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Capítulo 1

Los mecanismos internos

del cerebro femenino

John Gray, en su éxito comercial Los hombres son de Marte, las mujeres son de Venus, acuñó esta conocida metáfora que habla de la fascinación de la ciencia popular en torno a las diferencias psicológicas entre los hombres y las mujeres. Existen innumerables rutinas de comedia que disfrutan burlarse de esta famosa batalla entre los sexos. Si eso quisiéramos, podríamos unirnos a esta tendencia al imaginar un cerebro femenino que consistiera de zonas como el nodo de comer chocolate, la glándula del chisme, o la desbordada región de hijos-matrimonio. Por supuesto, nuestras contrapartes masculinas tendrían su propia colección de áreas igualmente satirizadas, incluyendo un par de glándulas de herramientas eléctricas, un lóbulo de creación inmediata de excusas tontas y la siempre desafiante zona de “desentenderse y no admitirlo”.

El origen de las diferencias en el comportamiento entre hombres y mujeres ha sido un tema de discusión desde la historia antigua. Sin embargo, la idea de que el cerebro podría ser el principal medio a través del cual los hombres y las mujeres se comportan de manera diferente es sorprendentemente moderna, ya que esto se aceptó como factor determinante hasta la década de 1960. Antes de esa época, la gente estaba convencida de que los genitales eran el núcleo del asunto. Luego, en 1992, los científicos realizaron un descubrimiento sumamente poderoso: que el estrógeno y la testosterona, nuestras hormonas sexuales, influyen en nuestro comportamiento sexual y en nuestra función cerebral.1 En otras palabras, las hormonas ligadas a nuestra sexualidad también son cruciales para el funcionamiento general de nuestra mente.

Aunque el sexo y las hormonas no ofrecen una explicación universal para nuestra salud y nuestro comportamiento, las diferencias de género en el cerebro se manifiestan de muchas maneras fascinantes, aunque comúnmente ignoradas. Esto se debe (parcialmente) a que las hormonas están hechas de nuestro ADN, y como bien sabemos, éste varía dependiendo de nuestro sexo. Sin embargo, son pocas las personas que saben que el cromosoma X es mucho más grande que el cromosoma Y, que es relativamente pequeño, al contener 1,098 genes en comparación con los 78 del cromosoma Y. Esto significa que una mujer, portando su doble X, posee más de 1,000 genes más que un hombre, muchos de los cuales son cruciales para la producción hormonal y la actividad cerebral.

LA “X” INDICA EL LUGAR: EL CEREBRO

IMPULSADO POR LOS ESTRÓGENOS

Todas las mujeres están conscientes (por lo menos a nivel intuitivo) de la comunicación constante entre el cerebro y las hormonas, incluso muchas de nosotras les atribuimos nuestro estado de ánimo. En efecto, las hormonas femeninas tienen fuertes y profundos efectos en el cerebro que van mucho más allá de los típicos síntomas del síndrome premenstrual y los múltiples altibajos asociados con nuestro ciclo.

Las hormonas son poderosas sustancias químicas que están involucradas en casi todos los procesos corporales y cerebrales, incluyendo el metabolismo celular, el crecimiento de tejidos y la recuperación de lesiones. Las hormonas mantienen la agudeza, la energía y la juventud de nuestro cerebro, mantienen la fuerza de nuestros huesos, la actividad de nuestro intestino y la potencia de nuestra vida sexual; también afectan nuestro peso, nuestra función inmunológica y la forma en que transformamos el alimento en combustible. Gracias a los múltiples roles que abarcan, nuestras hormonas influyen en todos los aspectos de nuestra fisiología y, por ende, de nuestra salud física y mental. Cuando tus hormonas están fuera de control lo sientes en todo el cuerpo, desde tus articulaciones hasta tus pensamientos. Dependiendo de si están bien o mal equilibradas, experimentaremos cambios en las funciones corporales y en aspectos como nuestro poder cognitivo, estado de ánimo, alerta mental y hasta la forma en que pensamos, hablamos, sentimos y recordamos.

Pese a que todas las hormonas son importantes, casi todas las investigaciones señalan que el 17ß-estradiol, mejor conocido como “estrógeno”, es uno de los principales controladores hormonales de la salud cerebral de las mujeres”.2 El estrógeno es el “regulador maestro” del cerebro femenino, pues desempeña muchos roles que en realidad no tienen nada que ver con la reproducción y todo que ver con la vitalidad. El estrógeno tiene un papel clave en la regulación de la producción de energía y el equilibrio de varias funciones cerebrales (homeostasis). Esto es de suma importancia para mantener la salud y la actividad de las células cerebrales (neuronas) y para fomentar la actividad cerebral en las regiones encargadas de la memoria, la atención y la planeación.

Lo que es más importante: el estrógeno es una hormona neuroprotectora, pues juega un rol defensivo crucial al impulsar el sistema inmunitario desde el cerebro, protegiendo a las neuronas de cualquier daño y fomenta la formación de nuevas conexiones entre ellas. Por ende, un cerebro bien conectado es más resiliente y adaptable. Además, curiosamente, el estrógeno funge como “el Prozac de la naturaleza”; sus niveles influyen en la producción de ácido gamma-aminobutírico (GABA) en el cerebro, una sustancia química que tranquiliza al sistema nervioso gracias a sus propiedades calmantes y promueve la liberación de endorfinas: los analgésicos naturales del cuerpo. Finalmente, todas nuestras hormonas contribuyen al flujo sanguíneo y la circulación en el cerebro, crucial para garantizar el suministro adecuado de oxígeno y nutrientes.

Todos estos efectos suceden en el cerebro desde el momento de la concepción, durante el desarrollo del embrión en el vientre. Con el tiempo, las hormonas circulantes desempeñan un papel importante en la diferenciación sexual del cerebro.3 Los andrógenos (hormonas masculinas como la testosterona) producen un cerebro “masculino”, mientras que la falta de esos andrógenos, con un aumento subsecuente de estrógenos (hormonas femeninas) producen un cerebro “femenino”.

Aunque estas diferencias son sutiles, si examináramos de cerca los cerebros de hombres y mujeres, como hago yo en mi trabajo, quizá podríamos advertirlas. Por ejemplo, dependiendo de la hormona que abunde más en tu cerebro (el estrógeno en las mujeres, la testosterona en los hombres), podrías producir más cantidad de ciertos neurotransmisores (los mensajeros químicos que el cerebro utiliza para señalar, comunicar y procesar información). Por lo general, el cerebro masculino produce más serotonina, el neurotransmisor que nos hace “sentir bien” y que está involucrado en el estado de ánimo, el sueño e incluso el apetito.4 En cambio, las mujeres producen más dopamina (sustancia química presente en el cerebro que regula nuestra determinación y motivación para realizar cosas y obtener recompensas).

Lo que resulta más intrigante es que algunas partes de nuestro cerebro muestren “dimorfismo sexual”, lo cual significa que están construidas de forma ligeramente distinta dependiendo del sexo.5 Por ejemplo, que hombres y mujeres vean las cosas de manera distinta resulta ser una observación tanto literal como figurada. En las profundidades de la corteza visual (la parte del cerebro que se encarga de procesar información óptica) encontramos un excelente ejemplo de por qué hombres y mujeres no siempre se ponen de acuerdo. Mientras que los hombres poseen más células M, responsables de la detección del movimiento, las mujeres tienen más células P, encargadas de detectar objetos y figuras (¿acaso esto explica la capacidad superior que tienen las mujeres de encontrar cosas en el refrigerador?).

Continuando con nuestros oídos, las mujeres suelen también escuchar mejor que los hombres, en parte porque tenemos 11 por ciento más neuronas en la corteza auditiva primaria, la parte del cerebro que decodifica el sonido. Adicionalmente, aunque los hombres tienen cerebros más grandes como consecuencia de tener cuerpos típicamente más grandes, las mujeres tienen una corteza cerebral más gruesa que parece estar más interconectada.6 En el cerebro femenino, el hipocampo (el centro de memoria del cerebro) y la amígdala (el centro emocional del cerebro) están conectados con mucha mayor firmeza a la corteza frontal, la cual se encarga del pensamiento abstracto, la planeación y el razonamiento.

Como resultado, las diferencias de género en la conectividad cerebral son particularmente notorias en el sistema límbico (la parte del cerebro que incluye el hipocampo y la amígdala que mencionamos), y eso resuena en las experiencias de amor y afecto, respondiendo así a los factores involucrados en tener una familia.7 Esta parte del cerebro es responsable de generar las motivaciones y emociones que gobiernan los instintos parentales, desde amamantar a un niño hasta protegerlo, sin olvidar el impulso de involucrarse y jugar con él. Si tienes hijos, es probable que hayas entrado a hurtadillas a su habitación por la noche para comprobar que sigan respirando o a plantarles un beso en la frente antes de dormir, o tal vez te hayas sorprendido sonriendo al pensar en leerles su cuento favorito antes de dormir, pese al hecho de que probablemente les hayas leído esa historia más de cien veces; todas éstas son señales del lóbulo límbico en acción. Los hombres también lo tienen, pero las mujeres poseen sus cualidades de sobra. De pronto, algunos estereotipos culturales que todos conocemos no nos parecen tan extraños, ¿cierto?

Cabe señalar que, hasta cierto punto el cerebro masculino y el femenino están conectados de forma distinta y muestran algunas diferencias bioquímicas, pero eso no tiene gran impacto en el comportamiento. Para ser totalmente claros, no hay nada en nuestra biología que justifique la brecha de género en temas de equidad, salario u oportunidades. Tampoco existe una base científica para un “cerebro de género”. El azul frente al rosa, la Barbie frente al Lego, el empresario frente a la secretaria (constructos sociales que no tienen que ver con la estructura y el funcionamiento de nuestro cerebro). Por desgracia, el resultado de muchos estudios científicos comúnmente se ha manipulado para dar a entender que un género, el masculino, es mejor o intelectualmente superior que el otro. Quizás hayas oído hablar de la idea de que “ser brillante para las matemáticas es un fenómeno masculino”, un prejuicio que ignora que los hombres han tenido acceso a la educación superior por un lapso mayor que las mujeres, sin mencionar que existen mujeres matemáticas brillantes, a pesar de tales obstáculos: Ada Lovelace, Emmy Noether y Katherine Johnson, por mencionar sólo algunas. La realidad de las cosas es que hombres y mujeres poseen la misma capacidad intelectual, aunque obtengamos nuestros resultados a través de rutas neuronales medianamente distintas.

Dicho esto, desde una perspectiva puramente biológica, los hombres y las mujeres son hasta cierto punto distintos. Dicha diversidad produce riesgos a la salud y vulnerabilidades específicas para cada género. En particular, algo mucho más cercano a mi investigación y que debemos considerar con urgencia es que cada vez aparecen más textos que muestran que los cerebros masculino y femenino envejecen de manera distinta, en parte debido a los cambios en la cantidad y la calidad de las hormonas.

Nuestro cerebro atraviesa una serie de transiciones hormonales a lo largo de nuestra vida, a medida que pasamos de la infancia a la pubertad, y finalmente a la pérdida de la fertilidad y el comienzo de la menopausia. Mientras que en la pubertad hay una explosión de poder hormonal, la pérdida de fertilidad en las mujeres puede ser un golpe más duro de lo anticipado. Si consideramos al estrógeno como combustible para el cerebro (y no para producir bebés), la magnitud del cambio se hace mucho más evidente.

EN EFECTO, “TODO ESTÁ EN TU MENTE”

Como se menciona al principio de este libro, mis colegas y yo nos hemos enfocado en la salud cerebral de las mujeres a medida que envejecen. Con “envejecer” no insinúo que hayan adquirido el estatus de “adulto mayor”; me refiero a cualquier mujer que haya superado la adolescencia. A lo largo de los años, hemos llevado a cabo diversos estudios de imágenes cerebrales en mujeres sanas de entre veintiuno y ochenta años, y los hemos comparado con estudios de hombres sanos de las mismas edades. Medimos múltiples factores, empezando por la forma en que el cerebro procesa la glucosa, su fuente principal de combustible. Realizamos pruebas para la detección de las placas del alzhéimer y también revisamos la existencia de atrofia cerebral y cualquier evidencia de derrame cerebral o problemas vasculares. Luego monitoreamos a estas pacientes a lo largo del tiempo, algunas de ellas por un par de años, otras por hasta quince o veinte años.

Cuando hacemos un inventario de las diferencias que confrontan hombres y mujeres, existe una distinción evidente durante el periodo crucial de la mediana edad: las mujeres se encuentran en el proceso de sortear la menopausia, los hombres no. A medida que avanzamos, nuestro trabajo reveló varios hallazgos, de los cuales el más impactante fue que el deterioro de la fertilidad femenina, con la llegada de la menopausia, tiene un efecto enorme en nuestro cerebro. Resulta que la menopausia afecta muchas más cosas que la fertilidad de las mujeres. Para la mayoría de las mujeres, los cambios hormonales desencadenan una serie de síntomas menopáusicos bien conocidos, como bochornos, sudoraciones nocturnas, perturbaciones del sueño, depresión y episodios de pérdida de memoria. Aunque relacionamos estos síntomas con nuestros ovarios, en realidad tienen su origen en otro lugar: el cerebro. Las fluctuaciones hormonales, un sello distintivo de la menopausia, provocan la pérdida de un elemento protector clave8 en el cerebro femenino. Se sabe que la disminución hormonal acelera el proceso de envejecimiento.9 En todo el cuerpo, a medida que envejecemos, las hormonas que desarrollan músculos y huesos disminuyen, mientras que aumentan aquellas que descomponen tejidos. El resultado es que nuestras células experimentan más desgaste con menor acceso a su reparación. La piel se arruga más, el cabello se reseca, los huesos se vuelven más frágiles. Por desgracia, lo mismo puede ocurrir en nuestro cerebro, debilitando nuestras neuronas y haciendo que nuestro cerebro se vuelva más vulnerable al envejecimiento y la enfermedad.

Para la mayoría de las mujeres, estas alteraciones se manifiestan como molestos bochornos y cambios en el estado de ánimo. Sin embargo, para otras, los cambios hormonales disminuyen potencialmente la capacidad del cerebro de resistir enfermedades como el alzhéimer.

Esto resulta evidente al observar las imágenes del cerebro que aparecen en la figura de la página siguiente. La imagen del lado izquierdo muestra el “metabolismo” cerebral o los niveles de actividad en una mujer sin ningún indicio de menopausia, una etapa conocida como premenopausia. La imagen del lado derecho, en cambio, muestra la actividad cerebral en una mujer posmenopáusica. La escala de grises refleja la actividad cerebral; el color gris claro indica mayor actividad, mientras que el color gris oscuro indica menor actividad. A nivel general, la imagen de la mujer posmenopáusica se ve más oscura, lo cual significa que su metabolismo cerebral es mucho menor que el de la mujer premenopáusica de la izquierda. Esto no se trata de un caso aislado. Así se veía el cerebro “promedio” después de la menopausia. En algunas mujeres estas reducciones eran bastante pronunciadas, con una disminución de más de 30 por ciento de la actividad cerebral. De manera alarmante, se reportaron hallazgos similares en mujeres en etapa perimenopáusica (casi menopáusica), quienes también mostraron reducciones significativas. Por otra parte, los hombres de la misma edad mostraban cambios mínimos y, en muchos casos, ninguno.

FIGURA 1. MENOPAUSIA: ACTIVIDAD CEREBRAL

PREVIA Y POSTERIOR


Algo mucho más preocupante fue que algunas mujeres en proceso de transición hacia la menopausia también mostraron un incremento en la acumulación de placas amiloides, una marca distintiva del alzhéimer.10 Adicionalmente, estas mujeres exhibieron un deterioro metabólico progresivo y un encogimiento de los centros de memoria del cerebro. Estos hallazgos son alarmantes, ya que comúnmente se presenta un patrón similar de cambios cerebrales en pacientes en las etapas iniciales del alzhéimer.

El momento de aparición también apunta a un mayor riesgo de desarrollar alzhéimer en el futuro. Uno de los hallazgos más impactantes con que han tropezado los científicos es que el alzhéimer se implanta en el cerebro décadas antes de que se presente el primer síntoma. En específico, el alzhéimer comienza con cambios negativos en el cerebro al inicio de la mediana edad, cuando estamos en nuestros cuarenta y cincuenta años… y no en la vejez.11 Esto puede sorprender a algunos, así que permítanme aclararlo: siempre hemos asociado al alzhéimer con la vejez porque ésa es la edad en que la enfermedad ha logrado causar el daño suficiente para que aparezcan síntomas cognitivos consistentes. En realidad, la enfermedad lanzó su ataque muchos años antes.

De cierta manera, el alzhéimer es como la caída de la bolsa de valores. No surge de la nada (aparece al final de una larga secuencia de factores económicos interrelacionados). De igual forma, el alzhéimer no aparece súbitamente como un resfriado. Al igual que las cardiopatías o el cáncer, estas condiciones no surgen de la noche a la mañana. Más bien, el alzhéimer es resultado de una serie de eventos genéticos, médicos y de estilo de vida12 presentes a lo largo del camino. Sus efectos impactan el cerebro sobre todo en la mediana edad, con síntomas que aparecen a medida que envejecemos (un proceso que empieza mucho antes en el cerebro de algunas mujeres, durante la transición hacia la menopausia).

Así que, si alguna vez algún médico bienintencionado te dijo que tus síntomas estaban sólo en tu mente, he aquí la prueba de que todo lo que has estado experimentando es científicamente válido y factible y, lo que es más importante, ¡nos brinda la oportunidad de hacer algo al respecto! Quisiera aclarar que la menopausia no “provoca” alzhéimer. Como evento, la menopausia es más parecida a un detonante mediante el cual se anula el superpoder del estrógeno y las hormonas que lo acompañan, y el cerebro tiene que encontrar nuevas formas de funcionar con eficiencia. Es justo en este momento, cuando el cerebro está ocupado en readaptarse, que aumenta el riesgo de que otras complicaciones se conviertan en verdaderos problemas médicos. Para muchas mujeres, los cambios cerebrales asociados a la menopausia provocan pérdida de memoria e incluso disminución cognitiva; para otras, cambios sin precedentes en el estado de ánimo, ansiedad y síntomas depresivos; sin embargo, para otras más estos cambios podrían ser la antesala de la aparición del alzhéimer. Aunque todo esto suene perturbador, es una de las claves esenciales que nos permite descifrar por qué el alzhéimer afecta más a las mujeres que a los hombres.

MÁS ALLÁ DEL ALZHÉIMER: “LA HIPÓTESIS DEL ESTRÓGENO”

El impacto de los cambios hormonales en el cerebro femenino no se limita a la amenaza o las consecuencias del alzhéimer. El rol de las hormonas en la salud cerebral de las mujeres, con el estrógeno liderando la carga, ha ido ganando reconocimiento en varios campos de la medicina, lo cual ha derivado en descubrimientos importantes y aterradores.

El campo de la psiquiatría ha desentrañado quizás uno de los ejemplos más extremos, al proporcionar evidencia de que las fluctuaciones en los niveles hormonales durante la menopausia podrían desencadenar un tipo de esquizofrenia previamente desconocida. Históricamente, la esquizofrenia era considerada un trastorno de los jóvenes que afecta sobre todo a hombres. En años más recientes, los científicos han identificado un “segundo pico” de la esquizofrenia después de los cuarenta y cinco años (o, de manera más específica, en los años previos a la menopausia), lo cual afecta a las mujeres de forma preponderante.13

Esta nueva forma de esquizofrenia sacó a la luz un sesgo profundamente arraigado en la forma en que los médicos habían tratado la enfermedad durante siglos, pasando por alto a las muchas mujeres de mediana edad que acudieron a ellos en busca de ayuda. Existen registros de finales del siglo XIX que contienen innumerables casos de mujeres estadunidenses que sufrían esquizofrenia de inicio tardío a quienes se les diagnosticó “demencia por supresión de la menstruación” y en consecuencia fueron enviadas al manicomio. Actualmente, pese a que los medicamentos antisicóticos son un tratamiento común para hombres y mujeres, se ha hecho muy poco para mejorar los síntomas de las fluctuaciones hormonales que precipitan esta forma de enfermedad en las pacientes.

Otros ejemplos de cómo las hormonas pueden tener un impacto dramático en el cerebro incluyen a muchas mujeres que desarrollan depresión por primera vez durante la menopausia, o mujeres con enfermedades mentales previamente controladas como trastorno bipolar o depresión mayor, quienes experimentan una reaparición o agravamiento de la enfermedad durante la menopausia; sin mencionar a quienes se sienten al borde del suicidio u otras que experimentan síndrome premenstrual. Estos casos son raros, pero existen.

Esto pone de manifiesto algo que ha pasado inadvertido durante mucho tiempo: al parecer, hay una epidemia dentro de la epidemia en la salud cerebral de las mujeres. Investigaciones recientes señalan14 que los cambios hormonales que las mujeres experimentan en la mediana edad son un posible detonante de las condiciones médicas que afectan al cerebro femenino más que al masculino. Asimismo, la menopausia aumenta la susceptibilidad de padecer cardiopatías, obesidad y diabetes (las cuales son factores de riesgo para el deterioro cognitivo). Esto no quiere decir que la menopausia sea la raíz de todos los males. No obstante, aunque sepamos bastante sobre cómo enfrentar enfermedades que afectan otras partes de nuestro cuerpo, entender el rol que desempeñan los cambios hormonales en el cerebro femenino y aprender a lidiar con ello es un área descuidada que debe atenderse con urgencia.

Cabe destacar que los hombres experimentan disminuciones de testosterona con la edad, el equivalente masculino de la menopausia, denominado andropausia. Por suerte para ellos, la pérdida de fertilidad en hombres es un proceso mucho más gradual (Mick Jagger tuvo a su octavo hijo a los setenta y tantos años), además, prácticamente no produce síntomas. Lo que reportan los hombres como síntomas principales15 son bajo deseo sexual e irritabilidad. Además, mientras que los niveles de estrógeno también disminuyen en los hombres, su testosterona tiene la capacidad de convertirse en estrógeno cuando es necesario, lo cual significa que nunca sufren la pérdida severa de estrógeno que atraviesan las mujeres.

A final de cuentas, se ha demostrado que las pérdidas hormonales afectan más y de formas distintas al cerebro femenino que al masculino. Dado que las mujeres de hoy pasan aproximadamente un tercio de su vida en etapa posmenopáusica, es crucial analizar cuál es la mejor manera de cuidar su salud cerebral durante esa etapa de su vida.

Se calcula que hasta 850 millones de mujeres alrededor del mundo han comenzado o están a punto atravesar la menopausia. ¿Por qué no armarnos con la mejor atención médica y los cuidados necesarios con antelación, antes de que ocurran los cambios hormonales que nos vuelven vulnerables a los síntomas cognitivos y emocionales?, ¿qué pasaría si pudiéramos protegernos de manera preventiva?

UNA OPORTUNIDAD DE GANARLE AL RELOJ

Históricamente, la conexión entre las hormonas y la salud cerebral ha sido ignorada, sobre todo porque el mundo aún estaba por descubrir cómo los cambios hormonales impactaban al cerebro. Como sabemos ahora, muchos síntomas de la menopausia en realidad se originan en el cerebro y por lo tanto son, sobre todo, síntomas neurológicos, los cuales deben tomarse muy en serio, pues indican que en el cerebro sucede algo que, de no revisarse, podría tener consecuencias impredecibles e innecesariamente trágicas en los años venideros.

Cabe mencionar que no todas las mujeres menopáusicas desarrollan alzhéimer, depresión u otra enfermedad del cerebro (y no todas presentan dramáticos cambios cerebrales o cognitivos). Se estima16 que 20 por ciento de las mujeres no desarrolla ninguno de los síntomas cerebrales asociados con la menopausia. Sin embargo, el 80 por ciento restante experimenta al menos una de estas indeseables “señales de alerta”, incluyendo un riesgo potencialmente mayor de padecer alzhéimer. Así que a medida que las mujeres se acercan a la mediana edad, existe una ventana de oportunidad crítica para detectar señales de mayor riesgo cerebral e intervenir con estrategias para reducir o prevenir ese riesgo. Cuidar mejor de nuestro cerebro en los años previos y cercanos a la menopausia puede mejorar los síntomas del climaterio con efectividad y reducir de forma dramática el riesgo de padecer alzhéimer en los años posteriores. Como sociedad, necesitamos enfrentar esto con urgencia, porque tratar a largo plazo la salud de una mujer significa entender y abordar los efectos de la menopausia en el cerebro.

¿Qué ocurre con las mujeres posmenopáusicas y mayores?, ¿deberían darse por vencidas? Por supuesto que no. La edad no es más que un número. Se trata más bien de lo que hay en tu mente y cómo cuidas tu cuerpo y tu cerebro. Dicho esto, cuanto más pronto empecemos a cuidar de ambos, mejor (y nunca es demasiado tarde). En este libro revisaremos diversas estrategias orientadas a optimizar la salud cognitiva en las mujeres de todas las edades. Nunca es tarde para comenzar a cuidar de ti misma; el objetivo es elegir la estrategia correcta con la “edad hormonal” de cada mujer, así como con una serie de factores genéticos, médicos y de estilo de vida. No importa si tienes sesenta, setenta, ochenta (o más), involucrarte en prácticas preventivas es una forma eficaz de aclarar tus pensamientos, fortalecer tu mente y nutrir tus recuerdos. Si tú o algún ser querido está experimentando pérdida de memoria o deterioro cognitivo, tengo la esperanza de que las recomendaciones de este libro ayudarán a aliviar los síntomas, mejorar el equilibrio emocional y fortalecer la resiliencia.

Éste es el momento idóneo para reconocer que muchas mujeres que nacen con los cromosomas XX están dispuestas a someterse a cambios hormonales para transitar de un género al otro. En 2020, la sociedad se ha dado cuenta de que el género va mucho más allá de la simple distinción cromosómica binaria establecida al nacer (como alguna vez se pensó). De hecho, hay una fluidez y complejidad en torno al género que permaneció oculta por muchos años. Los cambios hormonales que ocurren en aquellas mujeres que se someten a tratamientos hormonales mientras hacen la transición al género masculino obviamente difieren significativamente de aquellos que experimentan las mujeres que nacieron mujeres y continúan siendo mujeres. Por desgracia, las transiciones específicas que experimentan las personas transgénero no han sido suficientemente bien estudiadas, al menos en términos de sus efectos en el cerebro, algo que representa una oportunidad importante para investigaciones posteriores. Para quienes se someten a esas transiciones mi esperanza es que este libro pueda convencerte de dialogar con tu médico sobre los efectos de las hormonas en tu cuerpo y tu cerebro.

Para todas las mujeres (tanto las nacidas bajo el sexo femenino como aquellas en transición) mis recomendaciones sobre cómo utilizar este libro son exactamente las mismas. Deja que se convierta en tu guía y genere los argumentos necesarios para tener discusiones francas y significativas con tu médico. Cuando colaboramos de esta manera, podemos descubrir los mejores planes de acción disponibles, personalizados y esenciales para nuestro bienestar de cara al futuro.

El cerebro XX

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