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2016

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Rosario (Argentina), 16 de enero de 2016

Mi cuerpo grita de dolor. Mi clavícula, mi cuello. Llevo tres días con anginas y mucha fiebre. Estoy en la habitación de un hotel de Rosario. Moderna, ordenada, limpia e impersonal. Un nido confortable muy alejado de lo que yo entiendo por un hogar. Miro el reloj. No hace ni dos horas que me he bajado de la moto, que he terminado mi sexto Rally Dakar. Sé que es un éxito, sí, solo llegar a la meta ya es un éxito. Pero ahora lo que necesito es una bañera, bajar la fiebre, relajar mi cuerpo. Abro el grifo. Dejo que el agua salpique y escucho cómo cae mientras me miro al espejo. Contemplo mi rostro. Ojeras profundas, ojos brillantes. En mi cara se ve el rastro de quince días de competición sin tregua. Imposible esconder la realidad. En él se refleja lo que me pasa por dentro, lo que siente mi alma.

Me meto en el agua. Cierro los ojos y dejo los brazos muertos. Un escalofrío me recorre el tronco. Mis músculos se relajan. Mi cuerpo lo agradece. Me muevo lentamente. El sosiego llega a mis piernas. Intento no pensar en nada, mantener la mente en blanco, pero es imposible, se empeña en volver a la carrera. Me manda una multitud de imágenes imprecisas, sin orden alguno: me lleva a las dunas, al barro, a las alturas. Preferiría descansar, pensar en Casilda, la preciosa perra que me espera en casa. Quiero ver a mis padres, a mis amigos, dormir tres días enteros, comerme un buen plato de pasta y salir de fiesta. Quiero olvidar el polvo, el calor y la lluvia. Tengo que alejarme del Dakar para poder deshacer la tensión acumulada. Pero mi mente es muy terca e insiste. Y me escupe, crudamente, tres días negros. Los tres días de infortunio que me han alejado de las diez primeras posiciones. Primero, me planta en la novena etapa, cuando suspendieron parte del recorrido y reclasificaron en consecuencia, con lo que pasé de estar a trece minutos del décimo a quedar cincuenta minutos por detrás de él. Después, mi mente salta al día siguiente. El peor. Décima etapa en pleno desierto de Fiambalá, en Catamarca (Argentina). Un día de arena y navegación, ideal para mis condiciones. Pero los pilotos de motos tuvimos que salir entre coches y camiones y muchos tuvimos problemas porque la pista estaba demasiado blanda. Cuando me tocó salir a mí, ya habían pasado diez coches y cinco camiones, y me caí por culpa de un pedrusco escondido bajo la arena. Acabé exhausta y, además, perdí otra hora y casi veinte minutos respecto al líder. Pero no acabaron aquí mis contratiempos. Al día siguiente pillé anginas. Tuve que pilotar con fiebre muy alta. Y me caí de nuevo. Sufrí una distensión de ligamentos, un esguince de grado dos en la clavícula derecha.

Y con dolor en la clavícula y unas anginas candentes he llegado hace tan solo un rato a la meta de Rosario. Finalmente he conseguido la decimoquinta posición en la general. Ha sido un Dakar extraño. Muy rápido, con poca arena y pocas dificultades de navegación. Antes de empezar hubiera firmado este resultado porque soy consciente de que el nivel de este año ha sido estratosférico, con casi veinticinco pilotos con opciones de ganar etapas y de luchar por la victoria, varios de ellos campeones del mundo de enduro y motocross. Pero soy competitiva y estoy convencida de que hubiera podido conseguir una mejor clasificación.

A pesar de todo, del Dakar de este año me llevo cosas muy buenas. La victoria de Toby Price, mi compañero de equipo en KTM; las diez participaciones en el Dakar de Jordi Viladoms, también compañero en KTM; la gran gestión de los jefes del equipo, Alex Doringer y Stefan Huber, pendientes en todo momento de los aspectos técnicos, pero, sobre todo, de los humanos; y el excelente compañerismo. Papa Vili, que es como llamamos cariñosamente a Viladoms por ser el más veterano y experimentado, nos ayudó mucho en todos los aspectos. Hemos sido una gran familia. Me han cuidado con extremo cariño y he podido centrarme exclusivamente en la competición.

Ahora necesito descansar, bajar la fiebre, curarme la lesión en la clavícula y alejarme de la carrera para poder digerir todo lo que he vivido este año. Quiero tomar distancia para analizar lo que he hecho mal y corregirlo. Pero lo mejor de todo es que quedan ya solo once meses para volver a estar aquí. Once meses para volver a sufrir, para volver a luchar, para volver a vivir la mejor carrera del mundo. Once meses para intentar mejorar el Dakar de este año y el del 2015, en el que logré el que hasta ahora ha sido mi mejor resultado. Quizá por eso, ahora, un año después, en la bañera de mi impersonal hogar de Rosario siento que lo que más me apetece es llevar mi mente hasta allí y revivirlo.

Quien tiene la voluntad tiene la fuerza

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