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1. Base corporal adecuada para la danza

Todo tiene su nombre: nomenclatura anatómica del movimiento

No resulta sencillo describir de forma clara y concisa los movimientos de la danza. A menudo, las regiones corporales se mueven de forma totalmente independiente en los diferentes planos del espacio; la mayoría de las veces intervienen varias articulaciones. Para que los movimientos se produzcan, se precisa una sistemática exacta, con una posición de partida definida con claridad y con consideración aislada de los movimientos de cada articulación. Justamente esto es lo que ofrece la nomenclatura anatómica de la locomoción que se aplica en medicina. Con independencia de su orientación espacial, esta nomenclatura describe con exactitud las posiciones y movimientos corporales, lo que repercute en beneficio de los bailarines. Los pasos de danza están perfectamente delimitados, al menos, dentro de los estilos de baile estandarizados y se denominan con términos en general precisos aunque, cuando se trata de describir los movimientos, incluso los más exigentes, es fácil observar discrepancias y malos entendidos. La nomenclatura anatómica, con una sistemática clarividente, ofrece una buena base para exponer y analizar los movimientos de la danza, así como los límites de los diferentes estilos de baile.

Postura neutra de partida para el movimiento

La denominada posición neutra es el punto de partida para el movimiento y desde ella se describen los movimientos de las distintas articulaciones. La posición neutra consiste en mantener el cuerpo erguido con los pies paralelos y dirigidos hacia delante, los brazos colgando a los lados, los pulgares apuntando hacia fuera y los dedos de la mano extendidos. Desde esta postura, en principio poco natural, los movimientos correspondientes se producen en una misma dirección espacial, ya sea porque se mueven el hombro, el codo o la cadera: cuando se habla de flexión y extensión, las regiones corporales se desplazan siempre en el mismo plano, en este caso, en un plano dirigido de delante hacia atrás con relación al cuerpo.


Fig. 1.1: Posición neutra del cuerpo, con indicación selectiva de algunos elementos topográficos de referencia.

Ejes y planos corporales: la geometría del cuerpo humano

El sistema de ejes y planos corporales facilita una descripción de la locomoción, desde los movimientos amplios en el espacio hasta la movilidad de las pequeñas articulaciones corporales. El cuerpo es recorrido por tres ejes, perpendiculares entre sí, que corresponden a las tres dimensiones del espacio: el eje sagital (del latín sagittum = flecha) discurre de delante hacia atrás; el eje horizontal, de un lado a otro, y el eje vertical, de arriba abajo.


Fig. 1.2: Los tres ejes del movimiento, en este caso, de la cadera.


Fig. 1.3: Los tres planos corporales.


Fig. 1.4: Movimientos del tronco durante la danza que discurren de forma exacta en uno de los planos corporales: A. Plano sagital. B. Plano frontal. C. Plano horizontal.

Los tres planos corporales son perpendiculares entre sí. El plano sagital se dirige a través del cuerpo, de delante hacia atrás; el frontal lo hace de un lado a otro, y el horizontal lo recorre en sentido transversal (v. fig. 1.3). Los movimientos pueden establecerse de manera exacta a lo largo de estos planos corporales o asociarse, combinando varios planos, como ocurre cuando se dirige la pierna de forma oblicua hacia delante en sentido diagonal.

Los ejes y planos corporales hacen referencia siempre al cuerpo y no a su orientación espacial. Si se gira todo el cuerpo, o solo una parte del mismo, en el espacio, también lo hace el sistema de ejes y planos, con independencia de la nueva orientación espacial elegida. Un battement devant es un movimiento hacia delante de la pierna en el plano sagital, al margen de si el cuerpo se dirige hacia el plano frontal o se desplaza en sentido diagonal.

Nomenclatura del movimiento

Cuando se mueve una región corporal, esta acción tiene lugar alrededor de un eje claramente definido en el plano correspondiente. Así pues, el eje y el plano de movimiento están predeterminados, no así el sentido del mismo. Los movimientos alrededor de un eje se pueden ejecutar siempre en dos sentidos opuestos. Las rotaciones en torno al eje horizontal facilitan la flexión y la extensión. La rotación alrededor del eje sagital permite la abducción (separación de una región corporal respecto al centro del cuerpo) y la aducción (aproximación de una región corporal al centro del cuerpo). Los movimientos sobre el eje vertical se conocen como rotación externa y rotación interna. Cada articulación ejecuta, como mínimo, dos de estos seis movimientos básicos, en función de su estructura anatómica.


Fig. 1.5: Movimientos de la cadera. A. Flexión y extensión: movimiento en el eje horizontal. B. Abducción y aducción: movimiento en el eje sagital. C. Rotación externa e interna: movimiento en el eje vertical.

Tabla 1.1: Nomenclatura del movimiento

Si se mueve alrededor de este ejeEl movimiento se llamaY ocurre en este plano
Eje horizontalFlexión - extensiónSagital
Eje sagitalAbducción - aducciónAproximación frontal
Eje verticalRotación externa - rotación internaHorizontal

Fig. 1.6: Movimientos de la mano: A. Pronación. B. Supinación. Movimientos del pie: C. Pronación. D. Supinación.

La mano y el pie constituyen una excepción. En ellos, la rotación interna se denomina pronación: el dorso de la mano apunta hacia arriba (como cuando se coge un trozo de pan) o se levanta el borde exterior del pie. El movimiento antagónico es la rotación interna o supinación, en la que el dorso de la mano se dirige hacia abajo (como pidiendo limosna) o se levanta el borde interno del pie.

El nombre exacto del sentido del movimiento no solo ayuda a describirlo, sino que también permite nombrar los músculos y grupos musculares correspondientes. Por eso, aquellos músculos que participan en la flexión de la cadera se denominan flexores de la cadera, y los que la extienden, son los extensores de la cadera. En suma, se trata de un sistema claro, cuya comprensión facilita la clasificación y denominación de los múltiples músculos.

Orden corporal

Sea cual sea la posición del cuerpo en el espacio, incluso si uno está tumbado, se levanta o se mantiene suspendido, la nomenclatura anatómica ayuda a describir las relaciones entre las regiones corporales o la localización exacta de una determinada estructura corporal. Se trata de una gran ayuda, si bien una afirmación como «esta articulación se sitúa encima de la rodilla» puede llevar a conclusiones diferentes y confusas, según la disposición y la postura del cuerpo en el espacio. De ahí que en anatomía se utilicen términos, a primera vista, extraños, si bien su definición nítida facilita una descripción de las estructuras corporales y de su ubicación, que no depende, en absoluto, de la posición real del cuerpo.

Tabla 1.2: Indicaciones topográficas corporales: términos pares de significado antagónico (compárese con la fig. 1.1)

anterior = delanteposterior = detrás
ventral = hacia el abdomendorsal = hacia el dorso
caudal = hacia la colacraneal = hacia la cabeza
medial = hacia el centrolateral = hacia el lado
proximal = cerca del centrodistal = lejos del centro
plantar = hacia la planta del piepalmar = hacia la palma de la mano

Composición de los tejidos

El ejercicio modifica el cuerpo. Todo bailarín lo sabe por experiencia propia. La estatura se modifica, ciertas regiones adelgazan y otras se fortalecen. El cuerpo reacciona ante la carga de la «danza» y se adapta a este ejercicio. Todo lo que desde fuera se reconoce como forma corporal se refleja en el interior del cuerpo en su estructura más simple, la célula. Su capacidad de división no atañe tan solo al crecimiento, sino que representa la base de la regeneración. De ahí que el cuerpo pueda sustituir las células ya usadas, dañadas o destruidas por otras nuevas. Al mismo tiempo, se adapta a la carga instantánea, aumentando el tamaño o el número de los diferentes tipos de células. De este modo, el cuerpo se acomoda al incremento de la demanda fisiológica. Esta adaptación se da en ambos sentidos. Si la carga disminuye, también lo harán el número y el tamaño de las correspondientes, células con lo que el cuerpo experimentará una contracción.

La estructura, un principio inmanente

Se denomina tejido a la agrupación de células con estructura y función similares. La estructura básica es siempre la misma, al margen del tipo de tejido: las células se disponen en una masa amorfa (del griego, sin forma) y homogénea, la sustancia fundamental; según el tipo de tejido, discurren fibras diferentes entre las células. El tipo de tejido está determinado por las células y sus propiedades dependen, en gran medida, de las fibras intercaladas.

La sustancia fundamental se compone de un líquido espeso en el que se encuentran disueltas diversas sustancias. El agua, las proteínas, los azúcares, las hormonas y los electrólitos representan los principales componentes.

Se distinguen tres tipos diferentes de fibras. Las fibras de colágeno están repartidas prácticamente por todo el cuerpo y apenas se distienden en su sentido longitudinal, por lo que proporcionan una elevada resistencia a la tracción. Las fibras elásticas, en cambio, se distienden sensiblemente. Pueden estirarse hasta el 150% de su longitud inicial pero, en cuanto la distensión cesa, retornan a la longitud de partida. Las fibras reticulares son las más finas del organismo. Desde el punto de vista microscópico, se trata de retículas o pequeñas redes que confieren la estabilidad fundamental básica a los tejidos.


Fig. 1.7: Estructura característica de un tejido, en este caso, conjuntivo.

La diferencia entre los distintos tipos de tejido reside en los detalles

Dentro del cuerpo humano se distinguen cuatro tipos básicos de tejido: el epitelial, el tejido conjuntivo y de sostén, el tejido muscular y el tejido nervioso. Todos ellos se diferencian por la naturaleza de las células del tejido, la estructura exacta de la sustancia fundamental y la cantidad y composición de las fibras correspondientes.

El tejido epitelial reviste las superficies internas y externas del cuerpo. El prototipo de este tipo de tejido es la piel que, dependiendo del tamaño corporal, puede llegar a ocupar una superficie de hasta 2 m2. Así pues, se trata del órgano más grande del cuerpo humano. Además de intervenir en la protección del cuerpo y la regulación del calor, participa también en la defensa inmunitaria, en la regulación del equilibrio hídrico a través del sudor y en el reconocimiento del entorno, por ejemplo de la presión y de la temperatura. Aparte de ello, representa un importante órgano para la comunicación. Sin darnos cuenta, cuando enrojecemos, palidecemos o se nos «eriza el vello», transmitimos mensajes importantes a nuestro entorno.

El tejido conjuntivo y de sostén da soporte estructural al cuerpo. El tejido de sostén está formado por los huesos, los cartílagos y los tendones, y es una parte determinante del sistema locomotor del bailarín. Se describirá con detalle en la página 25 y siguientes.

El tejido conjuntivo está repartido por todo el cuerpo. Se extiende alrededor los órganos, vasos y nervios y entre ellos. Dependiendo de la consistencia, cantidad y disposición de las fibras dispersas entre las células se distinguen el tejido conjuntivo colágeno y elástico duro, rico en fibras y generador de la forma, del tejido conjuntivo reticular, más laxo, blando y deslizante. Las funciones del tejido conjuntivo son múltiples, desde la protección y almohadillado del cuerpo hasta el transporte y la defensa inmunitaria, pasando por el almacenamiento de agua y nutrientes. Tiene un metabolismo lento, pues el transporte de los productos metabólicos intermedios o finales se produce generalmente despacio. Por eso, en ocasiones se hace referencia al tejido conjuntivo como localización en la que se acumulan los residuos. Debido a esa acumulación de productos de desecho, se prolonga aún más su período de regeneración, ya de por sí largo.

El tejido graso es un tipo especial de tejido conjuntivo que almacena grasa dentro de las células adiposas especializadas. Estas células especiales de depósito disponen de paredes finas y elásticas que se distienden notablemente. Por eso, adaptan su capacidad de almacenamiento a la demanda. En este contexto conviene diferenciar la grasa estructural de la grasa de depósito. La primera cumple misiones esenciales en muchos lugares del cuerpo: debajo del talón actúa como «cojinete» de almohadillado y amortiguamiento de los impactos que percibe el pie; la grasa estructural de los riñones protege a los riñones en su posición, así como frente a las vibraciones y golpes. La grasa de depósito se localiza sobre todo bajo la piel, actuando como reserva energética y participando en la regulación del calor. Contiene abundantes vasos sanguíneos y se renueva sin cesar. La grasa estructura, por el contrario, solo se consume tras estados prolongados de ayuno. Por ejemplo, la grasa estructural de los riñones se descompone de forma parcial en los trastornos de la alimentación, uno de los problemas que, por desgracia, afectan con frecuencia a los bailarines (v. capítulo 9, pág. 205 y siguientes). Es un trastorno con secuelas permanentes pues, una vez que se degrada la grasa estructural, casi nunca puede recuperarse aunque se mantenga una alimentación óptima.

Los tejidos muscular y nervioso son esenciales para la ejecución y control de los movimientos y se describen de forma pormenorizada en las páginas 29 y siguientes.

Regeneración y captación o transformación permanente de los tejidos

Todos los tejidos corporales se renuevan de forma continua: las células y las fibras degradadas se destruyen, se crean otros elementos nuevos y el tejido revive. Este proceso de renovación sigue un ritmo propio en cada tejido. Así como la célula muscular se regenera con rapidez, en cuestión de días, los ligamentos, tendones o cartílagos tardan mucho más; su ciclo de renovación es de meses o años. Cuanto más veloz es la capacidad regeneradora de un tejido, con más rapidez se adapta a la carga.

La «adaptación biológica» es lo que en el deporte y la danza se conoce como «capacidad de entrenamiento». Los diferentes tejidos reaccionan de forma muy distinta a los efectos del entrenamiento; su capacidad de adaptación puede variar desde unas horas hasta incluso años. Mientras los músculos se entrenan con bastante rapidez, el crecimiento del tejido conjuntivo y de sostén, de los huesos, de los tendones y de los ligamentos se extiende considerablemente más en el tiempo.


Fig. 1.8: Adaptación variable de los tejidos a la carga física.

Sistema esquelético: huesos, cartílagos y articulaciones

El esqueleto humano está formado por más de 200 huesos. Da sostén al cuerpo y protección a los órganos y ofrece puntos para la inserción de músculos, tendones y ligamentos. La movilidad de todo el cuerpo depende, de modo determinante, de las articulaciones esqueléticas. El esqueleto otorga forma y estabilidad al cuerpo pero, por sí mismo, es bastante liviano. El peso total de los huesos representa solo del 15 al 20% del peso corporal.

Huesos

Los huesos se caracterizan en general por presentar un diámetro grande y por su resistencia a la tracción, así como por su elasticidad, a menudo o pasada por alto, y su resistencia a las fracturas. Además de sus funciones de apoyo, protección y movilidad, los huesos facilitan también la regeneración de las células de la sangre y el almacenamiento de minerales esenciales para el cuerpo. Su peso relativamente ligero se debe a su singular estructura tisular.

El tejido óseo y la vida del hueso

Las células (osteocitos) y la sustancia fundamental de los huesos componen el tejido óseo. El 10% de la sustancia fundamental del hueso es agua y el 20% es materia orgánica, constituida entre otras cosas por proteínas y fibras de colágeno. Estas fibras de colágeno son responsables de la elasticidad de los huesos y de su resistencia a las fuerzas de tracción. El 70% de la sustancia fundamental consta de sustancias inorgánicas, minerales, que se depositan en el tejido; esta particularidad no se da solo en el tejido óseo. El calcio cumple una función muy especial: las sales de calcio almacenadas en los huesos representan dos tercios del peso del hueso y otorgan al tejido óseo notables estabilidad y consistencia.

Las células de los huesos reciben nutrientes y oxígeno de un sistema propio de vasos sanguíneos. El metabolismo funcional es imprescindible para el hueso, pero está constantemente transformándose. Cada semana se renueva del 5 al 7% de la masa ósea, por lo que cada cinco meses todo el tejido óseo ha cambiado por completo. El hueso, a pesar de su estabilidad y dureza, es un tejido vivo, cuya destrucción y nueva formación se encuentran en equilibrio en una persona sana. La transformación no solo permite la renovación de la sustancia ósea, sino también la adaptación de la estructura ósea a la carga. Si dicha carga aumenta, el hueso adquiere una estructura y un espesor mayores, mientras que si disminuye, el hueso tiende a reducirse. Así pues, la carga moldea el hueso y la función determina la forma.


Fig. 1.9: La función determina la forma: si se gira un hueso cuadrado durante mucho tiempo, sus ángulos y vértices se destruyen y redondean.

Uno de los ejemplos más llamativos es el engrosamiento frecuente del segundo metatarsiano de los bailarines. La línea de gravedad en la media punta o la punta discurre entre el primer y el segundo metatarsiano. El cuerpo se acomoda a esta elevada carga, acumulando más tejido óseo allí donde se necesita, por lo que el metatarsiano se vuelve más grueso (v. capítulo 6, pág. 139 y siguientes).

El hueso «estándar»: estructura del hueso tubular

La estructura ósea se puede explicar bien analizando la del hueso tubular: el fémur constituye un ejemplo característico de este tipo de huesos.

El eje longitudinal largo, o diáfisis, consta de una corteza cilíndrica (cortical) de material denso, el hueso compacto. En el interior existe una cavidad. Esta estructura ofrece dos ventajas simultáneas, una mayor elasticidad y el aligeramiento el peso del propio hueso. La cavidad o médula está llena de médula ósea. Los dos extremos del hueso, las epífisis, están revestidos por una capa de cartílago. En su interior se aprecia un armazón esponjoso de finas trabéculas óseas, el hueso esponjoso o trabecular (esponjosa). Se trata de una estructura muy liviana que ahorra peso. La esponjosa resulta vital para la carga del hueso. Las trabéculas óseas se disponen a lo largo de las líneas principales de carga del hueso, acomodándose así a esta. Conforman un armazón resistente a la carga estática y dinámica, el denominado sistema trabecular (v. capítulo 4, pág. 92).


Fig. 1.10: Esquema de la estructura de un hueso tubular.

El periostio (lo que podría considerase la «piel del hueso»), una especie de membrana elástica y fibrosa, configura la cara externa del hueso. Es atravesado por numerosos vasos sanguíneos y es responsable de la nutrición y regeneración del hueso. Si se elimina el periostio, el hueso se destruye. Esta capa, dotada de una densa red nerviosa, protege de manera esencial al hueso. Una carga poco usual o excesiva puede inflamar el periostio; el dolor asociado constituye un aviso para evitar la sobrecarga. En algunos lugares, por ejemplo, cuando queda situado justo debajo de la piel, el periostio se encuentra prácticamente desprotegido. Estas son regiones muy sensibles al dolor: la mayoría de las personas han percibido el dolor que se siente al recibir una patada en la espinilla.


Fig. 1.11: Sistema de trabéculas de la extremidad ósea: las trabéculas se disponen a lo largo de las líneas de carga principales.

Dentro de la cavidad medular y en los espacios de la esponjosa se encuentra la médula ósea. Aparte de rellenar los huecos, la misión fundamental de la médula es la producción de glóbulos rojos.

Cartílago

El cartílago se caracteriza por una elevada elasticidad bajo presión, por su resistencia a las fuerzas de cizallamiento y de tracción y por su capacidad para amortiguar los golpes.

Tejido cartilaginoso

El tejido cartilaginoso se compone de células cartilaginosas y de una sustancia fundamental con abundante agua y proteínas. Carece de nervios y de vasos sanguíneos. Por ello se nutre solo por difusión, es decir, por la absorción directa de los nutrientes a partir de los tejidos vecinos o del líquido articular. Esto explica el metabolismo lento del cartílago y, en consecuencia, su reducida capacidad de regeneración. En un modelo ideal, el intercambio de líquidos ocurre por la alternancia entre la carga y la descarga de la articulación, lo cual facilita la nutrición del tejido cartilaginoso. Cuando una articulación permanece en reposo prolongado, pero también durante la sobrecarga, la nutrición del cartílago disminuye; de ahí que el daño cartilaginoso constituya una secuela de este tipo de procesos. Se considera que el valor crítico del «grosor del cartílago» es de 3 mm. Las capas más gruesas de cartílago se nutren peor. Como el cartílago del menisco de la rodilla tiene un espesor de hasta 6 mm, resulta fácil entender que se irrite con frecuencia (v. capítulo 5, pág. 125). El contenido de agua del tejido cartilaginoso se reduce a lo largo de la vida, y la elasticidad y la resistencia a las fuerzas de cizallamiento y tracción remiten gradualmente, por lo que el cartílago resulta cada vez más vulnerable a la lesión.

Tipos de cartílago

El tipo de cartílago depende de la composición exacta de la sustancia fundamental y de la naturaleza de las fibras de depósito.

La sustancia fundamental del cartílago hialino es recorrida por numerosas fibras de colágeno; la totalidad de ellas crea una masa amorfa y acuosa que proporciona al cartílago una elevada elasticidad bajo presión. El cartílago hialino está presente allí donde se generan grandes cargas de presión, por ejemplo en la mayoría de las superficies articulares, a las que reviste y dota de un color blanco brillante. Una de las propiedades especiales del cartílago es su ingente capacidad de adaptación. Las cargas breves determinan un aumento rápido del espesor del cartílago hialino: durante un tiempo limitado, se acumula más líquido, en la sustancia fundamental. Esta inflamación pasajera del cartílago, motivada por la carga, incrementa la resistencia a las fuerzas de presión y cizallamiento, propiedad que se aprovecha durante el calentamiento selectivo (v. capítulo 12, pág. 241 y siguientes). La carga prolongada da lugar a un engrosamiento paulatino del cartílago; las células cartilaginosas aumentan de tamaño y de número y se acelera su metabolismo, mecanismos todos ellos que elevan la capacidad de resistencia del cartílago hialino. Por desgracia, la capacidad de regeneración del cartílago hialino tras una lesión es mínima. Las células cartilaginosas dañadas y el aparato fibroso destruido ya nunca vuelven a recuperar su funcionalidad original. En el lugar del cartílago hialino aparece un cartílago fibroso. Este puede rellenar, en apariencia, la superficie de la capa cartilaginosa, pero su elasticidad es menor, con lo cual la capacidad de carga de la zona cartilaginosa reparada se reduce.

El cartílago fibroso opone gran resistencia a las fuerzas de cizallamiento. La sustancia fundamental se compone, sobre todo, de fibras de colágeno paralelas, cuyo número varía en función de la carga. Este cartílago crea, por ejemplo, el anillo fibroso del disco intervertebral (v. capítulo 2, pág. 43 y siguientes) o los meniscos de la rodilla, o bien permite la regeneración del cartílago hialino dañado.

El cartílago elástico es muy flexible y su sustancia fundamental la componen fibras elásticas en forma de red. El pabellón auricular, un prototipo del cartílago elástico, se dobla, sin producir dolor, en todas las direcciones.

Articulaciones

La unión entre los huesos se denomina articulación. Las articulaciones cumplen dos funciones: unir los diferentes huesos del esqueleto y, al mismo tiempo, facilitar su movilidad. La unión puede ser firme (articulación «falsa») o laxa (articulación «verdadera»). Las uniones firmes entre los huesos se dan, por ejemplo, en la zona cartilaginosa de la cara anterior del esternón, entre las costillas y el esternón, entre los huesos o en la sínfisis entre los dos huesos del pubis. Esta última favorece el movimiento recíproco de las dos caderas en la pelvis, pero no es capaz de efectuar ningún movimiento activo (v. capítulo 3, pág. 73 y siguientes). Cuando se habla de las articulaciones, se hace referencia casi siempre a las «verdaderas», es decir, a las dotadas de movimiento activo.

Estructura de la articulación e importancia del movimiento

Las articulaciones se componen, en esencia, de los extremos óseos, la cápsula articular y la cavidad articular, con el correspondiente espacio articular.

Los extremos de los huesos que componen la articulación están tapizados por cartílago hialino. La superficie cartilaginosa lisa de los huesos que se articular reduce la fricción y amortigua los golpes. Cada articulación se compone, como mínimo, de dos elementos; según su forma también se denominan acetábulo (superficie cóncava) y cabeza (superficie esférica). Cuando se aprecian grandes irregularidades entre las superficies de la articulación, estas se corrigen con la adición de discos cartilaginosos, como los meniscos de la rodilla (v. capítulo 5, pág. 118).


Fig. 1.12: Estructura de una articulación «verdadera».

La cápsula articular rodea, a modo de funda, toda la articulación y se compone de dos capas: una interna, atravesada por numerosos vasos sanguíneos, y otra externa más gruesa y estable. El tamaño y el grosor de la cápsula articular varían sensiblemente e una articulación a otra. Si prevalece la estabilidad, la cápsula articular es relativamente estrecha y se refuerza con numerosos ligamentos. Por el contrario, si predomina la movilidad articular, la cápsula es ancha y laxa.

La cavidad cerrada, delimitada por la cápsula articular, se conoce como cavidad articular. Está llena de un «lubricante» (líquido sinovial), un líquido, con una consistencia parecida a la clara de huevo líquida. Este líquido se forma en la capa interna de la cápsula articular. El lubricante de la articulación nutre el cartílago articular, lubrica las superficies y amortigua los golpes. Dependiendo de la temperatura y de la velocidad del movimiento, la consistencia del líquido articular varía. El frío y el movimiento lento aumentan su viscosidad y hacen que el lubricante se espese. Las temperaturas altas (p. ej., las que se alcanzan después del calentamiento) y los movimientos rápidos disminuyen su resistencia.

Los ligamentos dan indicaciones claras a las articulaciones

Los ligamentos se componen de tejido conjuntivo rígido. Su elevada resistencia obedece a la gran cantidad de fibras de colágeno paralelas que presentan, pero su distensibilidad es muy baja, de apenas un 5%. La mayoría de los ligamentos se extienden de un hueso a otro, pero existen también ligamentos que penetran en los músculos, aumentando su elasticidad. Los ligamentos permiten una restricción pasiva de la movilidad articular y ofrecen indicaciones claras del sentido del movimiento.

Tabla 1.3: El grado de movilidad articular depende decisivamente de tres factores:

Forma y tamaño de los elementos óseos de la articulaciónGuía ósea
Disposición y fuerza de los ligamentos articularesGuía ligamentosa
Disposición y número de los músculos articularesGuía muscular

Los ligamentos situados en la profundidad de la articulación se diferencian de los incluidos dentro de la cápsula, a la que refuerzan, y de aquellos que traccionan desde fuera de la cápsula articular. Los ligamentos contienen numerosos receptores, cuya función es transmitir de inmediato las variaciones fundamentales de las propiedades ligamentosas al centro de control del sistema nervioso. De esta manera, se detectan con precisión la velocidad, el movimiento y la posición de la articulación, así como la distensión o, eventualmente, el dolor. La retroalimentación permanente de la situación articular momentánea, a través de los receptores ligamentosos, hace que el cuerpo ajuste con rapidez y precisión la reacción diferencial a cada nueva situación articular. Este ajuste es imprescindible para la coordinación y el equilibrio. No debe extrañar, por tanto, que, después de una lesión ligamentosa, el equilibrio corporal se vea alterado de forma sustancial.

Transformar la carga de la presión articular en carga de tracción de los ligamentos es una de las principales funciones del aparato ligamentoso. En vez de comprimir la articulación, el aparato ligamentoso se tensa en la fase de carga, gracias al ajuste de la articulación. Así se descarga la articulación y se ejercitan, al mismo tiempo, los ligamentos (v. p. ej., capítulo 4, pág. 93 y siguientes). Cuando se tensa un ligamento, su estructura interna se orienta siguiendo el sentido principal de tracción: todas las fibras están orientadas en el mismo sentido. En ausencia de esta indicación del sentido de la carga, las fibras del ligamento se organizan de modo más aleatorio; esta disposición fibrosa desordenada debilita el ligamento. La alternancia constante entre tensión y relajación, carga y descarga, activa el metabolismo del ligamento e incrementa, a largo plazo, su capacidad de carga.

Ruidos articulares: ¿son inocuos o preocupantes?

El crujido de las articulaciones, sea en la columna vertebral o al estirar los dedos de la mano no tiene una causa que se haya podido precisar hasta la fecha. La teoría por el momento vigente se basa en la probable existencia de una baja presión dentro del espacio articular. Los gases se disuelven en el líquido articular. Ciertos movimientos crean así burbujas de vapor de aire dentro del complejo articular. Si estas burbujas estallan, se escucha el crujido característico. El crujido puede repetirse solo si se vuelve a disolver el gas dentro del lubricante articular. Escuchar un ruido de la articulación con el movimiento no es excesivamente inquietante. Sin embargo, el «enderezamiento» frecuente de las articulaciones mediante manipulación, sea por la propia persona o realizada por otra, puede causar una sobredistensión de los ligamentos articulares e hipermovilidad local. Todo ello favorece la posibilidad de que se registren ruidos articulares. Es reseñable el hecho de que el crujido reiterado de los dedos de la mano inflama levemente los pequeños huesos que los forman y causar una llamativa debilidad en las manos. De ello se deduce que, tanto para estas como para otras articulaciones, la costumbre de producir crujidos en las articulaciones no es, pues, aconsejable.

La musculatura, el motor del movimiento

Cuando reímos, hablamos, tragamos, digerimos, respiramos o bailamos, la mayoría de nuestros movimientos se deben a la contracción y acortamiento de las células musculares. La orden de trabajo llega a los músculos a través de los nervios. El sistema nervioso es el auténtico director del movimiento; los músculos solo ejecutan la acción. El tejido muscular está formado por millones de células. Según la estructura y la función se distinguen tres tipos de músculos: el músculo liso, el músculo cardíaco y el músculo esquelético.

La musculatura lisa también se conoce como musculatura involuntaria. Al microscopio se aprecia una densa red de células musculares, de distinto tamaño y orientación. La musculatura lisa se encuentra, por ejemplo, en los ojos, los vasos sanguíneos o todo el aparato digestivo, pero también en los pequeños músculos de las raíces del pelo, lo que hace que los folículos pilosos se contraigan y aparezca lo que se conoce como piel de gallina. La musculatura lisa de los órganos es controlada por el sistema nervioso vegetativo y por las hormonas y sometida, de esta manera, al subconsciente.

La musculatura cardíaca se encuentra, como su propio nombre indica, en el corazón. Ocupa una posición diferenciada de la musculatura esquelética y la lisa. Por un lado, las células musculares disponen de la estriación característica de la musculatura esquelética y, por otro, al igual que la musculatura lisa, están controladas por el sistema nervioso vegetativo. La musculatura del corazón posee una función especializada gracias a sus células marcapasos: es capaz de contraerse por sí sola, sin ninguna orden nerviosa.

Cuando se habla de músculos, se suele hacer referencia a la musculatura esquelética, también llamada estriada. Estos músculos se insertan en los huesos y regulan el movimiento del esqueleto. Como este trabajo muscular es modulado de forma consciente y deliberada, a esta musculatura también se la conoce como musculatura voluntaria. Su observación al microscopio revela las estrías características de las fibras musculares. La musculatura esquelética se compone de unos 400 músculos, de diferente tamaño y forma, que van desde los músculos más finos de los dedos de la mano hasta los grandes músculos de la espalda. Todos los músculos pesan, en conjunto, más que todo el armazón óseo. Así, el 40% del peso corporal de los bailarines se debe a la musculatura esquelética y tan solo el 15% al propio esqueleto.

Dada su importancia para el movimiento y la danza, a continuación se describirán con más detalle la estructura y la función de la musculatura esquelética.

Estructura

El músculo mueve el hueso

Los músculos esqueléticos se componen de células musculares largas y delgadas. Estas células contienen millares de núcleos y pueden alcanzar una longitud de hasta 40 centímetros; por ello se denominan también fibras musculares. Varias fibras musculares componen un fascículo muscular; varios fascículos musculares se unen formando un vientre muscular. De forma característica, los vientres musculares terminan en tendones o láminas tendinosas que los unen al hueso. El diámetro del vientre muscular, la arquitectura y composición detallada de sus fibras, la relación entre el vientre muscular y el tendón y los lugares exactos de inserción en el hueso o en el tejido conjuntivo determinan, en gran medida, la eficacia y la fuerza del músculo.

Perspectiva detallada de la fibra muscular

La fibra muscular es la unidad anatómica fundamental del músculo. A través de ella discurren, en sentido longitudinal y paralelo, fibras de proteína llamadas miofibrillas. La subunidad elemental de estas miofibrillas es el sarcómero o «unidad contráctil» de las fibras musculares. En una fibra muscular se disponen sucesivamente, en hilera, varios miles de sarcómeros. Cada sarcómero está delimitado, a ambos lados, por los llamados discos Z; entre ellos se encuentran cadenas de proteínas, los miofilamentos, conocidos también como cadenas de actina y miosina. La delgada actina está adherida directamente a los discos Z, mientras que la miosina, más gruesa, se extiende entre ellos. La alternancia entre estos filamentos de actina y miosina otorga la estriación característica del músculo esquelético que se ve al microscopio.


Fig. 1.13: Estructura de un músculo.


Fig. 1.14: De la fibra muscular al sarcómero, la «unidad contráctil» del músculo.

El sistema nervioso da la orden de contracción a la fibra muscular. Cada célula nerviosa se encarga de un número variable de fibras musculares, en función del músculo del que se trate. Las células nerviosas y las fibras musculares inervadas conforman en conjunto la denominada unidad motora. El número de fibras musculares contenidas en una unidad motora varía desde menos de diez fibras, en la musculatura ocular, hasta algunos millares en el cuádriceps del muslo. Cuanto mayor es la unidad motora, más fuerza genera el músculo, y cuanto menor es su tamaño, más preciso resulta el control del movimiento. La fuerza de contracción muscular está dosificada por el número de unidades motoras activadas. A medida que el músculo se tensa, participan más unidades motoras en la contracción.

Tendones: la comunicación con el hueso

La mayoría de los músculos se insertan, a través de tendones, en los huesos. La función de los tendones es transmitir la fuerza de tracción generada por el vientre muscular contraído al hueso. Para ello se precisa poca elasticidad y mucha resistencia a la tracción. El tendón cuenta con una estructura perfectamente adaptada para satisfacer ambos requisitos. Se compone de fibras de colágeno dispuestas de forma paralela, que muestran una ligera ondulación en estado de reposo. El tendón se afianza en el hueso a través de una zona cartilaginosa, que aporta una transición armónica entre la gran elasticidad del complejo musculotendinoso y la elasticidad, claramente menor, del hueso. La elasticidad de los tendones, con una distensibilidad máxima del 4%, es menor que la del músculo, que puede distenderse, en casos extremos, hasta en un 50%. Con el envejecimiento se reduce la resistencia de los tendones. El depósito de grasa y el descenso en el número de células tendinosas reducen su capacidad regenerativa y también su capacidad de carga.

A menudo existen elementos especiales de protección de los tendones, tales como huesos sesamoideos, bolsas tendinosas o vainas tendinosas, en las localizaciones en las que los tendones están expuestos a una alta carga mecánica.

Los huesos sesamoideos refuerzan los tendones y mejoran la mecánica de tracción muscular. La rótula es el hueso sesamoideo más grande del ser humano.

Las bolsas tendinosas (o simplemente, bolsas) son pequeños sacos llenos de líquido situados allí donde los músculos y tendones se deslizan sobre prominencias óseas y podrían sufrir daño. Estas bolsas absorben, a modo de almohadillas de líquido la presión sobre los tendones, impidiendo su desgaste. El número de bolsas tendinosas es mayor en la rodilla. Es esa localización hay varias, una de las cuales está situada justo debajo de la rótula y reduce notablemente la presión que sufre el ligamento rotuliano al arrodillarse.

Las vainas tendinosas se encargan de garantizar el deslizamiento de los tendones en los lugares de tránsito prolongado y directo sobre los huesos, o de entrecruzamiento entre ellos. Estas vainas de tejido conjuntivo rígido rodean los tendones y facilitan un deslizamiento en su interior casi sin fricciones, en su interior. Actúan también como «polea» de guía para el músculo, debido a su firme inserción en los tejidos vecinos. Así, la vaina tendinosa del flexor largo del dedo gordo rodea por su parte posterior el maléolo interno del pie y fija el músculo y su tendón trazando un arco (v. capítulo 6, pág. 145 y siguientes).

La fascia muscular confiere protección y movilidad

Cada músculo esquelético está rodeado por una capa de tejido conjuntivo llamada fascia. Esta no solo envuelve todo el vientre muscular, sino que se prolonga a través del tejido tendinoso hasta el hueso. Además, aporta al músculo vasos sanguíneos y nervios. La fascia da al vientre muscular su forma característica; su elasticidad resulta esencial para la distensibilidad del músculo. Actúa como capa de deslizamiento entre los diferentes músculos, entre el músculo y el hueso o entre el músculo y un órgano próximo. La movilidad ilimitada de las fascias entre sí es la base de un buen movimiento. Las fascias de los diferentes músculos se comunican entre ellas formando una cadena. Estas cadenas fasciales son uno de los prototipos de las numerosas comunicaciones estructurales y funcionales que se establecen en todo el cuerpo.

Función

Contracción del músculo y movimientos menores

Cuando el músculo se contrae, se acortan los sarcómeros del interior de las fibras musculares. Sin embargo, la longitud de cada cadena de proteínas permanece invariable. El acortamiento del sarcómero se debe al deslizamiento de las cadenas de actina y miosina unas sobre otras, por aproximación de los discos Z. Cuando una fibra muscular recibe la orden de contraerse, lo primero que hace es liberar calcio. El calcio genera toda una cascada de reacciones y, finalmente, la delgada cadena de actina se introduce entre la miosina más gruesa. Los discos Z se aproximan y el sarcómero se acorta. Aunque el acortamiento de cada sarcómero sea de tan solo unos micrómetros, la existencia de varios miles de sarcómeros consecutivos determina una clara modificación de la longitud del músculo. El músculo se contrae y se acorta. El calcio es uno de los principales responsables de ello.


Fig. 1.15: Contracción de un músculo. Las cadenas de actina y miosina se deslizan unas sobre otras y el sarcómero se acorta.

Tipos de trabajo muscular: formas de desarrollo del movimiento

Cada sarcómero y, en consecuencia, el músculo en su conjunto, se acortan hasta aproximadamente la mitad de su longitud durante la contracción. Cuantas más unidades motoras del músculo participen de la contracción, más se percibe la tensión muscular, incluso si la persona está desentrenada. Más difícil resulta, en cambio, percibir una tensión menor del músculo, una tensión elemental, que sustenta la postura y la estabilidad, pero que no limita la movilidad. Precisamente en la danza suele exigirse esta tensión elemental fina a la musculatura.

Las contracciones del músculo repercuten de forma muy diferente sobre la tensión y la longitud musculares.

Contracción dinámica: si la longitud del músculo cambia, se habla de contracción dinámica. En este contexto, el acortamiento del músculo se conoce como contracción concéntrica y su alargamiento como contracción excéntrica.

• Durante una contracción concéntrica, el músculo se acorta; los dos extremos musculares se aproximan y acercan a los puntos de inserción muscular del hueso. Ejemplo: la contracción concéntrica del músculo cuádriceps del muslo acorta el músculo, estirando la rodilla.

• En cambio, en la contracción excéntrica el músculo se alarga; los lugares de inserción muscular en el hueso se separan y el músculo frena el movimiento. Un ejemplo de ello lo constituye la contracción excéntrica del músculo cuádriceps del muslo al bajar escaleras. El músculo frena la flexión de la rodilla y, al mismo tiempo, se alarga.

Contracción estática: si la longitud no varía y solo cambia la tensión muscular, se habla de contracción estática o isométrica.

• Durante una contracción estática o isométrica, el músculo se tensa, sin que se reconozca ningún movimiento desde fuera. Como ejemplo puede citarse la contracción isométrica de la musculatura inferior del dorso cuando se mantiene la espalda recta.

El músculo en movimiento

Los lugares, en los que se afianza el músculo en el hueso, se designan, en general, como origen e inserción. El origen suele estar cerca del centro del cuerpo (proximal) y la inserción, se sitúa en la localización más alejada (distal). Las respectivas denominaciones funcionales corresponden al punto fijo y el punto móvil. El punto fijo suele equivaler al origen, y el móvil, a la inserción. Esta es una clasificación esquemática que varía según el movimiento. El ejemplo de la musculatura femoral posterior lo aclara: si se dobla la rodilla de la pierna libre, trabajan los músculos de la cara posterior del muslo. Estos tiran de la pierna hacia atrás y doblan así la rodilla. La pelvis, en este caso, es el origen del movimiento y, al mismo tiempo, el punto fijo de la musculatura, mientras que la inserción y, a la vez, el punto móvil, se sitúan en la rodilla. Lo contrario sucede en el plié: aquí también se dobla la rodilla, pero el muslo se acerca a la pierna y la pelvis tracciona hacia atrás. El punto fijo es ahora la inserción en la pierna y el punto móvil corresponde a la pelvis.

El movimiento en su conjunto

Es raro que un músculo se contraiga de forma aislada. En general, los músculos trabajan en grupo o de manera consecutiva. El movimiento se compone de cadenas musculares integrales. Cuando los músculos cooperan entre sí, cumplen diversas funciones según el movimiento: así, pueden actuar como agonistas, antagonistas, sinérgicos o estabilizadores.

A continuación se comentan estos conceptos, tomando como modelo el estiramiento paralelo y posterior de la pierna:

• El agonista es un músculo o grupo muscular que ejecuta claramente el movimiento deseado. En el ejemplo citado, el agonista es la musculatura posterior del muslo (isquiotibiales).

• El antagonista es un músculo o grupo muscular que se opone al movimiento deseado y coordina, frena o incluso llega a impedir dicho acto. En nuestro ejemplo, los agonistas son los flexores de la cadera y el músculo recto femoral.

• Se denomina sinèrgico al músculo o grupo muscular que da apoyo a los agonistas durante el movimiento. En el ejemplo señalado, el músculo glúteo mayor actúa como sinérgico.

• El estabilizador es un músculo o grupo muscular que se contrae de forma isométrica para estabilizar una región corporal frente a las fuerzas de tracción de otros músculos o frente a la gravedad. En el caso señalado, el estabilizador es el músculo recto del abdomen, que se opone a la inclinación de la pelvis hacia delante. De esta manera, estabiliza la pelvis, como punto fijo para la acción de la musculatura posterior del muslo.

Algunos músculos actúan como guía, al margen de su función dentro de la cadena muscular. Se trata, en general, de aquello cuya misión se centra menos en la ejecución de la fuerza y la estabilización y más en la orientación del movimiento y la coordinación fina. La mayoría de ellos se extienden, en sentido longitudinal y en una delgada capa, sobre varias articulaciones para ofrecer indicaciones diferenciadas y altamente coordinadas del sentido del movimiento. Estos músculos son responsables de la calidad del movimiento. El músculo sartorio del muslo constituye un prototipo de músculo guía. Largo y delgado, se extiende sobre la cadera y rodilla; genera poca fuerza, pero contribuye de manera decisiva a la coordinación: en la cadera flexiona y, al mismo tiempo, rota el muslo hacia fuera, mientras que, cuando se flexiona la rodilla, coordina la rotación interna de la pierna. De este modo fija el muslo a la parte inferior de la pierna y genera una unión tridimensional perfecta de la pierna (v. capítulo 5, pág. 119 y siguientes).


Fig. 1.16: Trabajo muscular para levantar la pierna de forma paralela y extendida hacia atrás.

Tipos de fibras musculares

Simplificando mucho, cabe distinguir dos grandes tipos de fibras musculares:

Fibra de tipo I: fibra roja, delgada y «lenta», también denominada fibra de contracción lenta. Este tipo de fibra se activa con un trabajo muscular de poca intensidad y larga duración.

Fibra de tipo II: fibra blanca, gruesa y «rápida», también denominada fibra de contracción rápida. Se pone en marcha, sobre todo, con trabajo muscular rápido e intenso.

Las fibras musculares lentas de tipo I se organizan en unidades motoras relativamente pequeñas y facilitan un buen control del movimiento y una mejor coordinación fina. Cuanto más lentamente se ejecuta un movimiento, más fibras de tipo I se reclutan. Por ello, se coordina mejor el movimiento y se realiza un ejercicio más exacto, lo que constituye una base sólida para el entrenamiento técnico.

Las fibras musculares lentas de tipo I son un 30% más finas que las rápidas, lo que explica la constitución generalmente delgada de los deportistas de resistencia. Los bailarines con fibras musculares de tipo II suelen tener un aspecto musculado. Las unidades motoras de las fibras musculares de tipo II abarcan muchas fibras musculares; de ahí que el movimiento mediado por ellas sea, ciertamente, rápido y potente, pero no resulte tan fácil de coordinar.

El porcentaje de los diferentes tipos de fibra en el músculo y en el conjunto del cuerpo es determinado por la genética. La inmensa mayoría de la población presenta una distribución similar de los tipos de fibra muscular, si bien se conocen casos singulares específicos en un sentido y en otro. En un velocista predominan las fibras rápidas de tipo II, y en un atleta maratoniano, prevalecen las fibras lentas de tipo I. Probablemente, la elección inconsciente del deporte y de los ejercicios favoritos de muchas personas dedicadas a la actividad física —bailarines incluidos— se explica por la distribución congénita de los tipos de fibra muscular. Así, a los bailarines de tipo I les resultan sencillos los movimientos lentos y sostenidos, mientras que los de tipo II prefieren la velocidad y la fuerza del salto. En la actualidad parece evidente que la distribución genética de las fibras musculares apenas se logra alterar con el entrenamiento, por intenso que este sea. Cierto es que, en ocasiones, se produce un cambio transitorio de fibras musculares rápidas a otras lentas. Sin embargo, en cuanto cesa el entrenamiento, la tendencia se invierte. Es imposible que las fibras lentas se transformen en rápidas con el entrenamiento. El envejecimiento natural reduce el número de fibras de tipo II y esa es la razón por la que se pierde velocidad con el paso del tiempo.

Tabla 1.4: Diferentes tipos de fibra muscular

CaracterísticasFibra muscular de tipo IFibra muscular de tipo II
Colorrojo/oscuroblanco/claro
Velocidadlentarápida
Fuerzapequeñagrande
Resistencia a la fatigaaltabaja
Eficienciaaltabaja

Sistema nervioso: el director del cuerpo

Aprender los pasos de danza, comprender las correcciones y trasladarlas directamente a los movimientos, recordar las coreografías y exhibirse ante el público en el momento preciso con la máxima concentración son, todas ellas, exigencias cotidianas del bailarín o, más exactamente, de su sistema nervioso. El sistema nervioso, el auténtico director del cuerpo, es un auténtico milagro, del que hoy se tiene una copiosa información gracias a los estudios intensivos que sobre él se han realizado. Cumple múltiples funciones centradas, básicamente, en recibir la información, transmitirla, procesarla, almacenarla y emitirla. Comunica entre sí las distintas regiones corporales, media el contacto con el mundo exterior y coordina los procesos que se desarrollan en el interior del organismo. El sistema nervioso se clasifica con dos criterios diferentes: primero, según su localización corporal y, en segundo lugar, según su función.

Desde el punto de vista anatómico, se diferencian el sistema nervioso central y el periférico:

El sistema nervioso central (SNC) está integrado por el encéfalo y la médula espinal. Los huesos del cráneo y la columna vertebral lo protegen de las lesiones del exterior. El SNC, envuelto por unas membranas, llamadas meninges, es bañado por un líquido amortiguador, el líquido cefalorraquídeo. Este líquido nutre el cerebro y los nervios y protege, a modo de almohadilla, el SNC de su cubierta ósea dura.

Por su parte, el sistema nervioso periférico se compone de numerosos nervios que recorren todo el cuerpo, transmitiendo los impulsos desde la periferia hacia el SNC (nervios sensitivos) o desde el SNC hacia la periferia (nervios motores). Las vías de conducción sensitiva (sensorial) se denominan también aferentes (del latín affere, que significa traer), y las motoras, eferentes (del latín effere, que significa llevar).

Según la función, se distingue entre el sistema nervioso somático y el vegetativo (o autónomo). Los dos constan de un componente central y otro periférico.

El sistema nervioso somático (del griego soma, que significa cuerpo) se ocupa, en su división motora, del control voluntario de la musculatura esquelética y, en su división sensitiva, de la percepción de los estímulos y de la información de la periferia corporal. Comunica a las personas con el entorno y se conoce también como sistema nervioso voluntario.

El sistema nervioso vegetativo consta de dos divisiones, la simpática y la parasimpática. Ambas ejecutan una regulación inconsciente e involuntaria de los órganos internos y, de este modo, modulan numerosos procesos esenciales para la vida como, por ejemplo, la respiración, la digestión o la regulación de la presión arterial. Por eso, este sistema también se denomina sistema nervioso autónomo.

Estructura

SNC

Las distintas partes del encéfalo (cerebro, cerebelo y tronco del encéfalo) conforman, junto con la médula espinal, el sistema nervioso central.

El cerebro es la región mejor diferenciada del SNC. Nuestros pensamientos, sentimientos y acciones se manifiestan en el cerebro, que se compone de dos hemisferios, conectados entre sí por el cuerpo calloso. La superficie de los hemisferios se denomina corteza cerebral y tiene un espesor de pocos milímetros. El aspecto característico del cerebro se debe a las múltiples circunvoluciones, cisuras y surcos que presenta. Gracias a estos repliegues aumenta la superficie de la corteza: se alcanza una superficie máxima con un volumen espacial mínimo lo que, ciertamente, es una solución inteligente.

El cerebelo se encuentra d en la parte posterior del cerebro, por debajo de él, y es el órgano en el que se producen el aprendizaje y la automatización de los movimientos, su coordinación y su ajuste fino.

En el tronco del encéfalo se encuentran los centros esenciales de regulación de la respiración y la circulación de la sangre; aquí también se asienta la sucesión de los ciclos de sueño y vigilia. A la altura del bulbo raquídeo, una de las zonas del tronco del encéfalo, existe un importante lugar de entrecruzamiento nervioso: el 90% de todas las fibras nerviosas motoras se cruzan, en su camino desde el encéfalo hasta la médula espinal, hacia el lado contrario, y solo el 10% se dirigen, sin cruzar, hacia la musculatura por el mismo lado. Este entrecruzamiento tiene importantes consecuencias: cuando se aprende, por ejemplo, un movimiento nuevo con la pierna derecha, lo aprende también la izquierda. Sin embargo, no lo hace con la misma precisión, sino de modo «aproximado».


Fig. 1.17: Estructura del sistema nervioso central.

La médula espinal es el principal conducto de transmisión del SNC. Por ella discurren millones de fibras nerviosas. Las prolongaciones de las células nerviosas del encéfalo atraviesan conjuntamente un gran agujero del hueso occipital y se dirigen por la médula espinal hasta la región lumbar de la columna. Allí, a la altura aproximada de la segunda vértebra lumbar, termina la médula. En su trayecto por el conducto raquídeo (óseo), los grandes cordones nerviosos se ramifican a modo de plexos para inervar el tronco, los miembros superiores y los miembros inferiores. Los nervios raquídeos (espinales) se introducen a través de pequeños orificios situados entre los distintos cuerpos vertebrales (v. capítulo 2, pág. 43). Durante su camino hacia la periferia van dividiéndose en ramos cada vez más pequeños, distribuyéndose por todas las regiones corporales.

La célula nerviosa

La unidad elemental funcional del sistema nervioso es la célula nerviosa (neurona). El conjunto del sistema nervioso está integrado por más de 100.000 millones de neuronas y cada neurona consta de un soma (cuerpo celular), del que parten múltiples prolongaciones. Las prolongaciones pequeñas y cortas (dendritas) recogen la información y conducen impulsos del exterior hacia el soma. Existe, además, una prolongación larga, el axón (neurita), que transmite la información del soma a las células vecinas o a los músculos y órganos próximos. Algunos de los axones están envueltos por células especiales que forman una vaina (de mielina) y se denominan mielínicos. Los axones mielínicos conducen los impulsos nerviosos a gran velocidad. Por ello es frecuente encontrarlos en los nervios motores. La velocidad de conducción alcanza hasta 120 m/s, lo que a nada menos que 432 km/h. Los axones amielínicos (desprovistos de vaina de mielina) transmiten los impulsos a una velocidad mucho menor y son los encargados, por ejemplo, de conducir el dolor. Una vaina de tejido conjuntivo envuelve varios axones. De forma análoga, el nervio se puede asimilar a un cable eléctrico. Dentro de la vaina de tejido conjuntivo discurren vasos sanguíneos que nutren el nervio.


Fig. 1.18: Estructura de una neurona.

Las neuronas del sistema nervioso están comunicadas por más de mil billones de sinapsis. Son uniones de contacto entre las células nerviosas en las que se transmiten los impulsos de una neurona a la siguiente. Dependiendo de la sustancia transmisora, el impulso se sigue transmitiendo o se detiene. Algunas células nerviosas contienen información de más de 20.000 sinapsis. Todas estas informaciones —sean estimuladoras o inhibidoras— son procesadas para, a continuación, transmitir la información correspondiente a la siguiente célula nerviosa.

Función

Procesamiento de la información: el sistema nervioso está en permanente movimiento

Tanto si el profesor de baile da un toque de corrección en un movimiento como si una persona sujeta una taza de té caliente, los estímulos de la periferia son en ambos casos percibidos por los llamados receptores. Se trata de células nerviosas con una capacidad muy específica: la de transformar estímulos químicos o físicos en impulsos eléctricos. La temperatura, la presión o el dolor, al igual que también la posición de la articulación y el estado de distensión de la musculatura, son detectados por los receptores y conducidos, a modo de impulsos, a través de los nervios aferentes hasta el sistema nervioso central. Allí, todos los impulsos aferentes son interconectados, evaluados y procesados en centros específicos. Estos centros de asociación de la corteza cerebral tienen como misión conectar las informaciones que llegan con los recuerdos, valoraciones y emociones correspondientes. A partir de ellos, el cerebro elabora un programa de reacción adaptado a la situación instantánea. El resultado se retransmite —como un nuevo impulso— a través de las fibras nerviosas eferentes hacia la periferia y lo hace de forma selectiva, precisamente hacia los lugares que deben generar la reacción.

La importancia de esta retroalimentación continua para el cuerpo queda demostrada por la división de las vías nerviosas. El 80% de los nervios son fibras nerviosas aferentes que conducen información desde la periferia hasta el sistema nervioso central. Tan solo el 20% son nervios eferentes que ejecutan las órdenes del cerebro y llevan los impulsos desde el sistema nervioso central a la periferia.

Reflejos: el automatismo del sistema nervioso

Los reflejos son respuestas automáticas e involuntarias a un estímulo nervioso. En el caso más sencillo, la elaboración del estímulo tiene lugar en la médula espinal: los nervios aferentes conducen dicho estímulo desde la periferia hasta la médula espinal, donde se produce un relevo directo hacia las fibras nerviosas eferentes que comunican inmediatamente la respuesta a la periferia. A los bailarines les afecta sobremanera el denominado reflejo propioceptivo (término derivado del latín propius, propio, de uno mismo, y recipere, percibir) Los receptores del sistema nervioso situados en los músculos, tendones y cápsulas articulares transmiten en todo momento la posición y la percepción en cada instante de todo el cuerpo. Cuando ocurre un cambio desfavorable de la postura —sin la participación del cerebro— se produce una reacción refleja. El reflejo de estiramiento muscular es muy importante en este aspecto para controlar los movimientos. Los husos musculares situados entre las distintas fibras musculares son receptores que informan en todo momento de la tensión actual del músculo.

Plasticidad: el cambio deseable

El número de neuronas está predeterminado desde antes del nacimiento y solo puede disminuir en el transcurso de la vida. En el caso de las sinapsis ocurre justo lo contrario: se van multiplicando a lo largo de la vida. Cada nuevo aprendizaje nuevo significa la formación de nuevas sinapsis. Cuanto más variado es el contenido didáctico y cuanto más rico el método de aprendizaje, mayor es el estímulo para el encéfalo. Constantemente se crean nuevos centros de comunicación; la red de fibras se multiplica y la correspondiente región estimulada de la corteza cerebral adquiere mayor consistencia y aumenta de tamaño.

La observación de la distribución y la representación de las distintas regiones corporales en el cerebro permite definir el perfil del denominado «homúnculo». En él se proyectan las distintas regiones corporales sobre las áreas correspondientes de la corteza cerebral. El tamaño de una región cerebral concreta no se corresponde con el tamaño real de la región representada, sino que refleja más bien su importancia neuronal. Así, las regiones corporales más ejercitadas, con una fina regulación motora, como pueda ser la mano, disponen de una zona mayor en la corteza que aquellas que ejecutan movimientos menos detallados y finos, como el abdomen o la espalda. El «homúnculo» queda, pues, muy «desfigurado» en relación a la constitución real del cuerpo.

Es interesante saber que los músicos que tocan un instrumento de cuerda disponen de un área de almacenamiento cerebral mucho mayor para los dedos de la mano izquierda que para los de la derecha. En qué medida se puede trasladar esta situación a los bailarines y, en concreto, a la representación cortical de los pies, es materia sobre la que, con los conocimientos actuales, solo cabe establecer especulaciones.


Fig. 1.19: «Homúnculo» motor: distribución y representación cerebral de los movimientos de las distintas regiones corporales.

El fenómeno del dolor: el sistema de control de puertas

Todo ocurre de forma automática: cuando uno se golpea el brazo con una puerta se produce un dolor repentino. De manera instintiva, la mano acude al lugar de dolor y este cede. Detrás de ello se oculta un singular mecanismo presente en la naturaleza, el sistema de control de puertas de la elaboración del dolor. Los estímulos dolorosos —sean internos o externos— son percibidos por los receptores del dolor y transmitidos, en forma de impulsos, a la médula espinal. En ella, muchas neuronas se concentran en una sola, constituyendo una especie de centro de control, la «compuerta» para el procesamiento del dolor. En esta neurona central se procesan multitud de informaciones diferentes, que se potencian pero que también se amortiguan. Si esta información sobre el «dolor», que llega al centro de control, resulta enmascarada por otras informaciones como presión, frío o movimiento, el estímulo doloroso se debilita. Las informaciones «neutras» bloquean igualmente la «compuerta» y hacen que pasen menos impulsos dolorosos ascendentes en dirección al cerebro. El fenómeno de dolor es el mismo, pero su percepción se reduce.


Fig. 1.20: «Sistema de control de puertas» para la elaboración del dolor.

«Canalización» o automatización del movimiento

Cuando se repite reiteradamente una idea en el cerebro, cuando se ejercita cientos de veces un mismo movimiento, los impulsos nerviosos «allanan o canalizan» su camino a través del sistema nervioso. Al igual que una calle con mucho tráfico acaba convirtiéndose en una autopista, las vías nerviosas correspondientes se preparan para un «tráfico cada vez mayor» de impulsos. Su excitabilidad aumenta, se crean nuevas sinapsis y el impulso ve facilitada su ruta hacia el cerebro. El movimiento se ejecuta cada vez con más facilidad, la ejecución es más precisa y rápida y, con el tiempo, se automatiza. Los movimientos que, al iniciar el entrenamiento, solo se podían ejecutar con la integración de los centros superiores de la corteza cerebral, acaban automatizándose y ejecutándose en centros inferiores del cerebelo, de modo inconsciente y sin control cerebral. Así es posible descargar de funciones a la corteza cerebral, que pasa a ocuparse de otras tareas o detalles motores.

Esta automatización la aprovechamos en múltiples actividades de la vida cotidiana, en el entrenamiento y en la danza. El proceso nos permite, asimismo, educar de una manera selectiva nuestra percepción corporal, ejercitar pequeñas correcciones de los movimientos e integrarlos, a través de su repetición regular, en el subconsciente. Uno de los ejemplos más llamativos son los denominados «ejercicios relámpago» Como ejemplo, a menudo se busca una señal que recuerde siempre una referencia inmediata para desarrollar una actividad, ya sea el tono de llamada del teléfono, el momento de lavarse los dientes, la espera en la parada de autobús o el recorrido habitual para hacer la compra. Cada vez que aparece esa señal en la vida cotidiana, se ejecuta de inmediato el ejercicio; cuantas más veces, mejor. Al final, el sistema nervioso reacciona: el ejercicio se canaliza, se memoriza la sensación corporal iniciada en los centros más profundos del cerebro y se automatiza la actividad.

En este libro encontrará numerosas de tales referencias, que resultan ideales como «ejercicios relámpago» para automatizar el movimiento. Ejemplos de ello son la activación del arco transversal del antepié (v. capítulo 6, pág. 165) o la percepción del eje completo de la pierna (v. capítulo 5, pág. 134), ejercicios vitales para muchos bailarines. Su integración consciente en la vida cotidiana, su automatización paulatina y, por último, su traslado a la danza constituyen pasos esenciales para una coordinación corporal óptima.

Práctica de la danza

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