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Impugnación airosa
ОглавлениеJuan Álvarez
Odio los prólogos. En especial los prólogos de literatura. Su ánimo de “legitimar”’; su secreto ejercicio de filiación; su torpe guiar de la lectura. Los prólogos son como las fachadas de las casas: frentes que nunca acaban de ofrecer los colores interiores.
Respeto y me encantan, en cambio, los estímulos públicos a la creación. El libro acá presente ganó la Beca de Creación Libro de Cuentos, convocado por la Alcaldía de Medellín en 2017. Este libro encuentra su camino de publicación por la vía del pulso propio; esa es su legitimación.
El título del volumen resulta del último cuento. “Malas posturas” relata la relación tensa entre una mujer y su cuerpo castigado por diferentes afecciones. Un cuerpo que ha ido demasiadas veces a la clínica como para estar de buen humor en tales espacios. Un cuerpo de vértebras chuecas. Un sujeto de legajos médicos gruesos. Un cuerpo que arranca de niña enfrentando la desviación de la escoliosis, transita los dolores de la cirugía consiguiente y continúa en la deriva del desconsuelo y la migraña.
En tales trayectos, el cuerpo de la narradora hace propios otros deterioros, a la manera de un catálogo de desgracias físicas. Pero no se trata solo de las dolencias del cuerpo. Se trata de esas dolencias como metáforas de la formación y la deformación moral. En términos dramáticos, todo ese “dolor” y esas “desviaciones” son conducentes: llevan al lector a aquel lugar de observación del mundo donde miramos la manera como somos observados. Es el juicio contra la ruina visto por la ruina.
En el primer cuento del libro, titulado “Leyes”, este esquema de observación es invertido: es ahora el sujeto femenino quien observa, y en ese proceso, va desdoblando una historia que es del cuerpo porque es de puñaladas, pero que no es del cuerpo porque es, antes que nada, una historia –de nuevo– de la deformación moral; una historia sobre la construcción de las masculinidades “respetables”; una historia sobre la trastienda del reclamo de honorabilidad cuando esa honorabilidad es fachada y crimen.
En otro de los cuentos, cuyo título pudo ser también el título de este libro –“Educar a una mujer”–, una mujer en primera persona recuerda sus años de adolescencia y la educación que ella y sus compañeras de colegio recibieron en torno al manejo y despojo de las toallas higiénicas sucias. Antes de botarlas a la basura debían envolverlas en papelitos rosados dispuestos por la madre María Elena. “Así nadie más vería la toalla ensangrentada”.
Mirar. Ser visto. Ahondar en el conflicto de cuáles son los ojos y las razones desde las que se observa cuando el mirar y el ser visto están inscritos en el mundo patriarcal antioqueño. En la dialéctica de esta constitución de la realidad está en juego buena parte de la narrativa que Lina María Parra Ochoa ofrece a los lectores.
En una medida u otra, los cuentos de Malas posturas construyen un universo en torno a la conciencia de la incorporación feminista. No es el feminismo declarado y constituido. Es una afiliación lenta y paulatina; una educación y una comprensión moral, lo que hace que sea una conquista sólida; una impugnación airosa al entorno sociocultural.
A propósito, hace poco, en una revista de circulación masiva, un respetado intelectual paisa intentó escribir de manera elogiosa sobre la obra de Marvel Moreno. Dijo: “La narrativa de Marvel Moreno, siendo profundamente femenina, no es para nada feminista. Porque Moreno, en realidad, no escribe solo para denunciar los estragos brutales padecidos por las mujeres, sino que lo hace para edificar una postura ética y estética propia de la condición humana”.
Allí habita, en el desliz que considera que la denuncia de los daños brutales de la misoginia no es la edificación de una ética o una estética, la propia misoginia estructural, que autoriza tácitamente para ser femenina pero no feminista. Es la voz de un sujeto que bien podría ser personaje observado de este libro. Es la voz del pasado honorable que se niega a escuchar nuevas constituciones del mundo porque está convencido de que su constitución del mundo, aquella de lo literario universal (“la condición humana”), está libre de asperezas o sesgos.
Pero no lo está. Y los cuentos de Parra Ochoa lo saben y lo palpitan.