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III

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A la tenue luz de la farola, Vadim se sonrojó y empezó a palidecer de nuevo a medida que la narración de su amigo se hacía más y más poliédrica, y la realidad desmenuzada, hecha pedazos, comenzó a resonar y a recomponerse.

–Mi nota ha tenido efecto ―dijo Lodie en voz alta y jactanciosa, y Vadim le escuchaba, envidioso―, ¿Alguna vez se ha fijado en su figura? Va a cumplir dieciséis años, y el príncipe Borislav Aldan-Ussuri, con quien me relaciono, dice que… ―Estaba clarísimo que a Lodie se le daban mejor los asuntos amorosos que las matemáticas o la historia, mejor que a ninguno de los compañeros de Vadim, y Vadim creía todas las historias de Lodie sobre sus refinadas aventuras. ―… entonces dijo ella: «Momentos de pura dicha. Puedo sentir mi feminidad cada vez más húmeda y caliente. Oh, muchacho, ¿qué puede hacer una jovencita, sino recostarse y exhalar…?»

El año pasado, Lodie le contó un romance apasionado con una mujer casada y mayor que él, cuyo nombre mantuvo en secreto. Tuvo más de un encuentro con la señora, y después de que ella se fuera al extranjero, Lodie le mostró a Vadim una nueva inscripción en su reloj de bolsillo, sobre el centro de la cubierta de oro macizo, en lugar de iniciales o palabras, estaban grabados los enigmáticos números: «3 x 4 = 12». Impresionado e intrigado, Vadim no preguntó, aunque no estaba seguro del sentido exacto de la inscripción, y Lodie tampoco lo explicó, pero Vadim imaginó que se trataría de una aritmética amatoria que debía impresionar a una persona sin experiencia como él.

–Ella cautivó mi boca con la suya. Sus besos tan dulces, tan provocadores y tan placenteros mientras me movía dentro de ella. Nuestros gemidos se entrechocaban y se mezclaban hasta que no pude diferenciar en mis oídos lo que era ella y lo que era yo. Jadeaba, sentía temblar mi cuerpo. Mi mente daba vueltas mientras mi cuerpo llegaba al clímax una y otra vez… ―entonces Lodie reparó en Vadim―. Ahora escuche esto. Acompáñenos en la cena. Tengo un carruaje cerca. Vamos ahora mismo…

Vadim recordó sus problemas financieros. Tenía solo cinco rublos en el bolsillo, que era todo el dinero para esa noche y hasta el regreso de su tío, y este hecho lo detuvo; además, se temía acabar actuando de carabina acompañando a la pareja de amantes, por lo que finalmente se negó a ir con su amigo a ver a una mujer.

Lodie sacó su reloj de bolsillo. Si se marchaban al teatro, podrían ver el final del segundo acto del ballet El triunfo de Galatea, cuando la señorita Lavelle volaba en su última pirueta hacia el lateral rosa de la escena y las chicas del cuerpo de ballet sonreían a sus admiradores; estaba bien; pero Lodie, aquella joven e inquieta criatura, conocedor de la agitada vida nocturna de las vacaciones de invierno, recordó un espectáculo que iba a tener lugar en el cercano Red Pub esa noche, en cuanto los amigos tomaron un taxi.

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