Читать книгу Ellos - Lorena Deluca - Страница 18

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Él

Ella lo invitó a soñar y Él sueña.

En un bosque algo nevado había una cabaña no muy grande, de diseño sencillo y amplios ventanales. Se encontraba en un claro que se abría entre algunos arces rojos brillantes y otros anaranjados, que se distinguían de unos abedules por una belleza de contraste.

No se veía tanta nieve porque recién comenzaba el otoño, y se notaba que era un refugio que pocos conocían. Había que saber su ubicación exacta, y se llegaba solo si se lo buscaba. Era de esos lugares donde había lo necesario para estar bien después de una larga caminata: un sillón cómodo, una mesa y dos sillas, una alacena con provisiones, unas tazas para tomar algo caliente, y un hogar de piedra con suficientes leños apilados para mantener el calor siempre encendido. Al entrar se percibía un suave aroma a madera. Era un lugar muy luminoso, con vista a diferentes colores que el paisaje regalaba de esos árboles, acompañados en su movimiento por una brisa de estación.

A Él le gustaba salir a caminar y disfrutar lo vivo del bosque. Salía solo, con esa cosa un poco felina que siempre tuvo.

Una mañana, en medio de una de esas tantas caminatas, encontró un poema escrito en un árbol: “Somos vida”, comenzaba diciendo. Apareció por sorpresa y lo sacó de los temas en los que estaba. Leyó con atención, una a una, cada palabra. Vio que estaban firmadas por alguien especial para Él.

Así como suele pasar en los sueños, donde no hay mucha lógica ni es necesario buscarla, se encontró de repente dentro de ese refugio. Miró a su alrededor y notó que las paredes estaban construidas por palabras. Ella estaba ahí. Se alegró de verla. Mucho. Siempre la recordaba. No fue necesario saludarse ni entrar demasiado en conversaciones mundanas.

En silencio, percibían la calidez del lugar. No había por qué inquietarse, era un sitio para saborear una nueva dimensión del tiempo, “para habitarse allí donde solo Ellos puedan tocarse con palabras...”.

Un refugio de sonrisas a escondidas que se abría entre el ruido alrededor.

Cada uno sabía y sentía que, en cualquier momento en el que se encontraran, iba a estar el otro allí, en medio de esas tormentas de nieve que a veces se desataban afuera.

Estaban intrigados el uno por el otro. Él se preguntaba cómo es que el azar los había cruzado alguna vez, y por qué esa mañana quiso mostrarle un poema. Eligió no preguntarle nada y tomar lo que Ella ofrecía. Si un día decidía levantarse e irse, Él tampoco le preguntaría nada, como sucede en los sueños.

Como a Ellos les gustaba el jazz, sabían que algunas buenas melodías se disfrutaban así. Mientras tanto, Él sonreía cada vez que entraba a ese lugar un poco mágico, porque después de haber caminado bastante, sabía que no eran muchas las personas con las que se podía compartir o construir —aunque más no sea— pequeños espacios de encuentro.

Ellos

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