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POR QUÉ ACERCARSE AL TAROT

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Sobre todo, una persona se suele acercar al tarot porque representa un sistema rápido, de bolsillo, siempre al alcance de la mano y porque, en definitiva, una vez que se han aprendido los símbolos y se ha desarrollado un poco la sensibilidad necesaria, resulta accesible para muchos.

Naturalmente, esto vale para los que aceptan la adivinación, es decir, para los que deciden encomendarse a las directrices del sexto sentido, a las señales misteriosas del universo antes de tomar una decisión importante; en resumen, para los partidarios de indagar en el futuro, de saber lo que va a ocurrir antes de que suceda en la realidad.

Pero llegados a este punto, se puede volver a caer en ese complejo y sufrido debate, del que san Agustín fue su portavoz más autorizado, que se refiere a la inevitable relación entre predestinación y libre albedrío.

Es verdad que el hombre siempre se ha dedicado a intentar indagar el futuro: el ansia, el temor, la curiosidad con relación a lo que ocurrirá, la conciencia de la inevitabilidad del destino y la intrigante tentación de desafiarlo y de cambiarlo, la necesidad de tener esperanza y de seguir creyendo en un futuro mejor, constituyen uno de los hilos conductores de toda la historia humana. Los antiguos griegos en la voz de Apolo en Delfos, los romanos en los oráculos de la sibila de Cumas, los babilonios en las posiciones de los astros, los chinos en los tallos de aquilea o en los caparazones de las tortugas: todos, aunque con técnicas y modalidades distintas, han buscado una confirmación o una respuesta en los signos del universo, precisamente porque, como subraya el contenido de las famosas «tablas de esmeralda», cada elemento del cosmos unido a todo lo demás a través de finas conexiones y lo que ya está en el pensamiento, en el deseo o en el símbolo, ya está virtualmente presente también en la realidad. Por lo tanto, nada es casual en el universo y el tarot, como el alfabeto de las estrellas o las líneas de la mano, conoce y habla este misterioso lenguaje repleto de signos y de símbolos. El cartomántico, dejándose llevar por esta sutil inducción, a partir del significado del número, del color, del palo, de las alegorías que siempre unen al cielo con la tierra y a las cartas con las estrellas, activa a través de las imágenes del tarot sus propias capacidades extrasensoriales, que le permiten rebuscar en su inconsciente, leer el tiempo pasado y el futuro, para poder llegar a la raíz de las cosas. Pero también es verdad, y aquí vuelve a entrar en juego el debate sobre la predestinación, que si el futuro se puede leer, descifrar y prever, esto implica que en alguna parte, en algún lugar recóndito este futuro tiene que estar necesariamente escrito y si una cosa está escrita, no se puede hacer nada para cambiarla. Sin duda este razonamiento resulta muy cabal. Y sin embargo, como demuestra la nutrida casuística recogida por el parapsicólogo americano J. Rhine y por su mujer Louise, no resultan tan raros los casos en los que un fenómeno paranormal, como una comunicación telepática, una visión o un sueño, es decir un aviso obtenido con medios que no son los sentidos físicos, ha sido suficiente para cambiar un destino, para salvar a alguien de una desgracia. Para el hombre común es muy difícil cambiar voluntaria y mágicamente su propio destino, algo que, se dice, sólo está al alcance de los sabios conocedores de la alta magia. Sin embargo, no se puede negar que el hecho de que conozca por anticipado sus condiciones futuras, aunque no esté en condiciones de cambiarlas, ya representa de por sí una ayuda válida para enfrentarse a ellas mejor, ya que podrá controlar la intensidad emotiva y el riesgo de posibles traumas. La crítica que se oye más a menudo en contra de la previsión del futuro se basa precisamente en esta cuestión: saber con anticipación excluye la sorpresa y limita la libertad de elección, es decir, recluye a la persona en los límites de la previsión. Aun así, los hechos, y no sólo la casuística recogida por el matrimonio Rhine, demuestran exactamente lo contrario: conocer con anticipación amplía las posibilidades de elección y además otorga un razonable intervalo de tiempo que permite reflexionar y decidir con mucha calma, algo que resulta prácticamente imposible en el momento en que los acontecimientos ya se están produciendo. Pongamos el ejemplo de una previsión meteorológica, que de por sí no tiene nada de mágico ni de arcano. Y sin embargo, todos se apresuran a consultar las noticias del tiempo la noche antes de una excursión a la montaña. Supongamos que las previsiones indican lluvias torrenciales e imprevistas para el día siguiente. En este caso, los que han salido sin consultar las noticias del tiempo y se fían únicamente del aparente azul del cielo tienen una sola opción: calarse hasta los huesos; en cambio, los que han tenido en cuenta las previsiones pueden elegir entre distintas posibilidades: aplazar la excursión confiando en que el tiempo sea más favorable la próxima vez; salir tal y como se había decidido pero equipándose bien con botas, paraguas e impermeable; salir con sandalias y camiseta, confiando en la suerte, porque así es más divertido, más… imprevisible. Más que limitar la libertad de elección, en este caso la previsión puede ahorrar bastantes problemas, un molesto resfriado o la inútil pérdida de un tiempo que se podría haber aprovechado mucho mejor de algún otro modo.

Naturalmente, cuando lo que está en juego es algo más importante, más íntimo que una excursión, es necesaria mucha sensibilidad por parte de quien practica la adivinación. Es lícito predecir, pero debe hacerse sin desconcertar y sobre todo sin influenciar. El riesgo es especialmente notable para los individuos psicológicamente débiles, que muchas veces acaban por convertirse en esclavos de la previsión, sobre todo de la negativa, hasta el punto de que, inconscientemente, se llegan a comportar del modo más adecuado para que esta se lleve a cabo. Otros caen en manos del ansia y estrechan auténticos y verdaderos vínculos de dependencia con relación al adivino, sobre el que proyectan mecanismos de identificación afectiva hasta el punto de que ya no saben cómo conducir su vida sin sus consejos. Todo esto ya es suficiente para poder entender que nadie se puede convertir en adivino de la noche a la mañana y que esta actividad implica una gran responsabilidad. En la práctica, un buen cartomántico o quiromántico o astrólogo es un curioso cruce entre un psicólogo, un estudioso, un sacerdote, un hermano o una hermana mayor y precisamente por ello tiene que responder a numerosos requisitos: un fuerte conocimiento de las leyes esotéricas del universo, un sincero interés hacia los demás que, sin embargo, no debe llevarlo a peligrosos procesos de identificación, una profunda sensibilidad que le ayude a establecer qué es en realidad lo que la persona que le consulta está preparada para saber y asimilar, y una pasión hacia su oficio que no derive de un interés únicamente económico.

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