Читать книгу Imperfecto - Laura Silverman - Страница 8
UNO
ОглавлениеMis pies golpean el pavimento y gotas de sudor caen sobre mi rostro. Ya corrí seis kilómetros y todavía me falta uno más así que bajo el ritmo a un trote cómodo y reemplazo mi audiolibro de Crimen y Castigo por The Who. A mi alrededor el vecindario comienza a despertarse, la gente saca a pasear a sus perros y acomoda a los niños en el auto. El sol, que apenas se asomaba en la oscuridad cuando salí a correr, ahora descansa bajo en el cielo.
Finalmente, llego a la entrada de mi casa. Respirando con dificultad, masajeo una puntada en el costado de mi abdomen y reviso mi teléfono, descubro que corrí un minuto más rápido que mi promedio. Bien. Hago sonar mi cuello y luego entro a casa. Esta mañana mamá se fue temprano, es periodista para el Atlanta Standard. Se preparó apresuradamente mientras murmuraba algo sobre un político con dos caras. Mi hermana ya está en la escuela primaria así que solo estamos papá y yo en casa.
Lo encuentro dando vueltas en la cocina, ya está vestido para el trabajo; tiene un pantalón de vestir gris y una camisa lavanda.
–¡Buen día, Ariel! –gira para mirarme de frente. Su cabello, oscuro y rizado como el mío, probablemente debería haber recibido un corte hace semanas–. ¿Huevos? ¿Avena? ¿Batido de frutas?
–Un batido sería genial –respondo–. Me daré una ducha. Vuelvo en un minuto.
–¡Puedes tomarte cinco minutos si quieres! –grita detrás de mí mientras trepo las escaleras de a dos peldaños a la vez. En mi baño me desvisto y el agua helada cae sobre mí antes de tener oportunidad de calentarse y mis músculos protestan por el frío.
–Rayos, tengo que elongar –mascullo.
Apoyo mis palmas contra la pared y relajo las piernas, doblo mi rodilla derecha y estiro mi pantorrilla izquierda. Mientras el agua se calienta y cae sobre mí, bajo la cabeza y respiro profundamente un par de veces. Luego, cambio de pierna y después estiro mis cuádriceps. Me baño rápidamente después de eso.
Unos minutos después, regreso a la cocina un poco incómodo en mis jeans húmedos y con mi camiseta de Fleetwood Mac en una mano para que no se moje.
–¿Nueva imagen para la escuela? –pregunta papá deslizando un batido sobre la mesada; él bebe uno de kale. Asqueroso.
–Seh, todos los chicos cool andan sin camisetas estos días –me subo a la banqueta en la barra de desayuno. Mi libro de Cálculo está sobre la mesa con un cuaderno entre sus páginas. Lo abro con una mano y reviso mi teléfono con la otra. Agua de mi cabello húmedo cae sobre mi cuello mientras leo un mensaje de Sook, mi mejor amiga.
Estoy 5 minutos retrasada
Respondo:
No hay problema.
Y no es un problema. Siempre llega tarde, estaría en un aprieto si mi amiga fuera puntual. Copio un ejercicio en mi cuaderno. Generalmente me va bien en matemáticas, pero hay un largo verano entre Cálculo AB y Cálculo BC, así que es difícil recordar el contenido anterior.
–¿Algún plan para el fin de semana? –pregunta papá.
Registro la pregunta en un plano mental secundario mientras miro fijo a mi cuaderno.
–Mmm, supongo que lo de siempre.
–Mañana tenemos sinagoga. Y el partido de fútbol de tu hermana es el domingo. ¿Deberíamos hacer carteles para el primer juego del año? ¿Avergonzarla un poco?
Mi lápiz sobrevuela la página. Rayos. ¿Cuál era el paso siguiente? Hoy tengo examen. Anoche pensaba que ya dominaba esto. Le echo un vistazo al libro mientras tomo mi calculadora gráfica. Ya hice…
–Ariel, ¿carteles? ¿Qué te parece?
–¿Eh?
Papá me mira como si hubiera venido de otro planeta y no de su propio esperma.
–¿Sabes? –dice–. Leí un artículo que decía que estudiar demasiado es perjudicial para el aprendizaje.
–No estudio demasiado –replico–. Además, anoche el que estaba despierto trabajando a medianoche eras tú.
–Sí, pero soy un adulto y mi cerebro ya está desarrollado. ¿Por lo menos puedo ayudarte con algo?
–Estoy bien, papá.
Los adictos al trabajo no deberían intentar convencer a otras personas de que trabajen menos. Papá es abogado especialista en derechos civiles y es conocido por desaparecer hasta las tres de la mañana por un caso.
Si él puede quedarse hasta tarde, entonces yo también puedo. Además, solo son horas de sueño. No es como si estuviera tomando pastillas como algunos de los chicos en el colegio; esas cosas con peligrosas.
–Bebe tu batido –dice papá.
–Lo estoy haciendo –le echo un vistazo al vaso. Está lleno.
Papá alza una ceja.
Bebo un sorbo al mismo tiempo que suena mi teléfono. Un correo electrónico de una de mis universidades de respaldo, mejor prevenir que lamentar. Lo guardo en mi carpeta de solicitudes de ingreso universitarias, luego entro en mi calendario para mirar la única fecha que importa. Primero de noviembre, falta menos de dos meses, la fecha límite para postularme a Harvard.
Mi teléfono vuelve a sonar.
Sook:
Llegué
Cierro mi libro y guardo todo apresuradamente en mi mochila.
–Nos vemos a la noche –saludo a papá mientras me deslizo de la banqueta.
–Ariel, ¿el batido por favor?
Rayos. Lo olvidé. Mi estómago gruñe. Tomo el vaso, desplazo el sorbete hacia un lado y bebo todo el contenido.
–Agh –cierro los ojos con fuerza–. Se me congeló el cerebro.
Estoy por abrir la puerta de casa cuando escuchó la voz de papá detrás de mí.
–Ariel, ¡tu camiseta!
Echo un vistazo a mi pecho desnudo. Ups.
–¿Café? –pregunta Sook y me ofrece Dunkin’ Donuts.
–Eres… –doy un bostezo gigante– la mejor.
–Es verdad –me sonríe.
Mi mejor amiga es hermosa, tiene ojos cálidos y piel suave. Es regordeta, su camisa blanca lisa abraza su estómago y sus uñas están cubiertas de barniz rosa. Acomoda su cabello sobre su hombro y enciende el motor.
Gruño de comodidad mientras me hundo en su asiento de cuero. El auto de Sook cuesta más que los dos de mis padres juntos y no me quejo. Me lleva al colegio todas las mañanas ya que no hay suficiente espacio en el estacionamiento para todos los estudiantes. Abro CalcU, una aplicación con problemas para practicar y tutoriales. Mis ojos sobrevuelan las fórmulas.
–¿Hoy tienes examen? –pregunta Sook.
–Sí, de Cálculo –respondo–. ¿Tú?
–Creo que no –encoge los hombros–. Dejé mi agenda en el colegio así que me puedo estar olvidando de algo.
Sook y yo hemos sido mejores amigos desde sexto año de primaria cuando nos ubicaron en el mismo programa avanzado de matemáticas. En ese entonces, solía hacerse llamar por su nombre coreano entero: Eun-Sook.
Según mi papá, éramos unos “pequeños precoces”, según Sook, unos “mocosos insoportables”. Nos hicimos cercanos por nuestro deseo mutuo de ser los niños más listos de la clase, pero ahora a Sook le importa más su banda, Dizzy Daisies, que sus calificaciones.
–Oh, por Dios –dice Sook subiendo el volumen–. Tienes que escuchar esta canción.
Una gentil introducción acústica construye un sonido más duro y desafiante cuando entra la batería. Acompaño la música con mi cabeza.
–Bastante buena.
–¿Bastante buena? Querrás decir increíble. La banda se llama Carousels y su cantante principal, Clarissa, es un genio. Además, es básicamente la persona más sexy del planeta. Quiero decir, absurdamente sexy. Quiero ser ella y quiero estar con ella.
–Buena suerte con eso –río–. ¿En dónde vive? ¿Cuántos años tiene?
–Es estudiante de primer año en la Universidad de Georgia, así que vive a tan solo unas horas. Ey, nunca se sabe –sube el volumen un poco más–. Dios, su voz es todo.
–Lo es –concuerdo. La voz de Clarissa es áspera y fluida a la vez. Le echo un vistazo a CalcU y elijo un problema de práctica.
–Tal vez podríamos visitar Athens y ver una de sus presentaciones –dice Sook.
Entrecierro los ojos. Pero, un momento, por qué la ecuación…
–¿Qué te parece? –pregunta Sook.
–Sip –respondo con los ojos en mi teléfono–. Tal vez.
Diez minutos después, entro a clase.
–Buen día, Ariel –dice Pari mientras me acomodo en mi asiento en la última fila. Gira en su silla para hablar conmigo con ojos brillantes. Su cabello oscuro está peinado hacia atrás en una coleta de caballo. Viste leggins y una camiseta de la orquesta.
Pari Shah es mi peor enemiga. Bueno, en realidad, no. De hecho, somos amigos. Pero por años hemos competido por el puesto de primer violín y por tener el mejor promedio.
En la secundaria Etta Fields High School ser el mejor promedio es más complicado que tener calificaciones perfectas. Tenemos promedios ponderados así que podemos sumar puntos extras con clases avanzadas, que otorgan créditos universitarios, llamadas asignaturas AP. Es necesario un 5.0 en vez de un 4.0 para una A. El camino a la cima depende no solo de tus calificaciones, sino también de elegir las clases adecuadas.
El año pasado, saqué ventaja sobre Pari cuando descubrí que podía inscribirme en Ciencias de la Computación AP en línea. Era una clase monstruosa, pero como mi secundaria incluye las calificaciones de los cursos en línea en nuestro promedio, me dio impulso extra para superar a Pari. No le conté sobre la clase hasta después de finalizada la fecha de inscripción. Despiadado. Pero estoy seguro de que ella hubiera hecho lo mismo. Sabíamos que alguno de los dos terminaría ganando en algún momento. No me disculparé por ser el victorioso.
–¿Cómo está todo? –pregunta.
–Bastante bien –asiento–. ¿Y tú?
–¡Bien! Bueno, por la mayor parte. Me acordé recién de la evaluación de hoy –ríe–. Supongo que tengo la fiebre del último año después de todo.
–¡Ja! Seh –replico–, supongo que nos afecta a todos.
Pero la miro de reojo con escepticismo. Hay algo que hacemos los chicos que tomamos clases AP: actuamos como si no nos importara, como si esas calificaciones perfectas aparecieran sin ningún esfuerzo. Pretendemos estudiar en los últimos cinco minutos antes de la clase y encogemos los hombros cuando los profesores nos devuelven nuestros exámenes con una A resaltada.
Pero también nos aseguramos de mantener esas hojas boca arriba en nuestros escritorios para que todos puedan ver cuán inteligente somos y lo sencillo que es para nosotros.
De cierta manera, eso era verdad al principio. Solía obtener buenas calificaciones con un esfuerzo mínimo y caí en el juego, pensaba que era increíble. Pero luego se acumularon las clases AP y cuando la carga de trabajo me sobrepasó, vi más allá de mis propias mentiras. Nadie obtiene calificaciones perfectas en todas sus clases sin trabajar duro. Es una mentira que le decimos a los demás y a nosotros mismos.
Pari suelta un pequeño estornudo. Es casi tierna. Siempre pensé que era atractiva: petite de tez café oscura y rápida para hacer comentarios traviesos. Pero, aunque me atraen los chicos y las chicas, nunca podría salir con Pari. Es demasiado parecida a mí. Demasiado competitiva, calculadora. Y no tengo ningún interés en salir conmigo mismo.
–Gesundheit –digo.
–Gracias –sonríe.
Suena la campana. Nuestro profesor, el señor Eller, entra en la habitación. Amir Naeem avanza detrás de él. Nuestros ojos se conectan por un segundo mientras camina hacia la última fila y se sienta en el escritorio a mi lado. Me sorprendió cuando eligió este lugar el primer día de clases, pero es el que está más cerca de la ventana.
Conozco a Amir desde siempre. Nuestras hermanas pequeñas son mejores amigas, así que he compartido incontables cenas familiares y feriados con él, pero nunca nos entendimos. Cuando nuestras familias están juntas, se sienta en silencio y se entretiene con su teléfono. Lleva su cámara a todos lados; es como si el mundo fuera a terminarse si no captura la toma del buitre en el jardín. Y solo sale con chicos más grandes. De seguro piensa que los de nuestro año no son suficientemente buenos para él.
Es demasiado difícil entender a alguien que trabaja tanto para ser indescifrable.
Mi mirada se detiene en sus jeans ajustados y su camiseta blanca con cuello en V antes de concentrarme en mi escritorio. No se me ha escapado el hecho de que su cuerpo, una vez desgarbado, se ha transformado en músculos esbeltos.
Sacudo la cabeza mientras suena la segunda campana.
–¡Muy bien, chicos! –el señor Eller llama nuestra atención–. Guarden los teléfonos y los cuadernos. ¡Espero que hayan estudiado!
Las hojas circulan fila por fila. Una aterriza en mi escritorio.
–Veinte minutos –dice el profesor.
Escaneo la página. Solo diez problemas. Mis hombros se tensan. Cuando se trata de mantener un promedio perfecto, menos no es más. Diez problemas significa que solo puedo equivocarme en uno si quiero una A.
Quiero una A.
Mi lápiz titubea sobre el papel. Inhalo profundamente y echo un vistazo a mi alrededor. Todas las cabezas están inclinadas hacia adelante y las manos se mueven.
Es solo un examen… ¿Cuánto valen los exámenes en esta clase? Cierro los ojos e intento visualizar el programa. ¿Diez por ciento? ¿Quince? No puedo recordarlo. Alguien tose en las primeras filas.
Ok, estudié. Está bien.
Comienzo el primer problema, vacilo un poco en cada paso, reviso dos veces cada número. Me estoy olvidando de algo. ¿Me estoy olvidando de algo? Froto mis ojos. Debería haber dormido más.
Pari se reclina en su silla. Mi corazón se detiene un segundo. Por un momento, creo que ya terminó, pero solo se está estirando.
Mis latidos suenan en mis oídos. Es un sonido ligero, pero punzante, como la pieza de Mozart que estamos tocando con la orquesta. A mi alrededor, todos garabatean en sus hojas. Pari vuelve a estirarse. En el asiento que está a su lado, su novio Isaac estruja la bola antiestrés que siempre tiene durante las evaluaciones. Amir bosteza y rasca su oscura barba incipiente.
Puedo hacer esto. Tengo que hacerlo.
Hago sonar mis nudillos. Hago sonar mi cuello.
Luego, vuelvo a llevar el lápiz a la hoja y tomo ritmo. Gano confianza con cada respuesta. Eran nervios de inicio de semestre, nada más. Puedo hacer esto. Siempre pude.
Termino con tiempo de sobra, luego me reclino y exhalo. Mi mano derecha tiembla ligeramente. Vuelvo a respirar. Relájate. Falta menos de un año. Casi llegas.
–Se terminó el tiempo –grita el señor Eller. Estiro la mano para pasar mi hoja hacia adelante, pero el profesor enciende un proyector antiguo–. Intercambien el examen con la persona a su lado.
Hay dos chicas a mi derecha que ya están corrigiendo los problemas lo que significa que quedé con Amir. Por supuesto.
–¿Ariel? –mi nombre es suave en sus labios. Lo pronuncia correctamente, no como el de La Sirenita.
Mi pie sube y baja mientras intercambiamos las hojas de papel. Miro su examen, usa pluma en matemáticas. Esa confianza me irrita.
El señor Eller desliza la diapositiva en el proyector, pero las respuestas no lucen familiares. ¿Se equivocó de diapositiva?
Un momento, no. Clavo la mirada en los números de Amir. Cada respuesta coincide con su impecable caligrafía. Sus respuestas son correctas. Pero no reconozco la mayoría de los números. Mi pluma se desliza en mi mano húmeda. Si sus repuestas están bien y las mías no son iguales a las de él…
Amir me mira con una expresión indescifrable. Ah.
–Vuelvan a intercambiar las evaluaciones cuando hayan terminado –indica el señor Eller–. Repasaremos las preguntas que tengan para que estén preparados para el examen de la semana que viene.
Sin mirarlo, empujo la hoja de Amir en su dirección, luego mantengo mi mano extendida esperando la mía. Cuando me la devuelve, no puedo evitar mirar el resultado. Solo cinco de diez respuestas correctas. Esa cuenta la puedo hacer. Cincuenta por ciento.
Reprobé.
Estoy desaprobando Cálculo.
El café de Dunkin’ Donuts se revuelve como ácido en mi estómago.
Puedo sentir que Amir me está mirando, pero si le devuelvo la mirada, esta calificación se vuelve real. Y no puede ser real porque no puedo reprobar Cálculo. Ni siquiera puedo recibir una C porque ya no seré el mejor promedio. Y lo que es peor, si Harvard no acepta mi solicitud de admisión anticipada y decide sobre mi postulación en la admisión general, verán el desaprobado en mi expediente académico. Verán una mala calificación, mi promedio caerá y me rechazarán.
Suena la campana. Todos se ponen de pie y guardan sus cosas.
–¿Cómo te fue? –pregunta Pari girando hacia mí.
Trago fuerte. Si se entera que desaprobé, sabrá que tiene otra oportunidad de ser el mejor promedio. Tomará impulso, robará mi lugar. Tengo que ser discreto.
–Sí, ¿cómo les fue? –pregunta Isaac. Viste su camiseta de fútbol americano para el juego de esta noche. Su tez blanca está bronceada por el entrenamiento de verano. Amir se reclina en su asiento, se entretiene con su teléfono, pero sé que está escuchando.
–Me fue bien –miento–. Solo me confundí en uno. No estaba prestando mucha atención. ¿Ustedes?
–Bien –Isaac encoge los hombros–. Me confundí en dos, pero supongo que estoy conforme.
–Cien por ciento –dice Pari.
–Por supuesto –Isaac pone los ojos en blanco–. Pari la perfecta.
–Cállate –lo golpea suavemente en el hombro e Isaac le guiña un ojo antes de voltearse hacia mí.
–¿Vienes, Ariel?
–Adelántense –respondo.
Ambos se marchan y quedamos Amir y yo.
Amir junta sus cosas y avanza por el pasillo. Me apresuro detrás de él, mantengo su paso y dejo solo unos pocos metros de distancia. Espero a que salga de la habitación antes de entregar mi examen. Luego, me marcho a paso ligero en caso de que el señor Eller vea mi calificación y me pida que me quede después de clase.
En el pasillo, con el corazón palpitando miro a la izquierda y a la derecha antes de ver un destello de su tez café castaño. Amir dobla por la esquina y lo persigo. Tengo que pedirle que no diga nada, pero no tiene sentido hacerlo en público. Cuando estoy a tan solo unos pasos detrás de él, llamo su nombre en una mezcla de grito y suspiro:
–¡Amir!
Se voltea y señalo a una habitación vacía.
–Aquí –digo. Él levanta una ceja y las palabras “por favor” se escapan de mi boca.
Nadie parece notar que entramos en el aula. Cierro la puerta detrás de nosotros. Por un momento, su aroma me abruma. Menta y albahaca. Inhalo brevemente con el pulso acelerado.
–¿Ariel? –indaga–. ¿Por qué estamos en un aula vacía?
–Esa es una muy buena pregunta.
Agradezco que las luces apagadas y las cortinas cerradas no me permitan ver su expresión. No sé qué dolería más: una mirada de molestia o una de diversión. No que me importe lo que piense de mí.
–¿Ariel?
–Reprobé –suelto.
–Lo sé –se mueve en su lugar–. ¿Eso es todo?
–Por favor no le digas a nadie.
–¿Por qué lo contaría?
–No lo sé –jalo de mis bolsillos–. Entonces, ¿no lo harás? ¿No dirás nada?
–No –suena la campana de advertencia–. Ahora me marcharé… ¿Está bien?
–Seh –aclaro mi garganta–. Está bien. Quiero decir, seguro. Gracias.
¿Desde cuándo se me traba la lengua por alguien? Supongo que desde que repruebo exámenes. Doy un paso al costado, Amir avanza y abre la puerta.
Luego desaparece.
Cierro la puerta otra vez solo para poder golpear mi cabeza contra ella.