Читать книгу ¿Qué le haría a mi jefe? - Kristine Wells - Страница 7
CAPÍTULO 4
ОглавлениеJANNA
Cuando entro en la sala de juntas me siento impresionada. Es casi tan espectacular como el despacho del jefe. Cuando me doy la vuelta, ves que la secretaria de tu jefe, y ami adorada Tina, en mi cabeza, entra detrás de mi. No en vano me ha guiado hasta allí.
Tina es una tía guay, porque me sigue mirando con cara de bienvenida, y es de agradecer, ya que estoy totalmente desubicada.
Nos cae bien esa mujer.
Nos cae muy bien.
La sala es enorme, pero al parecer no nos detenemos ahí.
—Esta es la sala de juntas, pero no vamos a quedarnos aquí. Quiero enseñarte algo.
Asineto fascinada por todo lo que veo. Al fondo en la pared hay una pequeña puerta que lleva a otro despacho, no como el del jefe, sino uno más íntimo, más coqueto… ¿femenino? No sé muy bien cómo decirlo.
Las paredes son de cristal, a excepción de la que acabamos de atravesar.
—¿Impresionada?
—¿Alguien no suele estarlo cuando entra aquí por primera vez? —Las vistas simplemente quitan el aliento—. Es espléndido.
—Y mío. —Extiende los brazos como si abarcara la habitación.
Parpadeo.
—¿Tuyo?
Ella avanza hacia su escritorio, de superficie de vidrio, pero no se sienta en su elegante silla giratoria, vuelve atrás y camina hacia mí, después de haber cogido una carpeta con documentos.
—¡Claro! ¿De qué te extraña?
La miro y lo cierto es que no parece para nada una secretaria convencional.
—Estoy impresionada, no sabía que las secretarias tuvieran despachos tan grandes.
—Oh, soy más una secretaria. Soy su asistente, amiga, confidente, ¡madre suplente!
Me sonríe y no sé si me está hablando en serio, pero creo que sí lo hace.
—Bien Janna… —Me lleva hasta el sofá que preside la sala, más que la mesa de trabajo— Siéntate, tengo algo para ti.
No tardo ni dos segundos en sentarme a su lado, en el sofá turquesa, tan suave como un gatito. Y así me siento, dispuesta a maullar y a que me acaricien el lomo.
Miro la carpeta con el sello de la empresa Stemphelton en la cubierta.
—¿Esto es para mí?
Tina asiente y lo abre para que lo vea.
Un contrato.
¡Lleva mi nombre!
Muchos años de esfuerzo y meditación hacen que me quede sentada y no me ponga a dar saltos como una loca.
Inspira.
Expira.
—Caray, no esperaba un contrato después de mi despido de esta mañana.
Tina asiente. Jolines, esta mujer me lee como un libro abierto.
—Sí, me lo imagino.
La observo con detenimiento, su vestidazo, sus zapatos de tacón de aguja… qué elegancia, es impresionante. Sobre todo, la confianza que tiene en sí misma.
Tomo el contrato entre las manos y ella me insta a leerlo. Yo lo hago obedientemente, no sea que me lo quite y se arrepienta en el último momento de contratarme, algo que sería cruel. Terriblemente cruel.
—No veo nada fuera de lo normal… ¡A excepción de la desorbitante suma de mi sueldo!
—Pues no hay ningún cero de más.
—No, es todo para ti —me dice Tina. Sus ojos brillan y sé que oculta algo.
—¿Qué pasa?
Entonces recuerdo.
—No ocurre nad…
—Es el problemilla que tenemos en el proyecto de Cadwell, ¿verdad?
La miro fijamente a los ojos y ella no los aparta. Se ríe, porque estoy segura de que le caigo bien. Ella es intimidante, y no creo que nadie le sostenga la mirada más de dos segundos.
—Sí, tenemos un problemilla.
—Tú dijiste que no era pequeño.
Tina se pone recta.
—Me impresionas, Janna, estás atenta a todo. La magia de los detalles… la gente no presta atención y yo suelo aprovecharme de ello. Haz lo mismo y llegarás lejos.
Parpadeo y espero que diga algo más, pero no sucede.
—El problema —la apremio—, dijiste que teníamos un problema y que yo era parte de la solución. ¿Soy la solución al problema? No entiendo de qué forma, puede ser eso. Solo soy la chica que hace poco más de unas horas trabajaba en la planta de abajo sin llamar la atención.
Suspira. Pero al final accede a contármelo.
—James quiere que te prevenga, para que no te pille de sorpresa. Pero es que a mí me encantan las sorpresas. ¿Por qué no pasamos de lo que quiere James y simplemente dejamos que la energía fluya?
Vale, se le ha ido la olla.
—Tina… James Stemphelton es tu jefe.
—¿Y?
—Deberías obedecerle.
—Bueno… no, si está equivocado.
Parpadeo.
—¿Y se equivoca al advertirme del problema con el proyecto?
Ella hace un esto de desgana con la mano.
—No, pero la reunión será mucho más divertida…
De pronto una figura masculina, impecablemente vestida con traje asoma por la puerta de cristal.
—La has puesto al día.
—¡Por supuesto! —Tina levanta las manos en señal de victoria.
¿Puesto al día? Si no me ha dicho una mierda del problemilla.
—Ya tiene el contrato en sus manos, y… ¡chan! Un boli —Su cara de entusiasmo es deslumbrante—. Firma, por favor.
Yo vacilo, pero por lo que he leído es un contrato espectacular.
—¿En serio me pagaréis esto si me despedís antes de dos años? —pregunto incrédula.
Tina y James asienten.
—Una compensación por el trabajo realizado y que no vas a poder llevarte a otra empresa si te marchas o te despedimos.
—Yo nunca…
—Lo sé. —James me guiña un ojo. Sí, casi se te caen las bragas.
Vale, esa mirada… acabo de derretirme.
Firmo antes de que cambien de opinión.
—¡Genial! Bienvenida al club Stemphel. —La miro raro y ella cabecea—. Sí, es Stemphelton, pero es demasiado largo.
—Tina…
James la mira con los ojos en blanco.
—Bueno… es hora de que me retire de mi despacho de secretaria. —Me guiña un ojo—. ¿A que es genial? Creen que me jubilaré pronto, por eso me lo consienten todo. ¡Van listos!
Y yo la creo.
Lo cierto es que Tina tiene el despacho pegado a la sala de juntas para que vaya informando de todo lo que ahí dentro ocurre, al señor James Stemphelton. Me doy cuenta de ello, por eso, entre otras cosas, Tina es indispensable.
Cuando nos dejan solos, el ambiente vuelve a cargarse.
Hay electricidad por todas partes, lo noto, sobre todo en la mirada profunda y azul de mi jefe.
—En nada tendremos reunión con mi padrastro. No debes preocuparte por nada.
Quiero decirle que no estoy preocupada por su padrastro, sino porque él se está acercando al sofá.
Se desabrocha el botón de la americana y se acerca mi lado.
¡Vaya seductor!
Mis bragas ya van por los tobillos.
—No te dejes impresionar por todo esto —señala el despacho y las vistas, pero se ha olvidado de señalarse a sí mismo que es lo que realmente me inquieta—, como ya te he dicho te acostumbrarás a todo esto. La gente que trabaja en esta planta corre o vuela dependiendo del día. El ritmo de trabajo es alto, pero vale la pena.
—Sí —me río—, ya he visto mi sueldo.
—Estoy seguro de que valdrá cada centavo.
Bien, no es un pervertido, porque esa frase no ha llevado ninguna carga erótica, así que no piensa ofrecerme semejante contrato laboral para que me acueste con él.
Vamos, Janna… como si no fuera suficiente con pedírtelo, perra. Seguro que, si te dijera arrodíllate, estarías sacando la lengua a por el hueso.
Me aclaro la garganta y me abanico con la mano. Mi voz interior hoy tiene la lengua muy suelta. De pronto creo que James Stemphelton está demasiado cerca.
—¿No hace calor aquí?
—¿Tú crees?
Lo miro con incertidumbre y me encojo de hombros.
—Bueno, exactamente… ¿a qué voy a acostumbrarme? ¿Trabajaré en esta planta?
Él me mira enigmático y aunque su mirada azul no ha perdido brillo, sí que noto algo diferente.
—Te buscaremos un despacho… cerca del mío.
Eso hace que me acalore todavía más, pero qué le vamos a hacer, no voy a largarme de ese sofá, ni a separarme de mi jefe, ni muerta.
—Eso será fantástico.
—Y tengo una oferta para ti que no podrás rechazar…
¡Problemas! ¡Problemas! ¿A qué viene esa mirada? ¿Es mirada de sexo o a bizqueado?
Me acerco un poco y… ¡Altoooo! El tipo huele demasiado bien.
—Joder…
—¿Que?
—Nada. —Rio nerviosa e intento levantarme del sofá, pero entonces una de sus perfectas manos me toma de la mía.
—¿Te sientes incómoda? ¿Te has pensado mejor lo de trabajar en el proyecto de Cadwell?
¡Dios! ¡El proyecto de Cadwell… Sí, hablemos de eso. Desde luego es lo único que puede distraerme de lo bueno que está mi jefe y de todas las cosas que le haría.
—El proyecto de Cadwell.
Él asiente, pero veo claramente que no está muy hablador.
—¿Qué problema hay con el proyecto?
Es solo una milésima de segundo, pero se da cuenta de que Tina no me ha contado nada, y claramente no sabe si reír o enfadarse. Ladea la cabeza y se siente francamente agotado.
Opta por las dos opciones.
—Tina es de lo que no hay. Si no fuera la mejor…
Otro gallo le cantaría, eso seguro.
De pronto se pone en pie, mira la carpeta, la que lleva el contrato con mi firma, y él también estampa la suya.
Se queda de pie observándome, justo frente a mí.
No te sientes incómoda ni nada por el estilo. Los tipos que te intimidan o suelen pasarse de la raya, los manejas con mucha destreza, pero este no es el caso. Porque darías todo el helado de chocolate que guardas en el congelador para que él no se alejara ni un milímetro.
Entonces ves su expresión.
Quiere decirte algo.
Otra vez suenan las alarmas en tu cabeza.
Tragas saliva.
—¿Tan malo es? —pregunto un tanto acojonada.
Con un sueño cumplido como el de tener un supertrabajo en la empresa Stemphelton y ese sueldazo, algo malo tiene que pasarme, quizás me caiga por el hueco del ascensor o algo así. Pero él no parece darle mucha importancia a mi preocupación.
—¿El qué?
—Lo que vas a pedirme. El problema con el proyecto. ¿Hay cadáveres en el solar? ¿Tengo que esconderlos en un pozo ciego?
James se ríe y el ambiente se relaja.
—No, no es eso, nada tan grave —carraspea—. Pero…
Ahí está.
Algo está pasando, lo veo en su cara. Claramente ha perdido valor, así que retrocede un paso, dos…
¿Qué hace?, ¿huye?
Veo cómo se acerca a la mesa de Tina y alarga la mano para apretar un botón del teléfono.
—Tina.
Tiene puesto el altavoz. No parece haber respuesta al otro lado de la línea, pero oigo su respiración.
—¿Ya se lo has dicho?
Me pongo tensa, pero él me mira con su arrebatadora sonrisa y menea la cabeza. ¡Le está quitando importancia al tema!
—¿Lo que te he dicho que le dijeras? No, no. Lo haremos en la reunión.
—No me parece una buena idea.
—A mí empieza a no parecerme buena idea tenerte como secretaria.
—No soy secretaria y si lo fuera… Eso es una mentira como un templo, pero lo pasaré por alto. Sé que no quieres bajarme la autoestima.
—Como si eso fuera posible, pelirroja.
Me quedo con la boca abierta por su total confianza.
—Antes de hablar de Cadwell, hablaremos con Clark. Dile a ese cretino que venga inmediatamente a tu despacho.
—¿Quieres reunirte en el tuyo? Yo estaba leyendo una primera edición de…
—¡Cállate ya y tráemelo a tu despacho!
—A la orden jefe.
El tono autoritario no engaña a nadie. Esos dos se adoran.
Después de apretar un botón, James Stemphelton se sienta sobre una de las esquinas de la mesa y se me queda mirando con su traje de cinco mil dólares, parece querer hablarme de algo, pero una vez más se arrepiente.
Se hace un silencio, pero no es demasiado incómodo, porque apenas soy consciente de ello. Estoy demasiado ocupada observando sus anchos hombros, su cintura estrecha y cómo la tela de sus pantalones se tensa sobre sus muslos y deja entrever claramente que está bien dotado…
Genial, Janna, sigue mirando el paquete al jefe, a ver cómo termina el día.
Pero imaginarte el jefe desnudo al menos ha hecho que te olvides de Clark por unos minutos. Al recordar que está a punto de entrar por esa puerta, se te muda la expresión.
Se escuchan unos golpes sobre la puerta de vidrio.
Es Tina, la abre un poquito y le sonríe a James.
—El imbécil ya está aquí —le susurra bajito.
Al parecer, Tina está encantada con la tarea encomendada de traer a Clark.
Te muerdes el labio inferior, de pronto preocupada ante la inminente llegada de tu antiguo jefe de área.
—¿Quería verme, señor Stemphelton?
—Así es.
Cuando Clark entra, ves que no tienes de qué preocuparte. Te das cuenta de dos cosas: la voz de James ha bajado gravemente y Clark está más sorprendido que tú de verte.
Como una buena chica me mantengo en mi sitio y dejo que el tiburón haga su trabajo y se coma al pez pequeño.
Clark suda.
Diooos… esto es como una peli. Solo me faltan las palomitas.
Es evidente que Clark intenta averiguar qué está pasando.
—¿Janna?
Me encojo de hombros. No seré yo quien le explique qué hago aquí.
Por el rabillo del ojo veo cómo Tina saca la cabeza, unos centímetros para ver mejor. ¡Está espiando!¡Madre mía!, pelirroja.
Bien, tú también lo harías, dice mi voz interior. Y tiene razón.
Clark no está muy animado al ver el informe sobre la mesa de James.
¡Sorpresa, capullo!
—¡Oh!
James no pierde la compostura, pero se aparta de la mesa y se acerca a Clark, alisándose la americana de su traje italiano.
—Sí, oh. —La desgana con que James habla me agrada, hasta me saca una sonrisa.
Tina, por su parte, ríe y al segundo se tapa la boca y desaparece de la puerta, volviéndose a esconder.
—Señor Stemph…
—¿Es este el informe que esta misma mañana has intentado colarme como tuyo?
Toma ya, ese es mi chico… digo jefe. ¡Bien por el señor Stemphelton! ¡Ponlo en su sitio cariño!
Me emociono y tengo que hacer un gran esfuerzo para no frotarme las manos por la anticipación.
—No contestes —le dice James—, creo que sé la respuesta. Al igual que sé que me intentaste colar el de hace dos meses… ¿cómo se llamaba al tipo que despediste? ¿Robert?
Dios mío, entonces me doy cuenta.
Ha despedido a los técnicos que han estado trabajando para él para apoderarse de todas sus buenas ideas.
Me pongo de pie y lo miro con desprecio.
—Eres un cabrón. —Le señalo con el dedo y veo cómo ambos hombres me miran sin decir nada, pero fuera, tras la puerta de cristal, Tina aplaude y asiente con la cabeza.
Con una mirada de James, vuelve a desaparecer.
—Esa boca… —James me mira por encima del hombro y le sonrío algo avergonzada.— Pero sí, Clark… ¿cómo podríamos decirlo de otro modo? Eres un cabrón.
—Puedo explicarlo.
—¿En serio? Soy todo oídos.
Pero es broma, no va a escucharle ni de coña, ¿no? Sus siguientes palabras me lo confirman.
—Señor...
—Cuéntame, Clark… a no ser que lo que vayas a decir sea mentira, porque tengo un tiempo limitado para atender imbéciles, y no tolero muy bien la pérdida de tiempo.
Mis bragas acaban de salir volando por la ventana.
Estoy a punto de aplaudir como ha hecho Tina, pero hago un esfuerzo sobrehumano para parecer una chica cuerda y normal.
Eso es, Janna, tú calmadita.
—Yo… —Clark intenta hablar.
—¿Sí?
—Somos un equipo. Las ideas no se las puede apropiar un becario o un miembro menor…
—Las ideas se hablan en las reuniones de personal, se ponen en común para construir algo sólido. No es lo que has estado haciendo. ¡Y no mires a Janna!
Cuando James alza la voz, hasta yo me cuadro como un soldado que acaban de reprender.
Clark me mira furioso.
—El problema aquí eres tú. Tu problema para trabajar en equipo, tus escasas ideas… No puedo ni imaginar por qué te pusimos en el lugar que te pusimos, ¿quizás porque ya te habías apropiado de otras ideas que no eran tuyas?
Clark no responde. Pero me mira a mí como si quisiera arrancarme la cabeza.
—Tú…
James se pone entre los dos.
—No apuntes en la dirección equivocada, aquí el culpable eres tú. Y me añadiría a mí también —dice muy serio—. Si en mi empresa no me he dado cuenta de que alguien como tú estaba en el sitio que no le correspondía, me pregunto cuánto más he pasado por alto.
Me inclino un poco hacia delante y veo que Clark cierra la boca derrotado.
—Es muy mezquino lo que has hecho.
—No he hecho nada malo. —Pero a estas alturas nadie se lo va a creer.
¡Venga ya! Te daba una patada voladora que ni Chuck Norris, cretino.
Pero evidentemente no lo hago.
—Clark, has hecho pasar por tuyas todas las ideas de los proyectos del equipo que supervisabas. De hecho, en los informes que tuve que mirar ayer para cerciorarme, no mencionas a nadie. Como si las ideas fueran todas tuyas. ¿Qué hacían los demás miembros del equipo? ¿Traerte café?
Veo cómo Clark aprieta los puños.
—No sabía que tenía que laurear a los miembros del equipo que trabajan para mí.
—No, solo tenías que hacer tu trabajo, coordinar los proyectos, no apropiarte de ellos y despedir a los genios que los han creado, ¿sabes cuánto tiempo tardaré en localizar a las personas que has despedido?
Con Tina como secretaria, no sé… ¿dos nanosegundos? Pero yo sigo ahí de pie aguantando la mirada furiosa de Clark y viendo la espalda de James, que cada vez parece más ancha.
—Solo he despedido…
—¿A quién? ¿Con qué pretexto?
De pronto, James me mira y mis sentidos parecen estar todos pendientes de él.
—¿Qué excusa ha puesto para despedirte?
—Que mi trabajo era mediocre.
James sonríe y mira a Clark que parece volverse cada vez más pequeño.
—¿El mismo trabajo que esta mañana era la mejor idea del mundo? ¿Por qué te habías pasado la última semana sin dormir acabándolo?
—Señor…
—Clark… —James lo mira como si quisiera arrancarle la cabeza, luego vuelve a mirarme a mí—. ¿Quieres hacer los honores?
Yo abro la boca y la cierro. No sé qué decir.
Entonces aparece Tina. Abre la puerta y grita sonriente:
—¡Estás despedido!
Aplaude como si su equipo favorito de fútbol hubiera ganado la liga.
Clark la mira y solo puede maldecir y apretar los puños con fuerza.
—¡Maldita sea! Yo soy el responsable del área, da igual que no sean mis ideas, me corresponde a mí presentarlas.
—Pero no robarlas —le dice llanamente James—, ni quitarle el mérito a tus compañeros. Y mucho menos despedirlos.
—¡Ellos trabajaban para mí!
James menea la cabeza.
—Ya no.
Clark nos mira furioso. No sé a quién desea más arrancarle la cabeza, a James, a Tina o a mí. Pero antes de hacer nada de lo que se arrepienta, se da la vuelta y se dirige hacia la puerta sin que salga una palabra más de su boca.
Mira a Tina con odio y ella le abre más la puerta para que pueda pasar.
Antes de que pase un segundo los tres soltamos aire con alivio, hasta James. Ya no se ve a Clark por ningún sitio.
—Odio hacer estas cosas.
Joder, qué buen tipo es. Y tan mono… ¿Está bueno, eh?
Mi voz interior vuelve a hacer de las suyas.
Para ya.
Bueno, bueno. Jefe bueeeeeeeenorro. Dame una B, dame una U...
¡Cállate!
¡Bue-no-rro! ¡Bue-no-rro!
Por suerte, Tina me distrae de mi monólogo interior.
—Pobre Clark. —Tina no siente la más mínima pena por él—. El proyecto de Cadwell será para Janna…
James asiente.
—Así es.
Entonces Tina me toma de la mano.
—Si ese capullo se hubiera quedado habría sido su jefa. —Me abraza sin previo aviso—. Qué suerte tenemos de olisquear y encontrar trufas bajo la mierda.
—Eeeh… sí.
Me tapo la boca con la mano para no reír.
Miro a James y él me devuelve su mirada azul.
—¿Yo soy una trufa? —murmuro bajito, aún con Tina enganchada a mí.
Él asiente, pero es Tina quien contesta:
—Desde luego no eres mierda, querida nueva jefa adjunta del proyecto Cadwell.
Sonrío como una idiota.
¿Cómo puede ser eso cierto?
—Caray lo que ha dado de sí este día —digo sin poder creerlo.
Miro a James Stemphelton como si fuera el hombre más sexy de la Tierra. Guapo, con poder y justiciero.
¡Toma ya!
Me ha tocado la lotería.
—Y ahora… vamos a sentarlos y… —James carraspea—. Hablaremos del problema.
—Bueno. —Tina me suelta y me da un golpecito sobre el hombro—. Yo tengo cosas que hacer, acabar de leer mi artículo de como tener unos labios rojos perfectos. Estaré en la sala de descanso, puede usar mi despacho el tiempo que quiera jefe. Buena suerte a los dos.
James cierra los ojos y suspira.
Oh, oh. Olisqueo tormenta.