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Historia del té

Según la leyenda, el descubrimiento de las «hojas de la salud» se sitúa en el año 2737 a.C. El mítico emperador Shen Nong, llamado el Labrador divino y padre de la medicina china tradicional, había ordenado a su pueblo hervir el agua antes de beberla. Un día de mucho sol, mientras el emperador descansaba bajo un árbol silvestre, quiso beber agua y, acatando sus propias leyes, la hirvió. En ese momento se levantó la brisa y algunas hojas del árbol bajo el que Shen Nong descansaba cayeron en el agua caliente. Fue así como nació la infusión que cambiaría las costumbres de China y que conquistaría el mundo con su delicado aroma; una bebida que, según las palabras del propio Shen Nong en su libro de medicina, el Pen Ts’ao, «apaga la sed, reduce el deseo de dormir, alegra y aviva el corazón». Sin embargo, la primera noticia que podemos considerar histórica o fidedigna data del año 350, y es una descripción del té que se encuentra en el Erh Ya, un antiguo diccionario chino escrito por Kuo P’o.

Desde sus orígenes cercanos al mito hasta los primeros siglos de nuestra era, el té fue utilizado en China como una infusión medicinal preparada directamente con hojas tiernas de árboles silvestres, que se usaba para aliviar los trastornos digestivos, nerviosos y los dolores reumáticos. El cultivo y el uso del té se extendieron por China, sobre todo en el sur, durante la época de las Seis Dinastías (316-581), de tal manera que en el periodo de la dinastía Tang (618-907) su uso ya se había generalizado. De esa época datan el primer manual sobre el uso del té, el Ch’a Chingch’a significa «té»–, escrito por Lu Yu alrededor del año 780, y el primer impuesto sobre el comercio de esta planta. Pero hubo que esperar hasta la dinastía Song (960-1279) para que el té adquiriera en China una aceptación inmensa y se convirtiera en la bebida de la corte.

La primera noticia de la llegada del té a Japón es también legendaria y vinculada a los monjes budistas. Según la leyenda, un monje asceta –llamado Bodhidarma o Daruma– que se encontraba cumpliendo su periodo de meditación de siete años, se quedó dormido en el transcurso del quinto año. Fue tal su desazón al despertar que, para no volver a dormirse, se cortó los párpados y los arrojó a la tierra, donde enraizaron y se convirtieron en un arbusto cuyas hojas, secas y hervidas, impedían conciliar el sueño. La primera noticia histórica del té en Japón data del año 593, y el inicio de su cultivo, del año 805; sin embargo, el primer libro sobre el té no llegaría hasta 1200.

Los países occidentales empezaron a descubrir los misterios del lejano Oriente y del té durante el siglo XVI. Fue el veneciano Giambattista Ramusio quien, en 1559, narraba por primera vez la existencia de una bebida caliente beneficiosa para la salud y deliciosa al gusto, en su libro Delle Navigatione et Viaggi (Sobre navegación y viajes). Más tarde, en 1598, los ingleses tendrían conocimiento de esta bebida a través de la traducción del diario de Jan Hugo van Lin-Schooten, un navegante holandés que describe con minuciosidad la ceremonia japonesa del té y los extraños artefactos que se utilizan para beberlo. El diario de Van Lin-Schooten motivó que, en 1610, los holandeses llevaran a Europa los primeros cargamentos de té y que, a principios del siglo XIX, crearan los primeros campos de cultivo de té con capital europeo.

Otras fuentes adjudican a los portugueses el honor de ser los primeros en llevar el té a Europa. Lo cierto es que tanto holandeses como portugueses comerciaban con China a principios del XIX; los primeros desde Java y los segundos desde Filipinas, pero fue la Compañía Holandesa de las Indias Orientales la que se dedicó a redistribuirlo, desde los puertos holandeses, bálticos y del norte de Francia hacia el resto de los países centroeuropeos, hasta que la English East India Company monopolizó su comercio.

El té llegó a Rusia en el siglo XVII como un regalo que el embajador chino hizo al zar Alexis, y muy pronto se estableció un tratado comercial a partir del cual se empezaron a desplazar a la frontera con China enormes caravanas, de 200 a 300 camellos, que intercambiaban pieles por té. París lo recibió en 1648, pero los debates sobre su posible carácter nocivo para la salud no lo popularizaron hasta el reinado de Luis XIV, durante el que se transformaría en la bebida favorita de los círculos literarios. En Alemania, a pesar de su buena acogida inicial, no consiguió desbancar a la cerveza.

Inglaterra y las colonias británicas en América entraron en el comercio del té alrededor de 1650. La exquisita bebida fue muy bien recibida por las cortes reales y por la aristocracia occidental, únicos estratos de la sociedad que pudieron disfrutar de ella en los primeros años; hasta que en 1657 Thomas Garraway, propietario de una conocida coffee-house (establecimiento para la venta de café) de Londres, empezó a vender té en su local. A pesar de que el té era considerado un artículo de lujo y estaba gravado con numerosos impuestos, su popularidad fue en aumento entre todas las clases sociales. Así, durante el siglo XVIII, en las terrazas de los jardines de recreo londinenses –London Tea Gardens, Vauxhall o Marylebone, entre otros–, la sociedad inglesa comenzó a disfrutar de los placeres del té hasta llegar a la aparición de los salones de té a mediados del siglo XIX. El té había pasado a ser una bebida al alcance del ciudadano común, que la recibió con gran entusiasmo hasta convertirla en la bebida nacional de las islas británicas.

En el siglo XVIII la sociedad londinense empezó a disfrutar del té

En 1823 fue descubierta una variedad de té, la Camellia viridis o assamica, en la región de Assam, en el norte de la India. La posibilidad de tener plantaciones propias en terrenos pertenecientes al Imperio británico fue el factor determinante en el desplazamiento de China como principal país productor y exportador de té. A instancias de Gran Bretaña, la India empezó entonces a cultivar té, pero su desconocimiento de esta planta la obligó a importar durante los primeros años semillas y mano de obra china, para que los indios aprendieran a realizar la recolección, el preparado y el empaquetado que aseguraran una producción de idéntica calidad y, sobre todo, igual de exquisita. A mediados del siglo XX, la importación de té proveniente del gran Imperio oriental descendió de manera drástica y definitiva.

En España, la costumbre de tomar té se empezó a instaurar en el siglo XVIII como una moda importada de Francia e Inglaterra, pues el chocolate y el café eran las bebidas más populares. El puerto de Cádiz recibió los primeros cargamentos para abastecer a la colonia británica. A finales de siglo apareció el primer libro sobre el té, Tratado de los usos, abusos, propiedades y virtudes del tabaco, café, té y chocolate (1796), publicado por Antonio Lavedan, médico de la familia real, y, poco a poco, la bebida adquirió popularidad en los círculos ilustrados, siempre como una moda anglófila vinculada a la aristocracia, la realeza y la alta burguesía de la que se disfrutaba en las embajadas y en los hoteles de lujo.

Hoy el té es la segunda bebida de mayor consumo en el mundo, después del agua. Se cultiva en, aproximadamente, 30 países, y los primeros productores son la India, que surte a los distribuidores ingleses, y China, cuya producción es casi en su totalidad para consumo propio. Actualmente, se está descubriendo que los suelos de Latinoamérica son excelentes para el cultivo de la «planta mágica».

Los principales consumidores de té en Occidente siguen siendo, como a lo largo de los siglos XIX y XX, Irlanda y Reino Unido, cuyo consumo en cifras netas, sin embargo, queda muy por debajo de los gigantes orientales. En los últimos dos siglos el té ha sido símbolo de la unidad y la fuerza de los pueblos anglosajones, que beben té caliente cuando hace frío, té frío en verano, té por la tarde y té a primera hora de la mañana.

Con respecto al té verde, China continúa siendo el primer productor, el primer exportador y el mayor consumidor. El cultivo del té verde en Japón, país que a lo largo del siglo XX ha tenido más vínculos con Occidente que China, no es del todo insignificante, pero el 80 % de su producción está destinado al consumo interno, y esta es una de las causas por las que la maravillosa infusión ha llegado tardía y muy lentamente a los países occidentales.

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