Читать книгу El Ángel Dorado (El Ángel Roto 5) - L.G. Castillo, L. G. Castillo - Страница 10

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Leilani era hermosa.

Jeremy contemplaba la luna mientras paseaba por la playa, hundiendo sus pies en la cálida arena. No debería estar tan sorprendido. Leilani siempre había sido una niña preciosa.

«Ya no es ninguna niña».

«¡Para!»

Dio una patada, salpicando arena por el aire. Todavía era una niña. Sí, una niña hermosa, pero una niña. Una niña a la que todo el mundo había mirado en el restaurante Candy mientras balanceaba sus bonitas caderas; una niña con delicados brazos que se movían al son de la música; una niña con labios rubí ligeramente abiertos como si esperasen a ser besados.

Y esos ojos. Esos conmovedores ojos marrones le perseguían. Sus ojos eran más sabios con los años. Recordó cuando paseaban juntos por la misma playa en la que él se encontraba en ese momento hablando sobre Naomi y sobre el padre de Leilani. Incluso entonces, ella entendió su corazón.

Había venido a la isla por una razón: quería verla tanto ella como a Sammy. Y ahora que lo había hecho, debía irse de allí.

Pero, ¿por qué no podía irse?

El sonido de las risas llenó la silenciosa noche. A lo lejos había una pareja de jóvenes abrazados frente a una pequeña hoguera.

Jeremy se detuvo a observar como el hombre acercaba a la mujer hacia él. Ella se recostó contra su pecho mientras la abrazaba. Con su oído de ángel escuchó cómo el hombre le decía lo hermosa que era. La mujer sonrió y arqueó la cabeza hacia atrás invitándole a besarla.

Entonces Leilani se le vino a la mente.

Jeremy se dio la vuelta y caminó en la dirección opuesta para acallar el sonido de los labios besándose y los leves gemidos.

¿Qué le estaba sucediendo? ¿Acaso esto era algún tipo de prueba? ¿O tal vez Saleos había averiguado dónde se encontraba y había ingeniado la manera de torturarle? Porque, desde luego, nada de esto tenía sentido. Era Naomi con quien él soñaba y era Naomi a quien amaba.

¿O no era así?

¿Entonces por qué su corazón pareció volver a la vida en el mismo instante en que vio a Leilani sobre el escenario?

¿Podría ser lujuria? Nunca había reaccionado con nadie de la misma manera en la que lo hizo con Leilani, y eso que había tenido a mujeres medio desnudas que prácticamente se lanzaban sobre él. Sin embargo, nunca le habían supuesto un problema. Pero esa atracción... La intensa necesidad de sacarla del escenario fue abrumadora.

Sentía repulsión hacia sí mismo. Tenía que acabar con esta mierda, y rápido. No tenía razones para sentir lo que sintió. Ya lo había arruinado todo con su familia. Naomi le odiaba y ahora Leilani también le odiaba. Bien, al menos todavía parecía gustarle a Sammy. Y aún tenía a Lash.

«Debo de estar volviéndome loco porque juraría que acabo de escuchar a Lash».

—¡Hermano!

Jeremy se tambaleó cuando Lash le dio un golpecito en el brazo. Parpadeó confundido por ver a Lash y a Uri frente a él.

—No pretendíamos asustarte, hermano, pero llevamos gritándote durante un par de minutos —dijo Lash.

—No os he oído —contestó Jeremy.

—Es cosa de Saleos. Está jugando con tu mente. —Uri se puso tenso mirando por toda la playa—. Tenemos que irnos. Ya.

—¡No! ¡Esperad! —Jeremy se echó a reír.

Genial. Ahora les había asustado. ¿Cómo les iba a explicar que estaba perdido en sus pensamientos y que además pensaba en dos mujeres en las que no debería estar pensando?

—No tiene nada que ver con Saleos. Era solo que... estaba distraído. Estaba pensando en... bueno, en que he venido a este lugar para... tomar una hamburguesa, y... y he visto a una vieja amiga que estaba... esto... bailando. ¡Arg!... ¡Joder! No era él, ¿de acuerdo? ¿Qué estáis haciendo vosotros aquí?

Los ojos color miel de Lash se ensancharon durante un momento por la sorpresa, e inmediatamente Jeremy se sintió culpable por haberles hablado de malas formas.

—Lo siento. He sido un poco grosero. ¿Qué ocurre?

—No hay problema. Lo pillo —dijo Lash—. Sé que ha sido duro para ti. Ha sido duro para todos nosotros. Pero queremos que vuelvas a casa.

—No estoy listo. —Ni mucho menos.

—No tienes elección, amigo mío —dijo Uri—. No nos resulta fácil decirte esto. Michael ha pedido que vuelvas y ha reunido al tribunal de arcángeles.

—Qué ha hecho ¿qué? Debes estar equivocado. —Jeremy fue preparado para entrar en el tribunal de arcángeles cuando le hicieron arcángel de la muerte. Esto era malo. Muy malo.

—Me temo que no lo estoy. Te van a llevar a juicio por desobediencia.

Jeremy sintió que el estómago se le hundía. No podía creer lo que estaba oyendo. El último arcángel en ser llevado a juicio fue su padre.

—¿Y si no regreso?

—Debes hacerlo —dijo Uri tremendamente serio.

—Lo hará, Uri. Tío, relájate —Lash se rió nerviosamente—. Mira, Jeremy, toda la familia te está esperando. Y Naomi también.

Jeremy notó vacilación en su voz. Incluso si regresaba, ya no sería lo mismo. Sabía que sería castigado por su desobediencia. Le desterrarían como hicieron con Lash.

El hecho de pensar que los arcángeles le iban a desterrar hacía que le hirviera la sangre. ¿Acaso todos los años de servicio desinteresado no significaban nada para ellos? Él era el más leal de los siervos, y para una vez que quería, o más bien, necesitaba un descanso, querían juzgarle por desobediencia.

Claro que no. No iba a volver. De ninguna manera.

—No. Me quedo aquí. —Se sorprendió a sí mismo por lo calmado que estaba al decirlo. Estaba incluso un poco feliz. Bueno, ¿y qué si le desterraban? Él ya se había autodesterrado. La pena que le impondrían sería que no podría regresar cuando quisiera. ¿Cuánto tiempo duraría? ¿Diez? ¿Veinte años?

Se produjo un golpe de silencio antes de que Lash y Uri saltaran al mismo tiempo.

—Jeremy, debes reconsiderarlo.

—¡Ni pensarlo, hermano! Te llevaré a rastras yo mismo si tengo que hacerlo.

Jeremy levantó la mano, silenciándolos a ambos.

—Esto es lo que quiero hacer.

—Podemos encontrar una solución —dijo Lash—. Naomi...

—Esto ya no tiene que ver con ella. Tiene que ver conmigo. No puedo explicarlo.

Apenas era capaz de comprenderse a sí mismo. No quería regresar. Quería quedarse. Tal vez estaba siendo un terco. Y si de verdad fuera honesto consigo mismo, vería que su versión inmadura estaba tratando de hacérselas pagar a su versión de hombre, o más bien a los arcángeles.

—Dile a la familia que estoy bien y que no se preocupen —dijo Jeremy, acallando los argumentos de Lash. No quería dejar a su consternado hermano, pero tenía que marcharse antes de que cambiara de opinión.

—¿Estás loco? —gritó Lash—. Que le diga a la familia que no... Lo siento, hermano, tengo que hacerlo.

Se escuchó un fuerte gruñido y a continuación Jeremy sintió un golpetazo en la espalda. Cayó de cara contra la arena. Lash empezó a ladrar órdenes mientras Jeremy agitaba los brazos.

—¡Rápido, Uri, cógelo por las piernas! Maldita sea, Jeremy, ¿por qué no te cortas las uñas de vez en cuando?

—¡Apartaos de mí!

—¡No!

¡Soltadme! —gruñó Jeremy, dando un empujón a Lash. Antes de que pudiese levantarse, Lash estaba de nuevo sobre él.

—¡Que no, joder! ¡Tú te vienes conmigo!

Jeremy volvió a apartar a Lash y por fin consiguió ponerse en pie.

Lash resolló. La arena le cubría el pelo y la cara mientras sus ojos color miel, llenos de determinación, aguantaban la mirada a Jeremy.

—Uri y yo sacaremos de aquí tu culo a rastras y te llevaremos a casa. ¿Verdad, Uri?

—No podemos —dijo Uri.

—¡Los cojones, no podemos!

—Me refiero a que él tiene que venir por su propia voluntad. Jeremy, tienes que saber a lo que te expones si te quedas. Ahora eres más vulnerable y Saleos se aprovechará de esa vulnerabilidad.

—Yo puedo encargarme de Saleos. —Jeremy apartó a un lado el hecho de que hacía poco tiempo estuvo vagando por el desierto de Nevada.

—No solo tu familia te necesita. Todos te necesitamos. La guerra es inminente. Es solo cuestión de tiempo.

—Y tienes mi palabra de que estaré a vuestro lado en el momento en que eso ocurra. —La guerra siempre parecía ser inminente y por eso Jeremy no estaba preocupado.

—Por favor, Jeremy —suplicó Lash—. No queremos perderte.

A Jeremy se le encogió el corazón al ver la expresión del rostro de Lash. No podía regresar. Todavía no.

—No te preocupes, hermano. No hay nada que Saleos pueda hacer para que yo llegue a unirme a él.

El Ángel Dorado (El Ángel Roto 5)

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