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Arquitectura

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El edificio de que me ocupo es antiquísimo, de muy mala construcción y seguramente que no está bien cimentado… Salvador Mota Velasco Avalúo pericial de 1904

Sólo algunos atrevidos aseguran que el edificio que ocupa la Escuela Preparatoria de Jalisco no es bello; que no es armonioso su acopio de estilos y esto demerita al conjunto; que no es rico en su arquitectura y por eso no destaca entre los inmuebles que conforman el patrimonio construido de la Universidad de Guadalajara. Pues bien, estos pocos atrevidos parecen haber logrado hacer que prácticamente parezca inexistente, aunque no del todo gracias a su terca y soberbia presencia de más de dos siglos.

Su valía como obra arquitectónica ha sido minimizada y olvidada por historiadores y literatos, tal vez debido a que está rodeado de joyas reconocidas, como el templo de la Asunción o de San Felipe al poniente, la portentosa fachada del templo de Santa Mónica al oriente, el templo de San Diego de Alcalá al norte y el de la inmuculada o de las capuchinas al sur. Además, los arquitectos se han vuelto elitistas en su afán de divulgar la riqueza de los viejos inmuebles de la ciudad; el lector común no comprende lo que dicen y se han reducido al mínimo los textos de divulgación, escritos sin tecnicismos. Esto hace que los edificios descritos parezcan extraordinarios, y que los ignorados no tienen ningún valor. Sin embargo, aun así hay quienes consideran que el edificio de la escuela es uno de los más destacados de Guadalajara.

Su construcción fue autorizada por el rey Fernando vi el 25 de octubre de 1751, pero se inició en 1752. Primero se comenzó a construir el convento o casa provincial de la Congregación del Oratorio, en la parte sur del edificio actual, y al año siguiente se iniciaron las obras de lo que sería el templo consagrado a la Asunción de María, el cual se terminó de erigir en 1804. Su realizador fue un alarife nativo de Guadalajara llamado Pedro Ciprés, quien también intervino en la construcción del Hospicio Cabañas.

De lo que es el conjunto arquitectónico actual, originalmente sólo se construyeron el templo y el convento para varones. Todos los demás anexos, especialmente los que dan a las calles Reforma y González Ortega, son posteriores.


Fotografía de Manuel de la Mora del Castillo Negrete.

El responsable de la versión actual del edificio fue Manuel de la Mora y del Castillo Negrete, destacado arquitecto e ingeniero de finales del siglo xix e inicios del xx. Este personaje —un perfecto desconocido para los tapatíos— estudió en el Liceo de Varones, y continuó sus estudios en las universidades de Pensilvania y Boston, Estados Unidos. Cuando retornó a Guadalajara se desempeñó como profesor, constructor y divulgador de la ciencia.

Entre otras obras construidas por él en Guadalajara se cuentan el majestuoso depósito de tranvías localizado en la calzada Independencia sur donde se encuentran actualmente las instalaciones del diario El Occidental; el hotel San Francisco, en la esquina de las calles Colón y Prisciliano Sánchez, y el edificio Mosler, en la avenida 16 de septiembre. Todas ellas ya fueron demolidas.

Compartió sus conocimientos e ideas mediante colaboraciones para el Boletín de la Escuela de Ingenieros de Guadalajara y en las aulas de la nueva Escuela Libre de Ingenieros.

Para valorar con justicia los méritos acumulados por el edificio de la Preparatoria de Jalisco durante más de doscientos no se necesita leer textos incomprensibles de especialistas, basta observarlo con detenimiento. No es necesario el análisis minucioso de sus detalles técnicos.

Lo más cómodo para observar el edificio con amplitud visual —facilitada por el espacio abierto de la plazuela Agustín Rivera— es pararse frente a su fachada de González Ortega, que por más de medio siglo ha sido conocida como la principal, pero que no es la original. De sus tres fachadas, es la de mayor longitud, de la calle Reforma a la de San Felipe.


Antiguo pasillo principal del segundo piso.

El edificio es de tres pisos, y cada uno de ellos tiene en sus muros texturas que difieren entre ellas. Así, la planta baja está decorada con almohadillas, lo que se conoce como almohadillado; el piso de en medio tiene labrados una decena de canales en forma horizontal, un tipo de decoración que se llama estriado, y el de arriba es liso. Esta distribución de texturas es similar en las otras dos fachadas.

La planta baja y la de en medio tienen trece módulos (partes, divisiones…), pero con diferencias significativas entre ambos. En el centro del primer piso está el ingreso principal —número oficial, 225—, con un sobrio pero bien trabajado arco de medio punto. Encima se encuentra, pintado en negro, el famoso apotegma de Benito Juárez García: El respeto al derecho ajeno es la paz. Cada uno de los otros doce módulos tiene un arco del mismo estilo. De acuerdo con la moda porfiriana ecléctico-renacentista, están enmarcados con cantera gris de esta zona.

Los marcos dan cabida a bellos ventanales, partidos con un par de elementos verticales para dividir la luz, de ahí su nombre de parteluz. Éstos descansan sobre un zócalo o basamento que mide una tercera parte del hueco o vano de la pared que cubre la ventana. Cada uno tiene un esbelto pedestal en relieve como elemento decorativo. En estas ventanas destacan, además, los trabajos realizados en madera, herrería y, en el pasado, vidriería.


Sus ventanas conjuntan diversos elementos decorativos.

Desde el inicio de la calle Reforma hasta la de San Felipe, entre una ventana y otra, sobresalen ligeramente de la pared elementos que parecen columnas rectangulares, llamadas por los arquitectos pilastras. La composición de estas 14 pilastras es la ordinaria: una base decorada, llamada pedestal; el fuste, que es el cuerpo de una columna, que en este caso es tableteado, y la parte superior o capitel, que también es una pieza ornamentada o moldura.


Se observa la elegancia en la diversidad del estilo de sus ventanas.

Los ventanales del segundo piso se diferencian porque son rectangulares, y cada uno de ellos cuenta con un balcón de manufactura sencilla en la herrería de su barandal. Arriba de la puerta principal hay una ventana más ancha, pero dividida en dos; sumadas éstas a las seis que se encuentran a cada costado, dan en total 14, todas ellas con marco de cantera. Como en el piso de abajo, las 14 pilastras ranuradas son parte de su decoración.

En los extremos del tercer piso hay algo parecido a un torreón; su extensión a ambos lados de las esquinas que forma es igual a la de un módulo. Tienen una ventana casi cuadrada dividida por un parteluz. En su parte baja se encuentra una pilastra a cada lado. En este nivel se lee claramente el rótulo escuela preparatoria de jalisco, en letras grandes hechas por un herrero. Y remata su mitad un asta bandera.

La fachada sur del edificio, la que da a la calle San Felipe, es la original. Durante decenas de años se ingresó por este costado al edificio; después se le transformó en una ventana más. Actualmente ha vuelto a desempeñar la que fue su función primaria.

Para describir toda esta parte se podría recurrir a la descripción de la fachada anterior, dadas las similitudes entre ambas; por ello sólo se menciona lo que tienen de diferente. Una particularidad es que tiene menor longitud, por lo que el número de módulos es también menor, en este caso de nueve, cada uno con 7.30 metros de extensión. Además, el ala sur tiene íntegros los tres pisos.

La construcción del segundo nivel se realizó durante los años cuarenta del siglo xix, pero sólo en su primitivo extremo surponiente. Cuando el edificio estuvo en posesión de los jesuitas, como parte de su acondicionamiento en 1908, se trabajó hasta su conclusión total.


Entrada original del Instituto del Señor San José. También lo fue de la preparatoria.

Los cuerpos de las pilastras del tercer nivel no tienen decoración alguna, están lisos, y las ventanas son iguales a las de los torreones que se pueden ver desde la calle González Ortega.


Alzado sur del edificio, calle San Felipe.

Como particularidades, tiene un alto pretil que remata el edificio, con orificios ovalados que parecen pequeñas columnas formando una balaustrada. Sus pilastras están coronadas por adornos esféricos esculpidos en el remate. En esta fachada destaca el prácticamente “invisible” tímpano —espacio de forma triangular en el frente de la edificación— localizado en su centro; en lo alto tiene un asta bandera que no se puede utilizar.


Alzado norte, calle Reforma.

La fachada norte, de la calle Reforma, es muy especial entre otras cosas porque muestra dos estilos casi totalmente diferentes, lo que rompe la armonía estética que manifiesta el resto del edificio. Es la de menor longitud de las tres, aunque es casi tan larga como la de San Felipe.

En los tres niveles, su mitad suroriente es casi idéntica a la fachada norteña por sus ventanas, pilastras, textura y otros elementos. La otra mitad de la fachada limitaba el espacio de lo que fue hasta antes de 1908 la huerta y el patio para los servicios. A partir de este año se construyeron ahí aulas con ventanas que casi en nada corresponden al proyecto original del edificio; y otra diferencia está en que la textura de sus muros es lisa en todos los niveles.

Actualmente se observan en la planta baja nueve ventanas. La quinta de ellas, en ambos sentidos, originalmente fue otro ingreso al edificio, por el que se entró de 1992 a 1926 a la escuela Anexa y a la Normal para Varones, y más recientemente, de 1934 a 1960, a la Escuela Secundaria para Varones, pero fue clausurada y cuando éstos desalojaron el edificio se convirtió en parte de la Preparatoria de Jalisco. Sólo quedó, como recuerdo de su presencia, un letrero en tinta negra con el nombre de su plantel.


Ingreso a la “perrera”.

El interior del edificio es una gran planta con una superficie de 4,249 metros cuadrados, cruzada por varios largos corredores que hacen frontera con alguna pared en uno de sus dos lados, y que sostienen otros pisos con columnas o pilares. A esto se le llama galerías. Con sus cruces, dieron origen a tres bellos claustros, que son espacios cubiertos en torno a un patio, separados de él por columnas o arcos.

El inmueble cuenta con cuatro patios construidos en épocas diferentes, conforme fue realizándose la fábrica. Desde sus orígenes, tres de ellos tienen la función de comunicar a sus usuarios por medio de pasillos perimetrales para llegar a las diversas áreas; el cuarto tuvo la función recreativa y deportiva hasta que los jesuitas salieron del edificio.

El más antiguo de los patios data del tiempo en que se concluyó el colegio fundado por los religiosos filipenses. Algunos suelen nombrarlo “patio plateresco”. Su origen es típicamente hispánico ya que este estilo se desarrolló durante el transcurso del siglo xvi, y se le podría definir simplemente como una mezcla de las arquitecturas gótica, mudéjar y renacentista. Técnicamente, se le reconoce más su carácter decorativo que por el estructural.

Este patio es el más amplio de la escuela. Cada uno de sus cuatro lados tiene una extensión de 22 metros, está rodeado por corredores de cuatro metros de ancho y cuenta con ocho columnas de tipo toscano — se identifican por la simplicidad de su diseño— que sostienen siete arcos de medio punto.


Pasillo del que fuera el claustro principal.

Desde hace algunos años comúnmente se le identifica como el “patio cívico”. Otros cambios significativos quedaron en memorias y recuerdos más recientes: el de las lozas de su piso, el retiro de la vieja fuente y la prohibición de utilizarlo para jugar basquetbol y volibol, aunque contaba con los aros, la delimitación de las canchas y hoyos para colocar los postes de la red.


La herencia árabe a través de su arcada.

Con el paso del tiempo fue concluido el que en un principio fue conocido como “patio mudéjar”, al que hace años se le cambió el nombre por el de “patio de ingreso”. El primer nombre se debe a la influencia del estilo arquitectónico que se desarrolló en la península ibérica entre los siglos xii y xvi, caracterizado entre otras cosas por su técnica con marcadas connotaciones musulmanas.


Pasillo que conduce a la dirección.

Es de forma rectangular. Sus corredores orientados de sur a norte tienen una longitud de 21 metros y de ellos se desplazan ocho columnas en cada planta, todas ellas decoradas octagonalmente. Estas columnas soportan curiosos arcos de tipo conopial o flamígero, pues su forma apunta hacia arriba como si fuera una flama. El otro par de corredores, orientados de oriente a poniente, son más cortos, de sólo 10.60 metros, y dos arcos tienen las mismas características que los anteriores. Las columnas sostienen las bóvedas planas del claustro de la parte sureste del edificio.

Las transformaciones más recientes se hicieron en 2008. Al querer cambiar el piso y poner en su lugar un jardín, por ignorancia respecto a las edificaciones antiguas, se calculó mal su peso y se hundió; para aligerarlo sólo se le construyeron seis jardineras de formas caprichosas y una fuente decorada con azulejos, muy a tono con los colores del claustro, lo que les da una vista muy peculiar que evoca a la España musulmana.

En la parte nororiente se encuentra el llamado “patio romántico” por su estilo arquitectónico, pero al que desde hace algunos años se le identifica como el “segundo patio”. Es de forma casi cuadrada —mide 11.20 por 10.50 metros cuadrados— y tiene un par de hileras de cinco columnas en dirección oriente-poniente y otras dos de norte a sur. Están sostenidas en el piso por un elemento cuadrado que se denomina plinto, sobre el cual se encuentran una base octagonal y un cuerpo cilíndrico o fuste rematado en un capitel también de ocho lados. Estas columnas sostienen a su vez tres arcos de medio punto en un lado y cuatro en el otro.


Su belleza radica en la sencillez de sus columnas y arcos.

Como en el caso anterior, se pretendió convertirlo en jardín, con los mismos resultados. Por ello se decidió tapar las jardineras con material no muy ecológico, pero se le dejó la fuente.

El patito feo de los patios es este último espacio abierto, al que recientemente se le dio el nombre de patio de usos múltiples. Esto, que parece sarcasmo, tiene como fundamento su humilde pasado: originalmente fue la huerta que abastecía a los filipenses, quienes vivieron entre sus paredes.

Sus funciones aumentaron de acuerdo con las necesidades de sus moradores e instalaciones: baños en todo el sentido de la palabra, bodegas, caballerizas, zona de juegos… Esto y más hasta la segunda mitad del siglo pasado, cuando se hizo la integración de criterios compositivos conforme al funcionalismo arquitectónico. A raíz de esto resaltó lo que ya se conocía bien: la discordancia del patio con respecto al conjunto del edificio.


A pesar de los recientes agregados, el edificio no está demeritado.

Y cómo no iba a ser de esta manera si, por ejemplo, siempre ha carecido de pasillos perimetrales y sólo se podía acceder por el baño de alumnos del lado poniente, acceso recientemente clausurado, y por dos pasillos. Pero el único que aún funciona como tal es el del extremo sur, ya que el del norte fue clausurado en 2012 para instalar un elevador de servicios.

A últimas fechas se ha utilizado este patio como espacio recreativo y para actividades deportivas.


Lo que no ha tenido de estético, lo ha tenido de útil.

La descripción de cada uno de los tres claustros del edificio no puede ser muy detallada. Lo mejor es referir algunos aspectos específicos de ellos.


Los arcos esbeltos y siempre en pares.

Además de la vistosa y característica arquería ya descrita, existen arcos pareados —llamados así porque se encuentran en pares— en el segundo piso del “patio romántico”. A diferencia de los demás, éstos son de poca luz, es decir, de no mucha anchura. Las esbeltas columnas que los sostienen terminan en curiosos capiteles en forma de tulipán.

También hay arcos peraltados —semicirculares pero más achatados que los de medio punto— inspirados en la arquitectura románica. Se encuentran en la planta baja, en el ingreso al edificio por su costado oriente y en el corredor localizado al fondo, que da a la calle San Felipe.

De la arquitectura gótica se tomó la idea de los arcos ojivales que enmarcan los vanos de algunas puertas y ventanas. Los de este tipo se combinan con arcos de medio punto en el piso superior del claustro del “patio mudéjar”; en los extremos norte y sur son tres, y uno más en cada uno de los extremos oriente y poniente. Ahí están los arcos de medio punto divididos en su mitad por un parteluz que no llega al punto más alto del arco, sino que se abre para formar dos vanos ojivales.


Ejemplo de su arquitectura gótica.

El edificio cuenta con tres escaleras, que conectan sus tres niveles. Una está en el extremo norte del corredor oriental, correspondiente a la esquina de González Ortega y Reforma, y otra en el fondo del corredor central o ingreso principal, así como en el lado norte. Esta última es la más antigua, ya que se construyó en la primera época del edificio y conducía de la huerta a la azotea.


Descanso de la escalera imperial.

La escalera principal se localiza en el corredor del antiguo acceso al inmueble. Sirve para comunicar el primero con el segundo piso del claustro principal. Inicia con una amplia rampa, y cuando llega al punto medio entre los pisos —el descanso— esta plataforma se divide en dos rampas que desembocan en el corredor de la planta alta. Por esta característica suele llamársele escalera imperial. Son acompañadas por pasamanos de rico trabajo de ebanistería y de herrería.


El toque de elegancia lo da el trabajo sobre madera y herrería.

En las paredes que forman el cubo de esta escalera se encuentra la pintura mural Universidad y educación popular, protegida de la intemperie por una cúpula de acrílico transparente.

Se dice que los muros fueron hechos con materiales de la región —adobe, piedras y arena— y su anchura es de 80 y 100 centímetros. En sus paredes se utilizó el ladrillo, y su espesor varía entre 50 y 70 centímetros. Los muros corresponden al primer nivel, las paredes al segundo.

Existió una capilla entre los claustros del lado oriente, cuya entrada era un corredor que desembocaba en la calle Reforma y fue tapiado en 1960. Sólo quedaron de ella, luego de su destrucción en 1914, los óculos de la parte superior de sus altos muros.

Según Guillermo R. Enciso, la preparatoria contaba en 1994 con: 32 aulas, tres laboratorios, dos bibliotecas, dirección, área administrativa, auditorio con aforo para 280 personas, taller, intendencia y ocho sanitarios. Todo esto en un total de 7,008.50 metros cuadrados de construcción. Desde luego, esta cifra ha cambiado con el paso del tiempo, así como su distribución; actualmente existen: dirección, secretaría, área administrativa, oficialía mayor, coordinación académica, colegio departamental, contabilidad, aula magna, biblioteca, tres laboratorios, archivo, 30 aulas, sala de consejo, sala de lectura, sala de listas, sala de maestros, dos salas de cómputo, módulo del sistema integral de informática y administración universitaria, radio y televisión, delegación sindical, comedor para trabajadores, robótica, seguridad, dos bodegas, intendencia, dos baños para profesores y cinco para alumnos, elevador, taller de mantenimiento, departamento de servicios educativos y orientación educativa.

Entre más cosas quedan otros detalles –mismos que regodean a los arquitectos- como pueden ser los medallones cuadrifoliados que se ven desde el “patio mudéjar”; capiteles; cornisas; las jambas de puertas y ventanas; triglifos; metopas; y otros tiquis miquis más.

Aun con todo lo expuesto hasta aquí, hay quienes no reconocen que en el edificio de la Escuela Preparatoria de Jalisco se sintetiza, en convivencia armónica, toda la historia de la arquitectura desarrollada en Guadalajara desde la Colonia hasta el presente. Más aún, se advierten, como se vio, características de la arquitectura del resto del mundo y de los tiempos más diversos (Románica, Gótica, Renacentista, Romántica, Barroca, Funcionalista) que nos hace sencillo identificar su estilo: Ecléctico.


Alzados del “gallinero” o tercer nivel y de los niveles segundo y primero.

Escuela preparatoria de Jalisco

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