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ОглавлениеIntroducción
Recuperar la salud de la mujer
En todo el mundo la igualdad de la mujer ha tenido grandes avances desde la época de las sufragistas y el movimiento de liberación femenina; esos movimientos se están reevaluando en la actualidad. Entre el movimiento #MeToo, la comunidad global Lean In (Vayamos adelante) y la creciente demanda para que las mujeres contribuyan equitativamente a la fuerza laboral y al hogar, pese a la brecha salarial que aún persiste, a diario surgen preguntas sobre cuán iguales o cuán distintas somos las mujeres. Mientras tanto, se sigue discutiendo a gran escala lo que en realidad significa ser mujer.
Empecé a escribir este libro a raíz del #MeToo, un movimiento que reconoce desde una perspectiva distinta las maneras en que las mujeres sufren abusos y ataques de forma descarada. Pero existen matices más profundos en este movimiento, que más bien hablan de cómo las mujeres son socavadas de modos más sutiles (no acosadas, sino descuidadas, rechazadas y en ocasiones saboteadas). A escala global, las mujeres están financieramente arruinadas debido a la brecha salarial que existe frente a los hombres de forma consistente y universal. Se les menosprecia legalmente e incluso son consideradas como una propiedad en muchas partes del mundo. Se les obstaculiza intelectualmente, puesto que conforman 60 por ciento de los 774 millones de adultos analfabetos en el planeta, cifras que no han cambiado mucho en veinte años. Estas disparidades salen a la luz en todas partes, aunque aún está por verse si algún cambio resultará de la unión de muchas voces o un discurso más enérgico.
No obstante, pese a todas las discusiones en torno a las formas en que las mujeres reciben un trato distinto a los hombres, un tema que lamentablemente permanece es el más cercano a mi corazón: la noción de disparidad de género en torno a la salud y el bienestar. Así como la seguridad social, financiera y física de las mujeres sigue siendo desigual, la salud femenina corre un grave peligro. A las mujeres se nos prometió que podíamos “tenerlo todo”; en realidad, hemos descubierto que eso significa “hacerlo todo”. Y además recibimos un sueldo y un reconocimiento menores, y todo eso ocurre a expensas de nuestra salud. Se nos enseña a ver cuántas pelotas podemos mantener en el aire y a aplicar nuestra más profunda determinación para conservarlas ahí. Solemos exigirnos demasiado mientras sorteamos esta incómoda pista de obstáculos, muchas veces llevando nuestro cuerpo y nuestra mente al límite. Mientras hacemos verdaderos malabares, la sociedad nos empuja a lograr todo sin derramar una sola gota de sudor, con una sonrisa en el rostro, y con un ojo en el espejo para asegurarnos de que nos “vemos bien” durante el proceso. La lista de exigencias sociales, culturales y familiares de las que las mujeres somos objeto es bastante extensa, y la salud parece no figurar en ella. No es necesario recurrir a un científico para darse cuenta de que algo está mal aquí.
Sin embargo, sí se requiere un científico para denunciar la forma en que las mujeres son ignoradas a nivel médico, donde comúnmente no se reconocen nuestras necesidades, se malentienden o simplemente se descartan. Esto se debe a que históricamente el campo de la medicina ha estado dominado por hombres, lo cual provocó que el prototipo para la mayoría de las investigaciones médicas fuera un hombre. Por diversas razones, las cuales discutiremos en breve, las intervenciones médicas han sido en su mayoría probadas, dosificadas y modeladas con base en sus efectos sobre los hombres. Esto no es producto de una teoría conspiratoria, sino más bien un reconocimiento de los efectos y consideraciones que se han hecho a lo largo de siglos, que nos han llevado a enseñar y practicar la llamada “medicina bikini”; he aquí una explicación para quienes desconocen el término: históricamente, los profesionales médicos creían que lo único que diferenciaba a las mujeres de los hombres eran aquellas partes del cuerpo que se hallaban debajo del bikini (o sea, nuestros órganos reproductivos). Separar estas “partes” significaba que la mayoría de los médicos diagnosticaba y trataba a ambos sexos de la misma manera. Este enfoque sesgado aún persiste, tanto en las ciencias duras como en muchos aspectos culturales globales, y es profundamente destructivo.
Dada la cosmovisión derivada de ese modelo, la simple noción de salud femenina resulta problemática. Si les pides a los médicos que traten a una paciente con una perspectiva de “salud femenina”, lo más probable es que realicen una mamografía o recolecten células del cérvix para examinar si tiene cáncer. Realizar pruebas de los niveles de estrógeno y otras hormonas en la sangre también es una práctica común. En otras palabras, la salud de las mujeres está confinada a la salud de nuestros órganos reproductivos. Hay que aclarar que todos estos procedimientos sin duda han cambiado y mejorado la vida de millones de mujeres alrededor del mundo; sin embargo, esas líneas de investigación, indagación e intervención son consecuencia directa de un entendimiento reduccionista de lo que es una mujer.
LA SALUD DEL CEREBRO ES LA SALUD DE LA MUJER
Desde mi posición como directora de la Iniciativa del Cerebro Femenino en el Colegio Médico Weill Cornell y directora asociada de la primera Clínica para la Prevención del Alzhéimer en Estados Unidos, diariamente reviso las noticias para ver si se publica un encabezado que hasta hoy no ha aparecido. Se trata de una historia sobre los efectos en la salud femenina de una parte del cuerpo que ningún bikini cubrirá jamás: el cerebro.
La salud del cerebro femenino es uno de los temas menos estudiados, un asunto desde siempre ignorado como resultado del paradigma médico típicamente masculino. De algún modo, en el panorama de cosas que deben importarle a una mujer, su cerebro rara vez ha figurado. Además, muy pocos médicos poseen el conocimiento o el marco de referencia adecuado para abordar cómo la salud cerebral se desarrolla de forma distinta en las mujeres.
En mi práctica profesional, también dependo de las pruebas femeninas que mencioné antes para entender mejor y ayudar a nuestras pacientes. Sin embargo, cuando pienso en la salud de la mujer, también me apoyo en técnicas de imagen cerebral como la imagen por resonancia magnética (IRM) y la tomografía por emisión de positrones (TEP) para ver lo que sucede dentro del cerebro de nuestras pacientes. Porque es justo ahí donde se desarrollan las dinámicas verdaderamente trascendentales de la salud femenina. Mucho más que nuestros senos y trompas de Falopio, nuestro cerebro está bajo la peor amenaza.
Si eso suena hiperbólico, aquí comparto las estadísticas que la mayoría de la gente desconoce, las mujeres:
Son dos veces más propensas que los hombres a padecer ansiedad y depresión.
Tienen tres veces más posibilidades que los hombres de ser diagnosticadas con una enfermedad autoinmune, incluyendo aquellas que atacan el cerebro, como la esclerosis múltiple.
Son cuatro veces más propensas a sufrir migrañas y dolores de cabeza que los hombres.
Son más propensas que los hombres a desarrollar meningiomas, los tumores cerebrales más comunes.
Sufren más derrames cerebrales que los hombres.
Si miramos esto desde la perspectiva de la neurociencia, nos percataremos de un peligro de mucho mayor impacto en nuestro futuro colectivo e individual. Se está gestando una epidemia silenciosa e inminente que dejará una huella enorme en las mujeres, la cual la mayoría de la gente desconoce por completo.
El alzhéimer nos tiene en la mira
El alzhéimer acecha el siglo XXI. No existe en el mundo una persona que no tenga una historia personal de cómo la enfermedad ha tocado a alguien querido, ya sea un padre, abuelo, un pariente cercano o amigo entrañable. Más allá del dolor de estas historias personales, ha emergido una narrativa colectiva mucho más amplia.
De todos los retos que enfrenta el envejecimiento cerebral, nada se compara con la escala sin precedentes del alzhéimer, la cual se ha convertido en la forma más común de demencia,1 que hoy afecta a 5.7 millones de personas en Estados Unidos. Con las tasas en aumento al ritmo actual, la enfermedad prácticamente se triplicará para 2050, lo que se traduce en que 15 millones de estadunidenses padecerán alzhéimer. Para contextualizar, esa cifra equivale a las poblaciones totales de Nueva York, Chicago y Los Ángeles juntas. ¡A escala global, el número de pacientes con alzhéimer será igual a la cantidad de pobladores de Rusia y México! Por tanto, nos enfrentamos a una epidemia de alzhéimer.
Es necesario tomar en cuenta que estas cifras no son equitativas respecto a las víctimas. Poca gente sabe que el alzhéimer tiene su propia epidemiología, con una representación muy grande entre un grupo específico de la población: las mujeres. De hecho, el alzhéimer las afecta predominantemente. Permítanme compartir la estadística más contundente y sorprendente: actualmente, dos de cada tres pacientes de alzhéimer son mujeres.
En la actualidad, la amenaza del alzhéimer es tan grande como la del cáncer de mama para la salud de las mujeres. Las mujeres de sesenta años son dos veces más propensas a desarrollar alzhéimer que cáncer de mama. Sin embargo, el cáncer de mama está claramente identificado como un problema de salud femenino, mientras que el alzhéimer no. Uno de los datos más sorprendentes acerca de la enfermedad2 es que una mujer de cuarenta y cinco años tiene 20 por ciento de probabilidad de desarrollar alzhéimer, mientras que un hombre de la misma edad sólo 10 por ciento. Esto de ninguna manera pretende restarle importancia al sufrimiento que experimentan los hombres con alzhéimer. Sin embargo, debemos aceptar que serán muchas más las mujeres que padecerán la enfermedad. Y ésa es sólo la primera parte.
La segunda es que, cuando se trata de proporcionar los cuidados que exige esta crisis, también son las mujeres quienes llevarán la mayor parte de la carga, pues serán reclutadas, ya sea advertida o inadvertidamente, como cuidadoras de tiempo completo. Actualmente, 10 millones de mujeres estadunidenses brindan cuidado y asistencia sanitaria no remunerada a seres queridos con demencia, mientras cargan con los altos costos emocional y financiero derivados de esta tarea avasalladora.
Es momento de aceptar estas cifras para encarar la epidemia global y para reconocer, investigar y reaccionar ante la crisis focalizada de salud que les espera a las mujeres. Recientemente, a las científicas como yo nos ha emocionado la idea de descubrir aquello que hace que las mujeres seamos más susceptibles al alzhéimer, así como a otras condiciones médicas que afectan el cerebro. Nuestras investigaciones han planteado una serie de preguntas existenciales y científicas que invitan a la reflexión, entre las cuales las más importantes son: ¿por qué está sucediendo?, ¿podemos evitarlo?, ¿cómo es posible que aún no lo hayamos estudiado?
Para cambiar el futuro, debemos enfrentar los errores del pasado
A lo largo de la historia de la humanidad, ciertas condiciones médicas han afectado a mujeres y hombres de manera distinta. Lo que nos llevó a entender (y malinterpretar) esas condiciones en relación con la salud de la mujer es una historia mucho más corta. Cabe destacar que no se trató de un intento deliberado por socavar la salud femenina, pero tampoco fue un proceso que considerara cómo nos perjudicarían ciertas decisiones.
En la década de 1950 y principios de 1960, era muy común recetar una medicina llamada talidomida para tratar las náuseas en mujeres embarazadas. Algunos años después, quedó claro que aquello que antes era considerado un tratamiento inocuo había provocado defectos de nacimiento severos en los niños. Esto ocasionó que la Administración de Medicamentos y Alimentos de Estados Unidos (FDA, por sus siglas en inglés) prohibiera el uso del medicamento. También recomendaron que se excluyera a las mujeres en edad fértil de todos los ensayos clínicos exploratorios hasta que existiera evidencia incontrovertible de su seguridad y efectividad para evitar riesgos al feto.3 Sin embargo, esa postura precautoria fue malinterpretada y aplicada a todo tipo de ensayos clínicos, lo cual terminó por descartar a las mujeres de cualquier edad (desde la pubertad hasta la menopausia) para participar en investigaciones médicas. Como resultado, las mujeres tampoco aportaban información a la investigación médica.
Por si esto fuera poco, los estudios con animales también se enfocaban en los machos, pues se pensaba que los ciclos menstruales de las hembras ocasionaban que éstas fueran demasiado “impredecibles” para ser estudiadas. De tal suerte que, durante décadas, la investigación científica se realizó mayoritariamente en ratones machos, células masculinas y pacientes masculinos, lo cual proporcionó a la práctica de la medicina información inaplicable (o aplicada de forma inconsistente) a la mitad de la población. Lo “masculino” era considerado “la norma”.
Más adelante, la epidemia de sida en la década de 1980 supuso el primer desafío a las políticas “proteccionistas” que impedían la participación de las mujeres en la investigación. Los activistas lucharon con diligencia para convencer a la FDA de poner a disposición de los pacientes medicamentos experimentales que potencialmente pudieran tratar el sida. Esta victoria lenta y difícil movilizó a cientos de mujeres para exigir el acceso proporcional que les correspondía. Asimismo, el dramático aumento de mujeres que se matricularon en escuelas de medicina durante la década de 1970 provocó la generación de un grupo emergente de profesionales médicas capaces y dispuestas a cuestionar las políticas preestablecidas que paralizaban el cuidado de la salud de las mujeres. En ese momento las mujeres también comenzaron a ocupar más cargos de poder en el congreso y los grupos feministas estaban en constante alerta, con lo cual se empezó a conformar un frente unido que exigía se atendieran estos descuidos. ¿Por qué se había confinado el cuidado de la salud femenina a los consultorios ginecológicos?, ¿por qué las necesidades de salud de las mujeres habían sido relegadas a una licencia de maternidad y servicios de guardería, los cuales eran ignorados muchas veces?
El escándalo llevó a la Oficina de Responsabilidad Gubernamental (un perro guardián del congreso que monitorea los gastos federales) a publicar, en la década de 1990, un provocativo reporte que argumentaba que las mujeres no eran incluidas de forma adecuada en los ensayos clínicos. Después de todo, algunos de los estudios más ambiciosos del momento, como el Estudio de la Salud de los Médicos y el Ensayo de la Intervención de Múltiples Factores de Riesgo (conocido con el acrónimo en inglés MRFIT), eran ensayos 100 por ciento masculinos. El reporte fue tan convincente que provocó que los Institutos Nacionales de la Salud crearan la Oficina de Investigación de la Salud de las Mujeres. Un par de años después, se promulgó la Ley de Revitalización, la cual exigía que las mujeres fueran consideradas como participantes en la investigación con sujetos humanos.
Actualmente, por ley, en Estados Unidos, los científicos debemos reclutar tanto a hombres como a mujeres para nuestras investigaciones. Sin embargo, en vez de observar los efectos de cada género por separado, la mayoría de los estudios termina por agruparlos. De tal suerte que, al aplicar una manipulación estadística cuidadosa a los datos recopilados, cualquier indicador importante de las diferencias entre los géneros suele descartarse. Deberíamos poner atención y atesorar tales hallazgos. Lejos de ser producto de la pereza intelectual o la estrechez de miras de quienes llevan a cabo el estudio, por lo general esto se debe a la falta de financiamiento. Para analizar a hombres y mujeres por separado, los estudios requerirían el doble de pacientes, el doble de tiempo y el doble de dinero. A muchos científicos no les queda mayor opción que eliminar el género de la ecuación, suprimiendo su impacto innegable en los resultados de los estudios. En consecuencia, el conocimiento que los médicos tienen sobre la prevención, el diagnóstico y el tratamiento de enfermedades sigue siendo extraído de estudios con sesgo masculino o “neutralidad de género”.
Las consecuencias para las mujeres
Esta insistencia en considerar a hombres y mujeres como seres biológicamente idénticos es frustrante si tomamos en cuenta que los factores genéticos y hormonales inherentes al sexo tienen un enorme impacto en la respuesta de una persona a un medicamento, así como en su efectividad. Para empezar, desde hace mucho tiempo sabemos que las mujeres metabolizan los medicamentos de forma distinta a los hombres y comúnmente requieren dosis diferentes. Sin embargo, las dosis rara vez se ajustan por sexo,4 lo cual provoca que las mujeres sean casi dos veces más propensas a presentar una reacción adversa ante un medicamento. Existen reportes que señalan este efecto, resaltando que ocho de los diez medicamentos con receta retirados del mercado entre 1997 y 2000 representaban mayores riesgos a la salud de las mujeres. Otro ejemplo impactante de esta tendencia se revela en la historia detrás de la flibanserina, el primer “Viagra femenino”.5 Cuando se realizó el estudio para evaluar los efectos secundarios del medicamento, ¡los participantes fueron veintitrés hombres y sólo dos mujeres!
El medicamento para dormir más popular en Estados Unidos, zolpidem (mejor conocido como Ambien), es otro caso de cómo esos sesgos alcanzan conclusiones peligrosas antes de considerar las diferencias por género. En 2012, quedó claro que el consumo de la misma dosis de Ambien en hombres y mujeres mostraba reacciones dramáticamente distintas. Las mujeres que tomaban el medicamento eran más propensas a manifestar sonambulismo a la mañana siguiente, a comer mientras dormían e incluso a conducir dormidas, lo cual ocasionó que se reportaran accidentes automovilísticos bajo la influencia del medicamento, ¿por qué? Resulta que el medicamento alcanza mayores niveles en la sangre en las mujeres que en los hombres. Finalmente, la comunidad médica pidió que se reexaminaran las indicaciones del medicamento, lo cual llevó a la FDA a reducir la dosis previamente recomendada para las mujeres a la mitad. Pero durante los veinte años previos, millones de mujeres habían sido medicadas en exceso y su bienestar se vio comprometido, simplemente al seguir instrucciones que ignoraban las necesidades específicas de la mujer. Por si todo esto fuera poco, las altas dosis acumulativas de Ambien han sido vinculadas a un mayor riesgo de desarrollar demencia.6
Esto plantea la pregunta de cuántos otros descuidos relacionados con el sexo existen en el campo de la medicina. Cuanto más investigamos, más encontramos discrepancias en nuestra capacidad de diagnosticar a las mujeres de forma correcta. Además de recetarles medicamentos hasta el punto de la sobredosis, las mujeres también son más propensas a recibir diagnósticos incorrectos o a que no se reconozcan sus síntomas como resultado de la información (o desinformación) de los médicos que se basan en datos erróneos.
El campo de la cardiología ha producido ejemplos muy conocidos de cómo la medicina falla en lo que respecta a las mujeres. Trágicamente, éstas son hasta siete veces más propensas a recibir un mal diagnóstico o a sufrir un ataque al corazón7 que los hombres. El problema es que los médicos no reconocen sus síntomas porque pueden diferir significativamente de los de los hombres y suelen ser más sutiles. Al parecer, sólo una de cada ocho pacientes reporta el llamado “ataque al corazón hollywoodense” (caracterizado por sentir una fuerte presión en el pecho y un dolor apabullante que se extiende por el brazo izquierdo), el cual resulta ser un síntoma típicamente masculino. En lugar de eso, más de 70 por ciento de las mujeres muestra síntomas relacionados con la gripe como falta de aliento, sudor frío o náuseas, junto con dolor de espalda, mandíbula o estómago, los cuales pueden presentarse sin dolor de pecho.
¿Qué otros síntomas pasamos por alto cuando diagnosticamos a una mujer como si fuese un hombre?, ¿cuántas de nosotras hemos sido diagnosticadas y tratadas erróneamente? Por desgracia es muy común que lo que preocupa a las mujeres en temas de salud sea minimizado o descartado. Y para echarle más sal a la herida, las mujeres son mucho más propensas a oír, de parte de los médicos, que su dolor es psicosomático, hipocondriaco o que está influido por el dolor emocional.8 La mayoría de las veces, una mujer que experimenta dolor saldrá del consultorio médico con una receta de antidepresivos en vez de analgésicos.
El balance final y a dónde nos lleva
En el campo de la medicina, es un hecho que no cuidamos la salud de las mujeres tan bien como la de los hombres. Comúnmente, una mujer debe demostrar que se encuentra tan enferma como un hombre, o bien tiene que simular síntomas masculinos para recibir el mismo nivel de cuidado. Esto se ha vuelto algo común en la medicina que derivó en el llamado “síndrome de Yentl”. El término proviene de la película Yentl de 1983, protagonizada por Barbra Streisand, en la cual su personaje finge ser un hombre a fin de acceder a la enseñanza para convertirse en rabino. El síndrome de Yentl nos recuerda una antigua y continua lucha: durante mucho tiempo, los hombres han tenido la mayoría de las ventajas, privilegios y acceso, mientras que las mujeres hemos tenido que pelear para obtenerlos.
Como eso ocurre en todos los aspectos del cuidado de la salud, no es sorprendente que suceda lo mismo en el campo de la neurología. Las mujeres son presas del alzhéimer, pero también de la depresión, las migrañas y otras condiciones que afectan el cerebro. No obstante, la medicina moderna está muy poco preparada para ayudarlas.
Por fortuna, los científicos han salido al rescate. Recientemente se ha realizado una gran cantidad de trabajo para denunciar e investigar la disparidad de género en la salud cerebral. Con este libro, mi misión es llevar ese trabajo más allá del rigor de las publicaciones especializadas para darle voz al “género olvidado”.
Desde la universidad, me he enfocado en el desarrollo de herramientas y estrategias para optimizar la salud cognitiva y evitar la aparición del alzhéimer, particularmente en las mujeres. La pasión que ha moldeado mi carrera surgió luego de padecer los efectos devastadores del alzhéimer en mi propia familia. Ser testigo del amargo declive de mi abuela hacia la demencia me llevó a investigar todas las posibilidades de detectar la enfermedad a tiempo. Al ver que las dos hermanas menores de mi abuela también desarrollaron alzhéimer y su hermano no, mi determinación se intensificó. Ahora vigilo a mi madre para detectar cualquier advertencia, aunque me reconforta saber que se alimenta sanamente y practica yoga a los setenta y seis años. Puesto que soy una mujer de edad madura, también me preocupa mi propio riesgo; y como madre quiero asegurarme de que mi hija tenga respuestas, opciones y soluciones.
Como científica, he dedicado mi carrera al cuidado médico preventivo para mantener la función cognitiva, para que éste tenga la relevancia en la salud femenina como una mamografía, el Papanicolaou y la colonoscopía. Busquemos un futuro en el que exista igualdad en la evaluación y el tratamiento de la salud, que contemple nuestro cerebro y que nos brinde esperanza.
Cuidar del cerebro XX
El cerebro XX revela cómo los dos poderosos cromosomas X que distinguen a las mujeres de los hombres tienen un impacto en nuestros órganos reproductores y, debido a que interactúan con el resto de nuestra composición genética, entorno y estilo de vida, también influyen en todos los aspectos de nuestra salud, principalmente en nuestro cerebro.
Como mujeres experimentamos brechas salariales, de poder y de representatividad, pero también nos enfrentamos a una brecha en el conocimiento de nuestra propia salud, tanto a nivel colectivo como individual. Es momento de rectificar esta problemática y de abordar nuestros síntomas y preocupaciones en lo relativo a nuestro cerebro y nuestro cuerpo como un todo. Queremos que nuestra expectativa de vida cognitiva coincida con nuestra expectativa de vida en general (no podemos esperar hasta que aparezcan señales de deterioro cognitivo). Ahora es el momento de ser proactivas.
El objetivo de este libro es ofrecer a las lectoras estrategias que le darán al cerebro femenino exactamente lo que necesita para superar cualquier dificultad y desarrollarse. Estas recomendaciones han surgido de muchos años de investigación clínica e interacciones con mujeres y hombres en distintos niveles de aptitud cognitiva: algunos poseían una memoria perfecta y una capacidad de atención impresionante, otros a veces olvidaban nombres y detalles, y se preocupaban de que su memoria no fuera tan buena como antes; otros ya sufrían deterioro cognitivo o demencia. Tras observar las vulnerabilidades potenciales en las mujeres y los factores que diferencian al cerebro femenino del masculino, he diseñado un programa específico para maximizar el poder cognitivo de las mujeres y proporcionar las prácticas necesarias para mantener este autocuidado a lo largo de toda la vida.
Las estrategias que detallaré están diseñadas para mejorar la agudeza mental, la memoria y las habilidades cognitivas, y reducir el riesgo de alzhéimer, especialmente en mujeres. Asimismo, abordaré muchas condiciones médicas comunes que afectan a mujeres de todas las edades como desequilibrios hormonales, diabetes, obesidad y cardiopatías, ya que también tienen un impacto en la salud de nuestro cerebro. Estas prácticas son esenciales para cualquier mujer que desee maximizar su salud cognitiva, sin importar su edad.
Por fortuna, nunca es demasiado tarde para cuidar de ti misma. No importa cuándo decidas empezar, los beneficios a nivel científico son innegables. Al mejorar nuestras decisiones personales nos desharemos de los gastos y efectos secundarios que generan los medicamentos “milagrosos”, de la resignación con que parecemos aceptar nuestra supuesta “desventaja” genética y de sucumbir a tratamientos invasivos o cirugías.
El programa de prevención especializado requiere tres pasos básicos:
1 Entender cuándo y por qué el cerebro femenino está en riesgo de sufrir daños a medida que envejecemos.
2 Evaluar cuidadosamente nuestros factores de riesgo.
3 Aplicar este conocimiento a nuestra vida cotidiana cuando decidimos proteger nuestro cerebro, nuestro cuerpo y nuestra preciada vitalidad de un eventual daño.
Para tal fin, el libro se divide en tres partes:
Parte 1. Asimilar: la investigación detrás de la práctica proporciona los elementos fundacionales necesarios para entender cómo funciona el cerebro femenino, sus desafíos, amenazas y oportunidades de optimización. Aquí comparto descubrimientos de mis propias investigaciones y mi experiencia como científica y mujer.
Parte 2. Actuar: realizarse pruebas describe los procedimientos clave de diagnóstico necesarios para optimizar la salud cerebral y prevenir enfermedades en mujeres, con un enfoque particular en el proceso de detección. Tomaremos en cuenta que cada mujer es distinta, por lo que identificar las causas de fondo de tus propios riesgos y síntomas es clave para diseñar el mejor plan de tratamiento para ti. ¿Qué es lo que necesitas saber para cuidarte de forma más eficiente?, ¿qué pruebas son realmente valiosas y qué miden exactamente?, ¿cómo defines tus “valores de referencia”?, ¿cuáles son tus factores de riesgo personales y cómo puedes trabajar con tu médico para abordarlos?
Parte 3. Tomar el control: optimiza tu salud cerebral, minimiza tus riesgos ofrece recomendaciones (basadas en evidencia científica) diseñadas para controlar el riesgo que mejoran y protegen el rendimiento cognitivo en las mujeres. Abordaremos la amplia gama de síntomas que comúnmente reportan las mujeres mayores de treinta años, incluyendo cansancio, insomnio, cambios en el estado de ánimo y estrés; entre éstos se encuentra el olvido, un tema que examinaremos a detalle. También hablaremos sobre las transformaciones corporales que pueden derivar en aumento de peso, resistencia a la insulina y un mayor riesgo de padecer algunas cardiopatías, centrándonos en las pérdidas hormonales y el inicio de la menopausia. Evitaremos la información confusa y contradictoria que sobre temas de salud ofrecen los medios digitales y nos basaremos en los estudios más recientes sobre la medicina del estilo de vida, incluyendo el cuidado médico, nutrición, los suplementos alimenticios avalados científicamente y las soluciones de ejercicio, sueño y reducción del estrés que funcionan mejor.
Entender cuál es el momento en que una mujer se vuelve vulnerable por primera vez nos permite determinar cuándo necesita hacer cambios y cuáles son los más efectivos para reducir el riesgo y preservar la función cognitiva. Éste es un mapa de ruta que podrás seguir hacia el camino de una salud cerebral óptima y duradera que te aleja de enfermedades cerebrales como el alzhéimer. Ya sea que tu meta sea estimular tu capacidad intelectual a largo plazo, sentirte más tranquila y feliz, tener más energía o mejorar tu calidad de sueño, minimizar la pérdida de memoria o eliminar el riesgo de padecer demencia, confío en que seguir estos sencillos pasos ayudarán a tu cerebro a mantenerse en su máxima capacidad en los años venideros.
Como lector, quizá seas un hombre que también se preocupa por las mujeres (tu madre, hermanas, tu pareja, tus amigas o tus hijas), o tal vez estés realmente interesado en la otra mitad de la población. Gracias, de verdad, por preocuparte. Aunque este libro está dirigido a las mujeres y habla sobre ellas, en realidad nuestra misión de promover el cuidado de la salud femenina nunca será posible sin la ayuda de los hombres. Esto no se trata de una lucha de mujeres contra hombres, de mujeres sin hombres o de mujeres en lugar de hombres. Al contrario, se trata de entender a las mujeres en un contexto más amplio. El cerebro de cada mujer necesita el alimento, el descanso y el ejercicio adecuados, pero no es ninguna revelación que también requiere empatía, amor y apoyo de los hombres (y de otras mujeres) a su alrededor.