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CON LOS DEMÁS

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 Darles el derecho a ser lo que son en cada momento, sobre todo si no son lo que quiero que sean (por ejemplo, si el otro es perezoso o negativo).

 Aceptar que el otro es diferente sin juzgarlo.

 Dar consejos a los demás o guiarlos sin esperar nada a cambio.

 Concederles el derecho a ser humanos (por ejemplo, a tener miedos, debilidades, límites).

 Permitirles que decidan por sí mismos, sobre todo si pienso que su decisión es inaceptable para mí.

 Recordarme que cada persona tiene necesidad de vivir experiencias diferentes, según su plan de vida.

 Dejarles que vivan sus experiencias y que asuman las consecuencias.

 Pedir sin tener expectativa alguna (por ejemplo, saber que me ama aunque se niegue a complacerme en lo que pido).

 Recordarme que tener expectativas es legítimo solo cuando hay un acuerdo claro entre dos personas.

 Observar a los demás, en lugar de juzgarlos o criticarlos.

 Acordarme de que no puedo hacer feliz a nadie, que cada persona es responsable de su felicidad.

»Es interesante constatar que un buen número de personas continúa creyendo que la definición que acabo de dar del amor verdadero es la misma que la del egoísmo.

»Están convencidas de que pensar en sí mismo antes que en los demás es EGOÍSMO. Si es vuestro caso, debo precisaros que ser egoísta es querer que el otro se ocupe de nuestras necesidades antes que de las suyas, y esto va en detrimento del otro. Es, por lo tanto, lo contrario del amor verdadero.

»Dime, Anna, ¿puedes darme un ejemplo de una situación en la que hayas acusado a Mario de egoísta?

–Es fácil –se apresura a responder Anna–. Lo encuentro egoísta a veces, sobre todo cuando termina de trabajar. Llego a casa sobre las siete de la tarde, cansada de todo el día, incluida la hora que tengo que pasar en el metro y el autobús. Trabajo en el centro en una tienda de ropa para niños y paso la mayor parte de la jornada de pie. Lo primero que Mario me dice cuando llego es: «Tengo mucha hambre. ¿Falta mucho para que la cena esté lista?». ¿Imaginas mi frustración? Es él quien se queda con el coche para ir a trabajar. ¡Llega a menudo dos horas antes que yo y ni siquiera prepara la comida! Creo que lo que más me enfada es que me pregunta eso incluso antes de decirme hola ni de preguntarme cómo he pasado el día.

–Vamos a ver, querida –replica enseguida Mario–, sabes que necesito el coche en mi trabajo porque tengo que desplazarme a menudo. Además, no me gusta en absoluto la cocina, no sé cocinar nada. Y cuando acabo de trabajar a las cuatro de la tarde es porque he comenzado muy temprano por la mañana. Estoy por tanto cansado cuando llego. No entiendo por qué te quejas, ni siquiera tendrías necesidad de trabajar. Te he dicho muchas veces que tengo un muy buen salario y que es suficiente para la familia. Eres tú la que insiste en trabajar.

–Sabes que me volvería loca si tuviera que quedarme en casa todo el día. Ese trabajo es importante para mí. De todos modos, siempre pones excusas para que te haga de asistenta. Cualquier idiota puede cocinar. No te pido un festín, una tortillita estaría bien. ¡No pretenderás que crea que no sabes romper unos huevos! Eres un hombre brillante y se te da bien el bricolaje. Estoy segura de que si quisieras podrías aprender a cocinar un poco.

Al mirarlos y escucharlos discutir, puedo imaginarme fácilmente que este tipo de escena es frecuente en su casa. Parece que ya están habituados a actuar así. Incluso han olvidado dónde están. Toso muy ruidosamente para que se den cuenta de mi presencia. Paran en seco y me miran avergonzados. Me pongo a reír y eso los calma. Poco a poco, empiezan a reírse conmigo.

–Escucharos y miraros me ayuda a comprender mejor lo que pasa entre vosotros. Lo único que he pedido es que me dieses un ejemplo de egoísmo, Anna. Eso parece que ha tocado tu fibra sensible, ¿verdad? Ahora le toca a Mario. Dame un ejemplo de actitud egoísta de Anna.

–Tengo muchos. Por ejemplo, me pregunta constantemente a qué hora voy a llegar. Quiere saber siempre dónde estoy, con quién estoy, y eso me pone de los nervios. Soy jefe de compras en unos grandes almacenes y tengo muchas responsabilidades. A menudo invito a algún representante a tomar una copa o a comer conmigo, de ese modo suelo cerrar muy buenos negocios. Anna se queja de que no pienso en ella. Cree que mis clientes son más importantes que ella y me pone cara de enfadada cuando llego. En mi opinión no piensa más que en ella. Debería apreciar todo el esfuerzo que hago por traer un buen sueldo a casa. ¡Estoy empezando a hartarme de la situación!

A medida que habla, se va mostrando cada vez más afectado y se sonroja. Lo observo y le muestro que acepto lo que me está diciendo. Respiro profundamente y eso lo lleva a pensar que debe hacer lo mismo para calmarse.

Anna, por su parte, se prepara para contraatacar: me mira, levanta los hombros y respira también intensamente. Consigue controlarse y no dice nada, pero tengo la impresión de que tendría mucho que decir.

–Según la definición que he dado hace un rato, ¿seguís creyendo que lo que entendéis por egoísmo es acertado?

Se miran, sin saber muy bien qué responder. Me doy cuenta de que continúan creyendo que el otro es el egoísta.

–Repito: ser egoísta es quitar algo al otro para disfrutarlo nosotros. Es creer que el otro debe ocuparse de nuestras necesidades. En tu caso, Anna, quieres que Mario se ocupe de tu necesidad de llegar a casa y encontrarte con una buena cena sobre la mesa. Por lo tanto, no es Mario el egoísta en esa situación, pues eres tú quien espera algo de él. Él dice simplemente no a las expectativas. No te quita nada, tan solo no te da lo que tú quieres. Sin embargo, quieres privar a Mario de su tiempo de descanso en casa.

»¿Sabéis? Cada uno tiene derecho a hacer las preguntas que quiera y a tener expectativas, pero eso no quiere decir que el otro esté obligado a decir que sí. Si aceptamos que no estamos en este planeta para complacer las necesidades de los que nos rodean, eso nos ayuda a ocuparnos de nuestras propias necesidades. Eso se llama AMARSE A UNO MISMO. Si para responder a nuestras expectativas necesitamos de alguien, recordemos que el otro no está obligado a responder. Nos corresponde a nosotros encontrar el medio de satisfacerlas. Por tanto, en tu caso, Anna, lo que deseas es tener la cena en la mesa cuando llegues. Pídeselo claramente a Mario y, si te dice que sí, puede que prepare él mismo la comida o que pida que traigan algo. A lo mejor dice no. Pero recuerda: dice no a tu pregunta y no a ti.

»Y tú, Mario, ¿ves que aún tienes algunas expectativas con Anna? Quieres que esté de buen humor sea cual sea la decisión que tomes o la hora a la que llegues a casa. Tienes derecho a pedirle eso, pero repito que ella no está obligada a complacerte. ¿Ves que estás más allá de su límite si no accedes a su deseo de que te ocupes de la cena? Por tanto, recordad que es siempre la persona que quiere que el otro responda a sus deseos la egoísta. El otro, al decir no, solo está expresando sus propias necesidades y sus propios límites. No está diciéndole «no te quiero» a la persona que pide. Os habréis dado cuenta sin duda de que, en general, cuando uno llama al otro egoísta, se debe en gran parte a que no hay buena comunicación. Ya tendremos ocasión de hablar de este asunto en nuestros próximos encuentros.

»¿Sabéis por qué hay tantas personas que tratan a los demás de egoístas cuando estos no responden a sus expectativas? Porque están confundiendo la palabra AMAR con la palabra COMPLACER. En efecto, complacer no es amar, no lo olvidéis. En los dos ejemplos que me habéis dado, ¿os habéis percatado de que el comportamiento de uno no le gustaba al otro? ¡No hay más! Complacer quiere decir simplemente agradar al otro y es siempre en el tener y el hacer, no en el ser. Es falso creer que los que os aman tendrán ganas de agradaros siempre que os convenga. Los que quieren continuar creyendo esto van a sufrir muchos desengaños, frustraciones y enfados en su vida.

»Creer que complacer significa amar impide también a la gente aceptar la crítica. Cuando uno de vosotros le dice al otro que no le gusta su forma de actuar, de pensar, de hablar, de vestirse, etc., no está diciéndole que no lo ama, sino simplemente lo que no le gusta del otro en ese momento.

»¿Valoráis lo importante que es aceptar que es IMPOSIBLE estar complaciendo constantemente a los que nos rodean? Los que se esfuerzan por hacerlo ponen de manifiesto que les falta mucho para quererse a ellos mismos, lo que tendrá como consecuencia que dudarán de que los otros puedan amarlos verdaderamente.

»Ahora, Anna, delante de mí, ¿te sientes preparada para contarle a Mario el problema que me expusiste la semana ­pasada?

Ella se sonroja, se retuerce las manos y mira después a Mario, que parece preguntarse qué está pasando. Anna lanza un profundo suspiro y me dice:

–Ya es hora de agarrar el toro por los cuernos y hacer frente a la situación. Estoy contenta de que Mario haya aceptado venir aquí hoy y voy a aprovecharlo. Para responder a tu pregunta, sí, visité a mi madre, como me sugeriste. Se sorprendió mucho al escuchar las preguntas que le hice. Me dijo que prefería no hablar de eso y ver el lado bueno de las cosas de la vida. Finalmente, cuando ya me iba, me dijo que, aun así, pensaría en las preguntas que le hice, si eso era útil para mi terapia. Parece que se cree que seguir una terapia es solo para gente que tiene graves problemas. Se sorprendió cuando le conté que me había metido en una. Eso sí, me escuchó atentamente cuando le conté algunas de las cosas sobre las que habíamos dialogado tú y yo. Creo que se le abrió una puerta y que la próxima vez que la vea la charla será más fácil.

»Me propusiste también que hablara con Mario, pero no he sido capaz... Estoy más cómoda haciéndolo contigo delante, me siento con más valor.

Se vuelve hacia Mario, inspira profundamente, suelta un largo suspiro y le confiesa que sospecha que tiene una relación con otra mujer, que ya no la quiere y que tiene pensado dejarla. Lo dice tan rápido que tiene que repetirlo. Su forma acelerada de hablar me hace suponer que ha estado practicando mentalmente varias veces. Él le dice entonces:

–¿Estás loca? ¿Cómo puedes creer eso de mí? ¡Estoy tan cansado que una aventura es lo último que me apetece! Me decepcionas, Anna: ¿aún no te has dado cuenta de que te amo? Ya no sé qué hacer. Parece que hay algo que me está corroyendo por dentro. Lo único que espero es que no sea cáncer. Tengo miedo a ir al médico y que me lo confirme.

Me mira y continúa:

–Me sorprende la imaginación que podéis llegar a tener las mujeres. ¿Por qué os hacéis tanto daño? Anna, ¿desde cuándo crees que te engaño?

Los dejo que sigan hablándose unos minutos. Después escucho que Anna le dice a Mario que tiene un gran secreto que contarle y que no puede guardárselo más. Le confiesa que se quedó embarazada a sabiendas, para que él dejara a su mujer. Mario la mira. Una miríada de emociones se puede leer en su rostro: sorpresa, negación, ira, tristeza, ira de nuevo... Finalmente le dice:

–¿Y esto tenías pensado ocultármelo toda la vida? ¿Cómo has podido vivir conmigo todo este tiempo mintiéndome y atreviéndote a acusarme a mí de mentir? ¡Es increíble! ¿Te das cuenta de que lo que tú hiciste es mucho peor que lo que yo haya podido hacer? En tu caso, es una mentira deliberada; en mi caso, no era yo quien mentía, eras tú quien se lo imaginaba todo. ¿Cómo voy a poder confiar en ella a partir de ahora? –añade mirándome.

–¿Quieres que te ayude a ver todo esto con los ojos del corazón? A fin de cuentas, es el objetivo de esta visita: aprender a amar más y sobre todo de una manera más fácil y agradable. ¿Estás de acuerdo?

–Te escucho, pero si te pones de su parte dejaré de hacerlo. ¡Estoy tan enfadado que ya no sé si estoy preparado para oír tu opinión! –dice en un tono mucho más alto.

Se vuelve hacia Anna, aprieta la mandíbula y le dice entre dientes:

–Has hecho bien al confesarme esto delante de Lise, porque si hubiéramos estado solos, no me habría retenido tanto...

Anna baja la cabeza sin decir nada.

–Para empezar, es importante que te permitas enfadarte, es una de las etapas de la aceptación. Es completamente normal y humano vivir emociones cuando tocan una de nuestras heridas. Acepta esta ira y no te niegues a experimentarla. Para observarla mejor, ¿puedes decirme en qué parte de tu cuerpo la sientes?

–Por todo el vientre y en los brazos. De lo que tengo ganas ahora es de golpear a alguien o algo.

–Ahora, visualízala y dile que le vas a dar su espacio. Dale tiempo para que se acomode y tu cuerpo la absorba. En realidad, la sientes en tu cuerpo físico, pero solo es un indicio de lo que estás viviendo en tu cuerpo emocional y mental. Una observación completa debe tener en cuenta los tres cuerpos. Veamos ahora lo que está ocurriendo en tu plano mental. Estás acusando a Anna de haberte mentido. ¿Al principio de vuestra relación le preguntaste si se había quedado embarazada adrede? ¿No? Entonces, en realidad no te ha mentido, simplemente ha elegido no decírtelo. Espera un momento antes de responder. Déjame explicarte la definición de mentira. Enseguida podrás hacerme las preguntas que quieras.

»Una mentira es la incoherencia entre lo que una persona dice, piensa, siente y hace. Nadie sobre la Tierra está obligado a ir contando por ahí sus secretos o lo que piensa a todo el mundo. Sin embargo, si le hubieras preguntado a Anna y hubiese respondido que no, entonces sí habría mentido.

–Sabía que te pondrías de su lado... Estoy de acuerdo con que nadie está obligado a decirlo todo, pero ese secreto me implicaba directamente. Tendría que habérmelo contado.

–Estoy de acuerdo contigo con que habría sido preferible que te lo hubiese dicho desde el principio. Atreverse a compartirlo todo con la pareja es una costumbre excelente para llevar una vida íntima en armonía. Nuestra pareja debería ser nuestro mejor amigo, no tendríamos por qué sentir miedo de revelarle nuestros sentimientos más profundos. Pero sabes tan bien como yo que el miedo nos impide a menudo actuar de la manera que quisiéramos. No puedo evitar hacer alusión a lo que he oído hace un rato, cuando decías que tenías miedo de tener cáncer y que por eso no querías ir al médico. ¿Has compartido este sentimiento con Anna?

–No, jamás le he hablado de ese asunto. Pero no es lo mismo: eso no la implicaba directamente, después de todo es mi cuerpo.

Anna se enfada y replica:

–¿Tienes el descaro de decirme que eso no me concierne? Todo este tiempo he vivido preocupada. Ya no sé qué pensar de nuestro matrimonio. No eres el mismo conmigo ni con tus dos hijos. Y no soy la única que está intranquila con este asunto: todos los que te quieren también lo están. –Suspira y añade–: De nada sirve enfadarme. Me doy cuenta de que eres como yo: tenías mucho miedo de compartir tu inquietud.

–¿Te das cuenta, Mario –intervengo–, de que no le has mentido a Anna, que no se lo has dicho por culpa del miedo que sientes? El temor a saber que puedes tener una enfermedad mortal es legítimo, tanto como el que tiene Anna de que la dejes. Sabemos que estos miedos provienen de nuestra imaginación y que son la mayor parte del tiempo injustificados; a pesar de eso, están presentes. No sirve de nada negarlos. Por lo tanto, lo que tenéis que hacer ahora es permitíos sentirlo, porque es algo humano. Aceptar un miedo tiene un efecto balsámico, es verdaderamente mágico. ¿Veis cómo la aceptación puede hacer que veamos de modo diferente una situación, con los ojos del amor?

A Anna le corren las lágrimas por los ojos y tiene una sonrisa en los labios. Noto que revelar su secreto la ha aliviado. Por su parte, Mario se reacomoda y respira profundamente varias veces. Poco a poco, siento que va aflojando, que sus hombros se relajan. Me mira y me dice bajito:

–Debo admitir que me siento mejor. Ya no me duele el brazo, solo me molesta el plexo. Ya respiro mejor. Buena señal, ¿no? Ahora comprendo mejor por qué Anna me hacía tantas preguntas sobre mis idas y venidas. No conseguía comprender por qué quería siempre estar al tanto de todo. ¿Qué podemos hacer ahora?

–Os sugiero que comprobéis si habéis ocultado cosas a vuestros padres (tú, Anna, a tu padre; tú, Mario, a tu madre) cuando erais más jóvenes. Normalmente, cuando una situación desagradable sobreviene en nuestra vida adulta, es porque nuestra atención está sobre lo que no aceptamos cuando éramos jóvenes. Es por lo tanto muy probable que hayáis escondido algo, que no os hayáis aceptado en esa situación y que os sintáis culpables. Aún es más probable que les hayáis acusado de mentiros en un momento dado o de haber mentido a su pareja. Tomaos el tiempo necesario para reflexionar sobre esto y habladlo con vuestros padres si es posible. Volveremos sobre este asunto en la próxima visita.

»Para concluir el encuentro de hoy, os quiero decir que es perfectamente normal para la mayoría de nosotros tener una percepción errónea de lo que es el amor verdadero, pues nuestros padres o quienes nos educaron no nos han transmitido esa enseñanza. Finalmente, la definición de amor verdadero puede resumirse en la palabra ACEPTACIÓN: aceptarse y aceptar a los demás en todas las experiencias de la vida, incluso si no estamos de acuerdo, incluso si no coincide con lo que hemos aprendido. La noción de aceptación es espiritual, mientras que estar de acuerdo –tener la misma opinión– es una noción mental. Por eso el ego solo quiere aceptar algo o a alguien si está de acuerdo con la persona o la situación.

»Os voy a dejar anotada la definición de amor a uno mismo y a los demás que os he explicado hace un rato. Os aconsejo que hagáis referencia a ella tan a menudo como podáis, así la iréis asimilando mejor.

RECUERDA…

La mayoría de la gente se confunde al pensar que ciertas actitudes y comportamientos son amor verdadero: el cariño, la piedad, la devoción, el amor pasional, el comportamiento posesivo, el egoísmo y la complacencia.

Si la persona que da muestras de cariño tiene la más mínima expectativa, no está regalando amor, sino que está esperando recibir algo del otro.

Puede que la entrega sea motivada por el amor verdadero, pero hay muchos casos en los que no es así.

Quien quiera vivir un amor verdadero sabrá por intuición que ha llegado porque comienza justo cuando la pasión disminuye.

Nadie en el mundo puede hacer feliz a nadie. La felicidad solo puede venir del interior de uno mismo.

Ser responsable es asumir las consecuencias de lo que elegimos y dejar que los demás asuman las consecuencias de sus decisiones.

El amor incondicional se expresa de la misma manera, sea el amor a uno mismo, a su padre, a su madre, el amor íntimo o el amor a los amigos.

Ser egoísta es querer que el otro se ocupe de nuestras necesidades antes que de las suyas; ese deseo va en detrimento de los demás. Es creer que los demás son responsables de nuestra felicidad. Es lo contrario del amor verdadero. Ser egoísta es quitar algo al otro para nuestra propia satisfacción.

Tenemos derecho a pedir, a tener expectativas, pero eso no quiere decir que el otro esté obligado a ­complacernos.

Es equivocado creer que los que nos quieren siempre van a tener ganas de complacernos en el momento en que mejor nos convenga. Los que quieren seguir creyendo de este modo sufrirán muchos desengaños, frustraciones y enfados durante su vida.

Es imposible complacer siempre a los demás. Los que se esfuerzan por hacerlo se aman muy poco a sí mismos. Como consecuencia, dudarán de que los demás puedan amarlos verdaderamente.

La persona egoísta es la que pretende que el otro responda siempre a sus deseos. El otro, cuando dice no, solo expresa sus propias necesidades o sus límites.

Una mentira es la incoherencia entre lo que una persona dice, piensa, siente y hace. Nadie está obligado a ir contando sus secretos o lo que piensa a cualquiera.

Atreverse a compartirlo todo con nuestra pareja es una excelente costumbre que podemos adoptar para tener una vida íntima maravillosa. Nuestra pareja debería ser nuestro mejor amigo y no deberíamos tener miedo de revelarle nuestros sentimientos más profundos.

Cuando ocurre una situación desagradable en nuestra vida adulta, es porque queremos atraer nuestra atención sobre lo que no aceptamos siendo jóvenes.


El poder de la aceptación

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