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El manto de Rachel se agitó cuando se apresuraba a atravesar el oscuro túnel. Él estaba allí. Podía sentirlo.

Temblando, sus dedos tocaron con torpeza el pesado material mientras se lo acercaba al cuerpo. Las bocanadas de aire blanco salían de su boca al jadear al tratar de recuperar el aliento. Con cada paso que daba, era como si sus poderes angelicales se fueran desvaneciendo. Se detuvo y se desplomó contra los húmedos muros de la cueva, incapaz de dar un paso más. ¿Podría hacerlo? Y aunque consiguiera alcanzarlo, ¿le quedaría algo de poder para poder salvarlo?

Gabrielle le había advertido de lo que ocurriría, pero Rachel hizo caso omiso, especialmente la primera vez que entró en el Infierno. ¡Se parecía mucho al lugar donde ellos vivían! Hasta donde podía ver, había abundante hierba y flores perfumadas. Unas montañas cuyas cumbres, cubiertas de nieve, se divisaban a lo lejos bajo el cielo azul. Incluso el arroyo se encontraba dispuesto de la misma forma que en el Cielo. Si no fuera por la inquietante sensación que sentía en la boca del estómago y porque el cabello se le había erizado en la parte trasera del cuello, habría jurado que estaba en casa.

Teniendo en cuenta que Lucifer tenía a sus prisioneros cautivos en el Lago de fuego, había asumido que el Infierno sería un vasto terreno vacío donde haría un calor abrasador. No fue hasta que encontró la cueva escondida detrás de una cascada, cuando finalmente comprendió lo que Gabrielle quería decir cuando le dijo que no bajara la guardia. La cueva era gélida y el aire frío parecía filtrarse por los poros de su piel hasta llegar a los huesos, provocando que sus dientes castañearan de una forma incontrolable.

Deseaba que Gabrielle le hubiera dado más información sobre qué esperar. Se habría abrigado más. Gabrielle tan solo había estado allí una vez, pero se quedó esperando en el exterior de la cueva. Según ella, con una vez ya había tenido suficiente. Le llevó unos días recuperarse de la experiencia.

Solamente Raphael sabía lo que el Infierno era en realidad. Él hizo que Gabrielle le esperase mientras él atravesaba con valentía las profundidades de la caverna hasta alcanzar el lago. Era la única persona que conocía que había bajado hasta allí y había vuelto... vivo.

Deseaba haberle preguntado a Raphael qué esperar de aquello y cómo prepararse. Suspiró. Si hubiera podido se habría escapado sin ser vista, pero habrían informado a Michael y lo más probable era que la hubieran puesto bajo vigilancia hasta que fuera sido demasiado tarde.

Dejó escapar un gemido al pensar en que él pudiese morir. Se llevó la mano a la boca, horrorizada, mientras el sonido retumbaba en la oscuridad, rebotando en los muros. Su cuerpo tembló al luchar contra la idea de perderle. Tuvo que recomponerse. Si la pillaban, sería el final para ambos.

Respiró con determinación y se empujó alejándose del muro. «Puedo hacerlo. No le perderé».

Sus pies raspaban el suelo de la cueva mientras caminaba arduamente en la oscuridad. Al girar una esquina, se topó con dos túneles.

«¿Por cuál debería ir?» Sus ojos se humedecieron y se mordió el labio, frustrada. Estaba cansada. Muy cansada. Si elegía el incorrecto, no sabía si luego podría ir por el segundo. El tiempo se le agotaba. Tenía que elegir ¡ya!

Estaba a punto de decantarse por el túnel de la izquierda, cuando escuchó un gemido procedente del de la derecha.

«¡Es él!»

Salió corriendo en dirección hacia donde venía el sonido con energías renovadas y, en unos minutos, llegó a una gran caverna. El calor le golpeó el cuerpo provocando que se encogiese de dolor debido al abrupto cambio de temperatura. Se detuvo de repente agitando los brazos al tratar de recuperar el equilibrio para no caer sobre la lava fundida que apareció justo delante de sus ojos amenazando con achicharrarle las puntas de los dedos de los pies.

¡El lago!

Un tremendo calor hizo que se le nublara la visión, así que se frotó los ojos. Todo lo que pudo ver fue un mar rojo de calor. «¿Dónde está?»

Mientras buscaba entre la neblina, finalmente visualizó una figura borrosa, inmóvil. Parpadeó de nuevo y se quedó sin aliento cuando sus ojos consiguieron enfocar.

¡Oh, no! No podía ser él.

Al otro lado del lago, encadenado a la pared, desnudo, se encontraba la única persona sin la que ella jamás podría estar. La única por la que desafiaría las órdenes del mayor de los arcángeles, si tuviera que hacerlo para salvarlo.

Uriel.

Las lágrimas se derramaron por sus acaloradas mejillas al ver su magnífico cuerpo, quemado por la lava que salpicaba sobre su piel. Sus hermosas y aterciopeladas alas blancas se habían teñido de un negro grotesco. Con cada movimiento que hacía, sus plumas se convertían en cenizas inertes que caían al suelo.

—Uriel —carraspeó ella.

Uriel levantó la cabeza y unos sorprendentes ojos azules que contrastaban con el negro de su cara carbonizada, la miraron llenos de dolor. —No —gimió él—. Vete. Vete ya. Él va a venir...

La caverna rugió y la lava salió disparada por el aire, salpicando un líquido abrasador sobre su pecho. Él arqueó la espalda chillando de dolor.

—¡Ya voy, Uriel! —Se quitó el manto y abrió las alas.

—Es demasiado tarde para mí —dijo con voz ronca—. No lo hagas.

—No, no lo es. No me importa lo que digan los demás. Te has redimido y mereces otra oportunidad.

Él la miró fijamente a los ojos. —Perdóname. No soy digno de ti.

—No hay nada que perdonar. Te amo.

Desesperada por encontrar una forma de llegar hasta él, Rachel miró a su alrededor. Tragó saliva mientras movía las alas y reunió todas sus fuerzas para impulsarse en el aire. Tan solo fue capaz de elevarse medio metro del suelo. Era como si una barrera invisible la empujara hacia abajo. Agobiada, miró a su alrededor buscando otra forma de llegar hasta él hasta que vio un estrecho sendero de piedra rodeado de lava. No había otra manera de acercarse a él.

Con todas sus fuerzas, se impulsó hacia arriba intentando distanciarse de aquel líquido ardiente. La caverna tembló de nuevo y una ola de lava golpeó contra los muros, mandando gotas de lava por el aire que cayeron sobre sus alas.

Gritó de dolor y empezó a caer.

—No, Rachel. Vuelve —gimió Uriel.

Antes de que Rachel pudiera decirle que no iba a dejarle allí de ninguna manera, esta sintió una oleada de aire en su espalda.

—Llévatela... Gabrielle —dijo Uriel entrecortadamente—. Mantenla... a salvo.

—Tienes mi palabra —dijo Gabrielle mientras agarraba a Rachel.

—¡No! —gritó Rachel, forcejeando con los brazos de acero de Gabrielle—. Déjame ir. ¡Déjame ir!

Rachel estiró los brazos como si pudiera aferrarse a él. —¡Uriel! ¡Uriel!

Justo cuando Gabrielle salía volando de la caverna, un fuerte estruendo sacudió la cueva y el sonido de los gritos de él llegaron hasta ella, mezclándose los gritos de ambos.

Después, silencio.

Él se había ido.

Ella cayó sin fuerzas en los brazos de Gabrielle mientras volaban de vuelta por el gélido túnel. El frío se extendió por su rostro y sus manos, y luego se propagó por su corazón hasta lo más profundo de su alma hasta que no quedó nada más que un oscuro entumecimiento. No importaba. Nada importaba ya.

Cuando salieron volando de la cascada bajo los rayos del sol, ella llevaba la mirada perdida hacia las nubes que flotaban sobre su cabeza. Y, aunque el sol brillaba sobre su rostro, no podía sentir su calidez. Dudaba que volviera a sentirla de nuevo algún día. Su corazón permanecería vacío por siempre porque Uriel había muerto.


—¡Espera! ¿Uri murió? ¿En plan muerto, muerto? ¿Dejó de existir? ¿Murió? —Naomi miró boquiabierta a Rachel y seguidamente miró a Uri. Su hoyuelo apareció cuando sonrió. —Pero, estás... estás aquí.

Rachel se quedó mirando a la nada con una expresión de tristeza, como si hubiera vuelto a la cueva.

—¿Rachel? ¿Estás bien? —Naomi sacudió su hombro con el ceño fruncido por la preocupación. De todos los ángeles que había conocido durante su corto periodo de tiempo en el Cielo, Rachel era la más alegre; siempre hablaba sobre los cotilleos de los ángeles. Deseaba no haberle preguntado cómo se conocieron ella y Uri. Naomi no tenía ni idea de su trágico pasado, ni de que Rachel y Uri estuvieron separados. Uri, cuyo nombre era la apócope de Uriel, siempre había estado al lado de Rachel.

Cuando Naomi conoció a Uri, se quedó alucinada por la forma en la que él le guiñaba y bromeaba con ella. Además, era cariñoso, como Rachel. Pensaba que Lash se pondría celoso por la forma en la que Uri flirteaba con ella, pero entonces se dio cuenta de que era así con todo el mundo, incluso con Gabrielle.

El Cielo no podía concebirse sin los bellísimos ángeles, y aunque el estilo oscuro y taciturno de Lash era más su tipo, tenía que admitir que Uri era atractivo. Su cabello era rubio ceniza y lo llevaba corto con mechones que le caían sobre la frente, destacando unos burlones ojos azules. Pero lo que más lo caracterizaba, eran sus labios carnosos que siempre parecían estar fruncidos. Muchos de los ángeles femeninos babeaban cada vez que Uri les besaba las manos para saludarles o se derretían cada vez que les sonreía. Y si Uri de verdad quería ponerles a tope, solo tenía que poner su fuerte acento ruso.

Pese a lo mucho que llamaba la atención, estaba muy claro que su corazón pertenecía a Rachel. Cada vez que ella entraba en la habitación, se le iluminaba la cara, lo que le hacía parecer incluso aún más guapo.

Rachel parpadeó un par de veces y negó con la cabeza como si tratara de volver al presente. —Sí, lo siento. Me he perdido en mis recuerdos durante un momento. ¿Qué estabais diciendo?

—Mi amor, permíteme que le explique a Naomi cómo fue mi milagrosa resurrección —dijo Uri a Rachel.

Se inclinó sobre la mesa y puso la mano de Naomi sobre la suya. Hizo una pausa y miró a Lash. —¿Puedo?

Lash asintió y se retrepó en su asiento. —Sí, siempre y cuando retengas algunos de tus encantos.

Naomi puso los ojos en blanco. —Solo está cogiéndome la mano. ¿Por qué me coges la mano, Uri?

—Dime, mi hermosa Naomi. ¿Qué sientes? —Uri guiñó a Rachel.

Naomi parpadeó, confundida. —Yo, eh... bueno, siento tu mano.

—Sí, sientes la mano de Uri —dijo él con una fuerte pronunciación de la "r"—. Pero, ¿quién es Uri?

—¿Qué? —Ella miró a Lash sin saber lo que pensar. Este se encogió de hombros.

—¿Es este Uri de carne y hueso? —. Él deslizó la mano de ella hasta su brazo musculoso—. ¿O es este Uri? —Entonces colocó su mano sobre su esculpido pecho.

Lash se puso tenso en su asiento. —¡Oye! Cuidadito.

—Shhh. —Naomi gesticuló con la mano. —Creo que tengo algo.

—Me parece que estás sintiendo a Uri —masculló él.

Rachel soltó una risita y recogió las cartas de la mesa. —Naomi tiene razón. Estás muy mono cuando te pones celoso.

—Yo no estoy... bah, dame las cartas —Le quitó de un tirón la baraja.

Naomi pudo sentir cómo Lash hacía muecas mientras barajaba las cartas. Quería relajar su mente, pero estaba a punto de averiguar lo que Uri trataba de explicarle. Ya estaba muy cerca.

—¿Me estás diciendo que lo único que cambió fue tu cuerpo?

Uri sonrió. —Muy bien. Este —él apretó su mano contra su pecho— es un nuevo y mejorado Uri. ¿Te gusta? —Le guiñó un ojo.

—Sí.

Él sonrió y ella escuchó una risita ahogada de Rachel.

Naomi sintió que la cara se calentaba al retirar la mano de su pecho. —Quiero decir que... eres... un buen amigo —balbuceó.

Respiró profundamente e intentó volver a retomar la conversación que estaban teniendo antes de eso. —Entonces, me estás diciendo que tu verdadero yo, tu alma, no murió y aún sigue viva, ¿no?

—Es inteligente, ¿verdad? —dijo Uri a Lash.

Él gruñó.

—Vamos a tomar eso como un 'sí'. —Naomi volvió su atención al juego que estaban jugando. Retiró las judías del cartón de bingo y buscó otro. El que tenía debía de estar gafado. No había ganado ni una partida en toda la tarde.

Había enseñado a Uri y a Rachel a jugar al bingo mexicano hacía unas semanas con la esperanza de pasar un rato divertido durante los descansos del entrenamiento. A Rachel le gustó muchísimo —probablemente porque siempre ganaba— así que ella y Uri venían a jugar todas las noches.

—Cada día aprendo algo nuevo. No sabía que fuera posible que los ángeles muriesen, o al menos sus cuerpos. Debió haber sido un alivio saber que Uri volvería —dijo Naomi.

La habitación se quedó en silencio.

—No todo el mundo regresa —dijo Rachel en voz baja. Su perenne sonrisa desapareció.

—Oh, pero yo sí lo hice. —Uri se levantó de la mesa, levantó a Rachel de su silla y la puso sobre su regazo. —Me llevó varios años, pero volví a ti, mi amor.

—Tres mil, trescientos ochenta y seis años, cinco meses, dos días, doce horas, cuarenta y ocho minutos y veintitrés segundos —dijo Rachel entre dientes.

Naomi se quedó boquiabierta. ¿Se fue durante tanto tiempo? Su pecho se tensó cuando Uri limpió con ternura una lágrima de la mejilla de Rachel. Si los ángeles podían morir, entonces Lash también podía y no había ninguna garantía de que resucitara. Todo este tiempo, había pensado que no había nada que pudiera separarles. Pensaba que estaría con él para siempre.

—¿Cuándo moriste? —le preguntó ella.

—En el año 1400 a.c. Mi regreso no fue hasta... mmm, vamos a ver... 1967 o así, cuando nací en un cuerpo humano. No es muy diferente a nacer en tu propio cuerpo humano.

—Solo que estaba en Chernobyl en vez de en Texas —Rachel le dio un empujoncito a Uri en el pecho—. Finalmente le volví a ver cuando cumplió diecinueve años.

—Chernobyl en los años 80 —suspiró Lash—. Lo recuerdo.

—Sí, yo también —dijo Rachel—. Nunca en mi vida me había sentido tan feliz y frustrada al mismo tiempo. Créeme, Lash, entiendo completamente lo que tuviste que pasar cuando te asignaron a Naomi.

—¿Uri regresó como humano? —Naomi se giró hacia él—. ¿No sabías que antes eras un ángel?

—No. A Rachel le llevó mucho tiempo convencerme. A diferencia de ti, yo no era la persona más, mmm... íntegra de los humanos, diría yo —Uri le guiñó un ojo—. Por supuesto, Rachel cambió todo por mí y al final volvimos a estar juntos de nuevo.

—Pero tres mil años. Yo nunca podría... —Miró a Lash y respiró profundamente—. No me lo puedo ni imaginar.

—¡Oye! —Lash se inclinó y la besó en la mejilla—. Todo está bien. Estoy aquí —dijo como si pudiera leerle la mente y ver su temor a vivir sin él. ¿Cómo lo había hecho Rachel? Todos esos años sin Uri, verlo morir de esa manera, sin saber si alguna vez regresaría.

—¿Por qué no me lo contaste?

—No surgió. —Soltó el cartón de bingo y le cogió las manos—. No tienes nada de lo que preocuparte. La situación de Uri es totalmente inusual. No te ofendas, Uri.

—Para nada, amigo mío —dijo Uri—. Naomi, Lash no es el ángel más rebelde de aquí por mucho que finja serlo. —Sonrió dejando ver sus hoyuelos—. Hay cosas mucho peores que coger una fuerte rabieta y echar a perder una asignación.

Lash frunció el ceño. —Yo no lo llamaría rabieta.

—¿Qué hiciste? —Naomi no podía imaginar a Uri haciendo algo tan malo para que su castigo fuera morir en el Infierno. No parecía ser ese tipo de persona—. No sabía que los ángeles podían ser castigados de esa forma.

—No fueron los arcángeles quienes lo castigaron. —Rachel miró hacia abajo, al cartón de bingo, con el ceño fruncido y se estiró sobre la mesa para coger otro—. Ellos jamás harían eso.

—Oh, pues yo me imagino a Gabrielle ordenando algo así —dijo Lash.

—Lash —le advirtió Naomi. Gabrielle todavía seguía siendo un punto sensible para él. Rachel le contó que Gabrielle y Lash no se llevaban bien. Así que, cuando Gabrielle fue nombrada su supervisora, pensó que le resultaría difícil trabajar con ella. Sin embargo, fue muy paciente con Naomi e incluso le daba tiempo extra para que completara su entrenamiento. No se percató de que Gabrielle estaba siempre ocupada y nunca interactuaba con ninguno de los ángeles a nivel personal. Naomi lo entendía. Debía de ser difícil para ella ser la segunda, después de Michael. Ella aún no había tenido la oportunidad de conocerlo, pero todos hablaban de él con gran veneración, incluido Lash. La única vez que Gabrielle parecía bajar la guardia era cuando estaba con Raphael. Si no la conociera, juraría que Gabrielle estaba enamorada de él.

—¿Qué? —Lash la miró inocentemente—. Es cierto. Si se tratara de mí, lo haría sin dudar.

—Gabrielle puede ser un poco... estirada a veces, pero tiene buenas intenciones. —Los grandes ojos marrones de Rachel brillaban por las lágrimas mientras miraba en la distancia, como si recordara algo—. Ella arriesgó su vida al venir en mi busca y no debió decirme cómo llegar hasta el Lago de fuego.

—Ajá —Lash la miró escépticamente durante un momento y después volvió su atención a Uri—. Entonces, ¿qué hiciste?

—¿No lo sabes? —preguntó Naomi, sorprendida. Calculó desde cuándo Rachel y Lash eran buenos amigos; a estas alturas, ya habrían hablado de ello.

—Lash sabe que me mataron y que después regresé. Nunca he contado a nadie por qué —dijo Uri, pareciendo acalorado. Miró a Rachel nervioso antes de continuar—. Ya ves, antes era una persona muy diferente. En el 1400 a.c. fui a la ciudad de Ai con Raphael y Luci...

—Oh, ellos no quieren escuchar cosas aburridas. —Rachel saltó de su regazo. Rebuscó en el montón de cartones de bingo que había en el centro de la mesa y miró de cerca cada uno, evitando el contacto visual mientras hablaba—. Uri fue capturado por Lucifer y Saleos. Y debido a, eh, circunstancias especiales, los arcángeles decidieron, esto... dejarle —se hundió en su asiento y tragó saliva— morir.

—Eso es cruel. —Naomi no podía imaginar qué habría hecho tan malo para que él y Rachel mereciesen sufrir de esa manera. Observó a Rachel cuidadosamente y vio cómo se avergonzaba bajo su escrutinio. Había algo que no le estaba contando. Además de Lash, Rachel se había convertido en una de sus mejores amigas; era como una hermana a la que le contaba todo... al menos hasta ahora.

—La ciudad de Ai —dijo Lash—. Eso me resulta familiar. ¿Dónde habré escuchado eso antes?

La risita forzada de Rachel cogió por sorpresa a Naomi. —Mira esta carta, Naomi. La Muerte —leyó, y seguidamente le dio la carta con el dibujo de un esqueleto con una guadaña—. No se parece en nada a Jeremy. No lleva sus botas nuevas de piel de cocodrilo. ¿Verdad, Uri?

Uri frunció el ceño, confundido, y luego, como si hubiera pillado lo que Rachel había dicho, respondió: —Sí, sus botas. Muy bonitas.

Naomi vio a Lash ponerse rígido y dejar de hacer muecas cuando escuchó el nombre de Jeremy. Este desapareció al día siguiente de haberse reunido con Lash. Escuchó hablar sobre la pelea que Lash tuvo con él y se sintió fatal por ello. Le preguntó a Raphael por Jeremy, con la esperanza de poder hacer algo para ayudar a unir a los dos mejores amigos. Raphael tan solo negó con la cabeza con tristeza y dijo que Gabrielle le había mandado una asignación larga y que no sabía cuándo regresaría.

—Entonces, Jeremy ha vuelto. — Lash continuó barajando las cartas, con la voz tensa.

Rachel miró fijamente a Lash y después a Naomi, cuyos ojos estaban llenos pena. Entonces se giró hacia Lash con lo que parecía ser una sonrisa forzada. —Le vi esta mañana. Tal vez tú, Jeremy y Uri podríais retomar vuestras partidas de póquer.

Lash tensó la mandíbula. Estaba mirando fijamente a las cartas mientras sus pulgares se movían rápidamente por ellas. Golpeó la baraja contra la mesa e hizo muecas sin decir ni una palabra.

El ambiente de la habitación se enrareció al evitar contestar la pregunta.

—Es una idea estupenda —dijo Naomi, forzando la voz para sonar alegre. Miró a Rachel y a Uri, al darse cuenta de las miradas de complicidad que tenían el uno con el otro, y suspiró. Más secretos. ¿Qué es lo que pasaba en este lugar con los secretos? Ella no estaba acostumbrada a que la gente le ocultara cosas, especialmente después de que Lash le revelara que era un serafín y de que Raphael le contara que ella era el séptimo arcángel.

Lash incluso le había hablado sobre su conversación con Raphael y le había contado que Rebecca, el ángel de la guarda de su abuela, era su madre y Raphael su padre. Y cuando le contó que Jeremy era su hermano mayor, pensó que los secretos ya se habrían acabado... pero al parecer no era así. ¡Qué frustrante! Con razón Lash estaba malhumorado cuando lo conoció. No podía culparlo por ello.

—Explícamelo otra vez: ¿por qué tenemos que utilizar judías? —preguntó Lash mientras cogía un puñado.

Obviamente, estaba intentando cambiar de tema. Ella suspiró. Tal vez era mejor seguir jugando al bingo mexicano.

—No es necesario que utilicemos las judías. Las fichas de bingo también sirven. A Welita le gustaba usar las judías. —Sintió una punzada en el pecho que le resultaba familiar; la misma que sentía cada vez que pensaba en su abuela y su primo, Chuy.

Cuando Naomi llegó por primera vez al Cielo, estuvo observándolos durante los descansos de su entrenamiento. Pero cada vez que lo hacía, se le hacía más y más difícil separarse del puente del arroyo, la única ventana que tenía hacia su mundo. Gabrielle se había percatado de su incapacidad para concentrarse tras sus visitas y le ordenó que evitara ir al puente hasta haber completado su formación.

Al principio, se quedó impactada porque Gabrielle le estaba pidiendo básicamente que se olvidara de su familia. Lash, por supuesto, estaba enfadado y se ofreció para ir a hablar con Michael y decirle que ella estaba trabajando muy duro y que ver a su familia le ayudaba a superar su transición al Cielo. Tras haberse calmado, ella se dio cuenta de que Gabrielle tenía razón. Su nueva vida y su nueva familia estaba aquí con él y la mejor forma de adaptarse era centrarse en su nuevo papel de arcángel.

—Naomi. —Lash le tocó el hombro con suavidad—. ¿Estás bien?

—Sí, solo estaba pensando en Welita. La echo de menos a ella y a Chuy.

—Yo también los echo de menos... y a Bear —dijo Lash, refiriéndose a la chihuahua de su abuela—. Pequeña bola de pelo loca.

Naomi se preguntaba qué estarían haciendo en ese momento. Quería saber si allí también era de noche, como en el Cielo. ¿En qué huso horario estaba el Cielo?

Chuy y su mejor amigo, Lalo, probablemente estarían sentados a la mesa en ese momento, tras haber terminado de trabajar. Chuy estaría con su segundo plato y Lalo con el tercero. Lalo era como un miembro más de la familia, incluso llamaba a su abuela "Welita" en lugar de por su nombre, Anita.

De hecho, Naomi podía visualizar en su mente a Lalo cogiendo a hurtadillas los trozos de pollo que Welita guardaba para Bear mientras que ella estaba ocupada limpiando la cocina.

Rachel bostezó ruidosamente al levantarse, arrastrando la silla por el suelo. —Estoy reventada. Venga, Uri. Vámonos a casa. ¿Por qué no jugamos en nuestra casa mañana?

—No tenéis por qué iros —dijo Naomi.

Rachel se acercó a ella y le dio un abrazo. —Ya lo sé. Lash y tú deberíais pasar algún rato a solas. Has estado trabajando mucho últimamente. Además, Uri dice que tiene una sorpresa especial para mí esta noche.

—Cada noche es especial contigo. —Uri la arropó con sus brazos y movió las alas.

—¡Uri! —chilló Rachel—. ¿Qué estás haciendo? Yo también tengo alas, ¿sabes?

Uri caminó alrededor de la mesa en dirección al salón, donde había una pared cubierta de ventanales desde los que se veía el valle. Todas las ventanas estaban abiertas, dejando entrar una brisa fresca.

—Lash, has sido listo al mudarte fuera de la comunidad a tu propia casa. —Caminó hacia el filo de la ventana central y miró hacia abajo—. Las vistas desde aquí son magníficas, pero, ¿por qué tan lejos de todos?

Por más que a Naomi le gustara vivir con Lash, su habitación se les había quedado pequeña. Lash inmediatamente enmendó la situación construyendo una pequeña casa en la cumbre de una montaña que sobrevolaba los distritos de los ángeles. Lo más importante era que ella podía ver el puente desde su casa, un recuerdo de que Welita estaba a tan solo unos minutos de allí. A ella le encantaba. Pero, en el fondo, se preguntaba si habría otra razón por la que él quería vivir lejos de todos, o tal vez, lejos de alguien en particular.

Lash envolvió con sus brazos a Naomi y la besó en el cuello. —Oh, digamos que queremos un poco de privacidad. —Su cálido aliento chocó contra su oreja mientras le susurraba—. Y también espacio para las actividades extracurriculares.

Tras La Caída

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