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TRES

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Baruj Adonay hamevoraj –nos guía la rabina Solomon.

Baruj Adonay hamevoraj le’olam va’ed –replica la congregación.

Balbuceo la respuesta a la oración mientras leo Crimen y Castigo en mi Kindle, que está escondida dentro de mi libro de oraciones en un ángulo no visible para mis padres. Necesito dedicarle a Cálculo todo el tiempo posible sin descuidar mis otras clases, así que estoy poniéndome creativo.

Mamá y papá se sentaron a mi izquierda. Están a juego, ambos visten un talit clásico con líneas de un azul oscuro y los mismos lentes de lectura que compraron en un pack en el supermercado. Rachel está a mi derecha, presta atención y lee cada oración. Ahora tiene clases en la sinagoga tres veces por semana y faltan solo algunos años para su bat mitzvá. En un abrir y cerrar de ojos, estará en la secundaria y se sentará en la oficina de la señorita Hayes

Mamá nota mi Kindle, me da un codazo suave y me lanza la mirada.

–Presta atención, Ariel.

No somos los judíos más religiosos en el kibutz, pero sí vamos a la sinagoga todos los sábados. Mis padres son reconocidos en la comunidad. Todos los conocen y los aman. A veces, disfruto el servicio, pero cuando estoy atrasado con la tarea, cada minuto parece durar una hora.

Después de leer la Torá, la rabina Solomon se posiciona en el bema y guía el servicio. Hay 613 mitzvot, o preceptos, en la Torá, y 74 de esas buenas acciones se leerán esta semana. Es una parashá sobre conflictos éticos; sobre tomar decisiones correctas incluso en los momentos más difíciles.

La rabina Solomon captura mi atención lo suficiente como para que no tome mi teléfono ni mi Kindle por veinte minutos. Pero, con el tiempo, pasamos a una oración en hebrero y, a pesar de las ramificaciones éticas de estar leyendo durante el servicio, vuelvo a Crimen y castigo.

Después del templo, nos reunimos en el salón para el kidush. Los congregantes rodean a mamá, comen bagels y salmón ahumado mientras socializan. Mamá tiene la habilidad de hacer contacto visual con todos a la vez. Papá dice que es la reina de cada baile, incluso de aquellos a los que no asiste. Por eso es una gran periodista. Es una escritora talentosa, pero también logra una conexión con todos. Y si eres amigo de alguien, te contarán sus historias primero a ti.

Papá está en una esquina con un bagel de pasas en la boca, trabajando en su teléfono y no está siendo muy disimulado. Rachel no está a la vista, probablemente está correteando en el parque Tinder Hill Park. El camino de madera llega hasta la parte posterior de la sinagoga y después del servicio, los chicos corren carreras, juegan a las escondidas y a la mancha. Los celos me invaden un segundo.

–Shabat Shalom, Ariel.

Giro y encuentro a Malka Rothberg enfundada en su mejor atuendo; un vestido verde oliva que abraza sus curvas, aunque pasa las rodillas y cubre sus hombros. Su cabello oscuro ondulado cae sobre su rostro y contrasta con su tez pálida.

Salimos por dos segundos cuando estaba por empezar mi segundo año del secundario y ella su tercer año, pero fue una de esas relaciones que la gente tiene solo para poder decir que estuvieron en una relación. Estamos mucho mejor como amigos. Ahora va a la universidad en Atlanta.

–Shabat Shalom –respondo–. ¿Qué cuentas? ¿La universidad?

–Está bien… –no termina la oración–. Ir y volver por la banda puede ser molesto, pero está bien –Malka toca la guitarra en la banda de Sook, Dizzy Daisies, y conduce hasta nuestro suburbio todo el tiempo para ensayar.

–Bien, bien –asiento con la cabeza y le echo un vistazo a la puerta. Necesito irme pronto. Tengo un turno de voluntario en el refugio animal. Con suerte, podré estudiar un poco allí.

–¿Estás bien? –Malka entrecierra los ojos.

–Sí –me rasco la nuca. Mis dedos encuentran la horquilla que sostiene la kipá en su lugar. La deslizo por mi cabeza y la guardo en mi bolsillo–. Entonces, ¿Sook y yo te perderemos por la glamorosa vida universitaria?

Se ríe un poco incómoda y acomoda un mechón de cabello detrás de su oreja.

–Sip, soy demasiado cool para ustedes niños de diecisiete.

–Amiga, cumpliste dieciocho hace un mes.

–Como sea, amigo –sonríe–. ¡Ey! Deberías venir a algún ensayo. Sook escribió una canción nueva que sonaría increíble con un violín.

–Lo pensaré. No prometo nada.

Sería lindo volver a tocar el violín por diversión, pero no tengo tiempo para eso. Suena mi alarma, mi teléfono vibra en mi bolsillo.

–Tengo que irme al refugio animal, te veré pronto. Cuéntame alguna buena historia de la vida universitaria la próxima vez, ¿sí?

Vuelve a reírse con incomodidad. La abrazo rápidamente y me marcho.


–¡Ezekiel, regresa! –grito mientras persigo al terrier. No até con cuidado su correa antes de bañarlo y ahora está corriendo por la parte trasera del refugio; es una pequeña bola de espuma y furia–. ¡Atrápalo, Rachel!

–¡Yo me ocupo! –corre precipitadamente detrás de él. Olvidó traer prendas para cambiarse, así que tiene puesta una de mis camisetas sobre su vestido para la sinagoga, cae hasta sus rodillas. Ezekiel se detiene en la ventana para ladrarle a una ardilla. Rachel se escabulle detrás de él y lo captura con un abrazo gentil. El perro lucha por un segundo, pero luego cede y le da un beso.

–Buen chico –suelta unas risitas.

–Gracias, hermana heroína –la ayudo a colocar a Ezekiel en el fregadero gigante y luego lo baño mientras él lame mi mano.

–¡Cuando quieras!

He sido voluntario en este refugio animal por dos años. El trabajo voluntario es indispensable para una buena solicitud de ingreso a la universidad y este puesto es sencillo. La directora, Marnie, tiene una lista rebosante de voluntarios: activistas de derechos animales, estudiantes universitarios y gente retirada. En realidad, no me necesita, así que tengo ropa para cambiarme en el auto y solo vengo una vez por semana después de la sinagoga.

Es difícil ver a los animales en jaulas, pero, por lo menos cuando estoy aquí, puedo dejarlos salir a correr y jugar con ellos. Y ellos disfrutan especialmente cuando traigo a Rachel.

–¡Mira esto! –grita mi hermana.

Entrenó a una perrita que definitivamente tiene genes de poodle y le enseñó a saltar en sus patas traseras a cambio de un premio. La perra es casi tan alta como ella cuando lo hace.

–Genial –digo.

–Gracias –Rachel hace una reverencia–. Ahora podemos decirles a sus futuros padres que está adiestrada.

–Sí –sonrío–, pero ¿está adiestrada?

Rachel encoge los hombros y esboza una sonrisa pícara antes de volver a concentrarse en la perra. Una hora después, terminamos con los baños y los paseos.

–Tengo que estudiar –le digo a Rachel–. ¿Jugarás en el jardín?

–También tengo que estudiar, hermano mayor –Rachel suspira.

–¿Estudiar para qué? –levanto una ceja.

–Geografía –dice–. Tenemos una evaluación de capitales.

–Ah, no puede ser tan malo –digo.

–Capitales de todos los países.

–¿Qué? –nosotros no hicimos eso hasta primer año de secundaria. No podría ayudarla, es el tipo de información que olvidas una semana después de aprenderla.

–Es con modalidad de opción múltiple –explica Rachel, supongo que eso es mejor–. ¿Ezekiel puede estudiar conmigo?

–Seguro.

Rachel saca a Ezekiel de su jaula y vamos al frente del refugio. Me siento en el escritorio y Rachel en el sofá de la entrada, parece una enana en comparación con la mochila que descansa a su lado. Es un sábado tranquilo así que, por el momento, somos los únicos aquí. Ezekiel se acomoda en el suelo cerca de los pies de Rachel. Mi hermana está inclinada sobre una carpeta abierta y estudia mientras saborea una bolsa de Cheetos.

Saco mi cuaderno, mi libro de Cálculo y una bolsa de gomitas ácidas, que mastico mientras copio el primer problema. Mi lápiz talla canales profundos en el papel, como si escribir los números con suficiente fuerza hiciera que las fórmulas se fijaran en mi cerebro. Luego voy al principio del capítulo para estudiar los pasos. Mis hombros se encorvan sobre la página. Una jaqueca de estrés estalla en mi frente. Me lleva demasiado tiempo hacer un ejercicio, pero finalmente lo termino. Me inunda una ola de alivio. Reviso el final del libro para confirmar que mi respuesta es correcta.

No lo es.

Rayos.


Hace demasiado calor para jugar al fútbol. El sol brilla sobre mí cuando bajo de mi coche. En el parlante de mi teléfono suena The Grateful Dead. Una brisa suave se agita en el aire, pero no compensa el calor húmedo.

Mi familia ya está en el campo de juego. Llegaron temprano para instalar la carpa y preparar la comida porque a los padres de esta zona les gusta tratar al fútbol de primaria como si fuera fútbol americano universitario. Le echo un vistazo a la escena desde la cima de la colina.

El campo de juego está rodeado de los mismos caminos que mi sinagoga, al igual que todo Tinder Hill Park. Me encantaría pasar el día mirando el partido de Rachel y luego caminando por los senderos con Sook, pero traje mi propio auto para poder llegar tarde y retirarme temprano para estudiar. Las últimas horas del fin de semana están acabándose y no estoy para nada listo para el examen del próximo viernes.

Le echo un vistazo a mi teléfono. 11:27. Solo le quedan doce horas al día, quince si me acuesto tarde.

Desciendo por la colina hacia mis padres, quienes están congregados con la familia de Amir. Nos sentamos juntos todos los juegos. Rasha, la hermana mayor de Amir, se ríe con fuerza de alguna broma que seguramente hizo mi papá. Viste una blusa negra y un hiyab lavanda. Sus padres están al lado de ella, disfrutan de la comida con mi mamá, apilan platos con ensalada, pollo tikka frío y fruta cortada.

Amir está por su cuenta, en un lateral, tomando fotos mientras todos hacen el precalentamiento para el partido. Está sobre una rodilla, inclinado en un ángulo extraño con el cuello retorcido. Me pregunto si la pose exagerada es deliberada y le presta más atención a cómo luce él que a cómo luce la fotografía.

La señora Naeem grita mi nombre y me hace gestos para que me acerque. No luce mayor de treinta años, aunque tiene una hija de veinte. A diferencia de Rasha, no usa su hiyab; su cabello cae sobre sus hombros.

–Hola, señora Naeem –digo.

–¡Beta, ven aquí! –me da un abrazo. Luego estrecho la mano del señor Naeem y saludo con la mano a Rasha, quien interrumpe la conversación con mi papá para acercarse a decir hola.

–¿Qué tal la universidad? –le pregunto.

–Lenta. El inicio del semestre es aburrido. Hay demasiadas personas abandonando e inscribiéndose a clases como para poder hacer algo. Una pérdida de tiempo total –Rasha bosteza–. Dios, es temprano.

–Ni siquiera son las once y media –interviene la señora Naeem–. Ya no eres una adolescente… ya no puedes dormir hasta las dos de la tarde.

–Tomo clases a la tarde –replica Rasha.

La señora Naeem chasca la lengua y Rasha pone los ojos en blanco.

Aunque está en la universidad, todavía vive en casa. Se mudó al campus el primer año, pero dijo que extrañaba estar cerca de su familia, especialmente de Sara. Quiere estar allí cuando su hermana pequeña crezca.

–Ariel siempre ha sido madrugador –dice mamá. En realidad, eso no es cierto. Me obligué a ser una persona mañanera. No puedo recordar cuándo fue la última vez que me desperté sin una alarma. Incluso este verano me desperté temprano para estudiar para el examen SAT. Ya había obtenido un 1560, pero quería alcanzar el puntaje perfecto: 1600.

Y lo logré.

–Estoy celosa –responde la señora Naeem.

–No lo estés. Si están dormidos, no pueden rogarte que les hagas el desayuno en fin de semana.

Empujo suavemente el hombro de mamá y sonrío.

–Lamento mucho que tengas que alimentar a tu hijo.

–Tienes diecisiete años –me devuelve el gesto–. Puedes hacerte tu propio desayuno cuando quiero dormir el sábado.

–Pero lo haces tan bien –respondo. De todos modos, siento una pizca de culpa. Mamá trabaja duro toda la semana. No me gusta molestarla con mis penas académicas y tampoco debería molestarla para que me prepare huevos revueltos.

–Ven aquí –dice mamá–. Tienes algo en el rostro.

Pero antes de que pueda escaparme, lame su dedo y frota mi mejilla.

Mamá.

–Ah, shh, tatala.

El referí hace sonar su silbato y todos giramos hacia el campo de juego. Rachel y Sara juegan de delanteras, centro y derecha. Se levanta un poco de viento, silba entre los árboles y las nubes se mueven y opacan el sol.

Suena mi teléfono.

Sook:

¿Quieres que nos veamos después del partido de Rachel?

Tal vez podría caminar por Tinder Hill una hora. Estoy a punto de responder cuando mis padres gritan:

–¡Vamos, vamos, vamos!

Mi mirada salta hacia el partido. Rachel le pasa el balón a Sara y las dos corren a toda velocidad hacia adelante y evaden la defensa del otro equipo. Me invade la adrenalina. Me siento transportado al campo de juego, como si yo fuera el que tiene la pelota y destruye a los defensores. Cierro mi puño y me inclino hacia adelante.

–Vamos –murmuro–. Vamos.

Sara se apresura hasta la meta, patea y…

–¡GOL! –grito mientras el balón entra limpiamente al arco.

Todos estallan en cánticos y lanzo mi puño al aire.

Pero la adrenalina se desvanece rápido cuando recuerdo que mis días de jugar ya terminaron. Ahora mi lugar es las gradas.

Lo que resta de la primera mitad pasa en un destello. El otro equipo es uno de los mejores de la zona así que, de hecho, son un reto para nuestras chicas y mantienen el partido interesante. En el entretiempo, todos nos dedicamos a la comida. Estoy llenando mi plato de pollo y fruta cuando me habla la señora Naeem.

–¿Y, Ariel? ¿Cómo vienen esas solicitudes de ingreso a la universidad? ¿A cuáles te ibas a postular?

Me rasco la nuca y mis hombros se tensan.

–Harvard –dice papá dándome una palmadita en la espalda–. Es un chico inteligente. Estoy seguro de que lo logrará.

–No lo sé, papá.

–¡Eso es maravilloso, Ariel!

Fuerzo una sonrisa y agradezco, pero me retiro rápidamente de la conversación. Solía hablar sobre postularme a Harvard como si fuera inevitable; el siguiente paso lógico en mi educación. Pero las clases se tornaron más difíciles. Apenas obtengo buenas calificaciones y ahora con ese examen reprobado…

¿Soy material para Harvard? ¿O simplemente me estoy inscribiendo en las clases indicadas? Pari es más inteligente. Yo solo soy mejor manipulando el sistema. Puede que pronto eso no sea suficiente. Y a cuantas más personas les digan mis padres sobre Harvard, más personas se enterarán de que soy un fraude cuando no entre.

Camino por un costado hasta estar a unos metros del campo de juego y finalmente estoy solo. Desbloqueo la pantalla de mi teléfono, abro la aplicación CalcU y miro problemas de práctica. Ya los repasé varias veces. Ayer a la noche, llegué hasta la tercera página de resultados de Google buscando ejercicios.

Presiono la raíz de mi nariz. Demonios.

Solía gustarme la escuela. Ese estallido de satisfacción cuando comprendía temas nuevos. La gratificación competitiva de terminar un examen primero y saber que había hecho todo bien. Pero no hay nada para disfrutar cuando un reprobado te mira directo a los ojos. Tal vez la señorita Hayes tenga razón. Tal vez debería conseguir un tutor.

Estoy a punto de abrir mi audiolibro de Crimen y Castigo cuando escucho a alguien caminar detrás de mí. Menta y albahaca. Inhalo instintivamente. Giro y encuentro a Amir. Tiene una camiseta con el escudo de Ravenclaw. Por supuesto, se identifica con Ravenclaw, la casa más pretenciosa de Hogwarts.

–Hola –digo–. ¿Mis padres necesitan algo?

–Eh, no –luce incómodo. Amir Naeem luce incómodo de verdad–. Lo lamento, vine a… pasar el tiempo.

¿Pasar el tiempo? Nosotros no pasamos el tiempo juntos.

–No importa –sacude la cabeza–. Volveré con los demás.

–Está bien –digo sorprendiéndome a mí mismo–. Podemos quedarnos aquí.

–Bueno –gira sobre sus talones–. Odio la conversación de la universidad.

–Sí, yo también. Por eso me fui.

–Las grandes mentes piensan igual y todo eso –Amir sonríe–. Es incesante. Si vuelvo a escuchar una vez más una sugerencia de que vaya a una universidad de artes liberal…

–¿No quieres? Espera, ¿quieres saltearte la universidad y vivir en Brooklyn?

–Hmm –Amir alza una ceja.

–Eh, lo lamento. Eso sonó prejuicioso, ¿no?

–Un poco –Amir se ríe–. Pero está bien –encoge los hombros–. La universidad no es para todos, pero definitivamente iré. Quiero ser médico y estoy casi seguro de que los doctores tienen que estudiar medicina.

–¿Médico? ¿No fotógrafo?

–Ariel, suenas como mis padres –mi estómago se retuerce cuando dice mi nombre. Una ligera sonrisa aparece en sus labios–. La fotografía es un pasatiempo. También me apasiona la medicina, no puedo andar con un bisturí encima para analizar las aortas de las ranas.

–Bueno, supongo que podrías –digo–. Pero probablemente no terminaría bien.

Me río y Amir también. Sus ojos castaños son cálidos y cuando se encuentran con los míos mi estómago no solo se retuerce, sino que siento una competencia olímpica de saltos.

Desvío la mirada por un instante, mi piel está caliente.

–Entonces, ¿por qué quieres ser médico?

–No lo quiero decir –Amir vacila.

–Vamos, ¿qué?

–Sonará tonto. Cursi –pasa una mano por su cabello oscuro. Los mechones sedosos resplandecen con el sol.

–Ponme a prueba.

–Está bien, bueno –inhala–. Puedo ir a la universidad y aprender a salvar vidas. Puedo tener un título en salvar vidas. ¿No es una locura? La medicina es un milagro y quiero ser parte de él.

Puedo sentir su pasión, su optimismo; irradia de él. Hace años tengo una sola meta en mente: entrar a Harvard. Estuve demasiado concentrado en ser admitido y no en lo que estudiaré allí. Pero para Amir entrar a la universidad no es la meta; solo es un paso hacia algo más importante.

–Creo que es increíble –digo–. Por supuesto, es increíble.

–Gracias –responde y se rasca su barba incipiente–. Ey, ¿puedo mostrarte una fotografía?

–Eh, seguro.

Da un paso hacia adelante y gira, quedamos uno al lado del otro. Tenemos casi la misma altura. Tal vez sea unos centímetros más alto. Sus hombros amplios rozan contra los míos y mis mejillas levantan temperatura mientras me pregunto cómo lucirá sin su camiseta de Ravenclaw.

Aclaro mi garganta y me concentro en su cámara Nikon.

–Creo que esta es una linda toma de las chicas –dice Amir con voz calma, no está afectado por nuestra cercanía.

Sara patea el balón hacia la meta y Rachel corre hacia adelante gritando algo, probablemente “salsa de manzana” porque cree que es gracioso y siempre confunde a la defensa.

–Es una foto increíble. Eres bueno en esto.

–Lo sé –dice con una pequeña sonrisa. No es un alardeo, simplemente confianza. Está seguro de su talento. Conozco ese sentimiento, como cuando estoy compenetrado con mis clases y completo todos los trabajos uno tras otro y sé que estoy obteniendo buenas calificaciones. Es una seguridad, una certeza que extraño–. Puedo hacer una copia para tu familia si quieres.

–Estoy seguro de que a Rachel le encantaría. Pero, hazla pequeña; su ego ya es suficientemente grande.

–Lo tendré presente –Amir sonríe.

–Es lindo de tu parte fotografiar todos los partidos.

–Me gusta hacerlo. Son lindos recuerdos, nuestras hermanas son bastante increíbles.

Muchos de mis amigos piensan que es raro ser tan cercano con sus hermanos. Los ven como personas molestas que comparten su hogar y nada más, pero amo a Rachel y es lindo que Amir lo comprenda.

Mira detrás de mí al campo de juego.

–La segunda mitad empezará pronto, ¿deberíamos regresar?

No me había percatado de cuánto tiempo había pasado. Estoy bastante seguro de que esta es la conversación más larga que he tenido con Amir. Siempre pensé que no estaba interesado en hablar conmigo, pero tal vez él pensó que yo no estaba interesado en hablar con él. Es agradable estar cerca de él. Supongo que no es tan malo que haya sido él quien calificara mi examen.

El que él aprobó sin problemas.

Un minuto…

Amir está regresando cuando grito:

–Ey, ¿podrías, mmm, hacerme un favor?

–¿Fotos de graduación?

–Eh, no eso no –inhalo brevemente–. Te fue muy bien en ese examen de matemáticas –parece estar esperando una pregunta completa–. ¿Crees que podrías ser mi tutor de Cálculo? –suelto–. Puedo pagarte. Bueno, puedo pagarte después de Hanukkah.

–No quiero tu dinero.

Ay, Dios. Hice el ridículo y sigo sin tutor.

–Ven mañana a la noche a mi casa y estudiaremos juntos.

Oh. Oh.

–¿En serio?

–No hay problema –asiente con la cabeza–. Vayamos a ver a nuestras hermanas patear traseros.

Mientras regresamos con nuestras familias me invade una ola de alivio. Tal vez esto termine bien. Le echo un vistazo a Amir y él me sonríe, sus ojos brillan en la luz.

Tal vez esto termine más que bien.

Imperfecto

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