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Ella

Él dijo: “Ella lo invitó a soñar y Él sueña... Eligió no preguntarle nada y tomar lo que Ella ofrecía”.

Eligió una cabaña como refugio, cuyas paredes estaban construidas por palabras. Un lugar para estar juntos, “como una compañía en medio de esas tormentas de nieve que a veces se desataban afuera”.

“Abrazado a Ella se daba cuenta de que soñar ‘con’ alguien también podía significar estar juntos en una realidad construida por los dos, mezcla del sueño de ambos”.

Otra vez se descubre sonriendo, con ese gesto en su rostro que no la inquieta y tampoco esconde, por sentirse ahora cuidada y a su lado.

Ella le ofrece compartir ese espacio teniendo en cuenta que le había enseñado varios significados: que hacer silencio no es callar, que al silencio se lo debe buscar, o crear, porque no tiene sustancia, sino que hay que dársela.

Él escribió: “Como si hubiera sabido que había recorrido las colinas del tiempo, creyendo que el silencio era vacío y ausencia, hasta que aquel relámpago resbaladizo le enseñó que, en verdad, era refugio y encuentro.

Entonces Él se preguntaba: ¿hacer silencio o habitar el silencio? Hizo silencio: lo dibujó a su alrededor como una línea tenue, de arena color azul, lo bordeó y luego se sumergió, respirando profundo. Y así cobijado logró percibir —en el preciso instante en que el sol se reflejaba en esa espuma que dejaban las olas en la orilla— cómo las cosas recobraban su verdadero nombre”.

Refugio de calidez, cual tibios rayos de sol de una mañana de otoño.

Solo una condición le pide Ella, para lo cual será inflexible: el fuego del hogar de la cabaña en el bosque lo encenderá Él, así como tendrá que procurar contar siempre con buena música y buen vino, además de algunos chocolates, considerando que se viene el invierno.

Por su lado, esperará de Él que le diga qué desea de Ella.

Hay un detalle que le gustaría conservar, y es la manera de nombrarse. Ambos saben que al nacer eligieron para ellos dos lindos nombres, con toda su carga simbólica y una historia que los antecede. De allí la magia ahora de ser Él y Ella, dando luz a Ellos, dentro de un espacio de complicidad para sentirse libres y sin tiempo. Recrear momentos, compartir emociones, leer, escuchar música y poder encontrarse, con ese poder —maravilloso— que ofrece la mente al potenciar y manipular creativamente la realidad, haciendo de la imaginación (dentro de lo posible) lo más parecido a la vida real, disfrutando de la escena que se ofrece a los sentidos, relajados y en silencio.

Ella cree que sería un buen comienzo.

Esta noche lo percibe con ese perfume que aún no logra saber cuál es, y espera que le diga, para que cuando lo perciba, en algún lugar, lo recuerde. Seguramente huela a madera y se caracterice por un aroma clásico e imponente.

Escuchando ahora esa música de la que hablaba, le cuenta que no forma parte de sus costumbres musicales. Hermosa voz negra, por cierto. En ese estilo también le agradan Ella Fitzgerald y Aretha Franklin. Hay un tema de Fitzgerald con Armstrong que suena bien: “Summertime”.

A Ella le gustó lo que Él le leyó la vez pasada e imaginó una primera escena de amor dándole un beso, luego de muchos años, un primer beso que despertó sus sentidos. Algo así como: con picardía, se acercó lentamente hasta percibir su perfume, lo miró a los ojos color cielo, y rodeándolo con los brazos para tenerlo cerca, muy cerca, sintió —poco a poco— cómo su respiración iba en aumento, acelerando el ritmo de sus latidos. Cerró los ojos, buscando ese deseado y húmedo roce con los labios, abriendo suavemente su boca para recorrerlo con la lengua e ir en busca de la suya, una y otra vez y saborear cada uno de sus rinconcitos, en esa profunda intensidad que excita y ese dulce gemido que emerge del placer.

Se gustan, siempre se gustaron.

Suspendidos en el aire y con sus bocas calientes desean más, mientras suena de fondo esa canción: “Spoiled” de Joss Stone, que en su ronroneo sensual inspira a seguir.

Ella quiere saber más de Él, y que le cuente por qué la considera especial.

Ellos

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