Читать книгу Boda en Eilean Donan - Lorraine Murray - Страница 6
Capítulo 2
Оглавление—¿Tienes todo? —Karen miraba a Denise mientras las dos avanzaban por el vestíbulo de la terminal del aeropuerto Charles de Gaulle.
—Sí, no te preocupes. Sobre todo, el pasaporte, de lo contrario no podré salir de Francia.
—Genial —le dijo deteniéndose delante del primer control para pasar el billete por el lector ante la mirada seria de la encargada—. Vamos.
Denise la siguió por el laberíntico pasillo de cintas de separación colocadas hasta la zona de seguridad. Karen comenzó a depositar sus pertenencias en una bandeja, empleó otra para su chaqueta y las puso sobre la cinta. Lo último de lo que se desprendió fue de su equipo fotográfico del que solo lo hacía en casos necesarios como ese. Pero no lo perdió de vista ni un solo instante mientras ella caminaba hacia el arco de seguridad, donde una policía le hacía señales para que lo cruzara.
Pasó bajo el detector de metales sin ningún contratiempo y se apresuró a recoger sus pertenencias ante la mirada del agente que controlaba la pantalla del escáner. Karen le dedicó una sonrisa y asintió alejándose hacia un lugar apartado en el que pudiera terminar de arreglarse mientras esperaba a Denise.
—Tenemos tiempo para comer algo antes de embarcar.
—Busquemos un café.
—¿Echaste un vistazo a la documentación que te pasé?
—Sí, lo estuve repasando anoche antes de irme a la cama. No me puedo creer que vayamos a Escocia —le aseguró con los ojos abiertos como platos porque no acababa de creerlo.
—Con los gastos pagados. Eh, que vamos a currar.
—Pero ¿qué clase de boda es? ¿Tanto tiempo necesitan que estemos?
—Piensa que va a ser en un castillo, con eso te lo digo todo. El padre de la novia tiene una destilería en esa región. Habrá muchas localizaciones para hacer las fotos. Según he visto en la web de Eilean Donan necesitamos permisos para hacer el reportaje. No es un sitio convencional.
—Y estoy segura de que tampoco lo será el número de invitados.
—Por ese motivo creo que quieren que estemos con tiempo.
—¿Qué ha pasado con tu alergia a las bodas? —ironizó Denise con una sonrisa diabólica.
Karen se encogió de hombros.
—Nunca he fotografiado Eilean Donan. Ni he estado en la capital de las Highlands —le confesó empleando la palabra inglesa para referirse a las Tierras Altas del norte del país.
Andrew McFarland acudió a la llamada de su padre. Suponía que iba a repetirle lo que tenía que hacer con la fotógrafa, que llegaba esa tarde para la boda de su hermana Ilona. Lo encontró rebuscando algún papel entre la pila de estos que adornaban su mesa en el despacho que tenía en casa.
—¿Querías verme? —le preguntó a modo de formalismo porque para eso estaba allí—. He quedado esta mañana.
—Sí. Quería recordarte que esta tarde llegarán Karen Marchand y su ayudante Denise al aeropuerto.
—Lo llevas haciendo desde ayer a cada momento que me ves.
—Ya, ya lo sé. Pero dado que eres muy aficionado a olvidar las cosas… Vuelvo a recordártelo. —La mirada del progenitor de la familia fue clara y contundente.
—Pues no me lo pidas si crees eso de mí. Ya puestos, ¿por qué no envías a Mortimer a que las recoja? Es tu chófer y seguro que hace ese trabajo mejor que yo. Para eso le pagas.
—Mortimer tiene la tarde libre porque no pienso salir. Y si lo hago conduciré yo. Y, además, quiero que seas tú en persona el que acuda a recoger a las dos mujeres. ¿Te ha quedado claro? —le dijo mirándolo de manera fija para que su hijo no dijera nada más.
—Vale. Si es lo que quieres. Allí estaré. Descuida —le aseguró encogiéndose de hombros.
—Toma, es la documentación para el hotel. Déjalas instaladas en este.
—¿Algo más? —Andrew no se molestó en revisar los papeles. Conocía el hotel de sobra porque su padre siempre lo recomendaba o alojaba allí a sus visitas de negocios. Por otra parte, Inverness no era una ciudad muy grande, de manera que tampoco había que darse prisa en ir a recogerlas al aeropuerto y dejarlas instaladas.
—Me gustaría que fueras un buen anfitrión. Si te apetece…
Andrew asintió apretando los labios en un gesto de asentimiento.
—Descuida. Prometo ser un buen cicerone con las francesas —le aseguró empleando un tono algo irónico para referirse a la nacionalidad de estas.
—Es la boda de tu hermana. ¿Por qué no pones un poco de interés, Andrew? Supongo que tu madre ha hablado contigo al respecto del traje.
—Sí, ya me ha dicho que quiere que lleve kilt[1], descuida.
—Serías capaz de presentarte en vaqueros y en zapatillas. Que no te guste vestir un traje a diario para ir al periódico no significa que vayas vestido como un indigente —le dijo señalando su aspecto en ese mismo momento.
—Y yo no creo que la gente sea más o menos profesional por la ropa que lleve puesta. Además, si tengo que salir a alguna parte a cubrir una noticia prefiero ir de sport, o como un indigente —le dejó claro, apuntándolo con un dedo—. Creo que voy a hacer algo antes de ir a recoger a las fotógrafas.
Roger McFarland sacudió la cabeza y resopló. Su hijo no tenía remedio. No lo entendía. Al contrario que su hermana Ilona o el mayor, William, él prefería ir por libre. Le había recordado lo de la vestimenta porque no le cabía la menor duda de que sería capaz de aparecer en la boda de su hermana vestido de cualquier manera. Odiaba los trajes, la etiqueta y todos esos formalismos. Siempre había sido así, y a estas alturas ya no iba a cambiar. De acuerdo que no necesitaba ir trajeado para dirigir el periódico local, pero de ahí a ir con vaqueros y zapatillas deportivas a las oficinas… Eso cuando se presentaba por allí. Que ese era el otro tema que no entendía por más que lo intentaba. La mayor parte del tiempo hacía las gestiones desde casa o desde un pub gracias a las tecnologías. Le bastaba un portátil o el propio móvil para trabajar. En ocasiones pensaba que Andrew era demasiado despreocupado al dirigir el diario a distancia.
Roger volvió a centrarse en los papeles que estaba revisando antes de que él apareciera. Pero la voz de su esposa lo detuvo.
—Acabo de cruzarme con Andrew.
—Sí. Le he recordado que no olvide ir a recoger a las dos fotógrafas al aeropuerto. Llegan esta tarde.
—¿Y qué te ha dicho? Porque parecía salir de mal humor.
—¡Que por qué no enviaba a Mortimer! ¿Puedes creerlo, Eileen? —Se quedó contemplándola sin saber qué más podía decir.
—No entiendo por qué se comporta de esa manera.
—Le he pedido que muestre cierto entusiasmo por la boda de su hermana, pero no parece por la labor. Eso y que se porte bien con las dos fotógrafas.
—Sabes lo que opina de las bodas…
—¡Por san Andrés, Eileen! —exclamó algo enfadado Roger McFarland arrojando sobre la mesa el documento que tenía en la mano—. ¿No irás a repetirme que tiene que ver con su hermano? ¿Es porque Fiona lo eligió a él para casarse? ¿Por eso ha perdido la ilusión por todo? —Contempló a su mujer con los ojos abiertos como platos y los brazos extendidos a los lados, con las manos vueltas hacia arriba. Esperaba que su esposa le llevara la contraria y le dijera que eso era agua pasada.
Eileen apretó los labios e inspiró acortando la distancia con su esposo.
—Andrew estaba enamorado de Fiona, pero el destino tenía otros planes para ellos. No ha superado que ella acabara casándose con William. Por cierto, me ha llamado para decirme que estarán aquí mañana.
Roger resopló.
—Espero que Andrew se comporte. ¿Lo sabe? ¿Qué William y Fiona estarán en la boda?
—Supongo que se hará a la idea de que asistirán. Sabes que no quiere saber nada de ellos desde que se marcharon a Glasgow hace un año. Ni siquiera los vio cuando vinieron las pasadas Navidades.
—Creo que deberíamos decírselo antes de que se encuentren cara a cara. ¡Por san Andrés que Andrew es muy tozudo! Quise comprender su reacción en un principio cuando Fiona rompió con él y meses después comenzó a verse con William. Pero el tiempo ha pasado y…
—Andrew es muy suyo. Será mejor dejarlo estar por el momento.
—Le he pedido que sea un buen anfitrión con Karen y su ayudante porque confío en él. Porque considero que es el más apropiado. Pero solo faltaría que lo estropeara con ellas —comentó él resignado.
—No lo hará. Nuestro hijo da la impresión de estar enfadado con todo el mundo, pero en el fondo es un hombre cabal. Que yo sepa dirige el periódico con eficiencia, aunque a ti te parezca que no lo está haciendo. Solo que trabaja a su manera. Deja que haga las cosas a su modo. No puedes decirle que haga las cosas como a ti te gustaría que las hiciera. Ya no es jovencito. —Sonrió Eileen al ver a su marido de aquel talante.
—Eso es lo que más me asusta con respecto a lo que le he pedido. Que lo haga a su modo —le aseguró con un gesto de temor en su rostro.
—Su comportamiento será el correcto, ya lo verás. A veces tengo la impresión de que se comporta así para darte en la cabeza —le aseguró ella sonriendo de nuevo.
Eileen conocía a su hijo y sabía que, pese a la imagen que Andrew solía dar, de ser alguien despreocupado y que pasaba de todo, no era así. Y ya se daría cuenta su padre.
Andrew abandonó la casa de sus padres a las afueras de Inverness y se dirigió al centro. En la mano llevaba la información que su padre le había pasado acerca de las dos fotógrafas francesas. Lo dobló y lo guardó en el bolsillo trasero de sus vaqueros. Claro que se comportaría en la boda de su hermana. Ella era la pequeña y su debilidad, y no iba a fallarle bajo ningún concepto. De eso estaba seguro. Además, ella no tenía la culpa de lo que le sucedía a él.
Quedó con su redactora jefe, Maggie, para saber cómo marchaban las cosas en el periódico. Su padre apostó por él cuando el diario se encontró con dificultades financieras durante la crisis económica de hacía unos años. Lo reflotó y lo puso al frente para dirigirlo, ya que no quería trabajar con él en la destilería. Debía reconocer que su padre acertó. Dirigir el periódico era lo que había querido. Eran los días en los que salía con Fiona… Recordarla todavía le provocaba un dolor extremo en el pecho. Era algo que no había conseguido superar pese a los años que hacía que sucedió, y a la distancia. Lo último que sabía de ellos era que se habían mudado a Glasgow hacía dos años. De no haberlo hecho ellos, habría sido él quien se marchara de Inverness. Le habría jodido, y mucho, tener que hacerlo, porque le gustaba la ciudad y los alrededores.
Maggie le hizo una señal con la mano cuando él entró en el café. Andrew se dirigió hacia ella. Pelo color del vino, su tez blanca y sus ojos claros resaltaban allí donde fuera. Era imposible no sentirse atraído por su mirada. Salvo él, claro estaba. Llevaban años trabajando codo con codo y no la había considerado más allá de compañera.
—Pensaba que no vendrías —le dijo ella fijándose en el gesto de desgana de él.
—No, tranquila. Entiendo que tuvieras tus dudas porque después de estar hablando con mi padre… —Puso los ojos en blanco y resopló.
—¿Es por la boda de tu hermana?
—Quiere que me comporte, que me vista de manera adecuada. Fíjate que me ha llegado a decir que parezco un indigente. —Contempló a Maggie con los ojos como platos y las cejas formando un arco sobre su frente.
—No creo que vayas tan mal vestido.
—Eso mismo digo yo. En fin, y encima quiere que haga de anfitrión con las francesitas, que llegan esta tarde. —Volvió a emplear un toque irónico al referirse a Karen y su ayudante.
—Por tu gesto y tu manera de referirte a estas, no te hace ni pizca de gracia, ¿eh?
—No soy un chófer. Para eso está Mortimer. Ya se lo he dejado claro. Pero le ha dado la tarde libre, según me ha dicho. Creo que es una encerrona de mi padre.
—Se ve que tiene algún interés en que recojas a las fotógrafas. ¿Has visto alguno de sus trabajos? —Ella observó su reacción de falta de interés por encima de la taza, mientras bebía.
—No. ¿Qué me importa que sea muy famosa y que le hayan concedido infinidad de premios? Solo son unas fotos.
—Es una gran profesional. Las marcas y las firmas de moda se la rifan. Suelen contratarla para las semanas de la moda. París, Nueva York, Milán, Madrid… Sus fotos han sido portada de varias de las revistas más prestigiosas de viajes, de investigación, de animales. Ha estado en numerosos países.
—Me parece genial. Mi hermana se merece lo mejor para su boda.
—¿Sabes algo de tu hermano? —Maggie era consciente de que preguntarle por William era como echar sal en la herida. Pero era su hermano.
—No me hace falta saberlo. Supongo que vendrá. Es lo más lógico. Es nuestra hermana la que se casa.
—Y apuesto a que no te hará ninguna gracia.
Andrew apretó los labios y asintió.
—Lo superaré por Ilona y Fraser. Es su día y yo no pienso fastidiarlo.
—Bueno, piensa que, al hacer de anfitrión con las fotógrafas, estarás bastante ocupado —le recordó con una sonrisa divertida mientras Andrew le devolvía una mirada de advertencia.
—¿No estarás pensando que me pegue a estas todos los días con tal de no ver a mi hermano?
—Creo que tu padre así lo espera. Que hagas de chófer para ellas. —Maggie sonrió irónica ante esa posibilidad—. Por cierto, ¿qué tal tu francés?
—¿A qué viene tu pregunta? Se supone que ellas hablan inglés, ¿no? Si ha viajado tanto como dices…
—Yo pregunto por si acaso. De todas formas, procura no poner un acento fuerte cuando hables con ellas. Suavízalo un poco, ¿querrás? —le pidió con toda intención mientas sonreía.
—Bien, dejemos a las francesas por un rato. ¿De qué querías hablarme?
—Supongo que cubriremos la boda de tu hermana. De eso quería hablarte —le comentó mientras él resoplaba.
—Tengo ganas de que se pase y todo vuelva a la normalidad.
—Entiendo. Piensa que solo quedan días.
Andrew puso cara de circunstancia y resopló.
—Sí, claro que la cubriremos para que aparezca en la sección de noticias locales. Bastará con que vaya alguien a tomar alguna foto y…
—Yo estoy invitada. Puedo cubrir la noticia sin tener que chafarle el sábado a ninguno otro —le recordó arqueando sus cejas.
—Es verdad. Mi padre te ha invitado. Vale, si quieres encargarte de ello. Pero procura divertirte. Me refiero a que no te lo tomes como trabajo al cien por cien.
—Pero…
—Soy tu jefe y te pido que te diviertas —le interrumpió—. No quiero que te pases la ceremonia grabando con el móvil ni nada por el estilo. Además, siempre podemos redactar la noticia después entre los dos.
—Como quieras.
—Para las fotos están las francesas —reiteró con cierta sorna.
—Estás cabreado con tu padre porque te envía a por ellas. No lo pagues con estas, ¿querrás? —Lo contempló con los ojos abiertos como platos haciéndole ver que ella tenía razón.
—De acuerdo. Prometo tratarlas bien. Sigamos viendo qué más noticias tenemos. No quiero dejar la edición sin cerrar antes de ir a por ellas.
Maggie lanzó una mirada bastante significativa y se mordió el labio para no reírse de él otra vez. Si la pillaba acabaría mandándola a paseo.
El avión aterrizó puntual en el aeropuerto de Inverness. Karen y Denise resoplaron a la vez cuando los motores se detuvieron.
—Por fin. ¿No se te ha hecho algo largo? —preguntó la primera.
—Ya te digo. Tenía ganas de llegar.
—Pues ya lo hemos hecho.
Aprovecharon un momento en el que la cola se había detenido para coger su equipaje de mano y caminar hacia la puerta de salida. Abandonaron el avión y entraron en la terminal de llegadas, donde tuvieron que detenerse ante la cola del control de pasaportes.
—Venían a buscarnos, ¿cierto? —preguntó Denise.
—Sí, creo que es un tal Andrew.
—Algún pariente de la familia, seguramente.
—Me basta con que esté ya en el vestíbulo. Tengo ganas de llegar al hotel y darme una ducha.
—Sí, yo también.
—Por cierto, ¿qué tal con el violinista? Cuando te llamé el otro día, sonaba muy bien como música de fondo.
—Ah, sí. Ya te he dicho que es muy bueno —le repitió entregando el pasaporte al policía.
—No me cabe la menor duda.
Las dos mujeres pasaron el control y se dirigieron a la salida.
—En fin, vamos a conocer al tal Andrew —le dijo Karen moviendo sus cejas con expectación y diversión.
—Seguro que es el típico tío macizo de las portadas de las novelas románticas sobre Escocia. Un Highlander buenorro con melena, falda y todo eso. —Le guiñó un ojo y sonrió.
—Voto por todo lo contrario. Un tipo normal que pasa desapercibido. Lo de las novelas está sobrevalorado. Ah, y no le digas falda a un escocés…
—Sí, ya… Es un kilt. Podrían zurrarme si les digo que llevan falda —ironizó Denise.
Andrew llevaba diez minutos en el vestíbulo esperando a que las puertas de la terminal de llegadas se abrieran y los pasajeros del vuelo procedente de Londres comenzaran a aparecer. Ahora que lo pensaba, podría haber buscado una fotografía de la tal Karen en Internet. De ese modo la reconocería en cuanto la viera. Pero ya daba igual. No iba a ponerse a ello en ese instante. Además, no le hacía demasiada gracia estar allí haciendo de chófer. Pero, como le había prometido a Maggie, no iba a pagar su malhumor con ellas. Tenía sus nombres escritos en un folio como solían hacer los guías turísticos cuando iban a recoger a los pasajeros. Cogió aire fijando su mirada en la puerta cuando se abrió y los primeros viajeros caminaban hacia el vestíbulo. Tenía que centrarse en dos mujeres. Pero no tenía ni idea de la edad ni de la apariencia, así que lo mejor sería que fueran estas las que se acercaran a él cuando leyeran sus nombres en el folio.
Karen y Denise cruzaron las puertas hacia la salida y ambas comenzaron a escrutar a las personas que había allí esperando. Se centraron en los que llevaban un cuaderno con nombres escritos, pero en un primer momento no vieron a ninguno que llevara los suyos.
Andrew desvió la mirada un momento hacia un par de chicas, que habían pasado de largo, y se preguntó si serían ellas, pero sus dudas quedaron resueltas cuando una pareja, que debían de ser sus padres, las recibieron entre besos y abrazos. Sacudió la cabeza y se fijó en otras dos que parecían estar perdidas. O más bien buscando algo o alguien. No supo explicar cómo se sintió cuando se fijó en ellas, pero por encima de todo en la más alta de la dos. La que tenía el pelo oscuro, largo y cuyas puntas estaban rizadas. Llevaba unas gafas de espejo en lo alto, como si le sirvieran para sujetarlo. Esta recorría el vestíbulo con los ojos entrecerrados como si estuviera escrutando los rostros de los demás. Se mordía el labio en un gesto de impaciencia, prisa o desconcierto mientras su compañera le decía algo y lo señalaba con el brazo. Entonces la más alta prestó atención y clavó su oscura e intimidatoria mirada en él. Movió las cejas y su rostro mostró una mezcla de sorpresa y alivio. O eso le pareció a él.
Todo parecía indicarle a Andrew que se trataba de ellas. Las dos francesas que había ido a buscar. Le impactó sin duda alguna la imagen de la que presumía que sería la tal Karen Marchand, como había escrito. Pensó que tal vez debería haberla buscado en Internet antes. De ese modo, se habría preparado con tiempo suficiente para la mujer que se detenía ante él. Se apartó el pelo de su cara con una mano en la que destacaba un anillo de plata, y varias pulseras que bailaban en su muñeca. Sus labios se curvaron en una sonrisa que a él lo dejó sin capacidad de reacción. Una pequeña circonita brillaba en la aleta derecha de su nariz. Toda una atracción a primera vista.
—Hola. Somos Karen y Denise —le dijo señalando el folio en el que aparecían sus nombres—. Debes de ser Andrew. —Entornó la mirada hacia él con curiosidad. Le dio la impresión de que él parecía estar perdido en sus pensamientos. Tardó un poco en reaccionar.
—Eh… Sí, sí. Supones bien. Esto… Bienvenidas a Inverness.
—Gracias —dijeron al unísono.
—Si ya tenéis todo el equipaje, acompañadme al coche. Os dejaré en el hotel.
—Perfecto —asintió Karen mirando a Denise, quien sonrió y arqueó sus cejas en una expresión de curiosidad.
—Pues vamos.
Las dos lo siguieron por el vestíbulo del aeropuerto hasta la salida y después hasta el coche.
—No lleva el kilt —susurró Denise en francés para que él no la escuchara. Porque desconocía si hablaba o lo entendía—. Ni tampoco es la imagen típica de las portadas de las novelas de escoceses.
Karen puso los ojos en blanco.
—Pues claro que no. Esa imagen es para la literatura o el cine. Seguro que esos modelos no tienen nada que ver con Escocia.
—En su defensa diré que tiene un toque… —Denise entrecerró sus ojos contemplándolo a distancia mientras él abría el maletero del coche—. Es atractivo a su manera. ¿No crees?
—Oh, vamos, Denise… Córtate un poco. Te va a oír —le dijo señalándolo con la mano camino del coche. Pero, fijándose en el aspecto de él, parecía un tipo que pasaba de todo. O al menos era la impresión que le causó al fijarse en que llevaba días sin afeitarse. Que su pelo estaba algo despeinado, como si acabara de levantarse de la cama, y su aspecto en general era el de alguien despreocupado. Y sí, como le había indicado Denise, su aspecto algo bohemio le daba un toque sexy.
—Puede, pero salvo que hable y entienda francés —le aclaró guiñándole un ojo y dejando a su amiga sin palabras.
Andrew se volvió hacia las dos mujeres que cuchicheaban entre ellas mientras se dirigían hacia él. No quería fijarse en la tal Karen de una manera descarada, pero era sin duda una mujer que llamaba la atención por su atractivo y por su aspecto. No esperaba que esta desprendiera tanta sensualidad. Prefirió centrar su atención en la otra. Pero tampoco tenía nada que desmerecer con su mirada azul cielo, su pelo castaño y su gesto risueño.
Las dos se detuvieron a su altura y le entregaron las maletas mientras intercambiaban sus respectivas miradas porque él las contemplaba como si pasara algo.
—¿Sucede algo? —preguntó Karen confundida por la manera en la que él se había quedado mirándola.
A él le costó un momento reaccionar ante la pregunta de ella.
—No, no. Disculpa. Estaba pensando en otro asunto. Subid al coche. —Andrew desvió su atención de ella y cerró el maletero. Esperó a que ellas estuvieran acomodadas antes de subirse. Eso sí, después de haber cogido aire.
—¿Está lejos el centro? —preguntó Karen mirándolo a través del retrovisor.
—A diez minutos aproximadamente. Depende del tráfico, pero ya os digo que no es París. —Esbozó una sonrisa porque suponía que, en una ciudad como la capital francesa, el caos circulatorio estaría a la orden del día.
—Sí. Las grandes capitales es lo que tienen.
—¿Qué tal os ha ido el vuelo? —Andrew no quería ser descortés con ellas y estar callado durante el corto trayecto al hotel. Se acordó de las palabras de su padre y de portarse bien con las dos mujeres. ¿Por quién lo tomaba?
—Agotador —respondió Karen desviando su atención del retrovisor a la ventana.
—Es lo que tiene hacer escala en Londres. Para algunas localidades de Escocia solo salen de allí.
—¿Ni siquiera desde Edimburgo o Glasgow?
—No. Tienes el tren, el autocar o tu propio coche, si tienes uno.
Denise no había dicho nada desde que subieron a este. Permanecía absorta en el paisaje, pero sin perder detalle de la conversación que el tal Andrew y Karen mantenían.
—Veo que hay un castillo —comentó mirando la edificación que sobresalía sobre una pequeña colina.
Karen fijó su atención en este y asintió.
—Sí.
—¿Se puede visitar? —preguntó mirando de reojo a Andrew.
—Dentro de una semana se permitirá a los turistas acceder a su interior para ver la exposición que alberga sobre su historia. Es la actual sede de los juzgados del gobierno local, de manera que hasta que no sea período vacacional, no se podrá acceder a su interior.
—No creo que estemos para poderla ver.
—Si tenéis tiempo, podéis visitar los jardines y verlo por fuera. Eso si la boda os deja tiempo libre. Bueno, ya hemos llegado —les dijo aparcando el coche en la entrada del hotel.
Karen abrió la puerta para apearse por el mismo lado que lo hacía Andrew. Los dos se miraron al unísono y, mientras él se limitaba a asentir con los labios apretados sin saber qué demonios decir, ella trataba de sonreír en agradecimiento por haberla llevado hasta allí.
—Espero que el hotel sea de vuestro agrado —deseó señalando la entrada—. Desconozco el tipo de alojamiento que os suele gustar.
Karen fijó su atención en la entrada. Una fachada de piedra clara, con un pórtico de cuatro columnas. De dos de estas colgaban varios tiestos repletos de pequeñas flores de colores.
—Seguidme.
Denise emitió un silbido cuando se encontró en la amplia recepción decorada con motivos escoceses. El suelo que pisaban estaba decorado con un tartán de colores azul, gris y marrón. Junto a la recepción se situaba una escalera que se abría a ambos lados y que según decían se había inspirado en la del Titanic. El tartán cubría cada peldaño de estas. La decoración era exquisita, pensó Denise sin poder evitar girar en redondo para ver un reloj antiguo de pared o una enorme cabeza de ciervo disecada colgada de otra. Sin perder detalle de la escultura de bronce del mismo animal. Todo parecía estar medido y cuidado al último detalle. Era sin duda uno de los mejores hoteles en los que ella recordaba haber estado.
Ambas se encontraban admirando el vestíbulo, sus lámparas de tulipas con forma de flor, sus columnas de estilo corintio en sus capiteles, incluso el aroma que se expandía por todo el lugar. Ninguna se dio cuenta de cómo Andrew gestionaba su reserva con el personal de la recepción, hasta que este se despidió de la chica a la que parecía conocer por el trato que se daban de manera mutua.
—Siempre es un placer verte por aquí, Andrew —le aseguró la chica de pelo color miel, tez blanca y ojos claros mientras sonreía de manera agradable.
—Gracias, Rose.
Andrew se volvió hacia las dos mujeres con llave de la habitación en la mano.
—Parece que te conocen —comentó Karen haciendo un gesto con las cejas hacia la muchacha de la recepción.
—Me llevo bien con el personal del hotel. Mi padre siempre recomienda este establecimiento a sus visitas de negocios. El trato con la gente es muy bueno. Esta es vuestra llave. Dejadla en recepción cuando os marchéis. —Extendió el brazo hacia ellas para que alguna se encargara de cogerla.
—Vaya, un hotel a la antigua usanza. Con llave de verdad y no tarjetas magnéticas de esas modernas que acercas a la puerta y se abre —exclamó Karen sorprendida por este hecho.
—Es muy habitual en Escocia que os entreguen una llave y no una tarjeta. Y aquí tenéis el horario para el desayuno, y el resto de comidas en el caso de os apetezca probar su cocina. Os la recomiendo. Vuestra habitación está en el segundo piso. Una doble con dos camas y demás. ¿Alguna cuestión?
—Creo que está todo claro con respecto a nuestro alojamiento. ¿No sabrás cuándo ni cómo hay que llegar al castillo? Me refiero a…
—Todos esos detalles tenéis que hablarlos con mi hermana Ilona o mi padre.
Las dos chicas fruncieron el ceño al mismo tiempo al escucharlo, y dirigieron su atención hacia él.
—¿Con tu padre? ¿O con tu hermana? ¿Te refieres a la novia? —preguntó Karen al recordar que ese era el nombre de esta—. Entonces…
Andrew sonrió al ver el gesto de desconcierto en las dos mujeres. La tal Karen se había quedado contemplándolo con los ojos entrecerrados y mordisqueándose el labio en un gesto bastante sensual para su gusto.
—Sí. Soy el hermano de la novia. Pero yo desconozco los detalles de por qué estáis aquí. Yo solo me he limitado a ir a recogeros al aeropuerto y dejaros en el hotel. Mi cometido por hoy ha concluido —les dejó claro con una sonrisa afable.
—En ese caso, esperaremos a que tu padre nos llame, o bien tu hermana, para conocer más detalles de la ceremonia.
—Sí. No obstante, si necesitáis algo que pueda gestionar en este momento… Os lo digo porque yo me desentenderé de todo esto por ahora. He de regresar a mi trabajo. —Se quedó contemplando a las dos mujeres a la espera de que le pudieran solicitar algo. Era mejor alejarse de allí lo antes posible y recomponerse de la grata e inesperada impresión que le había causado la tal Karen.
—¿Cómo te localizamos? Sí precisamos algo… —se aventuró a preguntar Denise al ver que su amiga se había quedado callada. Tal vez le había sorprendido descubrir que él era el hermano de la novia. O bien que él no parecía muy por la labor de darles información al respecto de la boda. O que tenía muchas ganas de desentenderse de ellas. Claro que era lógico si él no era parte importante.
—Ah, sí. ¿Tienes un bolígrafo? No, espera… —les dijo acercándose a recepción para pedir uno.
—Ten. Apúntalo aquí —le pidió Karen entregándole la hoja de información del propio hotel. Lo observó con atención mientras garabateaba su número de móvil y se lo entregaba.
—Podéis llamarme si os surge algún contratiempo.
Las dos mujeres bajaron la atención hacia el folio mientras él devolvía el bolígrafo a la recepcionista.
—Espero que no tengamos que estar haciéndolo a todas horas —ironizó Karen con una sonrisa.
—Si tenéis que hacerlo, adelante. Mi padre quiere que sea vuestro anfitrión los días que estéis aquí —les dijo recordando la petición de este y pese a que en principio no le hacía ni pizca de gracia estar pendiente de las dos francesas. Su perspectiva parecía ir cambiando una vez que las habías conocido. Eso sí, más le valía cambiar el chip con respecto a Karen.
—Vaya. De acuerdo. Tomamos nota de todo.
—Pero no en temas de la boda —precisó Denise con la mirada entornada hacia él.
—No, los preparativos los llevan los novios. Y la cuestión de las fotos, mi padre.
—Entonces, tú…
—Os puedo recomendar sitios que visitar en Inverness. Lugares para comer, tomaros algo, cualquier cosa que se os pueda ocurrir que necesitéis.
—Lo tendremos en cuenta —asintió Karen lanzando una mirada rápida a Denise buscando su aprobación. Esta asintió y miró a su amiga con interés.
—Genial. No os entretengo más tiempo porque doy por supuesto que queréis dejar las maletas y asearos un poco. Que disfrutéis de estos días en Inverness.
—Sí, claro. Gracias —asintió Denise al ver que Karen permanecía en silencio.
Esta lo siguió con la mirada hasta que desapareció detrás de las puertas del hotel. Pero, con todo y con eso, permaneció en el sitio durante unos segundos más como si estuviera esperando algo, o bien no supiera qué hacer. Se humedeció los labios y sonrió con una mueca irónica.
«Vaya con el hermano…».
—¿Puedo saber a qué viene esa sonrisa? ¿Por qué te quedas mirando hacia la puerta? —Había un toque de curiosidad y picardía en las preguntas de Denise.
—Un tipo curioso Andrew.
—Sí, bueno. No sé si es algo despreocupado por lo que pasa a su alrededor; o bien la boda de su hermana no le afecta. Es curioso que no se implique, ¿no?
—O es un tipo de pocas palabras. No sé. Tampoco creo que tengamos mucho tiempo libre si tenemos que desplazarnos al castillo para prepararlo todo. Claro que habrá que ver lo que quieren hacer. Por el momento será mejor subir a la habitación, voy necesitando una ducha después de tantas horas de viaje.
—Estoy de acuerdo. A lo mejor nos llama su padre para concretar los detalles de la boda. O su hermana.
—Esperemos.
—¿Te has fijado en el hotel? Creo recordar que es de los mejores en los que nos hemos alojado —comentó Denise moviendo sus cejas con toda intención.
—Sin duda. Pero no me extraña por lo que me comentó Nora acerca de la familia de la novia. A ver, ¿una boda en un castillo? Piénsalo.
—¿Y que esté dispuesto a pagar tu tarifa por un reportaje fotográfico? Y todos nuestros gastos por venir aquí.
Ambas se miraron con una sonrisa bastante concluyente mientras esperaban el ascensor.
—¿Y de nuestro particular anfitrión qué me cuentas? —Denise miró de reojo a Karen mientras esperaba a que se abrieran las puertas del ascensor para entrar.
—¿A qué viene esa pregunta? Ya te he comentado que me ha parecido algo desinteresado en la boda de su hermana. Como si le diera igual, y la verdad, a mí me haría mucha ilusión.
—No lo sé. Pero yo me refería a qué te parece él desde el plano físico. Como hombre. No tiene nada que ver con la imagen que habíamos pensando en el avión, ¿eh?
Karen lanzó una mirada pícara a su compañera camino de la habitación.
—Ya te dije que la imagen de los escoceses está sobrevalorada. Las portadas de las novelas buscan captar la atención de la lectora, nada más. Y créeme que, en muchos casos, funciona. —Le guiñó un ojo en complicidad deteniéndose delante de una puerta de madera en color azulón con el pomo y el número en dorado.
—Tampoco es el típico pelirrojo de barba poblada. Por cierto, espero verle las piernas el día de la boda —aseguró introduciendo la llave en la cerradura del pomo, girándola y empujando la puerta para entrar en la habitación delante de Karen.
—¿Qué interés tienes en vérselas? —frunció el ceño Karen desconcertada por ese comentario.
—¿No me digas que tú no lo has pensado cuando te has quedado mirándolo mientras se marchaba? —le preguntó dándole un leve codazo para hacerle ver que se había dado cuenta de cómo lo había mirado.
Karen sacudió la cabeza con una media sonrisa perfilada en sus labios.
—Bueno, la habitación no está nada mal. ¿Cuál de las dos camas prefieres? —dijo cambiando el tema de conversación al momento porque no estaba dispuesta a decirle lo que le había parecido Andrew.
—La que da a la ventana.
La habitación era espaciosa, con moqueta de color café adornada con cenefas claras. Había una alfombra de dimensiones no muy grande en el centro de la habitación. Las paredes estaban pintadas en color ocre para resaltar el color madera de los cabeceros. Las camas eran sencillas, de color blanco tanto las sábanas como el edredón de plumas y las almohadas. El pie de ambas estaba decorado con un par de telas en color teja y gris. Había una mesa con un par de tazas con el emblema del hotel, una cafetera, sobres de té o café y leche evaporada. Un plato con fruta y algunos paquetes pequeños de galletas. También había dos botellas de agua mineral sin gas.
—Lo tienen muy bien estudiado —dijo Denise echando un vistazo a todo aquello.
—Es un buen alojamiento, en pleno centro de Inverness. ¿Te has fijado en la estación del tren según veníamos?
—Tampoco es una ciudad muy grande, según me informé antes de venir.
—No, pero tiene su encanto.
—De todas formas, lo mejor que tiene es su localización con respecto a las Tierras Altas, el lago Ness, el campo de batalla de Culloden y su centro donde puedes conocer la historia de las rebeliones jacobitas, y por supuesto el castillo de Eilean Donan.
—Veo que te has aplicado, ¿eh? —le comentó con ironía Karen.
—Para saber qué hacer con el tiempo libre.
—No creo que dispongamos de mucho. De manera que vamos a deshacer el equipaje y a asearnos antes de salir por ahí a ver la ciudad.
—En ese caso deberíamos llamar a Andrew.
Karen lanzó una mirada de curiosidad a Denise.
—¿Te ha gustado o qué?
—Es nuestro anfitrión. Ya lo has escuchado. Ah, y no es mi tipo —le dejó claro alzando las manos en señal de «a mí no me mires»—. Además, no creo que tuviera posibilidades con él.
—¿Por qué dices eso? No lo sabes. Claro que, con la primera impresión que nos ha dado, de estar un poco fuera de onda y de que estaba como loco por dejarnos y largarse a hacer lo que fuera. Podría habernos dicho desde el primer momento que era el hermano de la novia. Es algo que no logro entender.
—Yo tampoco. Con respecto a tu comentario al hilo de mis palabras sobre que no tengo nada que hacer con Andrew, te diré que me ha bastado con fijarme un poco en él y en darme cuenta de cómo te miraba. En especial cuando caminábamos hacia él en el vestíbulo del aeropuerto, o al ir a entregarle las maletas para que las metiera en el coche. Solo te aviso. —Denise movió las cejas con celeridad arriba y abajo para dejarle constancia a su amiga de lo que había visto.
Karen permaneció callada escuchándola. Tenía razón. Ella también se había dado cuenta de cómo la miraba, en especial en el coche. Tuvo la impresión de que la buscaba a través del retrovisor.
—Supongo que será porque no me conoce. O no se esperaba que fuera así. —Karen se encogió de hombros sin darle la mayor importancia. No quería andar pensando en que uno de los invitados pudiera fijarse en ella de una manera distinta.
—Pues es raro.
—No tiene por qué serlo.
—Pues si su padre o su hermana te conocen…
—Bah, déjalo. Me pido el baño, ya que tú no pareces tener prisa. —Karen no quería seguir hablando de Andrew ni mucho menos de la impresión que le había causado su mirada.
—Todo tuyo.
Karen se refugió en este para poder pensar en lo que había percibido en Andrew, y que se acercaba bastante a lo que le había contado Denise. Durante algunos minutos se había sentido observada y algo más… A parte de la curiosidad y la sorpresa que podría haberle producido conocerla, había algo más en su mirada. Algo que tal vez lograra descifrar a través del objetivo de su cámara, si estaba dispuesto a ponerse delante de ella, se dijo frunciendo sus labios con ironía e, incluso, picardía.
[1] En inglés, falda se dice skirt. La que visten los escoceses es un kilt, palabra que sirve para diferenciar la falda escocesa de la inglesa. La peculiaridad del kilt es que la visten los hombres, y está reservada para grandes ocasiones como bodas, convenciones…