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LA CONSULTA

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Mi secretaria me anuncia que la cliente que me tocaba ver en mi consulta privada hoy ya ha llegado.

–Buenos días, Anna.

–Buenos días, señora Bourbeau. Estoy muy contenta de conocerla en persona. He leído todos sus libros y he participado en varios de sus talleres. Me siento muy feliz por ser una de las tres personas que va a llevar en privado durante los próximos tres meses. Me han dicho que es para su investigación, ¿verdad? ¡Qué privilegio tener esta oportunidad! ¡Sobre todo sin tener que pagar nada! Por suerte conozco su trabajo, porque si no habría desconfiado de este ofrecimiento –me dice riendo.

–En efecto, me quedaré en Quebec durante algunos meses. Quiero trabajar en privado con tres personas diferentes en tres temas distintos. Tras publicar esta oferta en nuestra web recibimos numerosas peticiones. Reunimos las que tenían que ver con el amor verdadero, uno de los tres temas sobre los que voy a investigar, y salió al azar su nombre. Antes de continuar, me gustaría que nos tuteásemos durante el tiempo que nos estemos viendo, ¿te parece bien?

–De acuerdo. Incluso será más fácil. Me gusta que uses el tuteo en tus libros y en tus talleres. Hasta ahora he asistido a tres talleres y hay cosas que han mejorado en mi vida; pero debo admitir que encuentro muy difícil de entender el concepto de amor incondicional.

–Bien, veamos. Te escucho. Háblame un poco de ti y dime cuáles son las dificultades con las que te has encontrado.

–Tengo treinta y ocho años y llevo catorce casada con Mario, que tiene cincuenta y dos. Por lo tanto, catorce más que yo. Cuando lo conocí, en 1991, estaba casado y vivía todavía con su mujer, Rita, y su hijo, David, que tenía catorce. Como te habrás dado cuenta, el catorce está muy presente en nuestra vida. Comienzo a preguntarme si es un número gafe para nosotros... –comenta pensativa–. Espero no volverme supersticiosa. Vuelvo a mi historia...

»Lo mío con Mario fue un flechazo. Me prometió que dejaría a su mujer por mí; finalmente, en realidad la dejó porque me quedé embarazada. Nuestra hija, Sandra, tiene por lo tanto catorce años ahora. ¡De nuevo el catorce! Me he dado cuenta de esta coincidencia cuando supe que vendría hoy aquí y me preparaba para contarte mi historia. A Mario le impactó mucho conocer que me había quedado encinta. Él sabía que yo tomaba la píldora, por lo que dedujo que formaba parte del uno por ciento de las mujeres a las que les falla este anticonceptivo. Le dije que debíamos de estar destinados a tener un bebé juntos; lo que no le dije es que había olvidado adrede tomarme la píldora durante varios días en el momento de la ovulación... Fue un alivio no tener que contarle la verdad cuando vi su reacción. Nunca habíamos hablado de tener niños, nos conocíamos desde hacía muy poco.

»Sé que tendría que habérselo consultado, pero lo amaba tanto y tenía tanto miedo de que no se separase nunca de su mujer... Se sentía muy culpable cuando pensaba en el divorcio, por tener un hijo aún adolescente. Vivimos una gran pasión e inventar toda clase de excusas para vernos más a menudo le resultaba cada vez más difícil. Además, estaba harta de quedarme sola los fines de semana.

»Dejó a su mujer al principio de 1992 y nos casamos en Las Vegas en total intimidad, dos meses después del nacimiento de Sandra. Apenas pasó un mes entre el divorcio y nuestra boda. Varias personas me dijeron que meterse tan rápido en una segunda relación no era sano para una pareja y que deberíamos haber esperado. Tenían razón, creo, porque estamos pasando ahora por momentos muy difíciles.

–¿Después de vuestra boda le has contado a tu marido que habías planeado tu embarazo?

–No, nunca he tenido el valor de decírselo. No sabes cuántas veces he querido hacerlo, pero en el último instante he sentido miedo y lo he dejado para otro momento, he encontrado siempre razones para callármelo. Soy una cobarde, ¿verdad?

–No se trata hoy de juzgar tu comportamiento. Cada vez que te planteo una pregunta es para ayudarte a que te descubras. Presta atención a las palabras que utilizas cuando me hablas, son reveladoras. ¿Cuáles son esas grandes dificultades por las que estáis pasando en estos momentos?

–Ya no confío en él, porque sospecho que tiene una relación con otra mujer. Intento no obsesionarme, pero no lo consigo, sobre todo en este asunto. Me paso el tiempo espiándolo, intentando pasar desapercibida. No te imaginas lo que me estresa la situación. Cada vez llega más cansado a casa. Se queda dormido en el sillón y apenas nos habla, ni a Sandra ni a mí. Me dice que siente comportarse así, que no sabe lo que le sucede, que es temporal, que no me desespere, que sea paciente... Hacemos el amor, pero esporádicamente. Ya no es como antes...

»Su hijo, David, que tiene ahora veinticinco años, se casó y tiene un niño de cuatro. Mario ya ni siquiera piensa en su nieto. Soy yo la que lo arrastra siempre para que los visitemos. Cuando le sugiero que vayamos a consultar a un especialista, a ver si el problema es que tiene una depresión, me responde que no quiere oír hablar de médicos.

–¿Desde cuándo tienes sospechas?

–No lo sé exactamente. Al menos hace dos años, el tiempo que hace que lo vigilo; pero creo que ha debido de empezar mucho antes, salvo que yo no quería verlo. Al saber que venía a verte, he estado un rato reflexionando sobre lo que estamos viviendo. Me he dado cuenta de que nunca le he hablado de mis dudas porque tengo demasiado miedo de lo que podría ocurrir. Digamos que prefiero no saber antes que conocer algo que no me gustaría. Me hace mucho bien hablar de esto ahora.

–Volveremos a lo que vives dentro de un rato. Antes, tengo algunas preguntas más que hacerte. ¿Mario también está trabajando en su crecimiento personal?

–Leyó tu primer libro hace algunos años y asistió a un taller de Escucha a tu Cuerpo. En realidad, fue nuestra nuera, Michelle, quien nos puso al corriente de tu trabajo. Ella te descubrió a los dieciocho. Estaba tan emocionada que nos regaló tu primer libro y nos aconsejó con insistencia que nos apuntáramos a uno de tus talleres. Después, Mario perdió el interés. Yo misma me prometí que asistiría a otros talleres, pero, como no me organizo muy bien, lo dejo todo para más adelante...

»También tenemos dificultades con nuestra hija. Se maquilla de forma tan provocativa que parece que tenga dieciocho. Me preocupa mucho que llegue tan tarde. Lo que me dice es que soy una antigua. ¡Si solo tengo treinta y ocho años! Me siento todavía muy joven, pero ella me considera una vieja. Nunca quiere contarme lo que hace con sus amigas. Recibía tantas llamadas en el fijo de casa que tuvimos que comprarle un móvil. Nos prometió que pagaría sus facturas de teléfono al final de cada mes, pero no lo ha cumplido. Mario me dice que se lo confisque, pero es a mí a quien castigaría con tal actitud, pues tendría que responder a todas las llamadas que ella recibe, sin contar que la línea estaría siempre ocupada.

»Hay algo más. Mario me repite constantemente: «Haz esto, haz aquello con TU hija». Nunca quiere implicarse. Me dice que soy yo quien tiene que tomar todas las decisiones, pero, cuando alguna no funciona, se desmarca diciendo que no es culpa suya, que no sé llevarla.

–Me has hablado de varios problemas hasta ahora. Volvamos al primer asunto que mencionaste, el de tu miedo a que Mario te engañe. Siempre trabajaremos los asuntos de uno en uno, ¿de acuerdo? Volveremos a los otros a lo largo de las visitas posteriores.

Anna inspira profundamente y espira despacio. De repente, algunas lágrimas aparecen en sus ojos. Me mira durante unos momentos y después su mirada se torna cada vez más triste. No digo nada. Le ofrezco un pañuelo y un vaso de agua. Al cabo de un rato responde:

–Me doy cuenta de que mi mayor miedo es perder a Mario. No hay nada que desee más que pasar el resto de mi vida con él.

–¿Cómo te sientes? Cierra los ojos y deja que salga lo que te venga cuando piensas en perderlo.

–Me siento muy triste. Tengo mucho miedo. Es como si tuviera una gran bola dura en mi vientre. Siento también mucha rabia. Sé que hace mucho que la llevo reprimiendo. Tengo miedo de perder el control y que salga, y que eso provoque que Mario me abandone. Me da pánico solo pensar en quedarme sola. Creo incluso que nuestra hija elegiría vivir con su padre: con él hace más lo que le da la gana. Para mí, ese abandono significaría que habría echado a perder mi vida. No sé si podría recuperarme.

–Entonces, por resumir, lo que te preocupa más en este momento es la actitud de Mario, cómo se comporta contigo y con los otros miembros de la familia, y la posibilidad de que te esté mintiendo. Sin embargo, el verdadero problema es el gran miedo que tienes a perder el amor de tu marido y de tu hija y encontrarte sola. ¿Es eso?

–Sí, es eso. Antes de expresarlo ahora no me había dado cuenta del miedo que tengo al abandono. Seguí tu curso sobre las cinco heridas del alma. Me analicé y vi muy pocas características de la herida de abandono en mi cuerpo, cuando creía que era seguro que la tenía. Creo que mi herida de traición es mucho más evidente. Supongo que tendré que ocuparme de las dos, ¿verdad?

–A su debido tiempo veremos cómo se relaciona todo esto con tus heridas. Me quedan algunas preguntas: ¿qué quieres en tu vida?, ¿qué tipo de ayuda esperas recibir de mí?

–Muy sencillo: quiero seguir con mi marido y que nuestra familia esté más unida, no cada vez más separada. Quiero saber qué puedo hacer para alcanzar este objetivo.

–Nadie puede garantizarte que vayas a retener a tu marido porque eso depende de él. Ya sabes, no puedes obligar ni a tu marido ni a tu hija a seguir contigo. ¿Quieres saber por qué atraes este tipo de situaciones? ¿Estás dispuesta a cargar con la responsabilidad de lo que te suceda? Te pregunto esto porque, incluso si es eso lo que esperas de mí, me es imposible decirte que eres desgraciada por la falta de tu marido o de tu hija. Tampoco estoy diciéndote que sea culpa tuya. En realidad, nadie tiene la culpa, solo sois gente que sufre y que no sabe gestionar ciertas situaciones. Eso sí, puedo ayudarte a encontrar la causa de lo que te está sucediendo y sugerirte lo que puedes usar para aceptar lo que se presente en tu vida, sea algo que desees o que no.

–Sin duda deseo conocer las causas de mis problemas, pero de ahí a aceptar que mi marido elija dejarme... ¿Crees en serio que una mujer que ama a su marido puede llegar a aceptar algo así?

–¿Sabes? Tu reacción es la que tendría cualquier ser humano. Nunca he dicho que ese tipo de situaciones sean fáciles de vivir. De lo que estoy convencida es de que puedes encontrar en ti el amor necesario para aceptar cualquier situación indeseable. Ser capaz de hacerles frente a todas las eventualidades es dar prueba de sabiduría, es dejar ir. ¿Te has dado cuenta de que ese tipo de control no cambia nada, de que no te aporta paz interior? Solo puedes alcanzar esa paz aplicando la definición de amor verdadero. Entonces, ¿estás de acuerdo en que hablemos de eso?

–Sí, por supuesto, estoy dispuestísima. Hace ya mucho que no aguanto esta situación y estoy abierta a otra cosa. Espero que podamos encontrar una solución para que todo vaya a mejor en nuestra pareja.

–Para que trabajemos mejor juntas, me gustaría que te acompañara Mario el próximo día que vengas. Si le gusta, podrá volver cuando sea necesario que estéis los dos presentes. En nuestro próximo encuentro repasaremos qué es el amor verdadero, para que podáis encontrar lo que convenga mejor a vuestra vida de pareja y de familia.

»De aquí a la próxima visita, ¿crees que podrás encontrar el valor para contarle a Mario lo que has compartido hoy aquí conmigo, que piensas que tiene una relación con otra mujer y que sientes miedo de que te deje? ¿Crees que también podrías ­contarle que te quedaste embarazada queriendo? Además, te recomiendo que hables con tu madre y que compruebes si ella tenía los mismos miedos que tú, es decir, miedo a no ser querida y a ser abandonada por tu padre o por sus hijos.

–Me pides mucho, no sé si voy a ser capaz.

–Haz lo que puedas. Prefiero sugerir lo que puedes hacer cada vez que nos veamos. Solo actuando de modo diferente podemos transformar las situaciones indeseables. Pero lo más importante es que pases la primera etapa, que es reconocer que, por el momento, no estás actuando quizá como querrías, pero que es la única manera que conoces de enfrentarte a la situación. ¿Recuerdas, en el taller sobre las heridas, cuántas veces escuchaste decir que es normal y humano que uno reaccione cuando sufre? Todo lo que no marcha como quieres en tu pareja y con tu hija viene de las reacciones causadas por las heridas y por las reacciones de los que te rodean. Debes por lo tanto darte permiso –los demás también– para ser humana y aceptar tus límites y tus heridas no curadas aún.

RECUERDA…

Es importante no hablar solo de la situación vivida, sino encontrar el verdadero problema, preguntando a la persona en cuestión cómo se siente en esa situación. Además, ella tiene que saber lo que quiere con respecto a ese problema.

Es preferible gestionar los problemas de uno en uno.

Querer que todo pase como queremos que pase es querer tener el control. En tanto no dejemos ir, nada va a cambiar.

Nadie es culpable: lo único que ocurre es que hay personas que sufren y que no saben cómo gestionar esa situación.

Solo se puede comenzar a transformar una situación indeseable si nos planteamos actuar de modo diferente.

La etapa más importante es la aceptación del momento. Es admitir que, cuando una persona sufre, es porque una de sus heridas se ha activado. Debemos aceptar que somos humanos con heridas que no hemos curado aún.


El poder de la aceptación

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