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CAPÍTULO 3

LA CENICIENTA

En la feria que se instala los fines de semana en Copiapó, en el límite del centro de la ciudad con el sector de las poblaciones periféricas, nadie sabe quién es Leonor Villalobos Alday. Pero si uno pregunta por “doña Leo”, no hay quién la desconozca. Es antigua en el negocio y se impone en el ambiente feriano con su lengua suelta y su vozarrón. Los sábados se instala con sus verduras casi a la entrada de la calle Lastarria, y los domingos en la avenida Circunvalación.

¿Qué habrá visto en ella la pequeña Paola?

“Doña Leo” le ofreció una vida diferente, su “casa linda”, seguridad. Y una muñeca, a ella que no tenía muñecas, sino que una hermanita menor a quien cuidar, y un papá y una mamá con largas ausencias, y un tío Elvis que hacía unos juegos tan extraños con Mariela.

¿Qué vio Leonor Villalobos en Paola?

Se vio a sí misma reflejada en la pequeña boliviana. Eso, al menos, fue lo que dijo cuando intentó obtener la tutela definitiva de la niña. Pero los hechos que ocurrieron más tarde, mostraron algo muy distinto.

Cincuenta y seis años tenía la mujer cuando se convirtió en “cuidadora” de Paola. Al relatar su infancia, contó que nació en la localidad de Domeyko, en Vallenar. Y que, por problemas económicos, sus padres la entregaron a la abuela.

Nunca le perdonó eso a su madre.

La abuela la golpeaba y la castigaba —contó Leonor—, dejándola sin comida. Le exigía robar y pedir alimentos en la calle.

A los 10 años se arrancó a la ciudad de Vallenar. Allí la acogió una señora de nombre Mercedes, que le entregó valores, afecto, alimentación y un hogar1.

A los 18 años se casó con Carlos Araya, con quien tuvo cinco hijos: Ninoska (quien murió a los 14 años, de meningitis), Carla, María, Arturo y Mauricio. Carlos Araya la golpeaba y la maltrataba cuando estaba ebrio. Un día lo abandonó y partió con sus hijos a Copiapó.

En esta ciudad, no tenía a dónde ir y fue entonces cuando conoció a Guillermo Cortés. El hombre le ofreció su hogar y con él inició una relación que duró cuatro años. Fruto de ese vínculo nació Vanessa, la hija que vive con ella. Nuevamente se repitió el cuadro de violencia intrafamiliar y alcoholismo, según Leonor, por lo cual se separaron.

En su relato a la sicóloga de la OPD, Leonor cuenta que en 1985 consiguió su casa propia y que comenzó a trabajar en la feria libre de forma independiente. Así estaba su vida, consolidada, cuando al terminar el año 2009 comenzó a ver con frecuencia a Paola en la feria, una niñita tan chica, con acento extranjero, pidiendo y sacando del suelo alimentos, aseguró.

Y dice que al observar a la pequeña recordó su propia infancia. Entonces le pidió a la mujer que la acompañaba (Yovana, la conviviente de Elvis), que le entregara a la niña. Quería darle a Paolita lo mismo que ella recibió de una extraña, la señora Mercedes, cuando se sintió abandonada: “Valores, afecto, alimentación y un hogar”.

Cinco meses llevaba Paola viviendo con la guardadora, cuando el mundo de fantasía comenzó a mostrar su lado terrenal.

LA “MAMITA LEO” TAMBIÉN SE ENOJABA

Mery Canqui y Simón Pacajes tenían entre ceja y ceja a “la señora”. Doña Leonor no les permitía ver a la niña. Habían ido a la feria a pedírselo, a suplicarle. Y ella terminaba mandándolos a cambiar.

Una vez vio Simón a su hija en el tribunal. Ella tendió a ser cariñosa, como antes, pero apenas apareció “la señora” cambió su actitud.

Después de la miseria sigue el desamparo. Así se sentían Simón y Mery: desamparados. ¿Quién podría ayudarlos a recuperar a su hija? Si al menos tuvieran la certeza de que la niña estaba bien…

La primera voz de humanidad la escucharon de Aurora Barrios, la directora del Centro Manantial, donde estaban sus otros hijos. En marzo de 2010, la funcionaria mandó el primer informe positivo de los padres, al tribunal. Dijo que habían entregado 40 mil pesos para el vestuario escolar de los niños, y que se habían hecho cargo de la compra de sus útiles. Contó que Mariela, Carlos y Mirza —los hermanos de Paola— habían mantenido el apego con los padres, “observándose durante todas las visitas la alta vinculación que los niños tienen con sus progenitores”.

Y agregó un dato importante: “Todos los niños han manifestado, en forma espontánea y reiterativa, querer ver a su hermana Paola Pacajes Canqui”.

La directora del Centro Manantial recomendó al tribunal establecer a la brevedad posible un régimen de visitas programadas al interior de este centro con Paola. Para ello, sugirió que se llevara a la niña los días sábado y domingo a las nueve de la mañana y que la retiraran a la una de la tarde. Así, podría mantenerse ligada a sus hermanos y compartir libremente con ellos.

Mery y Simón llegaron a la audiencia del 28 de abril de 2010 algo más tranquilos. Un rayo de esperanza se había abierto para ellos.

No contaban con que en esa misma audiencia se consideraría otro informe, esta vez del asistente social Marcelo Flores Olave. Este nuevo funcionario del Sename creyó en Leonor Villalobos y aseguró que la mujer se había mostrado “como un factor protector preponderante”.

Una hora duró la sesión. Al término de ella, la jueza Macarena Navarrete dictaminó que a la fecha los padres no contaban con las condiciones psicológicas, sociales y económicas para asumir los cuidados integrales de todos sus hijos. Ante ello, propuso que Mirza, Mariela y Carlos permanecieran en el Centro Manantial y que Paola siguiera bajo la responsabilidad de Leonor Villalobos Alday, “haciéndose cargo de su cuidado personal, debiendo ejercer de forma adecuada y efectiva control sobre la niña”. La medida tendría un plazo de un año, que podría ser renovado si no se modificaban las condiciones de los padres.

Asimismo, dispuso que todo el grupo familiar y Leonor Villalobos, ingresaran a un programa de diagnóstico e intervención en el Programa de Intervención Breve (PIB) Horizonte, a objeto de que ahí efectuaran una evaluación en profundidad de todos los involucrados en la causa.

La jueza pidió que el PIB Horizonte trabajara con la familia “para modificar la situación actual de abandono de los niños y que se refuerce la situación tanto escolar y vinculación con la madre y padre y evitar comisión de conductas relacionadas con la vagancia u otras parecidas… debiendo supervisar que el niño Carlos Ayaviri Canqui permanezca bajo el tratamiento en Coanil y asimismo su asistencia a la escuela especial atendida su psicomotricidad”.

Al menos, el tribunal tuvo en cuenta la sugerencia de la directora del Centro Manantial y dispuso que los sábados y domingos de cada semana, Mery y Simón deberían ir a buscar a Paola a la feria donde trabaja Leonor, a las nueve de la mañana, para llevarla a Manantial junto a sus hermanos. Leonor Villalobos debía retirarla de ahí a las seis de la tarde.

Esta vez, la altiva Leonor salió enojada. Ella quería ser guardadora de Paola, pero que no la obligaran a ir a sesiones especiales, ni llevar a la niña para que se encontrara con sus parientes. Ya bastante tenía con los problemas en su propia familia, pensó.

Es posible imaginar a Paola esperando inquieta en la casa de su guardadora. Siempre les pedía a sus padres que no pelearan con Leonor, porque después andaba enojada. Seguramente sabía que si la “mamita Leo” quedaba disconforme, llegaría rabiosa y eso les afectaría a todos en la casa. Y “todos” eran muchos. Muchos más de los que habían censado los visitadores del SENAME. Bien lo sabía ella, que muchas veces debía ayudar a lavar los platos. Si es que no tenía otras tareas que hacer, como cuidar a Benjamín, la guagua de cinco meses de Vanessa. Cuando se fue a vivir con doña Leonor, a Mariela le dijo que iría a cuidar a un niñito enfermo.

En efecto, Benjamín nació con cardiopatía e hidrocefalia. Requería de cuidados especiales permanentes.

¿Qué vio Leonor Villalobos en Paola, cuando en la feria de la calle Lastarria le dijo a la boliviana que la acompañaba que se la entregara? ¿Habrá sacado cuentas y calculado que la niña podría cuidar a su nieto enfermo, y así Vanessa al fin saldría a buscar trabajo y no se pasaría todo el día en la casa?

La vida le había enseñado a Paola a ser una niña agradable para los demás. A no dar problemas. Era cariñosa, atenta, de buen carácter. Sabía cuándo debía pasar inadvertida, y cuándo hacerse notar. Y eso que acababa de cumplir nueve años. Se los celebraron donde la “mamita Leo”, cuestión que no ocurría en su familia. Y hasta le hicieron regalos.

Pero Paola puede haber percibido, en forma casi inconsciente, que nada era gratis. Y que si quería seguir siendo aceptada donde doña Leonor, tenía que llevarse bien con toda la gente que entraba y salía en esa casa. Porque estaban el señor Miguel, conviviente de la mami Leo; los tíos Carlos y Guillermo, ex parejas de Leonor, que a veces aparecían; Vanessa y su compañero, que también se llamaba Miguel; los dos hijos de Vanessa; el vecino que trabajaba con Leonor, al que le decían Enry y que era como parte de esa familia; y Arturo, el hijo de la “mami Leo” que de repente llegaba de Santiago y se quedaba por tanto tiempo…

La mamita Leo la tenía advertida: nada de ir con cuentos donde sus papás, porque Diosito la iba a abandonar, y ella también, y tendría que volver a estar sola porque sus papás se iban a ir y la dejarían de nuevo, les confidenciaba a las asistentes sociales.

A veces, Paola se divertía. Jugaba con Damaris, la hija de Vanessa que tenía cinco años y a quien también debía cuidar. Damaris tenía un cuarto lindo. ¿Le advirtió, acaso, la mamita Leo que cuando fueran las visitadoras del SENAME tenía que decir que ésa era su pieza?

LA ÚLTIMA VISITA DE LA SEÑORITA SHIRLEY

Cada cierto tiempo llegaba la asistente social Shirley Balcázar, de la Oficina de Protección de la Infancia, al hogar de Leonor Villalobos. La dueña de casa era atenta con ella. Siempre tenía historias que contarle. Le hablaba de los avances de Paola en sus estudios, y de cómo la niña ya se había incorporado totalmente como una más de su familia.

—Ven, Paola, ven. Cuéntale a la señorita Shirley cómo estás.

Y la chica, que sabía cómo agradar a la mamita Leo, le comentaba a la asistente lo bien que la trataban en esa casa.

La señorita Shirley escribió en su informe del 26 de julio de 2010 que doña Leonor Villalobos ejercía el cuidado responsable de la niña. Que cumplía un rol educador, de protección y de mantención económica.

De lo último, a nadie le podía caber dudas. Es que Leonor Villalobos era el sostén de todos los que vivían bajo ese techo y para ello tenía que trabajar duro. Por eso, cuando llegaba a su casa los demás debían servirla. La mujer se instalaba en la mesa del comedor. Pedía los fósforos y el cenicero y, mientras le preparaban el té, se ponía a fumar y a sacar cuentas.

Otras veces gritaba. Había que poner orden en esa casa donde todos dependían de ella.

De acuerdo a los relatos de las asistentes sociales, a veces Paola se colgaba de su cintura, como haciendo un trencito, y la seguía por la casa. La niña buscaba su cariño y es posible que en algún momento Leonor se enterneciera ante la inocencia. Capaz que hasta fuera cierto que de alguna manera viera reflejada su infancia en la de Paola. Pero, si era así, ¿por qué la hacía trabajar tanto, siendo tan niña? ¿Por qué si Benjamín se caía, la culpaban a ella? ¿Si la Damaris estaba mañosa, la tía Vanessa se enojaba con ella? Paola prefería encargarse de los chicos para que no hubiera tanta pelea en la casa. Eso sí que la asustaba.

—Ven, Paola, muéstrale tus notas a la señorita Shirley.

La asistente social apuntó en su reporte: Tres anotaciones positivas. Por cooperadora, por esforzada, por ser responsable con sus materiales de estudio y por sus esmeros en la realización de actividades escolares.

La niña estaba cursando segundo básico y, según el informe, presentaba buen rendimiento escolar, excepto en Lenguaje y Matemática, con promedio 4,4 y 4,6.

Sin embargo, es curioso que la asistente social no haya advertido que el año anterior la chica terminó el primero básico con un 6,6 de promedio, muy superior a la media de su curso. Y ahora, en cambio, sus notas habían bajado.

Pero Shirley especifica, en su informe del 26 de julio de 2010, que en la familia de doña Leonor le entregaban el apoyo y hábitos de estudio para mejorar la situación2.

Por ese tiempo, Paola había comenzado a frecuentar a su familia los sábados y domingos en el centro Manantial, donde estaban internos sus hermanos.

Un día Leonor se quejó con la asistente social: le dijo que los padres de Paola no cumplían los horarios establecidos, y que en dos ocasiones no llegaron a buscarla. Y que por eso ella no envió a la semana siguiente a la niña a encontrarse con sus padres y hermanos.

Fue toda una declaración de guerra entre los Villalobos y los Pacajes Canqui.

Simón partió a la feria a enfrentar a Leonor:

—¡Usted, iñora, me tiene que pasar a la Paola!

Quién sabe qué más le dijo y qué le respondió doña Leo, a quien nadie le levantaba la voz.

Leonor Villalobos no se quedaría de brazos cruzados. Cuando le contó este incidente a la visitadora social, le dijo que después de estos hechos la niña presentó problemas de salud y que por eso dejó de enviarla a los encuentros con su familia.

La directora del Centro Manantial no le creyó. Le pidió un certificado médico para corroborar la inasistencia de la hija de los Pacajes Canqui.

—Paola, cuéntale a la señorita Shirley los problemas que tienes el fin de semana, cuando vas donde tus papás.

Shirley Balcázar informó que la niña le había manifestado que no podía hacer sus tareas los fines de semana, y que sus papás hablaban mal de la “mamita Leo”.

También le dijo que en varias salidas la habían llevado a la casa de la población Juan Pablo II, cuestión que, según la visitadora, a Leonor Villalobos la tenía sumamente preocupada porque sabía que el hombre que había abusado de la hermanastra de Paola vivía casi al lado.

A raíz de ello, la asistente social fue a visitar la vivienda de los Pacajes Canqui. Cuando llegó, encontró a Simón con su hija menor, Mirza, que había sido autorizada por la directora del centro Manantial para estar con su padre ese fin de semana. Mery, le dijo Simón, andaba en Arica realizando trámites. Fue lo que informó de esa visita la asistente social.

También detalló en su reporte que tomaron contacto con Germán Valderrama, el director de la escuela a la que asistía Paola, y que el hombre les contó que los padres habían llegado al colegio a ver a la niña, pero que él no los autorizó. Por ese tiempo, la apoderada era Leonor Villalobos.

Pero, ¿qué movía a Leonor Villalobos? ¿Qué pasaba en su psiquis?

Cuando la sicóloga Carla Zepeda, del Programa de Diagnóstico DAM Copiapó, la entrevistó al comienzo del proceso legal, reparó en que Leonor frenaba sus emociones e impulsos. Su interpretación fue que la mujer mostraba este rasgo “debido al impacto afectivo que le resulta muy intenso, reprimiendo los afectos con el fin de recibir adecuadamente las demandas emocionales del medio”. Concluyó que necesitaba controlarlas con el fin de reaccionar de forma asertiva hacia su medio, “lo cual la lleva a mantener un excesivo control y falta de espontaneidad”.

Al evaluar el lenguaje de la guardadora, la profesional sentenció: “Discurso reflexivo y un lenguaje claro y fluido, evidenciando coherencia durante todo el proceso de evaluación. Muestra afectación emocional al referirse a las situaciones que presentaba Paola, proyectándola a su niñez”.

Paola era una niña inteligente, de acuerdo a los informes que hicieron las sicólogas y según advirtió su madre, Mery. Seguramente se daba cuenta de que la “mamita Leo” se comportaba en forma distinta cuando estaba la sicóloga. Pero si lo pensó, fue un secreto que se llevaría a su tumba. Al menos, la mamita Leo le daba techo y comida… y a veces hasta le compraba regalos.

Cuando tenía pena, quizás, pensaba en su madre, que la había cargado a sus espaldas hasta después que aprendió a caminar. Y tal vez recordaba la risa de su papá Simón. ¿Por qué la habían dejado sola? Eso la confundía y así lo manifestó en sus reuniones terapéuticas.

También echaba de menos a sus hermanos. Pero cuando los iba a visitar al hogar donde estaban viviendo, peleaban, según contaron sus hermanas Mirza y Mariela. “Es que no le gustaba que le hicieran preguntas”, cuenta Mariela. No quería contarles cómo transcurría su vida en la casa de Leonor. Además, se veían tan unidos, y ella se sentía como aparte.

No, la Paola no quería estar sola. Necesitaba arrimarse a alguien que viera fuerte, la guardadora, esa mujer que, a ojos de la señorita Shirley, “contaba con recursos personales y emocionales para satisfacer las necesidades de Paola Pacajes, y que se presentaba como un referente de protección”.

Pero la sicóloga Carla Zepeda alcanzó a advertir un hecho inquietante cuando evaluó a Leonor Villalobos: “En el proceso evolutivo se consigna la obstaculización que presenta la señora Leonor para que la niña mantenga una correcta vinculación con sus hermanos, y su falta de interés porque esta situación mejore”.

Otro dato que le llamó la atención fue que Leonor dijera desconocer información relevante, como el nombre de la madre de Paola, teniendo en cuenta que en su relato dijo comunicarse en varias ocasiones con ella. “(Es) Importante señalar que la evaluada dé una solución al impedimento que presenta para que Paola interactúe con sus hermanos, siendo esto esencial para la mantención de los vínculos familiares de la niña, necesarios de reforzar”3.

El mes de julio fue el último en que la señorita Shirley visitó la casa de Leonor.

Ya comenzaban a asomarse aspectos inquietantes de la situación de Paola con su guardadora, que quedaron al descubierto cuando, a partir de agosto, el PIB Horizonte de Copiapó se hizo cargo de apoyar sicológicamente a la familia Pacajes Canqui, con atenciones personales y visitas domiciliarias.

En agosto, Simón Pacajes volvió a quedar sin trabajo a raíz de un hecho que estremeció al mundo.

CUANDO SE CERRÓ LA MINA SAN JOSÉ

Simón estaba poniendo todo su empeño para recuperar a sus hijos. Juntaba dinero para arreglar su casa, para que cambiara ese aspecto de mediagua que habían cuestionado las funcionarias de la Oficina de Protección de la Infancia, y para darle un mejor vivir a su familia. Tenía un empleo como transportista en la mina San José, a 45 kilómetros de la ciudad de Copiapó, cuando el 5 de agosto de 2010 se produjo el derrumbe que dejó atrapados a 33 mineros, 700 metros bajo tierra.

Inmediatamente se detuvieron las faenas de la mina y durante dos meses y ocho días Copiapó pareció paralizarse en torno a la tragedia. Un drama que golpeó directamente a Simón Pacajes no sólo porque ocurrió en la mina donde trabajaba, sino porque Carlos Mamani, uno de los 33 atrapados, era primo suyo.

Los únicos que ganaron fueron los comerciantes que se instalaron a proveer a la multitud de periodistas que desde todas partes del mundo llegaron a reportear la noticia, incluyendo la cadena de televisión árabe Al Jazeera.

Copiapó se había convertido en el epicentro donde todos miraban, especialmente el Presidente de la República, Sebastián Piñera, que no cesó en buscar todas las ayudas y los apoyos necesarios para salvar a los mineros sepultados en vida.

La madrugada del 13 de octubre de 2010 se produjo el más grande y más exitoso rescate de la historia de la minería a nivel mundial. El momento lo vieron más de mil millones de telespectadores y se convirtió en el evento con mayor cobertura mediática, sólo superado por el funeral de Michael Jackson en 2009 y por la misión del Apolo XI en 1969.

Mery y Simón estaban aún más contentos que casi todos en Chile, porque se había salvado su primo. Pero ese mismo día supieron que la compañía San Esteban, dueña de la ahora famosa mina de oro y cobre, no volvería a funcionar. Nuevamente, el padre de Paola quedaba cesante.

La noche se les vino encima. Los niños seguirían bajo las medidas de protección dispuestas por el tribunal, mientras la situación económica de los padres no repuntara. Mery Canqui partió a Arica a buscar trabajo con la intención de no volver hasta conseguir el dinero suficiente para recuperar a sus hijos. La relación no andaba bien con Simón: ambos se culpaban por la dispersión de la familia.

La audiencia de revisión de la medida quedó fijada para el 10 de noviembre de 2010. Un mes antes, el PIB Horizonte informó al tribunal que habían tomado contacto con Mery en Arica, y que se le sugirió regresar a Copiapó. También entrevistaron a Simón, quien se mostró dispuesto a hacer todo por recuperar a los niños. Por lo mismo, decidió participar en el PIB Horizonte, donde debía asistir a terapia y a sesiones de orientación.

Mery escuchó los consejos del Programa Horizonte y volvió para seguir luchando por sus hijos.

Durante una larga sesión con la asistente social Gladys Ariela Hube, Simón le contó que añoraba ver a su hija, pero que cada vez se le hacía más difícil porque la guardadora de la niña no lo dejaba acercarse.

Precisamente esa tarde, Gladys Hube iría a visitar a Paola. Simón le pidió acompañarla. Le dijo que sólo quería saber cómo estaba su hija, que no quería molestar. A lo mejor podría saludarla.

Cuando llegaron donde Leonor, la mujer los recibió de forma poco gentil.

—¿Está la niña? —preguntó la asistente social.

—Él —respondió Leonor mirando a Simón— no tiene nada que hacer aquí. Y usted no tiene autorización para hacer visitas a mi casa, ni controlarnos.

—Mire, no queremos molestarla, usted está en su casa, pero sí debo ver a la niña.

Gladys Hube debió imponerse. Le pidió a Simón Pacajes que esperara afuera y entró a la casa de Leonor.

—¿Y el resto de la familia? —consultó la asistente social. Cuestión que de inmediato frenó en seco Leonor Villalobos:

—Usted no tiene por qué meterse, su deber es sólo ver a la Paola así que limítese a eso.

Eran las 18:40 horas de ese día de visita, en agosto. Llegó al patio de la casa y vio a Paola con las manos en una batea lavando ropa. La niña llevaba una polera de manga corta y la asistente social recuerda que el atardecer estaba helado. Pero lo que más la inquietó fue que Paola tenía la ropa y los zapatos mojados.

Gladys Hube enfrentó a la cuidadora:

—¿Por qué la niña está lavando ropa? Esa no es una tarea para una menor. Usted tiene que preocuparse de cuidar y proteger a Paola, no pedirle que haga trabajos de adulto.

—Yo le estoy enseñando a hacer tareas de mujeres —rebatió Leonor, abiertamente ofuscada.

La asistente social le preguntó, por qué la niña había faltado a las visitas con su familia en el centro Manantial y a sus actividades en el PIB Horizonte. Leonor Villalobos le contestó que Paola había estado resfriada.

BROTES DE PRIMAVERA

La primavera sacó a flote, ese año 2010, los sentimientos guardados en el alma de Paola. En una conversación con la psicóloga Carolina León, del PIB Horizonte, la niña le confesó que se sentía abandonada por sus padres y que no quería volver con ellos hasta que estuvieran bien.

—¿Qué significa que estén bien, Paola?

—Que tengan una casa segura para nosotros, para que podamos estar con mis hermanos… Mis hermanos no me quieren, pelean conmigo. Mi papá me reta porque me echa la culpa cuando peleo con la Mirza.

—¿No quieres vivir nunca más con tus padres, Paola?

—Sí, pero que no me vuelvan a abandonar…

Todos fueron culpables

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