Читать книгу La espléndida desnudez de las cosas - Laura Lockhart - Страница 9
LOLA
ОглавлениеCatalina deja caer el libro y se envuelve en los pliegues de la hamaca. En esos pocos días que llevaba de vacaciones, se había acostumbrado a dormir la siesta con el ruido constante del mar y su pelo enredado entre las cuerdas de la hamaca. El hombre abre el portón del jardín y se acerca hasta llegar a su lado. Contempla a la mujer tan joven y expuesta, las piernas bronceadas y largas, los pies descalzos y, por unos segundos, duda. Los recuerdos vuelven de golpe y tiene que hacer un enorme esfuerzo para no tocarla. Levanta la vista y ve su reflejo en el gran ventanal: el torso desnudo, su pantalón negro y el gran sable en la cintura. No duda más: el destello del sol contra el filo del sable, el giro y el golpe seco sucedieron en un instante. El cuerpo de Catalina desmoronado en un charco oscuro de sangre es una imagen que el hombre no olvidaría jamás.
Lola deja de escribir. Se lleva la mano al cuello y se acaricia las marcas violetas. Mira el mar y ve una gaviota que planea estática. Más lejos, seis cargueros llenos de contenedores hacen fila en el horizonte mientras esperan su turno para entrar al puerto. Toma el último sorbo de café frío y cierra su laptop. No puede escribir algo tan truculento para la edición de fin de año de la revista. Abre un cajón y revuelve hasta que encuentra una caja de cigarrillos arrugada. Prende uno y luego de la primera pitada, lo apaga. Guarda el pucho en la caja y tira todo a la papelera.
Busca su celular, marca un número pero nadie atiende. Deja un mensaje: «Alejandro, soy Lola. No llego con el cuento, estoy complicada con mucho trabajo. Te aviso con tiempo para que lo resuelvas. Gracias y disculpame».
Cuando cuelga se siente más liviana. Solo falta encarar a su familia. Este año pasará la primera Navidad lejos de todos. Recibió el pasaje como todos los años y no lo va usar. Está segura de que para sus padres será una gran desilusión que no vaya. Últimamente les miente todo el tiempo. Le salen las mentiras con una facilidad pasmosa. Ojalá su escritura fluyera con esa misma naturalidad. Y todo porque no quiere contarles nada de su amante ni de sus miedos. Tiene que inventar una mentira piadosa y verosímil para no viajar.
Lola se asoma a la baranda de la escalera y desde ahí ve el espacio de doble altura del living. El sofá y la mesa están contra la pared y el gran tatami blanco ocupa todo el lugar. Es ahí donde Saio entrena todas las mañanas cuando sale el sol. A ella le gusta mirarlo, la atraen la fuerza de esos rituales ancestrales, la destreza con que maneja el sable y el porte de guerrero de su samurái. Todo le gusta, menos el olor de la sopa de miso que desayuna por las mañanas. Puede perdonarle eso y también las marcas que tiene en el cuello. Quizá tenga demasiadas películas acumuladas y se está volviendo paranoica o Saio tiene un lado oscuro que la seduce y la horroriza por igual. Está enamorada de un extraño.
Baja la escalera y camina descalza sobre el tatami blanco hasta el dormitorio, y a través de la puerta entornada ve a su amante durmiendo desnudo sobre las sábanas blancas. Apenas entra, él se despierta y su cuerpo se tensa. Lola se acuesta a su lado.
—Abrazame fuerte.
—Soñaba.
—¿Conmigo?
—Sí.
—Contame.
Saio mira fijo la lámpara redonda y blanca que cuelga del techo.
—¿No me vas a contar?
Él la abraza y engancha sus dedos entre el pelo suelto de Lola.
—Tú dormías en la hamaca del jardín, el portón estaba abierto y yo entraba —él hace una pausa y sigue—. En el cinto llevaba mi espada.