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Presentación por Mark Stibbe

Para mí el 2017 fue un año traumático. Justo antes de que comenzara, Cathy Newman de Channel 4 News me pidió que nos reuniéramos para conversar sobre John Smyth, consejero de la reina ya retirado al que estaba investigando. Cuando recibí su correo electrónico fue un shock escuchar su nombre de nuevo. John Smyth había sido un referente en los campamentos cristianos a los que asistí en Iwerne Minster, Dorset, a finales de los años 70 y principios de los 80. Mucha gente lo conocía por ser la mano derecha de la activista social Mary Whitehouse en la misma época, a quien ayudó a procesar a aquellos que consideraba culpables de blasfemia e inmoralidad. Algunas personas lo conocían como un orador cristiano popular y dinámico dentro del mundo anglicano-evangélico conservador. Otros, unos 20 de nosotros, lo conocíamos como un abusador de hombres jóvenes y niños durante nuestra época escolar y universitaria. Cuando Cathy me llamó, me fui a pique. Con el trauma ya enterrado, casi no había pensado en él durante 35 años y mucho menos hablado de lo que sucedió.

Si bien me tomó varios días recuperarme, acepté ver a Cathy extraoficialmente y nos reunimos en un Starbucks cerca de Londres en noviembre de 2016. Me dijo que sabía mucha de las cosas que Smyth había hecho y quería confirmar si yo era una de sus víctimas. Le dije que sí. En ese momento, no estaba preparado para hablar en cámara. Después de conversar con varias de sus víctimas –algunas todavía muy heridas como para hablar en público– sentí que tenía que ser la voz de aquellos cuyas vidas Smyth había dañado, y en algunos casos arruinado. En diciembre de ese año, permití que Cathy me grabara en cámara. La entrevista apareció en dos grandes titulares de noticias en el Reino Unido, a principios de febrero de 20171. Posteriormente, también hablé sobre el encubrimiento del abuso, y el maltrato de los sobrevivientes de Smyth en la BBC y otros medios de comunicación2.

Para los sobrevivientes del abuso de Smyth –que ahora estábamos conectados– comenzó un lento y doloroso proceso de lidiar no solo con una, sino con dos historias de nuestras vidas. En primer lugar, estaba la forma en que Smyth fue protegido descaradamente cuando Mark Ruston reveló sus actos por primera vez en 1982, y cómo los sobrevivientes fuimos descuidados vergonzosamente. Descubrir lo que realmente sucedió en aquel entonces y también más recientemente, implicó una investigación rigurosa. Todo esto sirvió para destapar un patrón familiar cuando se trata de abuso histórico: la tendencia de una institución u organización a protegerse a sí misma y su reputación en lugar de apoyar a aquellos que han quedado traumatizados.

En segundo lugar, estaba la historia del propio Smyth. Algunos nos preguntamos cómo es que más de 20 jóvenes supuestamente inteligentes fuimos engañados por él hasta el punto de creer que Dios quería que nos golpeara salvajemente con un bastón. En el caso de uno de mis amigos, 800 veces durante el transcurso de un día. ¿Cómo llegamos a aceptar un trato tan brutal? ¿Cómo se las arregló Smyth para obtener nuestro consentimiento?

Después de que se supo la noticia en 2017, me propuse tratar de responder esa pregunta y fue durante ese tiempo que encontré un libro de la Dra. Lisa Oakley y la Dra. Kathryn Kinmond, Breaking the Silence on Spiritual Abuse [Romper el silencio sobre el abuso espiritual]. Comprarlo me costó un ojo de la cara (¡una de las muchas razones por las que agradezco este nuevo volumen!), pero valió la pena cada peso. Al leerlo, me di cuenta de que las autoras estaban describiendo exactamente lo que nosotros vivimos en manos de Smyth. Sí, su abuso tenía un componente físico que eran las golpizas mismas. Sí, también tenía un componente psicológico y emocional. Pero lo que John Smyth nos hizo fue ante todo un abuso espiritual. Sin la dimensión espiritual de su comportamiento, no habría habido ningún abuso. Nunca habría logrado obtener nuestra cooperación a lo largo del tiempo.

En este nuevo libro que marca un hito, del que Lisa es coautora con Justin Humphreys, el abuso espiritual se define como “una forma de abuso emocional y psicológico, que se caracteriza por un patrón sistemático de comportamiento coercitivo y controlador en un contexto religioso. Este puede tener un impacto profundamente dañino en quienes lo experimentan”. He vivido el abuso espiritual en este sentido tres veces en mi vida, en primer lugar, a manos de John Smyth. Él me expuso a un patrón sistemático de control coercitivo en el contexto de los campamentos de Iwerne y en el foro cristiano en el que estos campamentos influyeron, a través de él, en mi escuela. Decir que su forma de abuso espiritual hizo un daño enorme sería quedarse corto.

En el capítulo 3, los autores describen 12 características del abuso espiritual. Podría escribir un libro completo sobre cómo estos rasgos eran visibles y tangibles dentro del grupo de jóvenes y niños de Smyth, pero me limitaré a hacer un resumen.

La coerción para amoldarse

Mientras era alumno en la escuela, y especialmente mientras estudiaba en la universidad, la presión que sentí para conformarme con la versión legalista del cristianismo de Smyth fue a veces abrumadora. Empleó tácticas clásicas de “interiorismo”, como las describió tan elocuentemente C. S. Lewis: “Era tan terrible ver la cara de ese otro hombre, ese rostro afable, reservado y deliciosamente sofisticado, volverse repentinamente frío y despectivo, al saber que has sido juzgado por el círculo interior y te ha rechazado”3. Leer eso ahora, especialmente la descripción del rostro de quien ejerce la coacción me pone la piel de gallina, porque describe perfectamente a Smyth. Como líder espiritual, me presentó un rostro cálido y afable mientras me adecuaba con su enseñanza. Yo sabía que rebelarse de cualquier forma contra sus puntos de vista significaría un rechazo. Jugaba con el miedo que todos teníamos que su rostro se volviera repentinamente “frío y despectivo”.

Aprovechamiento

Smyth se aprovechaba de los muchachos que necesitaban una figura paterna y una familia. Todos éramos alumnos de internado. Todos habíamos experimentado la ruptura de los lazos con los padres, la familia y el hogar. Todos estábamos abiertos a las preocupaciones paternas de Smyth y a la hospitalidad que él y su esposa, Anne, ofrecían en su casa de Hampshire. Smyth elegía a niños atractivos que tenían una necesidad desesperada de apego seguro. Hablaba de ser un “padre espiritual” para nosotros, usaba el lenguaje espiritual para apelar a nuestra necesidad psicológica de sentirnos dignos de amor y pertenencia.

Manipulación

Los métodos de manipulación de Smyth tomaron muchas formas, porque su “artimaña” (para citar a uno de los profesores de Winchester College) era extrema. Su principal táctica era convertir las Escrituras en un arma y usarlas para inducir una religión de miedo y obediencia. Al carecer de una teología sólida del Espíritu Santo – especialmente el ministerio de adopción del Espíritu– nos manipuló a todos para que volviéramos a recaer en el temor (Romanos 8,15). En lugar de convertirnos en hijos espirituales de un padre perfecto, nos convertimos en esclavos de un hombre que asumió el lugar y el papel de padre en nuestras vidas. El miedo se volvió una forma de vida.

Posición divina

Cuando el canónigo Mark Ruston escribió su informe en marzo de 1982 donde exponía la horrorosa y criminal escala de los abusos, planteó que Smyth había socavado los principios fundamentales de la Reforma al establecerse como mediador entre las víctimas y Dios, reduciendo así la eficacia de la expiación. Es cierto, pero fue peor que esto. Smyth nos dijo que “como Dios es tu padre en el cielo, no puede serlo en la tierra, por eso yo seré tu padre espiritual”4. Eso es peor que hacer el papel de mediador, es erigirse como Dios, asumiendo una posición divina.

Rendición de cuentas forzada

Como padre espiritual, Smyth insistió en una relación de despiadada rendición de cuentas entre sus víctimas y él mismo. Nos dijo que no solo teníamos que hablarle de nuestros planes, sino también de nuestros pecados. Recuerdo que era particularmente estricto con las películas. Consideraba que la mayoría de las películas eran del diablo, así que la única que vi en el cine durante mi época universitaria fue Carros de fuego, un film que mostraba la versión del “cristianismo musculoso” de Smyth. Sobre todo, estaba profundamente obsesionado con la masturbación, y con frecuencia nos preguntaba si habíamos caído en ella, lo que generó en todos nosotros una visión tortuosa de la sexualidad humana que, en algunos casos, todavía afecta a algunas de las víctimas.

El ejercicio de control a través del mal uso de las Escrituras

Apenas sé por dónde empezar. Como muestra gráficamente la película El libro de los secretos, la Biblia puede usarse para oprimir a la gente, así como para liberarla, dependiendo del carácter de quien la use. Smyth usaba y abusaba de los pasajes de las Escrituras todo el tiempo, y lo hacía para ejercer control espiritual sobre sus víctimas. Uno de sus versículos favoritos era “aún no habéis resistido hasta el punto de derramar sangre” (Hebreos 12,4), que reinterpretó de manera sutil y siniestra, y luego empleó como una de las muchas justificaciones para golpearnos hasta que sangráramos. También usó pasajes de las Escrituras sobre los padres que no perdonan la vara y los padres que castigaban a sus hijos, incluso si esa disciplina no era agradable en ese momento (Hebreos 12,5-13).

Censura a la toma de decisiones

Recuerdo vívidamente a Smyth vigilando en forma constante mis decisiones de manera intrusa, especialmente mis elecciones sobre lo que estaba y no estaba permitido en la sexualidad humana y las relaciones. Una vez me dijo que no podía tomarle la mano a una chica hasta que tuviera 25 años. Este es un ejemplo típico de su obsesión de que mantuviéramos una vida de extrema pureza sexual. Insistía en que fuéramos despiadados con el pecado, especialmente el pecado sexual, citando pasajes como Colosenses 3,5-6: “Haced morir, pues, lo terrenal en vosotros: fornicación, impureza, pasiones desordenadas, malos deseos y avaricia, que es idolatría; cosas por las cuales la ira de Dios viene sobre los hijos de desobediencia”. Usaba esta metáfora de “haced morir” para animarnos a clavar nuestros pecados en la cruz, especialmente la masturbación. Con el tiempo, esta metáfora se transformó en una aplicación física más literal, con crueles golpizas en el cobertizo de su jardín.

La exigencia de secreto y silencio

Fue solo después del reportaje de Cathy Newman en 2017 que comencé a reconectarme con otras víctimas de Smyth. Cuando lo hice, se volvió inquietantemente claro cómo todos habíamos ocultado secretos no solo a nuestros padres y profesores, sino también entre nosotros durante los años de nuestro abuso (desde 1977 hasta 1982 en mi caso). No cabe duda de que esto fue debido a Smyth.

La exigencia de obediencia al abusador

Smyth usaba su autoridad espiritual no solo para exigir nuestra obediencia, sino para insistir en ella. Usaba Hebreos 13,17 para justificar esta sumisión, como lo han hecho muchos otros líderes espiritualmente abusivos. “Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta”. Esta obediencia debía ser total e incuestionable. Toda mi espiritualidad se centraba en complacer a Smyth.

El aislamiento como medio de castigo

Cuando me enamoré de una estudiante de la Universidad de Cambridge –una compañera inglesa y miembro de la Unión Cristiana– Smyth condujo hasta Cambridge y me pidió que eligiera entre ella y él. La elegí a ella.

Desde ese momento, no solo Smyth sino también mis amigos más cercanos (que también fueron víctimas de Smyth) me aislaron e intimidaron. El líder de la Unión Cristiana de mi universidad trató de protegerme durante esta fase, enfrentándose a Smyth y diciéndole que me dejara en paz. Recién el año pasado me confesó que quedó tan traumatizado por cómo lo había tratado él que no aprobó sus exámenes de segundo año. Estaré para siempre agradecido por la forma en que trató de intervenir y detener la coerción y el control que estaba presenciando. Nunca dejaré de horrorizarme por la intimidación espiritual a la que fue sometido.

Superioridad y elitismo

Smyth creía que solo aquellos que se habían convertido en sus hijos espirituales –y que formaban parte del grupo de víctimas que golpeaba en su cobertizo– estaban realmente transitando por el estrecho camino de la salvación. Él estaba especialmente interesado en los escritos de un hombre llamado S. D. Gordon, y su libro favorito era Quiet Talks on Power. En uno de los capítulos, el autor habla de “una bifurcación del camino”. Los que siguen un camino son cristianos que pactan. Los que siguen el otro son los verdaderamente comprometidos. Smyth y los miembros de su grupo eran los que habían elegido el camino correcto. El orgullo espiritual aquí es grotesco. Combinado con el elitismo ya incrustado en la cultura de los internados, este sentido de autoridad espiritual creó un cóctel letal.

A partir de estas breves experiencias, tal vez puedas ver por qué leer sobre el abuso espiritual brindó tal epifanía en mi lenta recuperación del trauma de todos estos recónditos recuerdos de John Smyth. El abuso de Smyth fue principalmente espiritual. Centrarse en las golpizas y reducir su abuso a algo simplemente físico no es simplemente intentar negar la existencia del abuso espiritual, es malinterpretar el proceso del abuso. Cuando Smyth abusó de mí, no fue solo el acto de golpearme, fue todo lo que me llevó a someterme a ese acto. Es también que me haya escogido y corrompido. Todo eso era abusivo, y se basaba en la creencia espiritual de que Dios es nuestro Padre en el cielo, pero no en la tierra, y por lo tanto él, Smyth, tenía que ser ese padre para nosotros. “Yo seré un padre para él, y él me será a mí hijo”, fue su declaración sobre mí (2 Samuel 7,14). Con el tiempo, empezó a citar el resto del versículo para justificar los golpes: “Y si él hiciere mal, yo le castigaré con vara de hombres, y con azotes de hijos de hombres” (2 Samuel 7,14). Decir que solo los azotes fueron abusivos es una simplificación excesiva.

Considero que el libro Escapando del laberinto del abuso espiritual: Cómo crear culturas cristianas sanas no es solo una lectura importante, es vital. Durante el cuarto de siglo que fui vicario, experimenté abuso espiritual a manos de otro líder cristiano, y luego de alguien de una de mis congregaciones5. El abuso espiritual es un fenómeno real y muy generalizado, como lo demuestran tan elocuentemente los dos autores de este volumen. Su propósito no es destruir la Iglesia, es sanarla o, más bien, ayudarla a “crear culturas sanas”, algo que celebro. A lo largo de los años, se le ha dado demasiada atención al crecimiento de la Iglesia y no suficiente atención a su salud. Las cosas sanas crecen, ese es el patrón divino dentro del mundo de la naturaleza y, de hecho, dentro del reino de los cielos.

Soy de la opinión que este libro –que se basa en amplia y convincente evidencia empírica, científicamente reunida– debería ser leído por todas las personas de todas las denominaciones religiosas y en todos los puestos de liderazgo. Debería convertirse en la regla de oro para el liderazgo de servicio en todas las organizaciones cristianas, y debería ser estudiado e implementado por todos aquellos que estén recibiendo formación sobre liderazgo espiritual, en la etapa más temprana posible.

El apóstol Pablo insistió en que todos deberíamos tener la mentalidad de Cristo y adoptar una actitud de humildad y una postura de servicio (Filipenses 2,5-11). Luego citó un himno conocido por su comunidad cristiana en Filipos, en el que se celebra y adora a Jesucristo por no aferrarse a la igualdad con Dios, sino por despojarse de sí mismo, eligiendo convertirse en ser humano. Este acto de vaciamento –en griego, kénosis– no lo hizo para someter a los seres humanos a abusos, como fue el caso de algunos de los dioses de la mitología griega, quienes vinieron a la tierra para abusar de las mujeres6. Fue para servirnos a través de su vida humilde y, finalmente, para morir por nosotros en la cruz.

Esto es lo opuesto al abuso espiritual. De hecho, este es el antídoto para el veneno del abuso espiritual, un veneno que ha debilitado, durante demasiado tiempo, el cuerpo de Cristo. En nuestro mundo post Weinstein, haríamos bien en prestar especial atención a este excelente, innovador e indispensable libro.

Jesucristo nunca parte la caña quebrada, ni apaga la mecha humeante (Isaías 42,3). Nunca es abusivo espiritualmente, y tampoco deberíamos serlo nosotros. Jesucristo trae justicia en la fidelidad (Isaías 42,3), y nosotros también deberíamos hacerlo, especialmente cuando se trata de aquellos que han sufrido abuso espiritual y por quienes nunca se ha hecho justicia. No podemos hacer menos.

John Smyth, quien murió en 2018, escapó de la justicia humana a la que pasó su vida representando, justo después de que la Fiscalía de la Corona decidiera que el caso que había armado la policía de Hampshire había superado con creces el umbral probatorio necesario y que era hora de que Smyth fuera interrogado. La justicia para los sobrevivientes de Smyth, como para tantas otras víctimas de abuso espiritual, no puede hacerse aquí en la tierra, pero podemos lograr algo más. Podemos trabajar para erradicar todas las formas de abuso dentro de la Iglesia, incluyendo el abuso espiritual. Podemos crear culturas sanas. Podemos establecer lugares seguros para que las personas más vulnerables encuentren el camino a casa en los brazos de amor del Padre.

Al embarcarnos en esa búsqueda, tendremos a Lisa Oakley y Justin Humphreys como mentores y guías preocupados. Y por eso debemos estar agradecidos.

Mark Stibbe

Escritor

1. Reportaje del Channel 4 News (Archbishop apologises for historic abuse: the full story). El New York Times ofrece un resumen de mi historia sobre los abusos de Smyth (Dozens Say Christian Leader Made British Boys “Bleed for Jesus”).

2. El reportaje de BBC 1 News, fue realizado por Fiona Lamdin.

3. C. S.Lewis, “The Inner Ring”. Se trata de una conferencia pronunciada en 1944,en el King’s College, Universidad de Londres.

4. Para más información, véase mi artículo sobre los “Savage Fathers” en el periódico Church of England Newspaper <www.churchnewspaper.com/52014/archives>.

5. N.E.Mark Stibbe fue ministro de la Iglesia de Inglaterra y vicario de St. Andrews, Chorleywood, por 12 años.

6. Queda mucho trabajo teológico por hacer acerca de cómo Jesús representa una alternativa a las divinidades abusivas de la religión y de la mitología antiguas, y cómo el mismo Jesús en la cruz se convierte en una víctima de abuso. En lo que respecta a las reflexiones sobre lo primero, estoy en deuda con mi amigo el Dr. Crispin Fletcher-Louis y su artículo inédito, “The Rare Word ἁρπαγμός (Philippians 2.6b): A Fresh Solution”.

Escapando del laberinto del abuso espiritual

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