Читать книгу Luna azul - Lee Child - Страница 6
TRES
ОглавлениеEl bar estaba en la planta baja de un edificio de ladrillos viejo y simple en el medio de la cuadra. Tenía una puerta marrón maltrecha en el centro, con ventanas mugrientas a ambos lados. Por encima de la puerta había un nombre irlandés parpadeando en neón verde, y harpas y tréboles de neón semimuertos y otras figuras polvorientas en las ventanas, todas promocionando marcas de cerveza, algunas de las cuales Reacher reconoció, y algunas de las cuales no. Ayudó a Shevick en el cordón del otro lado, y cruzando la calle, y arriba en el cordón de enfrente, hasta la puerta. La hora en su cabeza marcaba veinte para las doce.
—Yo entro primero —dijo—. Después entra usted. Funciona mejor de esa manera. Como si nunca nos hubiéramos conocido. ¿OK?
—¿Cuánto tiempo? —preguntó Shevick.
—Un par de minutos —dijo Reacher—. Recupere el aliento.
—OK.
Reacher tiró de la puerta y entró. La luz era tenue y el aire olía a cerveza derramada y desinfectante. El lugar tenía un tamaño decente. No cavernoso, pero tampoco solo un local al frente. Había largas filas de mesas para cuatro a ambos lados de un paso central desgastado que llevaba a la barra, que estaba dispuesta en forma de cuadrado, en la esquina de atrás a la izquierda del salón. Detrás de la barra había un tipo gordo con una barba de cuatro días y un repasador colgando del hombro, como un identificador de su oficio. Había cuatro clientes, cada uno de ellos solo en una mesa aparte, cada uno de ellos encorvado y extraviado, con el mismo aspecto viejo y cansado y exhausto y desanimado que Shevick. Dos de ellos meciendo botellitas de cerveza, y dos de ellos meciendo vasos medio vacíos, de manera defensiva, como si esperaran que se los arrebataran en cualquier momento.
Ninguno de ellos tenía aspecto de usurero. Quizás el barman era el que hacía el negocio. Un agente, o un mediador, o un intermediario. Reacher se acercó y le pidió café. El tipo dijo que no tenía, lo cual fue una decepción, pero no una sorpresa. El tono del tipo fue amable, pero Reacher tuvo la sensación de que podría no haber sido así si el tipo no hubiera estado hablando con un forastero desconocido de la talla de Reacher y apariencia implacable. Alguien común y corriente podría haber recibido una respuesta sarcástica.
En vez de café Reacher recibió una botella de cerveza nacional, fría y húmeda y rociada, con un volcán de espuma haciendo erupción por arriba. Dejó sobre la barra un dólar de su cambio, y fue hasta la mesa para cuatro vacía más próxima, que resultó estar en el rincón de atrás de mano derecha, lo cual estaba bien, porque significaba que se podía sentar con la espalda hacia el ángulo, y ver todo el salón a la vez.
—Ahí no —dijo el barman en voz alta.
—¿Por qué no? —respondió Reacher.
—Reservado.
Los otros cuatro clientes miraron hacia allí, y después miraron hacia otro lado.
Reacher volvió y sacó su dólar de la barra. Ningún por favor, ningún gracias, ninguna propina. Cruzó en diagonal hasta la mesa de adelante del otro lado, debajo de la ventana mugrienta. Misma geometría, pero al revés. Tenía un rincón detrás de sí, y podía ver todo el salón. Le dio un trago a la cerveza, que fue mayormente espuma, y entonces entró Shevick, rengueando. Miró hacia delante a la mesa vacía en el rincón del otro lado de mano derecha, y se detuvo sorprendido. Miró todo alrededor del salón. Al barman, a los cuatro clientes solitarios, a Reacher, y después otra vez a la mesa del rincón. Seguía vacía.
Shevick empezó a avanzar cojeando hacia allí, pero se detuvo a mitad de camino. Cambió de dirección. Rengueó hacia la barra. Habló con el barman. Reacher estaba demasiado lejos como para oír lo que decía, pero supuso que era una pregunta. Podía haber sido ¿dónde está tal y tal? Definitivamente incluyó una mirada a la mesa para cuatro vacía en el rincón de atrás. Pareció recibir una respuesta sarcástica. Podía haber sido ¿qué soy yo, adivino? Shevick se retiró de allí y dio un paso en tierra de nadie. Donde podría pensar en qué hacer a continuación.
El reloj en la cabeza de Reacher marcaba las doce menos cuarto.
Shevick rengueó hasta la mesa vacía, y se quedó quieto un momento, indeciso. Después se sentó, enfrente del rincón, como en la silla de la visita frente a un escritorio, no en la silla ejecutiva detrás del escritorio. Se posó en el borde del asiento, con la espalda bien recta, a medias dado vuelta, mirando la puerta, como preparado para ponerse de pie de inmediato amablemente no bien entrara el tipo con el que se tenía que encontrar.
No entró nadie. El bar siguió en silencio. Tragos agradecidos, respiraciones húmedas, el chillido del repasador del barman sobre un vidrio. Shevick miraba fijo la puerta. El tiempo pasaba.
Reacher se puso de pie y caminó hasta la barra. Hasta la parte más próxima a la mesa de Shevick. Apoyó los codos y se mostró expectante, como alguien con un nuevo pedido. El barman le dio la espalda y de repente quedó ocupado en una tarea urgente bien lejos en el rincón del otro lado. Como diciendo si no hay propina no te atiendo. Lo que Reacher había predicho. Y querido. Para tener cierto grado de privacidad.
—¿Qué? —susurró.
—No está aquí —susurró Shevick en respuesta.
—¿Generalmente está?
—Siempre —susurró Shevick—. Está todo el día sentado en esta mesa.
—¿Cuántas veces hiciste esto?
—Tres.
El barman seguía ocupado, bien lejos.
—Dentro de cinco minutos les voy a deber veintitrés quinientos, no veintidós quinientos —susurró Shevick.
—¿El cargo por demora son mil dólares?
—Por día.
—No es tu culpa —susurró Reacher—. No si el tipo no aparece.
—Esta no es gente razonable.
Shevick miraba fijo la puerta. El barman terminó con su tarea imaginaria y recorrió la distancia diagonal desde la parte de atrás del bar hasta el frente, con el mentón en alto, hostil, como posiblemente dispuesto a considerar un pedido, pero con muy pocas probabilidades de satisfacerlo.
Se detuvo a un metro de Reacher y esperó.
—¿Qué? —dijo Reacher.
—¿Quieres algo? —dijo el tipo.
—Ya no. Quería hacerte caminar hasta allá ida y vuelta. Me diste la impresión de que te podía venir bien hacer ejercicio. Pero ahora ya lo hiciste, así que estoy bien. Gracias igual.
El tipo se lo quedó mirando. Analizando su situación. Que no era genial. Quizás tenía un bate o un arma debajo del mostrador, pero nunca iba a llegar hasta ahí. Reacher estaba a tan solo un brazo de distancia. Su respuesta iba a tener que ser verbal. Lo cual iba a ser un desafío. Eso estaba claro. Al final lo salvó su teléfono de pared. Sonó a sus espaldas. Una campanilla anticuada. Un repiqueteo largo y apagado y triste, y después otro.
El barman se alejó hacia allí y atendió la llamada. El teléfono era un diseño clásico, con un auricular grande de plástico y un cable enrulado tan estirado que llegaba hasta el piso. El barman escuchó y colgó. Apuntó el mentón en dirección a Shevick, todo el trayecto hasta la mesa del rincón de atrás.
—Regresa esta noche a la seis en punto —dijo en voz alta.
—¿Qué? —dijo Shevick.
—Me escuchaste.
El barman se alejó caminando, hacia otra tarea imaginaria.
Reacher se sentó en la mesa de Shevick.
—¿A qué se refería con que vuelva a las seis en punto? —dijo Shevick.
—Supongo que el tipo al que estás esperando se retrasó. Llamó, para que sepas en qué situación te encuentras.
—Pero no lo sé —dijo Shevick—. ¿Qué pasa con mi plazo de las doce en punto?
—No es tu culpa —volvió a decir Reacher—. Fue el tipo el que no vino, no tú.
—Va a decir que les debo mil más.
—No si no apareció. Lo cual todos saben que fue así. El barman lo atendió en el teléfono. Es un testigo. Tú estabas aquí y el otro tipo no.
—No puedo conseguir otros mil dólares —dijo Shevick—. Simplemente no los tengo.
—Yo diría que el aplazamiento te da una licencia. Es una inferencia clara. Como un término implícito en un contrato. Tú estabas ofreciendo moneda de curso legal en el lugar indicado a la hora indicada. Ellos no aparecieron para aceptarla. Es como una suerte de principio de hecho. Un abogado lo podría explicar.
—Nada de abogados —dijo Shevick.
—¿Te preocupan también los abogados?
—No me puedo permitir uno. Sobre todo si tengo que encontrar otros mil dólares.
—No va a ser así. No pueden tener todo a la vez. Tú estuviste aquí a horario. Ellos no.
—Esta no es gente razonable.
El barman los miró desde lejos con rabia.
El reloj en la cabeza de Reacher dio las doce del mediodía exactas.
—No podemos esperar aquí seis horas —dijo.
—Mi esposa va a estar preocupada —dijo Shevick—. Debería ir a casa y verla. Y después volver.
—¿Dónde vives?
—Más o menos a un kilómetro y medio de aquí.
—Puedo ir caminando contigo, si quieres.
Shevick hizo una larga pausa.
Después dijo:
—No, de verdad no podría pedirte que hicieras eso. Ya hiciste por mí lo suficiente.
—Eso fue ambiguo y amable, sin ninguna duda.
—Quiero decir que no debo incomodarte más. Estoy seguro de que tienes cosas que hacer.
—Por lo general evito tener cosas que hacer. Claramente una reacción contra el régimen literal en mi vida, de más joven. El resultado es que no tengo ningún lugar particular al cual ir, y todo el tiempo del mundo para llegar allí. No me molesta hacer un desvío de un kilómetro y medio.
—No, no podría pedirte que hicieras eso.
—El régimen que mencioné fue, como dije, en la Policía Militar, donde, como también dije, nos entrenaron para notar cosas. No solo pistas físicas, sino cosas sobre cómo es la gente. Cómo se comportan y en qué creen. La naturaleza humana, y etcétera. La mayoría eran estupideces, pero algunas tenían sentido. Ahora mismo le tienes que hacer frente a una caminata de un kilómetro y medio por un vecindario en las calles traseras, con más de veinte mil dólares en el bolsillo, lo que te hace sentir raro, porque no se supone que todavía los tengas, y si los pierdes es un desastre total, y hoy ya te asaltaron una vez, por lo que lo cierto es que en definitiva la caminata te asusta, y sabes que yo podría ayudar con esa sensación, y además estás herido por el ataque, y por lo tanto no te mueves bien, y sabes que puedo ayudar también con eso, por lo que en definitiva me deberías estar rogando que te acompañara a tu casa.
Shevick no dijo nada.
—Pero eres un caballero —dijo Reacher—. Me querías dar una recompensa. Ahora si te acompaño a tu casa y conozco a tu esposa, crees que lo mínimo que deberías hacer es invitarme a almorzar. Pero no hay almuerzo. Te sientes avergonzado. Pero no deberías. Lo entiendo. Estás en problemas con un prestamista. Hace un par de meses que no almuerzas. Tienes el aspecto de haber bajado diez kilos. Te cuelga la piel. Así que vamos a buscar unos sándwiches de camino. Paga el Tío Sam. De allí viene mi dinero. Tus impuestos en pleno funcionamiento. Vamos a disfrutar conversando un poco, y después te acompaño de vuelta hasta acá. Le pagas al tipo al que le debes, y yo sigo mi camino.
—Gracias —dijo Shevick—. En serio.
—No hay de qué —dijo Reacher—. En serio.
—¿Hacia dónde te diriges?
—Hacia otro lugar. A menudo depende del tiempo. Me gusta el clima cálido. Me ahorra comprarme abrigo.
El barman miró de vuelta con rabia, todavía desde lejos.
—Vamos —dijo Reacher—. Una persona podría morirse de sed en este bar.