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Prólogo a la edición en español

Lisa Oakley y Justin Humphreys han escrito un libro pionero y, a la vez, de alerta, análisis y reflexión sobre el abuso espiritual en ambientes religiosos. L. Oakley ya había publicado en conjunto con Kathryn Kinmond, Breaking the Silence on Spiritual Abuse (Palgrave Macmillan, 2013), una amplia investigación académica sobre abuso espiritual, pero se le había solicitado insistentemente que escribiera un libro similar al alcance del público general. Su coautor, J. Humphreys ha sido responsable de una plataforma de consejería, prevención y educación en abuso espiritual llamada thirtyone:eight, que hace referencia al versículo 31,8 del libro de los Proverbios, “abre tu boca en favor del que no tienen voz, por los derechos de todos los desvalidos”, que es un esfuerzo por construir ambientes eclesiales sanos y seguros. El resultado ha sido un libro fresco, ágil y accesible, de enorme utilidad para grupos religiosos de diferentes confesiones, educadores y líderes religiosos, y también terapeutas que deben lidiar con traumas asociados a la coerción espiritual.

El abuso espiritual es una forma del abuso emocional y psicológico que, no obstante, utiliza los recursos que provee la religión para ejercer coacción sobre personas y grupos. Ofrecer una definición precisa de abuso espiritual ha debido afronta una doble tensión. Por una parte, la que proviene de las iglesias, que le preocupa asociar ambos términos (puesto que el espíritu es el vehículo característico de la libertad) y que buscan trazar el límite respecto de una labor de la guía espiritual que implica muchas veces obediencia y resignación. ¿Dónde se trazan los límites para las exigencias de obediencia, mansedumbre y humildad que son propias de la vida religiosa? Y, por otra parte, los especialistas que no ven razón para agregar algo específico a las definiciones corrientes de abuso emocional y psicológico, y rara vez sopesan las particularidades de la coacción religiosamente motivada. En el desfiladero de ambas objeciones, los autores han logrado sacar adelante el concepto de abuso espiritual y han abierto un área de investigación, alerta e intervención que lleva consigo la promesa de crear ambientes de vida y de dirección espiritual más sanos para todas las obras religiosas, parroquias, conventos, colegios y residencias.

Tras una larga actividad de investigación empírica, este libro es capaz de identificar con cierta precisión los síntomas propios del control coercitivo. Algunos de estos síntomas se repiten por doquier: la presión del líder para proporcionar cada vez más tiempo y servicio para la obra (ojalá dedicación exclusiva), la exacerbación de la unidad de creencias del grupo (todos debemos pensar lo mismo), la intolerancia frente al disenso (no haga preguntas), la exigencia de guardar silencio sobre lo que sucede dentro del grupo (la ropa sucia se lava en casa), la petición de rendir cuentas sobre cada cosa, de manera frecuente y minuciosa, el sentimiento de pertenecer a un grupo selecto y exclusivo (portador de ideas y un modo de vida superior al del resto). Pero hay especificidades del abuso propiamente espiritual comenzando por el uso coercitivo de las Escrituras para fundamentar exigencias de obediencia y docilidad indebidas, hasta extremos como el uso de 2 Samuel 7,14: “Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo. Y si hace mal, le castigaré con vara de hombres y con golpes de hombres”. La invocación del nombre de Dios, el uso de la vocación ministerial para imponerse sobre los demás, o la amenaza de consecuencias espirituales para quienes disienten son diversas formas de presión que configuran propiamente el abuso espiritual. Este libro está basado casi enteramente en la experiencia de la iglesia anglicana, donde las Escrituras juegan un rol preponderante y la apelación del ministerio pastoral es menos apremiante para los fieles (aunque se previene respecto de la “adoración del pastor”). Por ello, este libro no ofrece una reflexión específica sobre las condiciones institucionales del abuso espiritual en ámbito católico, pero abre una línea de investigación fructífera que puede ser aprovechada para un análisis comprensivo y comparado en diversas confesiones religiosas.

Este libro muestra su principal fortaleza no solamente en la definición y delimitación cuidadosa del concepto de abuso espiritual, sino en su propuesta acerca de las condiciones para crear una cultura sana y segura en ambientes religiosos. En esto se aprovecha la vasta experiencia de consejería y prevención de thirtyone:eight. Una cultura organizacional debe promover conductas reflexivas, compartidas y sostenidas en el tiempo, que se vuelven una práctica corriente en los grupos religiosos. No basta con escribir manuales de prevención ni ofrecer recomendaciones de buenas prácticas. Un ambiente eclesial saludable debe animar a todas las personas a conservar su libertad de actuar y pensar (algo que se muestra en la posibilidad real de disentir en la organización), contar con mecanismos regulares de supervisión, brindar medios de apoyo para quienes experimentan problemas, exigir una formación adecuada para quienes ejercen posiciones de liderazgo (entre otras cosas, porque se ha visto que mucho del abuso se produce sin malicia ni premeditación) y propender hacia una toma de conciencia general acerca de la realidad del abuso espiritual que aumente la alerta y la capacidad de respuesta. Un amplio abanico de observaciones que provienen de la experiencia de muchísimos casos de abuso analizados por los autores y una miríada de consejos muy detallados sobre la manera de reconocer y actuar sobre los síntomas de abuso dan la tónica de un libro indispensable para abrir la reflexión sobre el abuso espiritual que también se ejerce en nuestros ambientes eclesiales y que necesitamos urgentemente evitar y prevenir.

Eduardo Valenzuela

Centro CUIDA

Pontificia Universidad Católica de Chile

Escapando del laberinto del abuso espiritual

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