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LAS BUENAS CARTAS NO MIENTEN

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Hoy sabemos que habitualmente no utilizamos gran parte de nuestro cerebro. Así mismo, ignoramos casi por completo las funciones de la epífisis o glándula pineal, que quizás está ligada al llamado sexto sentido. Y precisamente el sexto sentido, es decir todos los fenómenos ajenos a los otros cinco, es el objeto de estudio de una ciencia a la que todavía se le ponen muchos obstáculos pero que actualmente está en vías de expansión: la parapsicología y el estudio de lo paranormal, de la que la lectura de las cartas es parte integrante.

La actividad cerebral consiste en una emisión regular de ondas eléctricas de distinta frecuencia que normalmente se pueden apreciar por medio de un electroencefalógrafo. De las cuatro emisiones distintas, las que nos interesan directamente en este contexto sólo son dos: las ondas Beta, la frecuencia de la vigilia, y las ondas Alfa, más bajas y que caracterizan la fase en la que se dormita, la de la relajación máxima, de la meditación y de todos esos fenómenos de alteración de la conciencia, entre los cuales están la telepatía y la precognición, que se encuentran en la base de toda la experimentación paranormal, incluida la adivinación. Para obtener un fenómeno paranormal digno de atención, por ejemplo una previsión, es indispensable saber entrar en este especial estado de conciencia caracterizado por la emisión de las ondas Alfa, porque es precisamente en este estado, y sólo en él, en el que se hace realmente posible trascender los habituales esquemas espaciotemporales y alcanzar los materiales del inconsciente colectivo, la llamada memoria del mundo, la akasha de los hindúes, en la que se halla una señal de todo lo que es, ha sido y será.

Pero volvamos de nuevo y por un instante a Jung y a una teoría fundamental que él formuló: la teoría del sincronismo, según la cual todas las cosas o acontecimientos parecidos siempre tienden a converger en el mismo espacio y en el mismo tiempo. Seguro que a todos nos habrá pasado una infinidad de veces pensar en una persona, encontrarnos con ella poco después y, tal vez esa misma noche, ver una película cuyo protagonista tiene el mismo nombre del amigo que acabamos de ver. Esto mismo también le ocurrió a Jung, de forma tan evidente que le permitió formular esta nueva pero atendible teoría.

Jung estaba paseando por la orilla del lago de Constanza: era el 1 de abril, día dedicado a un famoso pez y, casi como evocado por esa fecha, un pez saltó del agua justamente delante de sus ojos. Poco después, siguiendo su paseo, se encontró con un viejo amigo, un tal Pez. Tres acontecimientos, tres situaciones relacionadas con el pez y todas aparentemente casuales habían sucedido en el mismo lugar y en un periodo de tiempo de pocos minutos. En realidad, de casual no había nada de nada; había sido el principio del sincronismo el que las había hecho converger en ese lugar y en ese preciso momento. El mismo principio que en el tarot hace que la persona consultante elija concretamente la carta adecuada a su situación y no otra y que lleva hasta la mente del adivino precisamente esa idea y la respuesta más adecuada a la cuestión que se ha dejado al dictamen de las cartas.

Pensemos por un momento en un río: a un lado está el estado Beta, la conciencia del estado de vigilia; al otro, el estado Alfa, la condición indispensable para lo paranormal. Las cartas del tarot, como las líneas de la mano o los posos de café, no son más que las piedras sobre las que hay que saltar para llegar cómodamente a la otra orilla sin mojarse los pies. De este modo, los símbolos forman un camino, una especie de puente, un apoyo valioso pero no indispensable a través del cual el inconsciente se desliza suavemente hacia lo paranormal. Hay personas que están en condiciones de entrar espontáneamente en el estado Alfa mediante el sueño, el yoga o, como les sucedió a numerosos santos reconocidos por la Iglesia que, gracias a la oración y el éxtasis místico, fueron responsables de muchos fenómenos inexplicables, curaciones milagrosas, desdoblamientos o visiones colectivas.

Pero veamos ahora más de cerca lo que sucede realmente durante una consulta cartomántica: en virtud del fenómeno del sincronismo la persona consultante no extrae por casualidad las cartas, sino que inconscientemente, aunque no las vea, acaba por dirigirse precisamente hacia las que representan mejor su situación. Por otro lado, el cartomántico, apoyándose en los pocos elementos simbólicos que posee, crea todo el resto de la situación siguiendo el mecanismo psicológico especial de la gestalt. En definitiva, actúa como quien soluciona un juego de palabras: asocia, pega, deduce una globalidad utilizando únicamente los datos simbólicos que tiene a su disposición, es decir los significados de las cartas extraídas.

Llegados a este punto, es necesario tener en cuenta otro factor: nunca hay que interpretar los símbolos individualmente porque sus significados cambian, cobran más fuerza, se vuelven menos importantes o se invierten en función de su combinación con las cartas que tienen al lado, de si la carta se presenta boca arriba o boca abajo y de la posición que ocupa en el juego. En efecto, aunque algunos cartománticos, como la célebre Mademoiselle Lenormand, prefieren tirar las cartas al azar, casi todos las colocan según un esquema geométrico determinado, donde la parte superior y la inferior, la derecha y la izquierda, en virtud de su simbolismo intrínseco, que los antiguos conocían muy bien (lo tenían en cuenta para la interpretación de los rayos y del vuelo de los pájaros), influyen y modifican el simbolismo básico de las cartas. Entonces el juego se convierte en una especie de telar, de forma geométrica regular (cuadrado, triángulo, círculo, estrella), donde colocar los símbolos que, en función de la posición que ocupan, se refieren al pasado, al presente o al futuro de la persona consultante o bien a las esferas afectiva, profesional o financiera.

El ritual, seguido literalmente por algunos cartománticos pero despreciado por otros, también influye, ya que le ofrece al adivino otra muleta, un valioso pero no indispensable apoyo construido únicamente sobre los símbolos, sobre los detalles, sobre sus manías personales: unos barajan las cartas de una manera y otros de otra, algunos cortan la baraja una, tres o incluso siete veces y otros exigen un pequeño tapete de una determinada tonalidad o quieren tener junto a ellos agua, incienso y sal. Incluso hay quien no permite que se toquen las cartas más que durante la consulta para evitar contaminaciones vibratorias, ya que, como enseña el esoterismo, todas las cosas conservan durante largo tiempo una huella de quien las ha manejado. El día de la semana y la hora también tienen su repercusión: hay quien recomienda que no se haga ninguna consulta ni los martes ni los viernes o quien desaconseja hacerlas por la mañana, algunos las llevan a cabo rigurosamente por la noche y otros no se plantean problemas con el reloj. Pero independientemente del simbolismo de los colores y de los números, del tono del tapete o de la cantidad de veces que se corte la baraja, detalles que por otro lado siempre funcionan porque actúan reforzando con su simbología la asociación con otros símbolos, el ritual encierra una enorme potencialidad: relaja al cartomántico y lo conduce hacia las frecuencias de lo paranormal, suaviza la inevitable ansiedad de la persona consultante que se encuentra frente a su futuro, infunde seguridad psicológica y otorga a ambos un razonable lapso de tiempo que resulta muy útil para que se establezca una mutua sintonía. Una buena parte del secreto para acertar la previsión consiste sencillamente en fiarse de sí mismo, en creer en las capacidades propias y en tener mucha disposición hacia la persona consultante. Y, sobre todo, en ignorar ese miedo a equivocarse, a hacer el ridículo, ya que, precisamente en virtud de una irrefutable ley mágica, es muy probable que este temor acabe por transformarse en una antipática realidad.

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