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PRÓLOGO

Hubo una vez en el norte de Chile una niña boliviana llamada Paola. Digo boliviana porque es posible que, si no hubiera tenido esa nacionalidad, si no hubiera sido inmigrante, no le hubiera ocurrido lo que le sucedió.

Paola Pacajes Canqui.

La primera vez que el abogado Ramón Suárez me habló de ella, me dijo que era una cenicienta a la que nunca le calzó el zapato. Y esa frase que me siguió rondando se hizo carne cuando, a pedido de la Fundación Amparo y Justicia, me dediqué a averiguar su vida desde el día en que su madre, la entrañable Mery Canqui, cruzó la frontera vestida como las típicas mujeres aimaras en busca de mejores horizontes en el norte y formó familia con Simón Pacajes, boliviano como ella.

Fundación Amparo y Justicia, que dirige Ramón Suárez, supo de la existencia de Paola cuando la Unidad Regional de Atención a Víctimas y Testigos (URAVIT) de Copiapó recurrió a esa entidad en busca de ayuda. Fue a mediados del año 2011.

En julio de 2013, la institución me invitó a escribir un libro sobre esta historia. Los numerosos casos de abusos sexuales a menores de edad que se conocían a través de la prensa habían sensibilizado a la opinión pública y puesto el tema en la agenda-país. Pero ninguno de ellos revelaba el rostro más oscuro de la infancia negada, esa que intenta amparar la Fundación, como el que me tocó conocer a través de este encargo.

Se trata de un fenómeno que está surgiendo especialmente en las zonas mineras, donde llegan centenares de extranjeros humildes en busca de plata rápida. Son gente joven, que tiene hijos y que, por satisfacer la necesidad vital de alimentarlos, se ven obligados a dejarlos al cuidado de extraños y finalmente terminan en la vagancia. Esos niños hijos de inmigrantes están palpando los peligros de la calle y el abuso por su condición de afuerinos.

Le pasó a Paola y aún peor.

Este libro cuenta la historia de una niña abusada no sólo por la vida de calle, sino por las propias instituciones destinadas a brindarle protección a la infancia. Por momentos se puede leer como una novela. En algunos pasajes puede parecer un cuento policial donde se busca al culpable. Pero, finalmente, termina siendo un reportaje-denuncia contra los servicios dependientes de SENAME, los tribunales de familia, incluyendo a los jueces, curadores ad litem y sus consejeros técnicos, las autoridades y todos quienes permitieron que sucediera lo que le ocurrió a Paola.

Recorrí Copiapó, Carrizal Bajo, Vallenar, La Serena y Santiago en busca de los hilos de esta trama. Compartí momentos familiares inolvidables con los Pacajes Canqui, de alegrías y de penas insondables.

Me estremecí con el relato de una asistente social que logró levantar el velo de algunos de los secretos de Paola y que siente la impotencia de no haber hecho más. Quedé admirada con la honestidad profesional de una jueza que hizo un descarnado mea culpa, dejando en evidencia no sólo sus errores, sino que también las increíbles negligencias que se cometen en un sistema judicial de familia que urge rectificar.

Y conocí al asesino. Y a la cuidadora de Paola. Y a la anciana que compartía con ella la habitación cuando en Carrizal Bajo ocurrió la tragedia.

Lo que hay en este escrito no hubiera sido posible sin la generosa colaboración del equipo de profesionales y asistentes de Amparo y Justicia, que puso a mi disposición todos sus conocimientos, tiempo, archivos y apoyo logístico para que tomara forma la historia de Paola.

Agradezco a la Fundación la oportunidad que me dio de escribir para revelar lo que nunca se atrevió a decir la niña boliviana.


LILIAN OLIVARES DE LA BARRA

Todos fueron culpables

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