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Ella

Ella despertó a su lado, hacía frío. El sol de las ventanas transmitía algo de calor a través de sus rayos. El hogar estaba apagado, y como encenderlo era su tarea, pensó en despertarlo, pero, finalmente no lo hizo. Miró alrededor, y mientras lo observaba muy de cerca, pudo aún sentir su aroma. Le pareció que se trataba de un perfume amaderado, de esos que se conjugan con el ámbar y acordes balsámicos, haciéndolo seductor con la primera impresión al propiciar un carácter todo terreno para usar en cualquier momento del día.

Le gusta a Ella su manera de expresarse, le resulta atractivo e inteligente, además de dejarla en más de una ocasión sin palabras y con una extraña sensación de percibir en ese encuentro algo de sustancia.

A medida que Ella se acerca a su mundo y sus recuerdos, siente atracción hacia Él, mezcla de interés, deseo de estar y ser deseada.

A Él le gusta jugar a ser otro: “Rodión Raskólnikov”, interesante elección dirá Ella, y una vez más la sorpresa de haber vivenciado en tiempos parecidos y también precisos: “en este preciso momento...”, dijo Él, el mismo gusto tanto en la música como en una lectura. De allí lo curioso —de Ellos— que, sin saber, recorrieron algunos senderos con iguales detalles. Ahora Ella recuerda que, hace muchos años, le recomendó a alguien a quien quiere y admira que leyera ese libro, no solo por su contenido, sino además porque identificó del personaje de Rodión varios rasgos de su personalidad. Para entusiasmarlo le contó que se trataba de una historia donde los sentimientos llegaban a cobrar una dimensión relevante. Desde entonces y ofreciéndole, al tiempo, una segunda genialidad: El malestar en la cultura (S. Freud), jamás pudo desprenderse de la palabra escrita, tomándola como hábito, más allá de la música, que siempre fue su alimento y pasión.

Él escribió: “... que algún día seguramente le contaría con detalles todas las cosas que vivió desde aquella época en la que se conocieron”, a lo que Ella contestó —en tono risueño— que todas las cosas con detalle serían un gran ejercicio de la memoria, que únicamente podría esperar de su parte, pensamiento que deduce por algunos destellos, recordándolo en su aplomo de hombre impecable, controlado, aplicado, minucioso. Posiblemente, lo que Ella pueda agregar a su relato sean solo algunas imágenes grabadas en su retina: la frase “Ella es una excepción” —escrita en papel—, la imagen de Él en la parada de un colectivo —esperándola—, una caja de alfajores Havanna junto a un regalito de cumpleaños y unos pocos besos escondidos; no mucho más. Quizá, más que traer remembranzas, se inclinaría por ir descubriendo las historias de ambos, al recorrer juntos aquello que cuentan, a fin de proteger ese mágico espacio de encuentro que Ellos ahora tienen.

“Como siempre fue protector...”, sabrá cuidarla.

Él dijo: “Había caminado por los mismos senderos de las palabras-refugio”. Tal vez, por su manera de observar de lo cotidiano ciertas cosas, descubrió la necesidad de escribir desde otro lugar y rescatar lo verdaderamente trascendente. De esta manera, cada vez que algo del malestar se presentaba, su refugio terminaba siendo la escritura. Reconoce además que esa costumbre la llevó a leer más, y crecer en las prácticas de su trabajo, dedicándose hoy a acompañar a aquellos que se encuentran transitando nuevas etapas en su vida. En definitiva, respondiendo al amor en su demanda.

Esta vez se encargó Ella de encender el hogar, y cuando el calor llegó a Él, tímidamente se acercó a besarlo en la comisura de sus labios, cuidando de no despertarlo, mientras sonaba “Every Day I Love You”, de Bayzone.

Ellos

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