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Laboratorio de física

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No es una exageración afirmar que es obligatorio describir este espacio dedicado a la ciencia, ya que posee cinco particularidades que lo hacen único respecto del resto del inmueble que ocupa la escuela. En primer lugar, aunque parezca ilógico, es más antiguo que la propia institución, pues entró en funciones desde la creación del Instituto del Señor San José; y en segundo, desde su apertura hasta el presente se encuentra en el mismo sitio: en la pared oriental (la que da a la calle de González Ortega, pero se carga hacia el norte, a la de San Felipe) y en el segundo nivel. Ocupa el espacio de un par de salones amplios y desde él se puede ver al exterior porque cuenta con seis ventanas con sus respectivos balcones.

Una tercera peculiaridad de este espacio es que en su interior hay siete majestuosas vitrinas. Se les puede dar este calificativo no sólo por su tamaño, sino también por el elegante, recio y delicado trabajo de ebanistería en ellas realizado. Por sus dimensiones, tuvieron que ser fabricadas ahí mismo, pues era imposible introducirlas por la puerta de acceso.



El laboratorio de física: un museo en la preparatoria.

La originalidad del mobiliario no se pudo mantener en su totalidad. Los cinco gabinetes sobre los que se trabaja son un producto híbrido ya que su base original es de principios del siglo xx, en la cubierta se utilizó simple aglomerado y los escritorios son de hechura reciente.

También es único el equipo con el cual realiza las prácticas de electricidad, mecánica, óptica y calor su comunidad estudiantil. En ninguna de las preparatorias del Sistema de Educación Media Superior de la Universidad de Guadalajara se cuenta con su Phywe, de manufactura alemana.

Otros instrumentos que guardan las vitrinas —visibles a través de sus vidrios transparentes, tan añejos como ellas mismas—permiten asegurar que se está en un museo científico. En este laboratorio se puede apreciar la colección de aparatos E. Leybold’s Nachfolger, que algún día debieron de presumirse como lo más novedoso en lo referente a la modernidad científica. Entre otros, están: un electroscopio, el anillo de Gravesande, un generador Wimsherst, el aparato de proyección universal, un radiómetro, el prisma óptico, una caldera para transferencia de energía, tubos de descarga de rayos catódicos, una botella de Leyden, un péndulo electrostático, una balanza de torsión, la máquina de Toepler-Holtz, un carrete de Ruhmkorff…



Aparatos del laboratorio de física de finales del siglo XIX.

Pero en toda una centuria se ha repetido la cantaleta de quienes quieren restarle mérito a esta posesión; una y otra y otra vez se repite y remarca que todo esto es herencia de los jesuitas. Quienes esto afirman no mencionan que cuando las “salvajes” tropas revolucionarias ocuparon el inmueble y lo transformaron en cuartel respetaron los salones de laboratorios y lo que en ellos había, como lo externó el coronel de la “horda” constitucionalista Juan Bautista Calderón al rector jesuita, de nombre Gerardo Decorme.

Fue tanto el interés del militar revolucionario por los aparatos científicos que se al respecto se le preguntó al rector del Instituto: “¿Dónde están sus profesores? para que hagan experimentos a mis soldados”.

Esta ocurrencia adquiere otra dimensión cuando se lee lo que María Teresa Mendiola Cueto escribió en la publicación plegable titulada Un legado de la ciencia:

En 1876, James Clerk Maxwell, definía a los scientific apparatus, como “cualquier objeto necesario para realizar un experimento. El instrumento científico puede ser empleado para la producción de un fenómeno particular, la eliminación de los efectos de agentes externos al proceso estudiado o la regulación de las condiciones físicas de un fenómeno”.

El laboratorio de física, ya como parte de la Preparatoria de Jalisco, al ser reorganizado después de la ocupación revolucionaria por los sabios científicos —por encima de su investidura sacerdotal— José María Arreola Mendoza y Severo Díaz Galindo, ha tenido hasta el día de hoy como sus encargados, además de ellos y en ese orden, a Ernesto Venegas Serratos, Víctor Yamaguchi Izdumi y Martín Gerardo Herrera Sandoval.

Pedro Vargas Ávalos fue contundente al considerar al par sacerdotes como “notables pilares” de la Sociedad de Geografía y Estadística de Jalisco. Otro integrante de la referida institución lo fue desde 1938, año en que ingresó, Ernesto Venegas Serratos. Sobre él escribió Aurelio Cortés Díaz en 1988:

…la clase la ilustraba don Severo con una de sus prácticas, y para esto, le decía a su preparador… “A ver, Corcobilla… sácate el aparatejo” …Corcobilla, cuando yo entré a esta materia, usaba una barba cuadrada y hubiera jurado que era ruso… supe su nombre, cuando una vez por órdenes del “Pater” fui… Sr. Corcobilla… dice don Severo que me ponga dos… lo que con voz de trueno me confesó… yo no soy Corcobilla, me llamo Ernesto Venegas Serratos… a lo que todo aturdido dije… Sí, señor Corcobilla… perdóneme.

Con el paso del tiempo se le cambió este sobrenombre, entre otros, por los de Sabio o El compañero tres pelos.

Logro extra —y de manera inmejorable para homenajear a Severo Díaz Galindo— fue que por iniciativa de este laboratorio se gestó, recién iniciado el tercer milenio, un taller de astronomía para su propia comunidad.

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