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INTRODUCCIÓN

Presentamos en este volumen los primeros cinco libros de la correspondencia de Libanio, posiblemente la más importante aportación literaria del rétor de Antioquía. Si sus discursos y declamaciones adolecen de un excesivo formalismo y de un apego casi servil a las reglas de escuela, en las cartas, por el contrario, el autor se expresa más libremente, con las únicas ataduras que imponen la prudencia y las convenciones del género epistolar. A diferencia del discurso, destinado a un público amplio, las epístolas son escritos de carácter privado y, si bien es cierto que el autor las escribe sabiendo que en un futuro pueden publicarse, siempre cabe la posibilidad de esconderlas en un cajón y ocultarlas si no es recomendable su difusión.

Las cartas que aparecen en el presente libro corresponden a una etapa histórica bien definida. Salvo las dieciocho primeras, de datación muy diversa, las restantes pertenecen al período que va desde el 355 hasta el 361, es decir, el final del reinado de Constancio. No debemos olvidar que en el 355 Juliano fue nombrado César con el encargo de pacificar las Galias y que a fines del 359 tiene lugar su sublevación en París, por lo que el Imperio entra en una etapa sombría, toda vez que la guerra civil parece inevitable.

Estos seis años fueron realmente importantes en la vida de Libanio1, pues se corresponden con la vuelta definitiva de nuestro sofista a su patria después de su larga ausencia. En el año 336 marchó Libanio a Atenas para completar sus estudios de retórica, pues en Antioquía no había por aquel tiempo sofistas de prestigio que pudieran instruirlo. Tras terminar sus estudios logró un nombramiento oficial para enseñar en Constantinopla, pero su rivalidad con otros sofistas de la ciudad provocó a la postre su expulsión en el 342. Siguieron cinco años de feliz estancia en Nicomedia, ciudad en la que hizo numerosos amigos. Sin embargo, el Emperador le obligó a retomar a la odiada capital del Bósforo, iniciándose así una nueva etapa sombría de la que Libanio trató de salir por todos los medios.

Gracias a la intervención de Daciano, senador de Constantinopla y consejero de Constancio II, Libanio consiguió en el 353 permiso para trasladarse temporalmente a Antioquía por motivos de salud. Al año siguiente regresaría, pero esta vez para quedarse definitivamente. Nos enteramos por su correspondencia de que lo de su enfermedad no fue más que una estratagema, pues su verdadera intención era alejarse de la odiada capital. No obstante, el regreso fue decepcionante, ya que su maestro Zenobio, que había prometido cederle su plaza como sofista titular de Antioquía, se arrepintió de su decisión y nuestro orador se vio obligado a improvisar una escuela privada. En la Carta 405 nos explica que contaba entonces con diecisiete estudiantes, muchos de ellos procedentes de su escuela de Constantinopla. La presencia de Libanio en la ciudad provocó la reacción envidiosa de sus rivales, especialmente Acacio. Un joven del entorno de éste llegó a acusar a Libanio de practicar la magia negra, si bien la acusación no prosperó. La correspondencia de estos primeros años tras el regreso refleja a la perfección los problemas profesionales del sofista.

La rivalidad con los otros profesores de la ciudad no fue el único problema al que tuvo que enfrentarse nuestro orador. Como nos cuenta en su Autobiografía (Disc. I 96), su llegada a Antioquía se produjo en un momento político especialmente delicado. El enfrentamiento del césar Galo con la curia de la ciudad había alcanzado su cenit y consecuencia de ello fue una revuelta popular que causó el asesinato del gobernador de Siria, Teófilo, a quien el César responsabilizó de la hambruna que azotaba a la ciudad. Por suerte para Libanio, dos hechos despejaron su camino: la caída en desgracia de Galo y la muerte de Zenobio. Lo primero significó la desaparición de un monarca al que se había enfrentado abiertamente Fasganio2, el tío de Libanio, y lo segundo dejaba vacante la cátedra por la que había abandonado su puesto en Constantinopla.

Los años que siguieron fueron de prosperidad y felicidad en el plano profesional. Gracias a su excelente relación con los altos funcionarios de la administración, especialmente el prefecto de Oriente, Estrategio Musoniano y su sucesor, Hermógenes 3, su posición en la capital siria se consolidó definitivamente y logró desvincularse definitivamente de su puesto en Constantinopla, al tiempo que recibía el ansiado nombramiento como sofista de su ciudad natal. Por el contrario, desde el punto de vista personal fueron años desastrosos. Por una parte, se hace realidad el dolor de cabeza que fingió para lograr su traslado desde Constantinopla, lo cual le obliga a vivir asistido continuamente por médicos. Y lo peor de todo fue la muerte de sus familiares y amigos. Primero el terrible terremoto que asoló Nicomedia el año 358 y que acabó con la vida de numerosos amigos, sobre todo su queridísimo Aristéneto. Por si fuera poco, no mucho tiempo después, en el 358/9, mueren su madre y su adorado tío Fasganio. Estas pérdidas afectaron mucho a nuestro sofista y le sumieron en un estado de desesperación profundo que se refleja perfectamente en sus epístolas.

I. LA CORRESPONDENCIA DE LIBANIO

1. La correspondencia en el s. IV d. C.

Libanio, en la Antigüedad Tardía, en el siglo IV de nuestra era, escribe cartas (algunas de ellas inimitables) porque ésta es una época de cartas, propicia para las cartas. Las escribe, en efecto, en un mundo de largas calzadas, esparcidas a los cuatro vientos, que, como una tela de araña, recorren de norte a sur y de este a oeste el amplio Imperio Romano, en un mundo en el que hasta los decretos y los edictos recorren las vías romanas redactados en forma de carta, en un mundo en el que las nuevas ideas del Cristianismo van volando envueltas en cartas con las que se quiere informar y confortar en la nueva fe cristiana y aleccionar y dar órdenes y administrar comunidades, en un mundo en el que la reducida en tamaño pero independiente y autárcica pólis griega, provista de su ágora para darse las noticias boca a boca unos ciudadanos a otros y de su Pníx para celebrar en ella las asambleas en las que recomendar al pueblo reunido la más deseable política a seguir, ya no existe3.

¿Por qué escribía cartas una persona tan ocupada como Libanio, que destinaba buena parte de su tiempo a las clases de retórica, con frecuencia hasta altas horas de la tarde, y que tenía que dedicar el tiempo restante a su hacienda y a sus obligaciones como personaje público de su ciudad? ¿Por qué esa febril actividad epistolar que se refleja en el enorme corpus de cartas que nos ha legado, uno de los más voluminosos de la Antigüedad? ¿Qué sentido tenía dedicar tantos esfuerzos a la correspondencia, en una época en la que el intercambio epistolar no era, ni mucho menos, tan sencillo como en nuestros días? En primer lugar, aunque existía un servicio de correos imperial, la posta pública o cursus publicus, y numerosos funcionarios (los agentes in rebus) encargados de su funcionamiento, sólo los altos cargos de la administración pública y del clero cristiano tenían derecho a su uso y disfrute. Tan sólo ocasionalmente, cuando algún agens in rebus amigo suyo quería hacerle un favor personal, podía Libanio utilizar este servicio. En las demás ocasiones tenía que esperar a que alguien conocido viajara a la ciudad de destino para enviar la carta deseada o las escribía a toda prisa cuando se enteraba de que un amigo iba a emprender un viaje a tal o cual ciudad. Además, como leemos en la Carta 347, no siempre había copistas suficientes para dar abasto al trabajo existente. ¿Por qué, pues, esa manía de escribir cartas con tanta frecuencia?

Cuando uno ha leído las cartas de Libanio llega a la conclusión de que no existe una respuesta única y sencilla a esta pregunta. Muy al contrario, hay casi tantas motivaciones como cartas escritas4. La primera impresión es que Libanio (y este rasgo lo comparte con otros autores de cartas de la época, como Gregorio Nacianceno, Basilio de Cesarea, Símaco y otros) buscaba con la correspondencia aumentar su propio prestigio personal y el de su causa: la defensa de la retórica y del paganismo. Ninguna persona que en el s. IV pretendiera ser famosa e influyente podía sustraerse a esta importantísima actividad. Está claro que todo sofista deseaba contar en sus aulas con los hijos de las personas más poderosas e influyentes, y la pérdida de un joven rico y de padres importantes constituía para el profesor un perjuicio de primer orden, especialmente si el joven iba a la escuela de un sofista rival. También está claro que los hijos de las personas influyentes buscaban el éxito profesional tras los estudios y, por encima de todo, ser llamados para ocupar un cargo en la administración imperial que, al tiempo de abrir el camino a un cursus honorum que acabara en la prefectura o el consulado, les eximiera de las obligaciones que sujetaban a las curias municipales a los hombres de fortuna.

En este contexto, mantener activa una red de contactos en las altas esferas del Imperio era para Libanio una prioridad absoluta. Así es como entre los destinatarios del Antioqueno veremos desfilar a senadores influyentes, gobernadores provinciales, comites de las más diversas especies, praepositi, jefes militares o duces, vicarios, prefectos y hasta al césar Juliano. Con algunos mantuvo una relación puramente formal y con otros todo parece indicar que tuvo una verdadera amistad5. Algunos de ellos eran antiguos discípulos y, por tanto, estaban dispuestos a complacer a su maestro en lo que fuera preciso. Por consiguiente, el prestigio de nuestro sofista, o de cualquier otro sofista, era directamente proporcional a su capacidad para recomendar con eficacia ante los poderosos.

Sin embargo, por mucho que las cartas de recomendación constituyan una parte sustancial de la correspondencia de Libanio, también encontramos una considerable cantidad de correo de carácter personal. Libanio había hecho numerosos amigos en sus viajes y estaba obligado a mantener contacto con ellos. Dentro de la correspondencia privada encontramos las cartas más hermosas que escribiera el antioqueno, como por ejemplo las que dirigió a Aristéneto para consolarle por la muerte de su esposa o las que remitió a su primo Espectato6. En numerosas ocasiones tuvo que hacer frente nuestro sofista a compromisos que solía saldar con breves notas que no pocas veces causaron la ira del destinatario. En efecto, recibir un breve billete en lugar de una extensa misiva se consideraba poco menos que una muestra de desprecio. Todo el mundo quería presumir de haber recibido una hermosa carta del insigne sofista, pero éste no siempre tenía tiempo para satisfacer a todos.

Otra de las razones que motivaban el quehacer epistolar de Libanio era de índole profesional. El profesor debía mantener a los padres al corriente de la evolución de sus hijos y salir al paso de rumores negativos cuando éstos se produjesen. El sofista es el último responsable del buen nombre de su escuela, y era precisamente esta buena fama la que le podía atraer alumnos de todo el Imperio. Cualquier alumno de buena cuna era bienvenido. En algunas cartas vemos cómo el sofista tranquiliza a padres que han llevado a sus hijos a su escuela procedentes de las aulas de sus rivales. Así, en la Carta 248 le explica a Ifícrates cómo su intención es completamente honesta para con los hijos de Cesario II, que venían de estudiar con un sofista rival:

Porque, si los considerase enemigos míos, les habría cerrado la puerta; al haberlos aceptado como amigos, me causaría un daño a mí mismo si no les hiciese todo el bien que esté en mis manos. También habría sido ridículo Diomedes si, habiéndose apoderado de los caballos de Eneas, los hubiese echado a perder en lugar de cuidarlos, negándose, entre otras cosas, a suministrarles forraje bajo la acusación de que anteriormente pertenecían a Eneas. Sin duda habría exclamado Zeus, que se preocupaba por estos caballos, dado que pertenecían a su propia estirpe: «¡Oh hijo de Tideo!, estás arruinando lo que te pertenece si te despreocupas de ellos, porque son tuyos, te transportan y es a ti, no al hijo de Anquises, a quien traen la corona cuando obtienen la victoria».

Sin duda, la correspondencia ocupaba en la vida de Libanio un lugar tan importante como sus clases o la composición de discursos, que al fin y al cabo era lo que se esperaba de un sofista profesional. Por eso recibía del Estado una paga y la anhelada exención de las cargas curiales. Sin embargo, las dificultades que encontraba nuestro orador eran mucho más complejas que la citada ausencia de un servicio de correos tal y como lo entendemos hoy en día. Las distancias eran mucho más difíciles de salvar que en nuestros tiempos, de manera que entre un escrito y su respuesta podían transcurrir meses. En ocasiones se pierden cartas, como leemos en la 160, otras veces desaparecen misteriosamente las personas que se esperaba utilizar para la respuesta, como vemos en las Cartas 88 y 94 dirigidas a Leoncio. El emisario de éste pone en manos de Libanio una carta suya. Así es que el sofista se pone a trabajar para responder de inmediato y busca al emisario para que la entregue a la vuelta, pero, por más que lo busca, parece que se lo ha tragado la tierra. Al instante sospecha Libanio que todo es obra de sus rivales, que se han propuesto desacreditar al sofista ante Leoncio. Más tarde nos enteramos de que el emisario se había marchado a Fenicia sin avisar, resolviéndose así el equívoco.

Libanio debía salvar otra dificultad cuando el destinatario carecía de residencia fija, como es el caso de los altos cargos que viajaban continuamente o gente que, como Jámblico, se encontraba permanentemente de viaje. En la Carta 360 leemos:

Yo, que creía al principio que te apresurabas hacia Italia, te envié allí una carta. Proclo fue su portador. Un poco más tarde me enteré de que estabas en Atenas y me propuse mandarte una carta allí, pero entonces me escribiste desde Macedonia. De nuevo escribes desde Atenas. ¿Qué se puede hacer con alguien que emprende tantos vuelos?

La carta es un documento muy peculiar; está a medio camino entre el documento privado, en el que se transmiten estados de ánimo e ideas, y el documento público, y al mismo tiempo es una obra de arte. El autor las confiaba al destinatario sabiendo que en cualquier momento podían ser da das a conocer, pues no tenía gracia poseer una carta de tan eminente sofista y no presumir de ello ante los amigos. Además, una lectura anónima no salvaguardaba el secreto, pues el estilo y la letra eran fácilmente reconocibles. Por tal motivo, algunas cartas y discursos quedaban para siempre escondidos entre las pertenencias privadas del autor y el destinatario (como veremos más adelante, el autor guardaba copias de las misivas), y en momentos de peligro eran simplemente destruidos. El grado de formalismo y el tono declamatorio se acentuaban a medida que era menor la confianza en el destinatario. Por ejemplo, cuando Libanio recomendaba a alguien ante un funcionario o un senador influyente, se confiaba la exposición del caso particular al portador si el destinatario era un contacto habitual del sofista. En esos casos, Libanio se conformaba con mostrar en la carta su confianza en que el favor sería concedido. Sin embargo, si la benevolencia del destinatario no estaba ganada de antemano, el rétor se veía obligado a desplegar sus dotes y poner en juego sus recursos oratorios para lograr el fin perseguido.

Sin embargo, la epístola también es una obra de arte, y como tal está sujeta a las convenciones del género: concisión, estilo llano, empleo de frases ingeniosas, entimemas sencillos y lenguaje alusivo. Precisamente es éste uno de los aspectos más enojosos de las epístolas para el lector moderno, pues muchas veces termina la lectura de la carta y no sabemos exactamente qué se traían entre manos el autor y el destinatario. Sin embargo, nos queda la satisfacción de leer pequeñas joyas como el bonito billete que es la Carta 7:

Tú hablaste mal de mí y yo bien de ti. Mas nadie nos hará caso, ni a ti ni a mí.

2. El corpus epistolar

Las epístolas de Libanio, además de su valor literario, poseen un indiscutible valor prosopográfico. De hecho, si le echamos una ojeada a la PLRE7 apreciaremos que las epístolas libanianas nos aportan una información básica sobre los funcionarios y demás personajes de su época. Las 1544 cartas conservadas, aparte de las pseudepigraphae y la correspondencia con Basilio de Cesarea, incluyen valiosa información sobre numerosos personajes tanto en el ámbito privado como en el público. En muchos casos la información contenida en las epístolas complementa lo que sabemos a través de inscripciones, citas literarias o el Codex Theodosianus.

Sin embargo, como se comprueba de inmediato en la lectura de las cartas, no siempre estamos en condiciones de identificar de forma precisa las personas y situaciones que aparecen en la correspondencia. Muchas son las dificultades que encontramos en la tarea. La primera es que las cartas no aparecen fechadas en la tradición manuscrita, y ni siquiera se encuentran ordenadas. Hasta el trabajo de O. Seeck8, la otra gran obra prosopográfica, esta vez centrada exclusivamente en las epístolas de Libanio, no se supo que existía cierto orden, si bien un poco trastocado, en la correspondencia libaniana tal y como nos la han transmitido los manuscritos. Ni siquiera Sievers9 en su magnífico libro ni Wolf en su edición y traducción latina de las cartas percibieron la existencia de este orden.

Seeck se dio cuenta de que podían percibirse paquetes de cartas llevadas por un mismo portador y dirigidas a un itinerario preciso. Aunque a menudo el portador no es citado nominalmente, sin embargo podemos agruparlas por el itinerario. Así, si un viajero lleva cartas desde Antioquía hasta Constantinopla, no tiene nada de extraño que en el camino deje cartas en Tarso, Ancira y Nicomedia. De paso, el portador encontrará residencia gratis y todo tipo de agasajos en la casa del destinatario. A veces ocurren coincidencias que pueden inducirnos a error, como en el caso de las Cartas 201-202 y 204. El portador de todas ellas es un Leoncio, pero se trata de una simple coincidencia en el nombre, pues el portador de las Cartas 201-202 es distinto del Leoncio de la Carta 204. Como señala Seeck, este nombre era muy corriente y en el propio círculo de amigos de Libanio había varias personas que lo llevaban.

Seeck llega a la conclusión de que, salvo escasas excepciones, la numeración correlativa de muchas cartas se corresponden con epístolas enviadas en un mismo viaje por la misma persona. Sin embargo, hay aparentes incoherencias, como sucede en la Carta 154 destinada a Modesto, donde Libanio presenta a los mismos jóvenes que recomienda en la Carta 161, dirigida en este caso a Urbano, rompiéndose así el aparente orden cronológico del conjunto. Sin embargo, es posible que se escribieran al mismo tiempo y fueran enviadas en momentos diferentes. El mayor desorden se encuentra en las primeras 18 epístolas, que corresponden manifiestamente a años distintos.

No es difícil imaginar a Libanio llevando un registro de las cartas que iba escribiendo con la intención de publicarlas en un futuro. Ello explicaría la disposición de las cartas tal y como nos han llegado. En la Carta 88, por ejemplo, se ofrece a Leoncio para enviarle una copia de una carta que se había perdido, lo cual no sería posible si nuestro sofista no guardase copias de su correspondencia.

Así pues, Seeck establece la existencia de dos corpora bien definidos: un primer corpus formado por seis libros y tres additamenta. Las dieciocho primeras epístolas, como se ha dicho, constituyen un grupo heterogéneo de epístolas desclasificadas. Esta distribución nos ofrece un panorama curioso, ya que entre los seis primeros libros y el primer y tercer apéndice (años 355-365), y los otros dos añadidos (años 388-393) existe una laguna de veintitrés años que tal vez se explique por la adversa situación política durante el reinado de Valente y los primeros años de Teodosio. A la muerte de Juliano es posible que a nuestro sofista no le pareciese prudente guardar copia de las cartas enviadas. De este modo, la composición de las epístolas mantendría un curioso paralelismo con la de su Autobiografía.

Aunque las distintas subdivisiones guardan, con escasas excepciones, un orden cronológico, dichas secciones no aparecen en absoluto ordenadas. Si tomamos el primer bloque cronológico (los seis primeros libros y el primer y tercer añadido), el orden correcto sería el siguiente:

1 Libro V (Cartas 390-493), de la primavera del 355 a la primavera del 356.

2 Libro VI (Cartas 494-607)10, del verano del 356 al verano del 357.

3 Libro IV (Cartas 311-389), del verano del 357 al invierno del 358/9.

4 Libro I (Cartas 19-96), del verano del 358 al invierno del 359/60.

5 Libro II (Cartas 97-202), del invierno del 359/60 a la primavera del 360.

6 Libro III (Cartas 203-310), de la primavera del 360 a la primavera del 361.

7 Additamentum I (Cartas 615-839), del verano del 361 a la primavera del 363.

8 Additamentum III (Cartas 1112-1542), de la primavera del 363 al verano del 365.

En lo que respecta al additamentum II, Seeck lo divide en dos bloques. El primer grupo (Cartas 840-914) pertenece al año 38811, si bien se aprecia un gran desorden cronológico. El segundo grupo (Cartas 915-1111) contiene cartas que van desde mediados del 390 hasta el verano u otoño del 393, fecha presumible de la muerte de Libanio. Es evidente que en los añadidos el desorden de las cartas es mucho mayor, hecho que avala la teoría de que el propio Libanio preparó los seis primeros libros para su publicación. Según Seeck, Libanio llevó a cabo esta publicación en el año 362 para conmemorar el acceso de Juliano al poder absoluto. Contra esta suposición se manifestaron Silomon y Foerster12, argumentando que, de haber sido así, no tendría sentido que en el 364 Aristófanes de Corinto le pidiera copias de su correspondencia con Juliano. Es evidente que, de existir la publicación, dicha petición no tendría sentido. Sin embargo, en su Disc. XIII 52, del año 362 precisamente, presume nuestro sofista de que la afinidad entre su estilo epistolar y el del nuevo Augusto era conocida por el público. También en la Carta 773 le dice Libanio a Entrequio que su deseo de recibir cartas suyas se explica por su afán por ganar fama eterna:

Si buscas recibir mis cartas en la idea de que en ellas tendrás un monumento inmortal, estás aspirando a un pago exiguo por grandes servicios.

¿Significa esto que las cartas de Libanio eran publicadas? De ser así, tendría mucho sentido que hubiese editado los seis primeros libros durante el reinado de Juliano. Sin embargo, no necesariamente debemos inferir de lo dicho en la Carta 773 que se publicasen stricto sensu, sino que el contenido de las epístolas se conocía perfectamente en los círculos literarios y culturales. En la correspondencia de Libanio apreciamos cómo la recepción de una carta importante daba lugar a una reunión de emergencia para su lectura. A veces se interrumpía el desarrollo de las reuniones porque llegaba carta de alguien importante. En cuanto a lo que se dice en el Disc. XIII, no sería la primera muestra de presunción de nuestro sofista.

A nuestro parecer, Norman y Silomon han establecido un cuadro muy aproximado cómo llegó a formarse el corpus epistolar libaniano. A la muerte del sofista, un amigo o admirador emprendió la publicación de la correspondencia, encontrándose con un registro de seis libros preparado por el propio autor. Dicho registro fue comenzado en el año 355, cuando ya había conseguido la cátedra de Antioquía. El desorden cronológico de los libros fue alterado deliberadamente por el propio Libanio, que consideró más apropiado comenzar el primer libro con la Carta 19 en la que se expresa con un descaro y una libertad de palabra impropia de un sofista ante el prefecto Anatolio. Las cartas de dicho libro corresponden a una época en que ya se ha consolidado su posición en la ciudad y su disputa con los sofistas rivales ha terminado con su completa victoria. Empezar por el libro V, que es el primero cronológicamente, habría supuesto poner al comienzo las cartas de una época aún insegura, en la que el sofista luchaba a brazo partido por triunfar en su patria.

Los tres apéndices proceden asimismo de registros del propio Libanio, pero en este caso el sofista no se habría preocupado tanto por revisar el orden cronológico. Parece, pues, probable que Libanio tuviese preparados los seis primeros libros para su publicación y que la repentina muerte de Juliano en el 363 diera al traste con su propósito. Cuestión aparte son las cartas que aparecen desordenadas (las diecisiete primeras y las Cartas 608-614) y que en gran medida corresponden a los años de silencio epistolar. Según Seeck, el editor habría recabado dichas cartas de los contactos de Libanio, pero parece poco probable, pues entre otras cosas, la Carta 13 iba dirigida a Juliano, que había muerto muchos años antes. Además, parece sospechoso que fueran tan pocas las cartas recopiladas a propósito de alguien tan activo como Libanio. La explicación más plausible es que se trate de cartas dispersas en la casa de Libanio que el editor colocó como relleno al principio y entre el libro VI y el primer apéndice.

3. Lengua y estilo

Es un hecho que Libanio se siente ante todo un heredero de la tradición clásica y pagana y esta circunstancia condiciona definitivamente su forma de escribir13. El rétor antioqueno parece no haber aceptado el predominio de Roma, el latín y el cristianismo, y este rechazo se manifiesta en un aticismo puro y a veces exagerado. Rara vez aparece en su obra referencia alguna a las controversias cristianas y nunca se utiliza un término no clásico para referirse a los cargos de la administración imperial. En su obra no cabe lo que no esté perfectamente atestiguado en sus admirados autores clásicos: Platón, Eurípides, Homero, Isócrates, Tucídides y Demóstenes le marcan siempre el camino a seguir14. Su modelo indiscutible era otro aticista del s. II: Elio Aristides. En las epístolas de Libanio siguen gozando de buena salud las construcciones de participio y de infinitivo, aunque ya en su época debieron de dar muestras de debilidad. Este estilo ático aparece a menudo aderezado con citas y paráfrasis de los clásicos, utilizadas siempre con habilidad para ilustrar circunstancias actuales.

Si bien son numerosos los tratados que nos ha legado la Antigüedad sobre la composición de discursos, los estudios sobre el estilo epistolar se reducen casi a una breve referencia de Demetrio en Sobre el estilo 223-235. En dicho tratado se recomienda para la epístola la brevedad y un estilo mixto entre el simple y el gracioso. Así pues, para este autor dos son los rasgos definitorios del estilo epistolar: la concisión y el encanto (cháris), rasgos ambos que encontramos en las epístolas de Libanio, si bien es cierto que el encanto y la brevedad pueden ceder su lugar a un tono más retórico y formal cuando el destinatario es una persona poco conocida o por la que el sofista siente un gran respeto. Pero en las cartas más íntimas vemos el verdadero carácter de Libanio. La carta es, como defiende Demetrio, «el retrato de su propia alma». No obstante, se aprecia que el humor de nuestro autor va decreciendo con los años, de modo que en sus epístolas tardías vemos un Libanio menos propenso a las bromas y con un humor más propio de su edad.

En los parágrafos 46-50 del citado tratado epistolar del Pseudo Libanio encontramos indicaciones que ilustran a la perfección cuál es el patrón que debe seguir un buen escritor de epístolas. En primer lugar se recomienda un estilo aticista, si bien no se debe llevar el refinamiento del estilo más allá de lo conveniente. Un buen compositor de epístolas no debe dejarse arrastrar a un estilo elevado. Luego, citando a Filóstrato de Lemnos, sentencia que el estilo epistolar debe ser más aticista que el lenguaje corriente, pero más corriente que la lengua literaria ática. El estilo epistolar no debe ser ni demasiado elevado ni demasiado bajo. Hay que adornar la epístola con la claridad, la concisión mesurada y un vocabulario arcaico. No se debe arruinar la claridad en aras de la concisión ni tampoco extenderse en demasía en busca de una mayor claridad; se debe en todo momento perseguir el equilibrio, imitando la precisión de los buenos arqueros. Por otra parte, se recomienda aderezar la carta con la evocación de historias, mitos y la inclusión de proverbios adecuados15.

II. TRANSMISIÓN MANUSCRITA. EDICIONES Y TRADUCCIONES

Son más de 250 los manuscritos que contienen cartas de Libanio, pero sólo tres de ellos merecen una especial atención, pues contienen juntos 1541 de las 1544 que suman las epístolas de autoría indiscutida del Antioqueno16. El más importante de todos por su antigüedad y número de epístolas es el Vaticanus gr. 83 (V), pues incluye 1566 cartas y, excluyendo repeticiones y cartas espurias, contiene 1528 del total de las genuinas. Sin embargo, el manuscrito tuvo una historia accidentada, ya que fue redactado en el s. XI, pero sufrió graves daños que arruinaron prácticamente la mitad del texto original (VI). En el s. XII fue completada la parte dañada por una segunda mano (VII) que sustituyó las partes perdidas a partir de un manuscrito afín. Dicha mano trató de armonizar en la medida de lo posible las dos secciones. Más tarde, en el s. XIV una tercera mano (VIII) realizó actualizaciones e incluyó añadidos, lo que explica que algunas cartas estén repetidas.

Los otros dos manuscritos, el Vaticanus gr. 85 (Va), del s. XI, y el Leidensis Vossianus gr. 77 (Vo), de los siglos XII ó XIII, están emparentados y contienen un número menor de cartas. El primero ha perdido el comienzo y el final, de manera que la primera carta es la 95 y la última la 1005. El segundo tiene la laguna en el centro, pues le faltan las Cartas 411-498. En conjunto abarcan hasta la Carta 1112, pues V es el único manuscrito que contiene el grupo de cartas 1113-1542. No obstante, a pesar de incluir menos cartas, Va y Vo nos preservan con mayor fidelidad la estructura del corpus original.

A pesar de que las epístolas de Libanio fueron consideradas en época bizantina el modelo perfecto del género epistolar y fueron muy conocidas, el número de ediciones y traducciones modernas es claramente inferior a su mérito. La primera edición digna de mención de las epístolas es la ya citada de Wolf, que contiene una traducción latina. Hemos de esperar a la segunda mitad del s. XIX para encontrar un renacimiento del interés por Libanio, y fruto de ello son estudios de enorme interés, como los citados libros de Sievers o Salzmann y, algo más tarde, el primer gran estudio de las cartas de Libanio, Die Briefe des Libanius de Otto Seeck, obra de obligada referencia para todo estudioso de la correspondencia libaniana. Fruto de este renovado interés por el rétor antioqueno nace la que, hasta la fecha, es indiscutiblemente la edición básica de las epístolas, la faraónica edición teubneriana Libanii opera de Richardus Foerster17. La edición de Foerster, además de un completo aparato crítico y de unas valiosas notas, nos ofrece la numeración de la edición de Wolf y la de los manuscritos.

La edición teubneriana de Foerster allanó el camino a los estudios de Libanio, y fruto de ello han sido numerosos artículos y monografías, pero muy pocas ediciones y traducciones de las cartas. Cabe destacar la edición y comentario en lengua flamenca de las cartas dirigidas a Temistio a cargo de Bouchery18. Sin embargo, todavía no existe una traducción completa de las epístolas en lengua moderna, sino sólo selecciones y traducciones aisladas. La primera traducción moderna de las cartas es la excelente selección de 84 cartas que llevaron a cabo en 1980 Fatouros y Krischer19. Dicha selección nos ofrece una buena traducción alemana y el texto griego establecido por Foerster. Además de ser una selección muy acertada de las mejores cartas, posee una valiosa introducción y amplias notas. En lengua inglesa sólo tenemos una edición del texto griego con traducción, la que llevó a cabo A. F. Norman para la col. Loeb Classical Library20. Se trata de una acertada selección de cartas muy bien traducidas y precedidas de una excelente introducción. El texto griego, salvo detalles, es el de R. Foerster. En francés tenemos una gran cantidad de cartas de ámbito escolar traducidas y comentadas por Festugière y la reciente traducción de 98 cartas llevada a cabo por Bernardette Cabouret21. Aunque no figura el texto griego, este libro contiene cartas interesantes que no aparecen en las otras selecciones y las notas son claras y muy útiles. En español contamos con las traducciones de algunas cartas en los artículos del profesor A. López Eire22.

III. NUESTRA EDICIÓN

Con este libro se inicia la que pretende ser la primera traducción completa de las epístolas de Libanio a una lengua moderna. La empresa es compleja tanto por la dificultad del estilo de Libanio como por el hecho de que para más de la mitad de las cartas no existe traducción actual. El ya citado problema prosopográfico y la amplitud del corpus epistolar suponen una dificultad añadida.

Nuestro objetivo, quede bien claro, no es otro que ofrecer al lector español una traducción fiable acompañada de las notas indispensables para hacer comprensible la lectura. Hemos evitado en lo posible entrar en cuestiones filológicas y en debates que sólo interesan al lector especializado, pues ya por sí misma la traducción exige un gran esfuerzo editorial. Por ese motivo hemos optado por incluir al final del libro un índice prosopográfico que permita simplificar las notas y las referencias cruzadas, lo cual hubiera complicado enormemente la identificación de las personas citadas. Téngase en cuenta que sólo en las primeras 493 cartas que incluimos en el presente volumen aparecen nada menos que 405 personas diferentes. En los casos de homonimia —por ejemplo, hay diez Eusebio diferentes— el lector puede identificar en cada caso al personaje, ya que en cada entrada incluimos el número de la carta o de las cartas en que aparece cada uno. También por el mismo motivo hemos reducido en lo posible la identificación de las abundantes citas literarias que aparecen en las epístolas. El lector especializado puede recurrir a la magnífica edición de Foerster para más detalles.

El lector apreciará que cuando en las notas citamos a un personaje poco conocido al lado figura un número romano o arábigo. Entiéndase que en el primer caso nos estamos remitiendo a la identificación de O. Seeck (op. cit.) y en el segundo a la de la PLRE. Dado que ésta última es más asequible para el lector español, hemos optado por darle preferencia, de modo que sólo nos referiremos a la identificación de Seeck cuando el personaje no aparezca en la PLRE.

La edición que seguimos en la traducción es, cómo no, la teubneriana de Foerster. Las escasas divergencias que hemos tenido con dicha edición la explicamos en la correspondiente nota.


1 Para más detalles sobre la biografía de Libanio, véase la introducción general al autor en el vol. 290 de esta colección y A. LÓPEZ EIRE, Semblanza de Libanio, México, 1996, págs. 7-84. También son recomendables las introducciones a las distintas ediciones de las obras de Libanio, especialmente la de P. PETIT y J. MARTIN en la colección Budé y la de NORMAN en Loeb Classical Library, así como las monografías de SIEVERS (Das Leben des Libanius, Berlín, 1868) y B. SCHOULER (La tradition hellénique chez Libanios, París, 1984). Por supuesto, es imprescindible la Autobiografía del propio LIBANIO, traducida en el citado volumen 290 de la BCG.

2 Véase al respecto la Carta 283.

3 A. LÓPEZ EIRE, Semblanza de Libanio, pág. 14.

4 Véase P.-L. MALOSSE, Lettres pour toutes circonstances, París, Les Belles Lettres, 2004, donde se incluye un estudio y una traducción del pequeño tratado falsamente atribuido a Libanio sobre los géneros epistolares. En dicho tratado se hace una clasificación de los tipos de cartas y se distinguen nada menos que cuarenta y uno.

5 Por ejemplo, el descaro con que se dirige al prefecto de Ilírico, Anatolio 3, en la Carta 19 sólo se explica por la amistad que debió de unir a ambos.

6 Véanse mis artículos «Comunicación, retórica y arte en las epístolas de Libanio» (en el núm. 4 de la revista LOGO) y «La correspondencia de Libanio con su primo Espectato» (de próxima aparición en la revista Tópoi).

7 Con estas siglas nos referiremos en lo sucesivo a la valiosa obra de A. Η. M. JONES, J. R. MARTINDALE, J. MORRIS, The Prosopography of the Later Roman Empire. Vol. I A.D. 260-395, Cambridge, 1971.

8 O. SEECK, Die Briefe des Libanius. 1906 (reimpr. Hildesheim, 1966).

9 G. R. SIEVERS, Das Leben des Libanius, Berlín, 1868 y J.-C. WOLF, Libanii epistulae cum versione Zambecarinii et notis Wolfii, Amsterdam, 1738.

10 Como veremos más adelante, las 18 primeras cartas, así como las cartas 608-614 y las dos últimas, 1543-4, son epístolas de relleno que en su origen pudieron quedar sueltas, por lo que su datación es en muchos casos desconocida. En el corpus epistolar aparecen como simple relleno entre determinadas secciones de la correspondencia.

11 A este período corresponde también la Carta 18, que no se conserva en los principales manuscritos. Por otro lado, Foerster fecha las Cartas 1016 y 1017 en ese mismo año 388.

12 H. SILOMON, De Libanii epistularum libris I-VI, tesis doct. Gotinga, 1909 y R. FOERSTER, Libanii opera. Vol. IX, págs. 49-52.

13 Para la lengua y estilo de Libanio, véase A. LÓPEZ EIRE, Ático, koiné y aticismo. Estudios sobre Aristófanes y Libanio, Murcia, 1991.

14 Véanse para más detalles el amplio estudio de Bernard Schouler (La tradition hellénique…) y A. LÓPEZ EIRE, «Las citas homéricas en las epístolas de Libanio» (artículo incluido en el citado libro Semblanza de Libanio).

15 Un excelente estudio de los refranes utilizados por Libanio en su correspondencia lo tenemos en E. SALZMANN, Sprichwӧrter und sprichwӧrtliche Redensarten bei Libanios, tesis doct. Tubinga, 1910. Buena parte de los proverbios figuran en las colecciones Atos y Parisina de Zenobio, traducidas al español por R. M.a MARIÑO SÁNCHEZ-ELVIRA y F. GARCÍA ROMERO en el vol. 272 de esta colección.

16 Las epístolas que no aparecen en estos manuscritos son la 18, que sólo figura en el Baroccianus gr. 50 (Ba), del s. XI, y las dos últimas, 1543 y 1544, que se encuentran en el Laurentianus IV 14 (La), del s. x.

17 R. FOERSTER, Libanii opera. Vol. X-XI, Teubner, Leipzig, 1921 y 1922 respectivamente. El primer volumen contiene las cartas 1-839 y el segundo las cartas 840-1544, así como los fragmentos, las cartas espurias y la correspondencia con Basilio de Cesarea.

18 H. F. BOUCHERY, Themistius in Libanius’Brieven, Amberes, 1936.

19 G. FATOUROS, T. KRISCHER, Libanios. Briefe, Múnich, 1980.

20 A. F. NORMAN, Libanius. Autobiography and Selected Letters. Vol I-II, Cambridge Mass.-Londres, 1992.

21 A. FESTUGIÈRE, Antioche païenne et chrétienne. Libanius, Chrysostome et les moines de Syrie, París, 1959 y B. CABOURET, Libanios. Lettres aux hommes de son temps, París, Les Belles Lettres, 2000. Resulta curioso cómo omite Festugière la traducción de pasajes especialmente difíciles en las cartas. Sin embargo, tiene el mérito de ordenar y comentar acertadamente la correspondencia escolar de nuestro sofista.

22 Entre otras, tenemos traducidas al español la Carta 3 en «Una carta muy breve de Libanio (Lib. Ep. 3)» (artículo incluido en Semblanza de Libanio) y la Carta 636 (en «Una carta muy larga de Libanio: Lib. Ep. 636F», en J. A. LÓPEZ FÉREZ (ed.), De Homero a Libanio, Madrid, 1995, págs. 365-379). También han sido traducidas las Cartas 35 y 369 por J. GARCÍA BLANCO y P. JIMÉNEZ en el tercer volumen de las obras de JULIANO (BCG 47).

Cartas. Libros I-V

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