Читать книгу El Ángel Dorado (El Ángel Roto 5) - L.G. Castillo, L. G. Castillo - Страница 11
7
ОглавлениеCualquiera podría pensar que se habría preocupado aunque fuera un poquito por el juicio al que Michael iba a llevarle a causa de sus acciones. Cualquier ángel en su sano juicio se habría dejado ver al menos.
Jeremy cambió a su forma de ángel y, con un rápido movimiento de sus alas, saltó hacia el cielo. Adoraba volar. Si había una sola cosa que lamentaba, era no poder volar. Cuando Lash fue desterrado ese don le fue limitado.
Jeremy no podría lidiar con ello. Necesitaba volar. Era todo lo que él era. No había nada como el viento golpeándole en la cara y el ruido blanco para sacar toda la basura su cabeza.
Batió las alas, propulsándose más rápido. Tío, esto era justo lo que necesitaba para aclarar su mente. No había nada que le preocupara. Habían pasado semanas desde que Uri y Lash le visitaron y todavía podía hacer uso de sus poderes celestiales.
A estas alturas el juicio ya debería haberse celebrado. Pero nada había cambiado; ni el fuego ni el azufre se cernían sobre él, tan solo sentía paz. Así que este debía de ser su castigo: un paraíso en la Tierra por quién sabe cuánto tiempo.
Se rió mientras se elevaba sobre las verdes cumbres de las montañas. Las vistas eran impresionantes. Abajo, el agua azul rodeaba la exuberante Isla Jardín. Sobre él, las blancas nubes de algodón iban a la deriva en el cielo azul.
Sí, este era su tipo de castigo.
Aunque echara de menos a su familia, sin duda esta era la mejor decisión que había tomado: poner distancia entre Naomi y él. Quizás ella ya le había olvidado, pero él no se fiaba de sí mismo estando a su alrededor.
Retomó su vida en Kauai como si nunca se hubiese ido. Buscó a Bob y a Susan con la esperanza de volver a alquilar la pequeña casa de la playa. Afortunadamente, la estaban reformando y no tenían otro arrendatario. No le importaba que las paredes estuvieran sin pintar o que el suelo estuviera a medio terminar. De hecho, echar una mano a Bob a pintar y a colocar el suelo fue muy beneficioso para él, fue incluso terapéutico.
Lo único que echaba de menos era su moto. No pudo encontrar otra como la que tenía, así que tuvo que conformarse con la triste chatarra que encontró en un concesionario de segunda mano. Quería algo más bonito y rápido, pero tenía que ser más cuidadoso con el dinero, considerando que iba a estar en la Tierra durante un largo periodo de tiempo.
Y luego estaban Leilani y Sammy.
Cuando sobrevolaba el restaurante Candy, escuchó una música que le resultó familiar. Era la canción Kalua. Sonrió al ver a Leilani sobre el escenario, bailando, justo como la había visto bailar hacía unas semanas y como la vería bailar todos los viernes y sábados.
Era su momento favorito de la semana. Volaba un poco y después iba a ver a Leilani al trabajo mientras Sammy se sentaba en una mesa a hacer sus deberes o a leer algún cómic de zombis.
La palabra "acosador" estuvo rondando por su cabeza las dos primeras veces que fue al restaurante Candy a verles. Discutió consigo mismo repitiéndose que era porque estaba preocupado por ellos, pero después de ver a Leilani, le quedó perfectamente claro que ella lo tenía todo controlado. Se le llenó el pecho de orgullo al comprobar lo duro que trabajaba yendo y viniendo para servir a los clientes al mismo tiempo que ayudaba a Sammy con los deberes. Asimismo, se las arreglaba para tranquilizar a Candy cada vez que tenía una de sus rabietas, que más que ocurrir a diario, solían darle cada hora.