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Capítulo 1

La innovación en agrociencias

Germán Afanador Téllez*

Resumen

LA INVESTIGACIÓN CLÁSICA EN AGRICULTURA tiende a ser disciplinaria, a pesar de que las sociedades rural y urbana esperan que tenga un carácter transdisciplinario con una interacción dinámica y proactiva entre el sector de la producción, la academia y los hacedores de política sectorial. Así, la agricultura en Colombia requiere del diseño y desarrollo de un modelo de estudios de doctorado multidimensional y de una integración de visiones económicas, ambientales y sociales. En este documento se analizan los fundamentos de las agrociencias y de los procesos de innovación derivados de un modelo educativo que integra disciplinas dispersas para producir conocimiento científico y promocionar una nueva cultura de la agricultura desde la ciencia, la filosofía y la religión. Las inversiones en investigación básica y aplicada no solo contribuyen al desarrollo de invenciones basadas en la ciencia, sino también a la promoción del talento para el emprendimiento, prerrequisito fundamental para converger en una innovación comercial con una nueva visión en materia de eficiencia ambiental y justicia social. Ante esto, el modelo de agrociencias se orienta hacia valores agregados relacionados con la seguridad alimentaria y la conformación de una estructura de servicios para la producción primaria y la agroindustria. El enfoque transdisciplinario del modelo estimula elementos de innovación en el ordenamiento de agroecosistemas y de sus propiedades en materia de productividad, estabilidad, resiliencia y equidad. Así, la innovación social se aborda desde el valor agregado compartido y las necesidades de investigación y transferencia de tecnología para mercados de bajos ingresos.

Palabras clave: educación ambiental, innovación educativa, agricultura orgánica.

Introducción

Una pregunta que siempre se hace desde la academia está relacionada con los procesos de investigación y desarrollo tecnológico: ¿cuál es su contribución estratégica a las aplicaciones prácticas en la agricultura? En este sentido, por tradición, la investigación clásica tiende a ser disciplinaria, pero las respuestas que esperan las sociedades rural y urbana en la agricultura tienen un carácter transdisciplinario; además, están asociadas con el diseño y desarrollo de un modelo de investigación y transferencia de tecnología que requiere de una gestión científica y tecnológica orientada hacia una interacción dinámica, proactiva, entre el sector de la producción, la academia y los hacedores de política sectorial.

El modelo se fundamenta en la promoción del desarrollo sostenible desde tres dimensiones: lo social, lo económico y lo ecológico, en un contexto de producción que implica la integración sistémica de la agricultura con los recursos naturales (Leeuwis et al., 2006; Smeets, 2011). En consecuencia, la sostenibilidad de ambos factores en un entorno específico de producción comprende el análisis del estado de su manejo y desempeño en el espacio-tiempo, a través de cuatro propiedades esenciales: productividad, estabilidad, resiliencia y equidad (Scheffer et al., 2001).

Durante las últimas tres décadas, a la agricultura, en específico, a la agricultura animal, se le ha atribuido un profundo crecimiento y desarrollo tanto en producción como en productividad, lo cual ha sido posible a partir del continuo esfuerzo de innovación realizado por diferentes grupos de investigación de las universidades públicas y privadas, y por el sector productivo (Van Latesteijn, 1998); sin embargo, la mayoría de los crecimientos sectoriales ha producido efectos negativos en el ambiente físico-social, ante la presión de una demanda continua y creciente por alimentos, y la disponibilidad a escala de otros bienes o servicios sectoriales.

De esta manera, uno de los retos para la educación clásica universitaria en agricultura es considerar nuevas y emergentes tecnologías en la formación tradicional para aportar al desarrollo de una agricultura sostenible, en el marco de una gran diversidad de situaciones socioeconómicas y ambientales, la cual, según Richard Smalley, Premio Nobel de Química 1996, abarca: energía, agua, alimentos, ambiente, pobreza, terrorismo, guerra, enfermedad, educación, democracia y crecimiento poblacional (Smalley-Curl Institute, 2008). Así, las problemáticas son dinámicas, complejas de definir en conjunto y, a menudo, mal entendidas o ambiguas, por tanto, se prestan a interpretaciones conflictivas.

Una problemática que merece atención estratégica es la extrema pobreza que aflige al planeta, la cual requiere de una nueva visión desde la academia, sector que tiene el desafío de contribuir a la solución de inconvenientes estructurales que, en particular, afectan al sector rural. En la actualidad, se estima que cuatro billones de personas —alrededor del 44 % de la población global— viven con ingresos per cápita menores de dos dólares; los modelos de negocio las referencian como un mercado de bajos ingresos (Prahalad, 2004).

La pobreza es la debilidad del mundo. Se expresa con la carencia de todos o algunos de los elementos que favorecen el bienestar humano, los cuales dependen de un suficiente ingreso para obtener una provisión de alimentos adecuada y una vivienda apropiada para la familia; pero también intervienen otras dimensiones: la salud, la seguridad, la aceptación social, el acceso a las oportunidades, la capacidad para decidir con libertad (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD, 2008). En este sentido, una lectura más integral e innovadora de la pobreza debe abordar a las comunidades rurales pobres desde el punto de vista del asistencialismo tradicional y desde su consideración a modo de un núcleo fundamental de la población humana, como un mercado blanco proveedor y consumidor de productos específicos o servicios (Michelini, 2006).

Cada día, la ciencia se divide más en disciplinas especializadas, por tanto, lo más importante para el investigador es alcanzar principios unificadores que ayuden a entender no solo el comportamiento de las partes individuales de un sistema, sino también de su conjunto, es decir, de las partituras individuales de las piezas que lo componen. Esta orquestación revela que la meta no es entender el comportamiento de las cosas: es establecer su composición y cómo estas trabajan de forma integral, a manera de un todo.

En el caso de la agricultura, la ciencia sistémica adquiere un alto grado de complejidad, dadas sus propiedades naturales. Su aplicación en condiciones prácticas debe cubrir todos los componentes de la cadena de valor, independientemente de su tamaño o naturaleza (Porter, 1985). Se pretende, entonces, establecer un lenguaje general, mediante el cual varias áreas disciplinarias se comuniquen de manera transdisciplinaria (Palmer et al., 2007).

La transdisciplina es un principio científico reflexivo e integrador, impulsado por métodos que apuntan a la solución o transición de problemas sociales y científicos relacionados, por medio de la diferenciación e integración del conocimiento, a partir de diversos cuerpos de la ciencia y la sociedad (Bergmann et al., 2005).

Ante esto, el involucrar actores externos a la academia en el proceso de desarrollo científico, tecnológico e innovativo en agricultura integra mejor el conocimiento disponible, reconcilia valores o preferencias y crea una mayor apropiación de los problemas y las opciones de solución (Lang et al., 2012). En este sentido, además de la transdisciplina, existen otros enfoques de investigación, como los basados en el manejo de los recursos naturales en el ámbito comunitario y en procesos interactivos o participativos de investigación, que sugieren mecanismos más apropiados, dirigidos a cubrir los requerimientos para resolver problemas del mundo real y alcanzar metas de sostenibilidad sectorial.

Con base en lo expuesto, en este documento se analizan los fundamentos de las agrociencias y de los procesos de innovación derivados de este modelo educativo, el cual integra disciplinas dispersas para producir conocimiento científico y promocionar una nueva cultura de la agricultura en Colombia desde la ciencia, la filosofía y la religión.

Fundamentos conceptuales del modelo de agrociencias

El análisis de la evaluación de los estudios de doctorado en los Estados Unidos reconoce que la escolaridad e investigación en campos interdisciplinarios han crecido de modo significativo en la última década. Uno de esos trabajos tiene un carácter multidisciplinario, lo cual expone que la investigación con este enfoque reúne a académicos de diferentes campos para que trabajen en un problema común; en contraste con la investigación interdisciplinaria, que ocurre cuando los campos se cambian para incorporar perspectivas de otra área.

En este análisis sobresalen las ciencias de la vida, en las cuales se inscribe la agricultura, dado que se considera que las aplicaciones prácticas del sector focalizan la investigación en procesos biológicos básicos de manera separada, independiente de otras disciplinas biológicas tradicionales (Ostriker y Kuh, 2003). Al respecto, Palmer et al. (2007) abogan por un modelo educativo transdisciplinario que incluye un pensamiento de jerarquía superior, el cual trasciende las fronteras de la disciplina y la generación de conocimientos y nuevas resoluciones no disponibles en entornos multidisciplinarios e interdisciplinarios.

El desarrollo y crecimiento sostenible de la agricultura en un país megadiverso como Colombia requiere del diseño e implementación de este tipo de modelo con un carácter multidimensional y una integración local de visiones económicas, ambientales y sociales en la producción no solo de alimentos tradicionales, sino de aquellos con características funcionales agregadas. El modelo lo soporta una estructura de servicios académicos a la producción primaria y a procesos agroindustriales, los cuales, en conjunto, deben producir un menor impacto sobre los valores ambientales y sociales de un territorio en particular.

En este contexto, diferentes tipos de ciencias que cubren un amplio rango de disciplinas se tienen que integrar para configurar en lo local un marco orientador que dé respuestas a algunos de los retos complejos prioritarios que tiene la agricultura: el uso eficiente del agua, la resistencia de los cultivos y los animales a los pesticidas, la reducción de las pérdidas de poscosecha, el mejoramiento de la logística de las cadenas de producción y la configuración de formas más sostenibles de producción (Beddington, 2010).

Así, el modelo educativo de agrociencias interioriza estos desafíos y despliega un enfoque transdisciplinario que trasciende los límites de las disciplinas tradicionales adscritas a la agricultura con un nuevo conocimiento, cuyos resultados prácticos sobrepasan los ambientes multidisciplinarios e interdisciplinarios. La especialización y creación de conocimiento en agrociencias se realizan en un entorno de altas restricciones para el desarrollo de procesos interactivos que fomenten diferentes tipos de innovación; en consecuencia, se requiere de otras formas de trabajo académico, en las cuales el saber de todos los participantes se use de un modo novedoso y diversas disciplinas o experiencias se conjuguen con creatividad para forjar pensamientos e ideas. A este nuevo papel de la ciencia y la sociedad, orientado a desplegar procesos de innovación, Johansson (2004) lo denomina intersección.

Las agrociencias realizan esta intersección mediante una integración de la agricultura en el marco de una visión futurista de la investigación, el desarrollo tecnológico, la producción primaria y la transformación. Esta integración cubre fundamentalmente la oferta global de alimentos, a través de distintas cadenas de producción, pero con un mayor énfasis en el sector primario y en los procesos de planificación y protocolos de manejo y control para la toma de decisiones de carácter funcional en el ámbito de la unidad de producción “finca” y de su nicho de mercado. Desde lo conceptual, la integración de la agricultura se relaciona con la coordinación de las actividades estructurales y funcionales en una tipología de sistema de producción en particular. Esto conlleva la coordinación de decisiones por parte de diferentes actores en los aspectos estratégico, táctico y operacional.

El análisis de las cadenas de producción en agrociencias con diferentes tipologías de actores involucra niveles graduales de eficiencia y responsabilidad, en concordancia con las expectativas de los consumidores frente a un producto. En este escenario se combinan factores intrínsecos del producto con factores tecnológicos que conducen a cambios estructurales en el sector primario de la producción en su relación con la sociedad.

Se plantea, entonces, pasar de una agricultura orientada hacia el producto a una enfocada al servicio. Esto con el desarrollo de interacciones entre diferentes constituyentes de la cadena de valor y con grandes retos para el futuro, que incluyen: soluciones de ciclos de vida cortos, mercados más dinámicos y competitivos, alimentos especializados que integran la composición nutricional del producto con su expresión funcional y la evaluación de diferentes niveles de compensación con la sostenibilidad y valoración de los impactos socioambientales de las cadenas de producción (Vermeir y Verbeke, 2006). La respuesta a estos desafíos anticipa futuras regulaciones del producto en lo que respecta al consumidor.

Fundamentos de la innovación

Una invención es el resultado de un proceso de alta creatividad con productos que van más allá del conocimiento actual; así, está constituida por una idea inicial que puede requerir una posterior colaboración, un desarrollo o un análisis para evaluar su potencial verdadero, lo que se convierte en un insumo para crear innovaciones asociadas a un paradigma, como el de la agricultura sostenible (Elkington, 1999; Leeuwis et al., 2006; Beddington, 2010). En este sentido, la innovación hace referencia a la entrada en un mercado específico de una nueva ciencia o de un producto basado en la tecnología.

La transición de la invención a la innovación es en extremo compleja; además, está poco documentada y poco estudiada. Su distribución geográfica se concentra en regiones donde la inversión en investigación y desarrollo tecnológico es alta, y existen redes con capital de riesgo, una infraestructura complementaria y fuertes enlaces estratégicos universidad-industria (Schot y Geels, 2008).

Por lo general, estos procesos se inspiran en una política estatal, local y regional, soportada con la creación de las redes y un ambiente adecuado para el éxito de los emprendimientos. El flujo de recursos financieros a determinados mercados y áreas geográficas lo definen los retornos económicos proyectados para estas inversiones. Al respecto, Arrow (1988) plantea que, por definición, las innovaciones son uno de los componentes que, como mínimo, se deben analizar en una economía, por el hecho de que constituyen el factor más importante de contribución al crecimiento per cápita local, de una región o un país. Las inversiones en investigación básica y aplicada no solo aportan al desarrollo de invenciones basadas en la ciencia, sino también a la promoción del talento para el emprendimiento, prerrequisito fundamental para converger en una innovación comercial.

Entonces, la innovación se concibe a modo de una nueva forma de hacer las cosas, de saber cómo se comercializa una invención o cómo las ideas se convierten en dinero en efectivo con profundos cambios incrementales y mejoramientos en la producción, pero considerando aspectos ambientales y sociales (Porter, 1998). En particular, la vinculación de factores ambientales y sociales requiere de una nueva visión en materia de diseño, evaluación y posicionamiento de la innovación, es decir, si bien debe contribuir a generar dinero en efectivo, también se debe enmarcar en una eficiencia ambiental y de justicia social (Elkington, 1999).

Con frecuencia, la innovación se reconoce por su papel central en la creación de valor y en el sostenimiento de una ventaja competitiva. Zahra y Covin (1994) la describen como la “sangre” de la sobrevivencia y el crecimiento corporativo; para Thompson (1965), es la generación, aceptación e implementación de nuevos procesos, ideas, productos o servicios.

La innovación hace referencia a la aplicación práctica y la comercialización de ideas o invenciones. La ecuación de la innovación tiene tres componentes: concepción teórica, invención técnica y explotación comercial (Trott, 2008). Así, la innovación ha sido definida de modo simple como nuevas ideas para el trabajo (Mungan, 2015). Con esta última definición surge la innovación social, entendida como nuevas ideas para el trabajo orientado hacia alcanzar metas sociales, con lo que se convierte en el vehículo que crea cambios sociales relacionados con una mejor calidad de vida y el desarrollo de soluciones y enfoques para varios problemas de la sociedad.

Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE, 2010), la innovación social no se define por la introducción de nuevos tipos de producción ni por la explotación de los mercados, sino que incluye nuevas necesidades cubiertas por los mercados tradicionales, la creación de mercados y la concepción de formas más satisfactorias de darle a la gente un lugar o papel en la cadena de producción.

La prosperidad económica, la calidad del ambiente y la justicia social deben ir de la mano en cualquier proceso de innovación; sin embargo, por lo general, la métrica de cada uno de sus componentes y su integración revela que se encuentran en un proceso de continua evolución en términos del control social, de los indicadores de comportamiento, de la auditoría tecnológica y de la evaluación de su eficiencia, mediante procesos de benchmarking. Elkington (1999) plantea cuatro escenarios para la integración:

1 Estable: la sociedad depende de la economía y esta, a su vez, del ecosistema global, donde la salud es el fin esencial y primario del proceso, es decir, el resultado final.

2 No estable: existen flujos de materia y energía inconstantes, debido a presiones, ciclos y conflictos sociales, políticos, económicos, ambientales.

3 De placa continental: los movimientos se realizan de modo independiente. La gente olvida su dependencia de la creación de riqueza y la mayoría de los actores ignora el papel de su impacto sobre el resultado final.

4 Las placas se mueven una por encima o por debajo de otra o contra otra u otras: surgen varias estructuras emergentes discontinuas, en las cuales lo social, lo económico y lo ecológico equivalen a la presencia de temblores y terremotos en el planeta.

En la zona de confluencia de lo económico y lo ambiental se promociona la ecoeficiencia, con grandes retos relacionados con la economía ambiental el control social, los precios sombra de los insumos y los productos, y las reformas tributarias de carácter ecológico. Por otro lado, en la zona de confluencia de lo social y lo ambiental los negocios de la agricultura trabajan sobre el denominado alfabetismo ambiental y el entrenamiento y aprendizaje de las empresas, pero con nuevos desafíos enmarcados en problemáticas de justicia ambiental, refugiados ambientales y equidad intergeneracional.

Innovación en agrociencias: cambiar para mejorar

La innovación en agricultura comenzó con la revolución verde (entre 1960 y 1980), en la cual el modelo lineal se diseñó y desarrolló en el contexto de una innovación abierta, sin derechos de propiedad intelectual, es decir, disponible para cualquier persona y fundamentada en la creación de variedades de cereales e híbridos comerciales que demandaban un alto uso de fertilizantes y pesticidas (Borlaugh, 2000). Este modelo de oferta se caracterizó por la carencia de un proceso de retroalimentación e influencia social para su consolidación.

En la actualidad, en la agricultura coexisten las dos tipologías de innovación: abierta y cerrada. La primera se basa en el privilegio de los productores por poseer un material genético (vegetal y animal) con importantes rasgos y características naturales, que tienen una expresión estratégica en contextos específicos de producción y no demandan inversiones costosas para su diseño y desarrollo. La segunda está restringida por la baja disponibilidad de material genético libre con variaciones basadas fundamentalmente en la modificación genética, la cual prevé procesos de desaceleración hacia la obtención de variedades óptimas para contextos específicos.

La coexistencia de ambas tipologías ha producido un efecto negativo en relación con el desarrollo sostenible de la agricultura y la seguridad alimentaria en el ámbito mundial. Al respecto, Jacobsen y Schouten (2009) plantean la necesidad de encontrar un camino satisfactorio que permita consolidar los aspectos benéficos de ambas tipologías, partiendo de un compromiso de protección, bajo las condiciones y el razonable licenciamiento del material genético por parte de los productores.

En este contexto, la innovación en agrociencias es un proceso complejo que se lleva a cabo con productos específicos, escala de negocios y sectores de la producción; en este, se combinan elementos de carácter técnico, social y económico. Leeuwis et al. (2006) exponen que la innovación debe estar constituida por diferentes elementos lógicos (ware): hardware, relacionado con el material de innovación; software, que hace referencia a nuevos conocimientos y habilidades usados en el diseño y desarrollo de la innovación, incluido el conocimiento tácito; y orgware, que tiene como marco referencial las condiciones organizacionales e institucionales que influyen en el desarrollo y funcionalidad del proceso de innovación; en este también se incluyen los esquemas regulatorios, los modos de operación con respecto a la propiedad intelectual, el papel e influencia de las comunidades y del público general, entre otros aspectos (Smits, 2002).

Como se observa, la innovación en agrociencias trasciende el impacto operacional en materia de eficiencia, eficacia y efectividad de la producción en el ámbito de las fincas, con el fin de entender y orientar la innovación (productos, procesos, contextos) hacia cómo hacer mejores cosas desde lo táctico y lo estratégico (Smits y Kuhlman, 2004). Así, se da una jerarquización que permite cambiar de manera estructural la producción tradicional de la agricultura con nuevos imaginarios de formas de producción de alimentos, cuyo objetivo fundamental es mantener un equilibrio entre el recurso natural y la capacidad de resiliencia de los sistemas sociales y socioecológicos presentes en los ámbitos local y regional, dirigidos a la transformación y consolidación del tejido social (Grin et al., 2010).

En las agrociencias, la gestión del conocimiento se proyecta más allá de la información y, con frecuencia, está constituida por datos de flujos o procesos que se dan a diario en las unidades y cadenas de producción de alimentos, así como en su proceso de integración a los mercados (Hekkert et al., 2007). De esta forma, un ciclo de conocimiento hace referencia al desarrollo de nuevos productos, cuyas expresiones guían el crecimiento futuro de la agricultura a través de la innovación. Este proceso de cadena de oferta para nuevos productos requiere de una estrecha coordinación de la entrada intelectual (diseño) con elementos físicos de entrada (componentes, prototipos, estudios de mercado, canales de distribución y similares). El capital intelectual generado por la academia se reconoce como un elemento vital para cubrir la fase de comercialización de los bienes y servicios que soportan el modelo de producción (Ayers, 2006).

Los modelos de negocio en la agricultura deben ser incluyentes para brindar nuevas oportunidades de cara a una producción responsable con valores agregados económicos y sociales. Quienes viven en condiciones de pobreza se tienen que incluir en la demanda como clientes y consumidores; además, desde el punto de vista de la oferta, se deben concebir como empleados, productores y propietarios de sus propias cadenas de valor.

La revolución verde se diseñó para incrementar la oferta global de alimentos, no para mejorar los ingresos de los productores rurales de escasos recursos, de tal forma que el impacto de este paradigma no fue erradicar la pobreza o el hambre. Sobre esto, Borlaugh (2000) señala que una solución de largo plazo para abordar la pobreza se centra en revolucionar la agricultura, en especial entre productores de subsistencia en los países en desarrollo. Este planteamiento no solo se orienta a incrementar la oferta de alimentos, sino también a crear trabajos y nuevos ingresos por la venta de la producción excedente.

Ante lo expuesto, Polak (2005) muestra que las herramientas modernas de producción en agricultura son demasiado costosas para usarlas en pequeñas áreas y que la competencia por productos tradicionales no es posible, debido a la alta eficiencia y los subsidios que acompañan esta producción a escala. Sin embargo, los pequeños productores de escasos recursos pueden encaminar la producción de cultivos no tradicionales con un alto valor agregado teniendo como ventaja comparativa, frente a los cultivos de escala, los bajos costos de mano de obra.

Se pueden construir, entonces, puentes entre el negocio y la pobreza con un beneficio mutuo para las partes involucradas. Los beneficios van más allá de la rentabilidad, de los altos ingresos, y se desarrollan con la inclusión de innovaciones, la construcción de mercados y el fortalecimiento de las cadenas de oferta. Los resultados incluyen altas productividades, desarrollos sostenibles y un elevado empoderamiento de los pequeños y medianos productores del mercado (PNUD, 2008).

En la actualidad, la innovación social es la fuerza orientadora de los cambios y del hallazgo de terrenos comunes para la creación de valor compartido, en específico cuando se dirige a mercados de bajos ingresos. Esta innovación combina tres elementos: el concepto de creación de valor compartido, la teoría de la fortuna en la base de la pirámide y el enfoque de emprendimiento social corporativo (Kanter, 1999); a través de estos, los mercados de bajos ingresos contribuyen a los retos globales de seguridad alimentaria y, en simultáneo, generan una mayor rentabilidad para los pequeños y medianos productores. En este sentido, la innovación social se puede llevar a cabo mediante tres niveles: el desarrollo de modelos alternativos de negocio, la creación de productos y el diseño y formulación de estrategias de comunicación social.

Desde la transdisciplina, el modelo de agrociencias está representado por la producción orgánica, que involucra otras ciencias diferentes a las asociadas con la agricultura, como la ecología, la naturaleza, la salud humana, la filosofía, la ética y la religión. Esta producción implica la participación de muchos actores sociales y elementos organizacionales que promueven el valor intrínseco de la naturaleza y la configuración de nichos de mercado. Así, se concibe como una forma más sostenible de producción de alimentos (Lockeretz, 2011).

Otro ejemplo es la llamada agricultura de cuidado, la cual abarca una amplia variedad de operaciones y actividades que soportan procesos de bienestar humano y animal, y que se dan en un contexto extenso de la agricultura (Dessein, 2008). En este modelo, las actividades realizadas en las fincas relacionadas con cultivos y animales, el ambiente de las fincas y los elementos asociados con el paisaje natural se orientan a la promoción de la salud individual, así como al bienestar de los humanos, mediante la prestación de servicios fundamentalmente a jóvenes (recreación, educación) y personas mayores (salud, bienestar) (Dessein et al., 2013).

Un tercer ejemplo es la caracterización de nichos de desarrollo tecnológico e innovación, los cuales emulan el Silicon Valley, nombre que es sinónimo del éxito económico y del conocimiento como una fuerza que guía la ingeniería, la innovación, el emprendimiento y la cooperación entre el sector académico y la comunidad. Holanda desarrolla este tipo de modelos con el diseño del Valle de los Alimentos, establecido por Wageningen Foundation City of Life Sciences en 1997 (Crombach et al., 2008).

Conclusiones

El modelo de agrociencias tiene un carácter multidimensional con una visión integral de aspectos económicos, ambientales y sociales de la agricultura, así como una orientación estructural y funcional hacia valores agregados relacionados con la nutrición y seguridad alimentaria de Colombia, y con el potencial de conformación de una estructura de servicios a la producción primaria y la agroindustria en contextos específicos de producción locales y regionales.

El enfoque transdisciplinario de este modelo se expresa a través de diferentes escalas con elementos de innovación social y productiva en el ámbito del ordenamiento territorial en agroecosistemas, con un análisis de sus propiedades en materia de productividad, estabilidad, resiliencia y equidad. El modelo académico aborda la innovación social desde la perspectiva del valor agregado compartido y de las necesidades de investigación y transferencia de tecnología para mercados de bajos ingresos.

Referencias

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* Ph. D. en Bioquímica de la University of New England (Australia). Profesor asociado de la Universidad Nacional de Colombia (Bogotá, D. C.) y profesor de la Cátedra de Bioeconomía e Innovación, componente Innovación, en el Doctorado en Agrociencias de la Universidad de La Salle (Bogotá, D. C.). Correo electrónico: gafanadort@unal.edu.co

Competitividad e innovación

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