Читать книгу Escapando del laberinto del abuso espiritual - Lisa Oakley - Страница 10

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El cuadro emergente del abuso espiritual

“Sería útil que este tema fuera más ampliamente reconocido, explicado y explorado en las iglesias de todas las denominaciones” (O&H).

Navegar por el laberinto

Cuando era niño o joven –dice Justin– recuerdo haber sentido emoción, miedo, y ganas de competir y colaborar cuando recorría laberintos en parques temáticos y casas de campo históricas. De niño entraba en ellos con una sensación de emoción porque quería ser el primero en encontrar el camino hacia la salida, antes que mis amigos o familia. En ocasiones, mi entusiasmo se convertía en miedo, ya que invariablemente volvía a los mismos puntos que ya había pasado varias veces antes y me preguntaba si alguna vez encontraría la salida. Llegar a callejones sin salida y entrar en caminos que eran solo vueltas de regreso al mismo lugar eran parte del desafío planteado por el diseñador del laberinto. La analogía del laberinto es una imagen poderosa del camino que emprenderás en este libro. Para llegar a explorar las características de las culturas cristianas sanas debemos primero navegar la difícil experiencia del abuso espiritual.

Puede parecer extraño pasar un tiempo considerable discutiendo el abuso espiritual en un libro que también busca explorar la creación de culturas cristianas sanas. Sin embargo, creemos que realmente no podemos explorar lo que es sano sin antes examinar lo que no lo es. Si realmente queremos construir culturas más sanas debemos entrar en el laberinto, mirar los callejones sin salida, investigar los caminos en círculo, explorar las múltiples rutas y finalmente encontrar la salida. Además de esto, también dedicaremos tiempo a considerar lo que es sano, ya que centrarse en lo que es bueno y sano es igualmente útil para evitar lo que no lo es. Así estaremos en una mejor posición para guiar a otros a través del laberinto e, idealmente, evitar que algunos entren en él.

¿Quién quiere estar en una Iglesia como esta?

“¡Eso me pasó a mí, y nunca nadie me creyó!” Los ojos de la mujer estaban llenos de lágrimas cuando se detuvo frente a mí en un salón repleto de gente –recuerda Lisa–. Estábamos tratando el tema del abuso espiritual y por primera vez ella escuchó su historia en voz alta. El impacto fue tan grande que en medio de la charla fue incapaz de permanecer en su asiento. Necesitaba hablar y ser escuchada. La imagen de ese momento está grabada en mi mente. Su dolor y alivio eran claramente visibles mientras hablaba: el sufrimiento de lo que había experimentado y el alivio de finalmente escucharlo en palabras. Estaba claro que su historia –y la de muchos otros– requería ser oída y respondida. Necesitábamos entender cómo la coerción y el control pueden desarrollarse en las relaciones cristianas, ya que “deja a la gente sintiéndose aplastada e indefensa” (LO). La Iglesia está lentamente aceptando el hecho de que el abuso sexual ocurre dentro de sus muros y que pasan cosas horribles en lugares donde no debería. Necesitamos alzar la mano sobre el abuso espiritual y reconocer que a veces las cosas han salido mal. Personas han sido controladas y han salido dañadas. Como dijo alguien, ella se sintió “insegura en un lugar que debería ser seguro” (LO).

Por otro lado, en una conferencia nacional que dirigió el CCPAS (ahora Thirtyone:eight) y que se celebró en 2017 en el Reino Unido para los coordinadores de prevención, hubo un debate sobre la cultura eclesiástica sana y sus características clave. Esta discusión incluía estar en una Iglesia donde podías hacer preguntas, estar en desacuerdo (¡con respeto!), trabajar en tu propio itinerario espiritual y ser nutrido mientras alimentabas a otros. Tras la conversación, se planteó la pregunta: “¿Quién quiere pertenecer a una Iglesia como esta?” La respuesta fue unánime: todos querían pertenecer a una institución sana. No fue una respuesta sorprendente, pero surgió dentro de una discusión sobre el abuso espiritual. Las personas que asistían a la conferencia habían estado en un itinerario, que comenzó con ellos explorando el abuso espiritual y que terminó con ellos enfocándose en la cultura sana de la Iglesia. Al principio de la charla se les animó a decir que “lo mejor estaba por venir”.

Para explorar el tema de la cultura sana de una manera equilibrada, debemos considerar qué tan buenas pueden ser las cosas y, al mismo tiempo, ser honestos cuando van mal. Este es el itinerario que nos gustaría emprender en este libro. Para ello, dedicaremos tiempo a comprender y explorar lo que es el abuso espiritual y lo que causa en la gente, y luego pasaremos a revisar lo que es un liderazgo sano y una cultura cristiana sana.

El desafío de explorar el abuso espiritual

“La verdad es que la gente no quiere que el mundo piense que la Iglesia que predica amor no puede vivirlo” (LO)

Explorar este tema es un desafío. Un encuestado declaró que el silencio sobre el abuso espiritual “a menudo deja a las víctimas transitando por un camino solitario e incomprendido, y el silencio nos impide darnos cuenta de la magnitud del problema en nuestras iglesias” (LO). El tema del abuso espiritual es difícil de abordar para cualquier cristiano, atraviesa el corazón del mensaje del amor, la libertad y la gracia. Puede hacernos sentir incómodos, inquietos e inseguros. En sí mismo suscita fuertes reacciones de los cristianos. Una persona nos dijo que al plantear esto, ¡estábamos “haciendo el trabajo del diablo”! Otro sugirió que nuestro trabajo podría “hacer colapsar a la Iglesia”. En cualquier otro contexto esto podría haber sido suficiente para que decidiéramos rendirnos y desistir, ¡pero esto es demasiado importante!

Hay dos razones que grafican por qué es tan importante pensar en esto. Primero, porque la comunidad de fe cristiana está llamada a llevar esperanza a los corazones rotos. Cuando las personas están heridas y dañadas, debemos ser un modelo de cómo responder bien y cómo cuidar profundamente. Se nos llama a no rehuir a los que están sufriendo. Tiene que haber un lugar para conversar sus historias y reconocerlas. Tiene que haber un espacio para considerar lo que viene después. ¿Cómo avanzas cuando te han herido de esta manera? ¿Qué apoyo se necesita, y cómo se puede proporcionar?

Segundo, porque hay una verdadera esperanza para el futuro. La Biblia nos dice que la Iglesia es el plan de Dios. A él se le ocurrió la idea, y por lo tanto tiene que ser posible que lo que sucede en la Iglesia y los contextos cristianos sean el mejor modelo de cómo nos tratamos y cuidamos unos a otros. Alguien planteó la pregunta recientemente: “¿Cómo puedes hacer lo que haces, ver lo que ves y aun así tener fe y pensar que la Iglesia es buena?” Es una pregunta razonable. Aunque lo que realmente me estaba preguntando era “¿cómo puedes ver los temas de abuso en la fe cristiana y aun así creer en Dios y su Iglesia?” Era una pregunta relativamente fácil de responder. “Cuando veo lo que falla en la Iglesia, me entristece y, a veces, me hace enojar. Pero cuando la Iglesia es todo lo que está llamada a ser, puede ser un lugar de esperanza”.

Este libro proporciona un espacio para conversar sobre el abuso espiritual y cómo responder a él, y también para explorar el liderazgo y la cultura sana en el contexto de la Iglesia, la organización sin fines de lucro, la compañía o el grupo comunitario. Nos han preguntado quién debería leer este libro. La mejor respuesta viene de una de las personas que compartió su historia.

“Esto es abuso, y la gente necesita saberlo” (LO).

Existe el peligro de que un libro como éste pueda considerarse relevante únicamente para los líderes de la Iglesia o para aquellos que han tenido la experiencia de la cultura eclesial o el abuso, o para aquellos con algún interés en ellas. Si bien esto es válido, la verdad es que este libro es importante para todos los que se consideran cristianos y no cristianos.

Es importante estar abiertos, desde el principio, a un libro que está escrito desde la perspectiva cristiana, que hace referencia a nuestra propia fe cristiana y al contexto más amplio de la misma, y que incluye referencias de la Biblia.

Esperamos que este libro ayude a las personas a comprender mejor cómo la coerción y el control pueden suceder en un entorno de fe, o entre personas de fe en entornos no religiosos, y el impacto que esto tiene en quienes lo experimentan. Ayudará a los lectores a reflexionar acerca de cómo utilizan el poder en ciertas situaciones y cómo podrían formar parte de la construcción de una cultura sana. Tal vez ahora es el momento, como nos dijo un sobreviviente, de “despertar y oler el café” (LO) y discutir abierta y honestamente el abuso espiritual.

La historia hasta ahora

En casa –cuenta Lisa– tengo una colección de libros que mi marido llama mi “biblioteca de rarezas”. Es una colección de todos los libros que he podido encontrar publicados sobre el tema del abuso espiritual. Cuando la biblioteca estaba abajo, mi esposo solía poner las fotos de nuestro matrimonio delante de estos libros cuando nos visitaban, especialmente si eran personas nuevas en la Iglesia.

Esta colección cuenta una historia. Uno de los mensajes es que los problemas de coerción y control han existido en la Iglesia durante mucho tiempo. Una de mis posesiones más preciadas es una edición del libro de Richard Baxter, El Pastor Reformado (1981), escrito por primera vez en 1656. En él su autor habla de la manipulación y el control. No usa el término abuso espiritual, ya que aún no se había desarrollado el concepto, pero los sellos distintivos están ahí.

Hay libros como Churches That Abuse (Enroth, 1993), Healing Spiritual Abuse - How to Break Free from Bad Church Experiences (Blue, 1993) y quizás el más conocido, El sutil poder del abuso espiritual (Johnson y VanVonderen, 2005).

Estos libros se centran en las experiencias de abuso espiritual. Demuestran que mucho de lo que hablamos ahora tiene sus raíces en lo que se llamó “pastoreo agobiante”, que a menudo se encuentra en las iglesias domésticas, así como otras expresiones de la Iglesia. Un sello distintivo del liderazgo en estos entornos era el requisito de que los seguidores fueran sumisos, estuvieran dispuestos a compartir detalles de sus vidas y de consultar al “pastor” antes de tomar decisiones importantes, incluyendo las opciones relativas al trabajo y a la pareja. Cuando este modelo de liderazgo y discipulado de la Iglesia comenzó a ser criticado, muchas iglesias domésticas se disolvieron, y muy pronto en los Estados Unidos comenzó a usarse el término “abuso espiritual”. Muchas de sus características reflejan el control que existe en el pastoreo agobiante.

El trabajo en el área del abuso espiritual ha continuado desarrollándose, pero todavía se encuentra en sus primeras etapas. Hemos tenido muchas conversaciones en las que nos han dicho “seguimos en el mismo lugar, al igual que con el abuso doméstico hace 50 años”. El mensaje que rescatamos de esto es que hace 50 años la gente empezó a darse cuenta de que el abuso doméstico sucedía y que era real. Esto nos llevó a entender que no se trataba solo de un “asunto doméstico” y que no era “culpa de las mujeres”. Como en todas las formas de abuso, el conocimiento sigue creciendo en la medida en que se cuentan historias y se comparten las investigaciones. Ahora reconocemos a las víctimas masculinas y femeninas de la violencia y el abuso doméstico, y admitimos que los niños pueden ser violentos con sus padres o cuidadores. Sabemos que los adolescentes experimentan esto y que los servicios se desarrollan continuamente para satisfacer sus necesidades.

En relación con el abuso espiritual, el término se utiliza cada vez con más frecuencia. Se está empezando a entender de qué se trata, algunas políticas de prevención de la Iglesia mencionan esta forma de abuso, se están llevando a cabo conferencias que incluyen charlas sobre este tema, pero todavía hay mucho trabajo por hacer y muchos obstáculos que superar o repensar.

El elefante en la habitación

En unas vacaciones recientes –cuenta Lisa–, salí una noche con mi familia a tomar algo. Había una plaza en la que tocaban música en vivo, con mesas y sillas para sentarse y relajarse. También había un elefante de plástico gigante afuera de una tienda cercana. Mi yerno dijo, a modo de broma, que probablemente había llegado el momento de que “habláramos sobre el elefante en la habitación”.

Es muy importante ser abierto y honesto al comienzo de este libro, y aceptar que el abuso espiritual puede ser un verdadero elefante en la habitación. Nuestra más reciente encuesta muestra una considerable preocupación por explorar este tema y las posibles consecuencias para la Iglesia.

“Me preocupa que esto abra las puertas a acusaciones falsas de parte de algún miembro insatisfecho de una comunidad cristiana y que se desperdicie mucho tiempo, esfuerzo y dinero, y se empañen las vidas de buenos líderes en el proceso” (O&H).

Muchas de las respuestas que recibimos nos decían que había que hablar al respecto, pero teníamos que asegurarnos de tener mucho cuidado. “Este proyecto me pone nervioso” (O&H). Si bien volveremos a explorar estas preocupaciones con más detalle en el capítulo 2, queremos ser honestos y abiertos desde el principio: esta es un área desafiante y compleja que causa cierta ansiedad y preocupación. Una vez más, reiteramos nuestro deseo de explorar este tema, de hacer justicia a quienes lo han experimentado y de promover culturas sanas y seguras para el futuro.

“¡Si sigues haciendo lo que estás haciendo, nadie será capaz de liderar!” (O&H)

Las culturas sanas incluyen líderes juiciosos que nutren y estimulan al resto. Un obstáculo –y uno de los mayores retos que se plantean al trabajar en esta área– es el posible impacto que podría tener en los líderes y en el liderazgo la discusión sobre el abuso espiritual. A menudo se plantea la preocupación de que, si discutimos temas de coerción y control, los líderes serán incapaces de dirigir eficazmente. Muchos han comentado que su trabajo ya es bastante difícil y que se les debe permitir ejercer autoridad. Otros han reflexionado sobre la posibilidad de que se hagan acusaciones falsas. Si bien nos parece importante abordar brevemente este tema al comienzo de este libro, habrá una reflexión más detallada al respecto en el capítulo 6.

“Mi preocupación principal son las acusaciones falsas contra líderes buenos y piadosos, que tal vez no han tomado precauciones para protegerse” (O&H).

Sin embargo, el mensaje más fuerte que recibimos fue que no dejáramos de hacer nuestro trabajo, pero que entendiéramos que los líderes también lo experimentan.

“El abuso espiritual también ocurre al revés, donde los líderes de las iglesias son abusados por su comunidad cristiana, son manipulados y son objeto de abuso verbal y chismes” (O&H).

“Creo que la gente asume que el abusador suele ser la persona con más poder, por ejemplo, el líder de la iglesia, pero creo que los líderes de la iglesia están sobreexigidos y, a menudo, no están protegidos de ser abusados por miembros de su iglesia” (O&H).

A lo largo de nuestra investigación, la gente nos pidió que consideráramos cómo podemos proteger y nutrir mejor a los líderes religiosos y ayudarlos a responder cuando experimentan actos de control no deseado. Queremos hacer una pausa y señalar que muchos de ellos son víctimas de este tipo de comportamiento y necesitan apoyo para enfrentarlo. De hecho, sería bueno para el liderazgo y la formación ministerial incluir estos temas.

Pero, para que haya equilibrio es importante entender que –como muestran los relatos– los que están al mando sí coaccionan y controlan a los demás.

“Esto pasa cuando el líder o los líderes principales de una iglesia operan con su propia autoridad mientras abusan y manipulan a la comunidad cristiana y empiezan a tomar el lugar de Dios en sus vidas” (O&H).

Muchas historias de abuso espiritual incluyen el papel del liderazgo o de un líder en su relato, y muchas de las respuestas a la encuesta se referían al control por parte ellos. Obviamente, puede ser más fácil controlar a los demás si tienes una posición de liderazgo, ya que podemos sentir que es más difícil cuestionar o argumentar en contra de las autoridades. Sin embargo, también hay muchos ejemplos de líderes que ejercen esta autoridad con cuidado, compasión y por el bien de sus seguidores. Allí donde la coerción y el control forman parte del patrón de comportamiento de un líder, hay razones que lo explican . A veces es simplemente un mal uso y abuso del poder y de la autoridad que va con el cargo. Y hay otros casos en los que el control coercitivo por parte de los líderes ha sido extremo y no puede ni debe ser justificado. Sin embargo, a veces debemos tratar de entender de dónde viene este comportamiento.

“El uso inapropiado del poder organizativo en un ambiente religioso: usar tu posición de poder espiritual para manipular a otros de formas que son inaceptables (y no cristianas)” (O&H).

En algunos casos, los líderes se sienten fuera de control, sin apoyo y no están realmente equipados para hacer las tareas que se les pide que lleven a cabo. Más tarde tendremos tiempo para considerar plenamente estas cuestiones, pero por ahora hay que reconocer que el liderazgo es difícil y a menudo ejercemos una enorme presión sobre los líderes para que sean “todo para todos”. Esto puede llevar a desarrollar formas de comportamiento poco sanas para hacer frente a las presiones y expectativas de los demás. Por ejemplo, a menudo colocamos a las personas en posiciones de liderazgo porque reconocemos que tienen talento para un grupo particular (por ejemplo, niños pequeños) o para un tema específico. Podemos nombrar líder de la pastoral juvenil a alguien que haya demostrado fortaleza para estar al lado de los jóvenes y apoyarlos. Promovemos a esa persona para que lidere el trabajo con jóvenes. Sin embargo, no le enseñamos a conducir a las personas batallar con las críticas, trabajar en equipo, etc., y presionamos al líder para que expanda y desarrolle el trabajo con jóvenes. Y luego nos sorprendemos cuando todo sale mal y la gente termina herida. Tenemos que trabajar para establecer cómo apoyamos y desarrollamos a los líderes en todos los niveles de las iglesias y organizaciones cristianas. Por otro lado, si los apoyamos y nutrimos, deberíamos sentirnos capaces de confrontar a aquellos que son controladores o coercitivos y abordar estos comportamientos por el daño que causan.

“¡No se trata solo de los líderes! (O&H)

Para poder ofrecer una imagen completa del abuso espiritual necesitamos entender que cualquier persona puede controlar y coaccionar a otra. En el liderazgo, este control puede ser de arriba hacia abajo o de abajo hacia arriba. Una pareja poderosa en una comunidad cristiana puede controlar lo que pasa en la iglesia y coaccionar al líder. También puede ser de igual a igual. Por ejemplo, una persona que trabaja con niños puede coaccionar y controlar a su par.

La coerción a menudo se trata de dos cosas. En primer lugar, el contexto. En muchas iglesias u organizaciones cristianas, ciertos individuos pueden tener mayor estatus, ser más escuchados y tener más poder que otros. Esto puede estar relacionado con el cargo o el tiempo que llevan en una iglesia, qué tan activamente involucrados están o, incluso, con la cantidad de dinero que donan. Hay un sinfín de razones por las que algunas personas pueden ser escuchadas y ser capaces de controlar a otras, en particular si ocupan una posición de confianza y respeto.

“Un miembro respetado que abusa de su posición de confianza, para manipular a otra persona, invoca “instrucciones” de Dios que no pueden ser cuestionadas” (O&H).

En segundo lugar, está la relación de poder personal entre los involucrados. En las relaciones, quienes ostentan autoridad y la forma en que ésta se utiliza es muy importante. La discusión sobre el poder será retomada a lo largo de este libro, ya que es fundamental para este tema.

En resumen, al igual que con otras formas de abuso, el abuso espiritual puede sucederle a cualquiera y cualquiera puede coaccionar y controlar a otro. Sin embargo, no le sucede a todo el mundo, y el hecho de estar en un contexto cristiano no hace que el control coercitivo sea más o menos probable.

Cada uno tiene su propia historia

Hay diferentes historias y relatos de abuso espiritual y a lo largo de este libro haremos referencia a algunos de ellos; asimismo, compartiremos citas de nuestra reciente encuesta. Sabemos que algunas personas han experimentado un control extremo, mientras que para muchas otras ese control ha sido más sutil. Por lo mismo, no hay una sola historia que nos represente a todos, por lo que buscamos incluir una gran variedad de vivencias en este libro. Estamos extremadamente agradecidos con aquellas personas que han tenido el valor de compartir sus testimonios y reconocemos el costo personal que tuvo hacerlo. Solo a través de este intercambio podemos realmente comprender este asunto de una mejor manera. Las historias nos proporcionan una base sobre la cual podemos construir modelos de comportamiento y culturas cristianas en el futuro que sean mejores y más sanas. Este primer relato ilustra el tipo de desafío que abordaremos en este libro.

La historia de Steve

Comencé a participar en una iglesia por primera vez hace unos cinco años. Era una de las más amigables a las que había asistido. Las personas parecían muy interesadas en mí y me sentí como en casa. Era como una gran familia. Pensé que pertenecía y que era realmente bienvenido. Era, ciertamente, lo que había estado buscando en una iglesia.

Durante un tiempo fui feliz y no fue hasta que llevaba un par de años que la situación empezó a cambiar. Dentro de la iglesia se hacía un gran énfasis en estar presente en todas las reuniones. Nos dijeron que esto era porque nos ayudaba, y que si faltábamos nos perderíamos. Una noche no pude asistir a una reunión porque no me sentía bien. Al día siguiente recibí una llamada del ministro preguntando por qué no había estado en la reunión. Le expliqué que no me sentía bien. No pareció muy contento con mi respuesta y me dijo que me habrían cuidado si hubiera ido. Le pedí disculpas y le dije que estaría en la de esa noche. Cuando colgué el teléfono no pude entender por qué me había disculpado por estar enfermo, pero igual me cuestioné y me pregunté si podría haber ido a la reunión después de todo. Decidí que debía tratar de asistir a todas las reuniones en el futuro.

Durante un tiempo todo siguió bien y me empecé a involucrar más en la vida de la iglesia. Con el tiempo comencé a dirigir el trabajo con el grupo de jóvenes. El ministro me dijo lo talentoso que era con la juventud y cómo la iglesia había estado rezando por contar con alguien como yo. Me hizo sentir bien y feliz de poder ayudar en este grupo. Pasé mucho tiempo con el ministro y su familia, y fui parte de muchas cosas en la iglesia. Pasaba la mayor parte de mi semana ahí, pero estaba feliz de hacerlo. En retrospectiva puedo ver que las personas recibían un trato especial cuando se involucraban más y a menudo eran vistas como “espiritualmente especiales”. Ahora puedo ver que este “ser especial” se usaba para que la gente siguiera haciendo lo que la iglesia quería que hicieran y para que otros se esforzaran más en involucrarse.

En ese momento me sentía parte de la iglesia y tenía un gran sentido de pertenencia. Sabía que las decisiones no se discutían y que con cierta frecuencia la gente se iba y, cuando esto ocurría, se hablaba mal de esas personas. Sin embargo, en ese momento creía lo que decían de la gente y pensaba que su salida era culpa de ellos y así continué siendo feliz.

Todo iba bien hasta que organicé un viaje a un concierto cristiano con el grupo de jóvenes. El ministro me llamó y me dijo que debería haber pedido permiso para organizar el evento. Le contesté que lo había hecho porque estaba a cargo del trabajo con los jóvenes. Él se enojó mucho conmigo y me respondió que yo causaba problemas, y que mi actitud no ayudaba. Incluso sugirió que no era un buen modelo a seguir para los jóvenes. Me recordó que yo no estaba a cargo y que todas las decisiones sobre los jóvenes debían pasar por él, me citó la Biblia sobre ser sumiso a los líderes y colgó el teléfono.

Quedé devastado. Se suponía que el viaje ayudaría a los jóvenes. Me dolió mucho lo que dijo sobre mí y mi influencia en los jóvenes. Más tarde lo llamé para conversar sobre lo que me había dicho y era otra persona. Descartó mis preocupaciones y dijo que no se había enfadado en absoluto, que solo estaba cuidando de mí y que le preocupaba que yo estuviera trabajando demasiado y quería asegurarse de que descansara. Por eso quería que consultara las cosas con él para asegurarse de que no me autoexigiera demasiado. Nuevamente terminé disculpándome y diciéndole lo agradecido que estaba por su apoyo.

Al terminar esa llamada telefónica quedé muy confundido. Me sentía muy culpable y pensaba que quizás había malinterpretado la situación y que el ministro me estaba tratando de ayudar. Es extraño mirar hacia atrás y pensar que me culpaba a mí mismo. Pensé que había algo malo en mí que me hizo malinterpretar lo que me dijo. Ahora me doy cuenta de que el ministro tenía la habilidad de hacerte pensar que tú lo habías malentendido y que tú eras el responsable, cuando en realidad era al revés y él tenía la culpa.

Después de esto las cosas siguieron bien durante algunas semanas y realmente traté de comportarme adecuadamente. Una noche uno de los jóvenes se me acercó y me pidió un consejo sobre un tema que le preocupaba. Lo escuché y le di algunas sugerencias de cosas que podía hacer. Al día siguiente, mientras charlaba con el ministro mencioné la conversación que había tenido con el joven. El ministro se enojó mucho y me dijo que se suponía que tenía que consultar todo con él y que no tenía permitido dar consejos. Me volvió a recordar la necesidad de someterme a los líderes y me señaló que llevaba un tiempo sintiendo que Dios quería que yo descansara del trabajo con los jóvenes, ya que necesitaba un respiro. Le dije que no quería, pero cuando llegué a casa me había dejado un mensaje telefónico diciéndome quién sería mi reemplazo. Me pidió que le entregara toda la información sobre los jóvenes a esa persona. Desde entonces muchos me han dicho que el ministro habló mal de mí y dijo que no era apto para el trabajo con los jóvenes, que había tratado de apoyarme, pero que por el bien de ellos había tenido que dejarme ir.

Luego de que me obligaran a renunciar ya nada fue igual. Se me hacía difícil lidiar con la situación cuando los jóvenes me preguntaban por qué los había dejado, porque se les dijo que había sido mi decisión. Me resultó difícil aceptar que el ministro señalara que Dios le había dicho que yo tenía que renunciar. No sabía cómo argumentar en contra de eso. Me pregunté por qué Dios se lo había dicho a él y no a mí, pero muchos en la iglesia pensaban que Dios hablaba directamente con el ministro y, por lo tanto, no cuestionaban lo que él decía.

También empecé a ver que gran parte de lo que ocurría en la iglesia era controlado, algo que también me costó aceptar. Me di cuenta de que el ministro tomaba todas las decisiones. Sabía que no podía seguir en la iglesia, tenía que irme. Llamé al ministro y le expliqué que me iba. Se enojó mucho y me dijo que lo estaba traicionando a él y a la iglesia, y que no estaba bien que me fuera. Que Dios no me bendeciría si me iba. Según él me costaría mucho acostumbrarme a otra iglesia. Le dije que tenía que irme y me colgó el teléfono. Poco tiempo después vino a verme y me dijo que Dios tenía planes para mí y que debía quedarme y resolver mis problemas. Le dije que no eran MIS problemas y que necesitaba irme. No volví a la iglesia después de eso.

Cuando me fui, el ministro le dijo a la gente de la iglesia que yo era un irresponsable y que lo había herido profundamente. Perdí a varias amistades, ninguno se acercó cuando me fui. En realidad, ya no veo a nadie de ahí. Según lo que he oído la gente sigue marchándose, pero nada parece cambiar y el ministro sigue en su cargo.

Después de irme pasé por uno de los momentos más oscuros de mi vida. Toda la experiencia fue más profunda y dolorosa de lo que puedo explicar. Es como si ya no te conocieras a ti mismo, quién eres, qué piensas y en qué crees. Creo que de alguna forma perdí el sentido de quién era. No logras entender cómo es que te absorbió la situación y por qué no viste lo que estaba pasando. Ahora se me hace difícil hacer amigos y soy reacio a abrirme a las personas por miedo a que abusen de mi confianza. De hecho, me cuesta mucho confiar. En cuanto a la iglesia, recién estoy pensando en volver a alguna. Toda esta experiencia es muy difícil y abusiva, y usan a Dios para justificar el comportamiento controlador y manipulador. La gente necesita saber que esto es real y que está ocurriendo en las iglesias de todo el país.

Esta historia incluye algunos de los elementos clave del abuso espiritual que exploraremos en los próximos capítulos. También comienza a ilustrar el impacto que el control coercitivo tiene en una persona. Si bien en esta historia quien se comporta de esta manera es el ministro de la iglesia, es importante reiterar que este tipo de conducta no está ligada a los cargos de liderazgo.

¿No le pasa esto sólo a las personas “vulnerables”?

A menudo nos preguntan si algunas personas son más vulnerables al abuso espiritual que otras. Si bien hay un libro en esta área que sugiere precisamente eso, el abuso espiritual es complejo y es una forma bastante simplista de ver las cosas, lo que podría ser peligroso. Si pensamos que esto solo les sucede a las personas “vulnerables”, podríamos considerar que estamos “seguros” o que somos “inmunes”, y no es tan simple. Más adelante, exploraremos lo que sucede en una experiencia de abuso espiritual. Por ahora, basta con decir que suele ocurrir que haya largos períodos llenos de momentos positivos y esto hace que uno se cuestione cuando empiezan a suceder cosas negativas. Con frecuencia es sutil y no es nada fácil de detectar. Cualquiera puede vivirlo.

Es importante señalar que cuando tenemos un “niño o adulto en riesgo de daño” debemos ser especialmente cuidadosos con la coerción y el control. También debemos tener en cuenta a las personas que ya están recibiendo los servicios de una iglesia u otro organismo, y considerar qué tipo de ayuda y apoyo adicional pueden necesitar. Asimismo, deberíamos pensar en cómo podemos asegurarnos de que se les ofrezca opciones sobre las que tengan capacidad de decisión.

¡Esto no sucede en nuestra iglesia!

Tuve una experiencia muy interesante en un seminario cristiano. En dicha ocasión el orador explicaba por qué era muy poco probable que el abuso espiritual ocurriera en su denominación, ya que no operaban con modelos que fomentaran el control coercitivo. Además, según él, tenían una clara estructura de información y la gente sabía a dónde acudir para obtener ayuda y apoyo. Tras estas audaces declaraciones, uno a uno los miembros de esta comunidad se levantaron para contar sus historias y experiencias de abuso espiritual. Todas nuestras investigaciones hasta la fecha aportan pruebas de que el abuso espiritual no está vinculado a una denominación o expresión de la iglesia (Oakley, 2009; Oakley - Kinmond, 2013; Oakley - Kinmond, 2014; Oakley - Kinmond - Humphreys, 2018). Nuestra encuesta más reciente muestra que las personas que se identifican como víctimas de abuso espiritual vienen de una amplia gama de denominaciones e iglesias independientes.

Algunos escritos sugieren que esto es más común cuando los feligreses creen en el ministerio del Espíritu Santo (Enroth, 1994), en particular cuando hay una creencia de que el Espíritu Santo habla a través de palabras e imágenes. Ciertamente, es posible distorsionar tal ministerio para controlar a otra persona, deliberadamente o no. Sin embargo, es importante entender que hay muchas iglesias sanas que siguen tales tradiciones cristianas. Probablemente no sea útil empezar diciendo que ocurre aquí, pero no acá. La verdad es que, como con otras formas de abuso, el control coercitivo puede ocurrir en cualquier denominación o expresión de la iglesia. El lenguaje puede ser diferente, las historias se enmarcarán en contextos, pero las características del abuso espiritual serán las mismas.

¿No basta mantener la postura teológica correcta?

El abuso espiritual no está vinculado a una postura confesional, y tampoco a una posición teológica particular. Un encuestado señala la importancia de separar el abuso espiritual de las posturas teológicas de la siguiente manera.

“Una de las cosas más importantes para mí y mi familia era separarlo de la teología” (O&H).

Por lo tanto, mantener una postura teológica no es en sí mismo necesariamente espiritualmente abusivo. Por ejemplo, hay una serie de opiniones sobre las donaciones de dinero. Para algunas iglesias el diezmo (dar el 10% de tus ingresos) es una creencia fundamental. Algunas se cuestionan si se trata del 10% de los ingresos brutos o netos. En otras expresiones de la iglesia, se incentiva la donación, pero la cantidad entregada se ve como un asunto privado y no como algo que la iglesia deba dictar. Aunque se puede argumentar que ambas cuestiones son bíblicas, la enseñanza sobre cualquiera de ellas y la adopción de una u otra práctica no es en sí misma abusiva desde el punto de vista espiritual. Lo que importa es cómo se comparte y se practica la postura que tienes. Cuando se mantienen de manera controladora y coercitiva, esto puede ser perjudicial y puede derivar en un abuso espiritual. Si presionas constantemente a los individuos para que donen, pides estados de cuenta bancarios para mostrar que están donando y sugieres que dar es una medida de la relación que alguien tiene con Dios, entonces esto tendría el sello de abuso espiritual.

Este es un punto importante que hay que señalar desde el principio, pues muchas personas tratarán de utilizar el lenguaje del abuso espiritual para apoyar su propia postura teológica sobre algún tema. Pueden sugerir que pensar de manera diferente es espiritualmente abusivo, mientras que los que tratan de proteger la libertad religiosa quieren asegurarse de que se puedan adoptar todas las posturas teológicas. Sin embargo, cualquier postura teológica debe ser compartida y practicada con una actitud de gracia, libertad y respeto.

¿Qué vas a hacer al respecto?

Al final de una conferencia muy concurrida –dice Lisa–, después de que hablé sobre el abuso espiritual, un delegado se acercó y me preguntó: “Bien, sabemos que esto está sucediendo, pero ¿qué vas a hacer al respecto?”.

Este libro trata de abordar esta pregunta. Primero, exploramos qué es realmente el abuso espiritual y cuáles son sus características clave. Segundo, consideramos la forma en que se puede abordar el abuso espiritual, de manera individual y colectiva. Definiremos lo que es útil para responder a una historia de abuso espiritual y tomar medidas. También consideraremos el papel del liderazgo y la necesidad de apoyo, y cómo es un liderazgo sano. Luego hablaremos de la cultura, y finalmente resumiremos y plantearemos algunos pasos a seguir en el capítulo 8.

Todos somos parte de la cultura en la que estamos. Nuestra idea es explorar las características de una cultura cristiana sana. El propósito de este libro es obtener una respuesta y prevenir. Buscamos discutir el abuso espiritual y dar voz a quienes han tenido esta experiencia. Nos esforzamos por definir en qué consiste una respuesta sana y útil.

También nos interesa mucho entender cómo prevenir este comportamiento en el futuro. Nuestro objetivo es permitir un “reconocimiento de la herida” (O&H), proporcionar sugerencias para “un apoyo continuo que permita procesar el daño hacia la curación” (O&H) y ayudar a desarrollar “un sistema sólido que trate el tema en el futuro” (O&H).

Un podcast de Malcolm Duncan (2017) contenía esta frase: “Lo malo puede usarse para el bien, lo bueno no se puede eliminar y lo mejor está por venir”. Para nosotros, esto resume el itinerario que recorrerán los lectores con este libro: examinar la difícil realidad del abuso espiritual y aprender de él; explorar ejemplos de liderazgo y cultura sanos; y anhelar un momento en que este tema se aborde de manera amplia y cuidadosa: que el futuro se vea mejor que el presente.

Escapando del laberinto del abuso espiritual

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