Janna… —Me mira de arriba abajo y hace que yo también lo haga.
Si voy monísima con mi vestido azul marino ajustado. La faja aprieta, pero me hace un abdomen y un culazo que ya quisieran muchas mises.
—¿Sí, señor?
Se sienta en su silla giratoria, tras su escritorio de cristal que padece horror bacui.
—¿No deberías haberme traído el proyecto sobre el hotel que Stemphelton quiere construir en Cadwell?
Lo miro algo desconcertada.
—Mi reloj marca las once y la reunión…
—No seas impertinente. —Se reclina en su silla y me mira con cara de pocos amigos.
No lo soy, cabronazo sin corazón, pero aún no son las doce de la mañana. Sin embargo, la niña buena que hay en mí dice:
—No era mi inten…
—El señor Stemphelton ha cambiado la reunión a las doce, así que necesito tu informe ya.
Miro mi carpeta y a él.
—Claro, pero, pensé…
Él me mira con el despotismo que es habitual en él.
—¿Creíste que me acompañarías a la reunión con el señor Stemphelton?
Hago un esfuerzo sobrehumano para no encogerme de hombros y demostrar lo mucho que me ha dolido ese comentario. Porque la verdad, creí que al menos me dejaría exponer mis ideas.
—Pues te equivocas.
—Claro, señor.
Seguramente el jefe de área debe mirar que le voy a entregar al jefe antes de una reunión importante. Pero por eso...
—Yo, anoche le dejé un borrador sobre su mesa.
Veo por el rabillo del ojo que todas mis compañeras y compañeros están pendientes de mí. Esto no presagia nada bueno y si me despide tendré público.
Menuda mierda.
—Esta mañana he estado… terminándolo.
—De cháchara con Claudia —me suelta a bocajarro—. No creas que no me he dado cuenta de que te gusta mucho más hablar que trabajar.
Pero qué coño… será capullo.
Eso es lo que quiero decirle, pero solo se me escapa un graznido.
—Estaba añadiendo unos detalles…
Señalo mi pequeña mesa compartida como si eso le diera a entender claramente que estoy trabajando arduamente en ello y que no tiene por qué despedirme.
—Lo que dejaste sobre mi mesa ayer es una porquería.
Mis ovarios sí lo es.
—Es un gran proyecto —le digo con firmeza.
—Que te viene muy grande.
No es cierto.
Él lo sabe. Y todo el mundo debería saberlo.
—Es uno de mis mejores proyectos. No puedo creer que no le haya gustado.
—No lo ha hecho.
¡Y una mierda!
Sé que no es así. De creérmelo eso me partiría el corazón.
Abro la boca para empezar mi discurso y defender mi obra, pero… ¡Ni siquiera puedo intentarlo!
—Eres una incompetente. —¡Toma ya! Un proyectil directo a mi autoestima que me destruye—.Y no quiero incompetentes en mi equipo.
—Yo… yo…
No puedo hablar.
Estoy en shock.
¿Qué coño está pasando aquí? ¿Me va a despedir? ¿Por qué? ¿Por haber hecho el mejor proyecto de mi vida?
Entro en pánico.
—¿Por qué demonios es tan cruel?
No se le ocurrirá despedirme, ¿no? Puto engendro baboso.
Dios mío no puedo perder este empleo. Lo necesito para pagar el alquiler y seguir viviendo en esta maldita ciudad que al parecer no está destinada a ser el lugar donde voy a triunfar.
Veo cómo Clark coge los papeles que tiene guardados en la carpeta que anoche le dejé y me los lanza.
Me aparto para evitar el impacto de la que fue mi carpeta.
Los documentos se esparcen por todas partes, mientras escucho las palabras que no estoy preparada para digerir.
—Si esto es lo mejor que sabes hacer… Estás despedida.
No, no, no. Esto no puede estar pasándome a mí.
—Seño…
No me deja terminar.
—El señor Stemphelton no da segundas oportunidades.
Se levanta de la silla y me indica la salida, que es la puerta acristalada que él mismo ha abierto para que me vaya con viento fresco.
—Señor…
—Te di espacio para que pudieras hacer un simple proyecto y has fracasado. Tengo autoridad para despedirte y lo haré. No te quepa duda.
No sé si montar el cólera o echarme a llorar.
Opto por lo primero porque sabes que tu trabajo es espectacular. No solo has hecho los diseños de los lugares comunes, sino de cada una de las malditas habitaciones mimetizarse con el entorno. El spa es puro lujo, el jardín… joder, podría dormir en una puta hamaca en ese espectacular jardín que he diseñado.
¿Que hago basura?
¡Y un cuerno!
—He dedicado dos meses de mi vida a este proyecto. Es lo mejor que he hecho nunca…
—Eso no habla muy bien de tu talento.
Abro la boca impactada por sus falsas palabras, pero no dejo que sus palabras me callen.
—Si no aprecia mi trabajo quizás quien no sepa nada de diseño es usted.
¡Boom!
La puerta del despacho está abierta, he lanzado la bomba y el silencio en la sala es ensordecedor.
Veo a todo el mundo agazapado sobre su teclado, pero todas las cabezas nos miran. Somos una peli de sábado por la tarde con manta y palomitas.
Va a despedirme, así que a la mierda con lo que es correcto y lo que no. Pero si algo tengo claro en esta vida, es que nadie va a tratarme así, por muy jefe que sea.
—Será mejor que se largue, señora Roberts.
—Podría llamarme Janna, como todo el mundo si no fuera un estirado que se cree superior a todos los que están al otro lado de esta puerta —algunas cabezas se levantan asombradas—, pero como no tenemos confianza, y no pienso dársela, en lugar de Janna puede llamarme: ¡Bésame el culo!
Doy dos zancadas y ya estoy fuera del despacho.
Veo que algunas de las compañeras se han levantado de sus sillas, una de ellas es Claudia y está llorando. Ben, uno de los chicos aplaude a lo Leonardo Di Caprio mientras me ve pasar flechada hasta mi sitio.
Los aplausos son ensordecedores y me doy cuenta de que la mitad de la plantilla está vitoreándome. La otra esta con la boca abierta, de pie… si no aplauden no es por miedo a Clark es que siguen reviviendo la mítica escena de ¡Bésame el culo!
—Oh, Dios… —Voy a vomitar.
Clark sale del despacho y los mira a todos con odio. Los aplausos se van calmando y todos se sientan. No puede despedir a todo el mundo, ¿verdad?
Tomo aire por la nariz y lo voy soltando lentamente por la boca.
—¿Estás bien? —me pregunta Claudia.
Me encojo de hombros.
Recojo mi bolso y mi portafolios cuando un rugido se escucha tras de mí.
—¡Suelta eso inmediatamente!
Al parecer a Clark le da un ataque.
—¿Perdona? —Lo miro sobre el hombro, como un gremlin mojado después de medianoche.
—El proyecto forma parte de la compañía Stemphelton, y todo lo que has hecho aquí hasta ahora es confidencial, suelta tu carpeta y lárgate.
—Es mi trabajo de meses y usted dice que es basura, ¿qué coño voy…?
—¡Te denunciaré! Es basura que no usarás para la competencia. Será mejor que te largues.
Me quedo con la boca abierta. Claudia me mira con profunda lástima. ¡Y una mierda voy a dejar mi carpeta! Suerte que todo lo demás me lo envío al correo por si acaso.
¡Qué injusticia! No puedo creer que en la empresa que tanto admiraba cuando empecé a hacer prácticas sea esto. Un nido de víboras.
—Qué lástima que el señor Stemphelton tenga a cargo del departamento a alguien tan incompetente y tirano.
Se escuchan unos uuuhuuu por lo bajini en la sala.
Clark se pone rojo como una manzana madura, pero no dice nada, solo mira alrededor, sabe que muchos están de mi parte.
—Lárguese, cuanto antes mejor.
Se da media vuelta y se marcha de nuevo, pero no a su despacho acristalado donde todo el mundo puede verlo, sino a la sala de descanso, seguramente a por un maldito mocaccino.
—Joder…
No voy a darme por vencida.
—¿Qué vas a hacer? —me dice Claudia.
Me encojo de hombros al borde de las lágrimas.
—No lo sé. —Recojo la carpeta y tengo muy claro que ningún gilipollas me va a decir que no tengo talento—. Pero esto no va a quedar así.
Salgo de la sala con los ojos de todo el departamento puestos en mí. Claro, al hacerlo no soy nada consciente de que a Claudia le falta tiempo para coger el teléfono y llamar a donde llama cuando hay problemas.
—Tina… No te lo vas a creer.
Me dirijo a recepción del edificio. Ahí estoy desubicada, con el bolso colgando de mi hombro y sin saber muy bien qué hacer.
Me paro en medio de todo y respiro hondo. No sé cuánto tiempo ha pasado hasta que miro mi reloj de pulsera. ¡Veinte minutos! Menuda ida de olla.
Suspiro, tomo aire, carraspeo, suspiro de nuevo…
Hay dos opciones, salir de allí con el rabo entre las piernas, y con mi portafolios, que seguramente sí es objeto de demanda. O… Tu tronco se gira y miras el ascensor.
El triángulo rojo que baja, luego se apaga y se abren las puertas.
Janna, escucha la voz de su abuela, me digo, en esta vida solo hay dos direcciones: o subes o bajas.
—Pues subo.
Pero antes de poder poner un pie dentro ves que alguien intenta salir.
El hombre más guapo e increíble del mundo. Lo reconoces enseguida: James Stemphelton.
—Señor Stemphelton.
Suspira simple mortal. Es como un dios bajado del Olimpo.
Él te mira y sonríe. Pero, no una sonrisa de suficiencia, ni una de esas que quieren intimidar o despreciar. Nooo… es de esas que buscan ser encantador. De esas que tu abuela aprobaría. Oyes su voz de nuevo en tu cabeza: A eso se le llama un buen mozo, a por él, pequeña Janna Bannana.
Carraspeo.
—Joder, sí lo es.
—¿Perdón?
Sí, yo y mi manía de hablar en voz alta.
—Disculpe, ¿qué? —le digo totalmente intimidada por su altura y la espesura de su mata de pelo rubio.
—Ese joder… ¿ha salido de algo que he dicho? —me pregunta él inocente.
—Pero si no ha dicho nada.
Sonrío como una idiota, porque eso es lo que soy. Una idiota que suele hablar en voz alta en los momentos más apropiados.
—Señorita Roberts…
Me congelo y James Stemphelton deja de hablar con un movimiento de cabeza, que deja claro que no quiere que salga huyendo, algo que sin duda quiero hacer.
¿He escuchado bien?
—¿Sí? —vacilo.
¿Cómo demonios el CEO de la empresa donde trabajo sabe mi nombre?
Él pone una mano en la puerta del ascensor cuando este está a punto de cerrarse, James la mantiene abierta y por primera vez en mi vida no sé qué hacer.
—¿Subes o bajas?
Pues joder… la abuela me mataría si no subiera.
Aprietas la carpeta contra el pecho con tu proyecto.
Necesitas que él, el verdadero jefe, te diga a la cara que son una mierda, un descarte que no vale nada. Necesitas saber del jefe y no del incompetente de Clark, que necesitas mejorar mucho.
—Solo subía para… hablar con usted.
Oigo los aplausos de mi abuela en la cabeza. Estaría orgullosa.
—Bien… —dice él con unos ojos cálidos y una sonrisa perenne en la boca—, que casualidad… yo solo bajaba para hablar con usted.
Siento cómo mi mandíbula se desencaja y espero que no haya llegado al suelo.
¡Joder! ¿Por qué?