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Las luciérnagas
de la historia
ОглавлениеLUCIANA PEKER
Las mujeres faro son las que iluminan un camino, aun cuando algunas quieran tomar otro rumbo o la luz quede lejos. En tiempos de tormenta o lejana en el horizonte, en la calidez o en las sombras, la luz que se alza en los faros avisa que hay posibilidades en donde antes solo había niebla.
Las mujeres faro fueron las primeras en su oficio o su rebeldía. Fueron las primeras en abrir las puertas que les estaban cerradas, en darle la espalda a la sociedad que se abanicaba de horror ante sus osadías, en cantar con voz propia las letras que antes solo las tenían por musas, en quedarse quietas para romper los cuadros que las encasillabann, como Frida Kahlo, que hizo del reposo en la cama después del accidente que sufrió una forma de multiplicar el color y los cuerpos.
Las primeras en llegar a una meta que ninguna otra que había alcanzado son las que corren la carrera para que muchas otras puedan seguir el camino, como Victoria Ocampo, la primera mujer que integró la Academia Argentina de Letras. Pero no siempre la llegada es una forma de ampliar la historia: también se arriba para cerrar tragedias.
Las que iluminan buscan apagar la oscuridad para que nunca más haya genocidios. Victoria Ocampo también fue la única latinoamericana invitada a presenciar los juicios de Núremberg, para que los crímenes de lesa humanidad no quedasen impunes.
Las que dicen “vamos por más” también reclaman “Nunca más”. Porque las mujeres avanzan a pesar del miedo, pero los asesinatos son una forma de dominar por medio del disciplinamiento. Ni una mujer más puede ser asesinada por ser concejala, lesbiana, feminista y negra, como Marielle Franco, en Río de Janeiro, en 2018. No se puede permitir que la muerte se replique como una amenaza que parece silenciosa con el femicidio de la ambientalista Berta Cáceres, por oponerse a la construcción de una represa sobre el río Gualcarque, en Honduras, en 2016. Ni que la impunidad desaparezca a Alaíde Foppa, que dirigió la primera cátedra de Sociología de la Mujer en América Latina y fue desaparecida, en 1980, en Guatemala.
Las mujeres faro se subieron al cielo sin que nadie las invitara a pasar y se tiraron en paracaídas sin que el piso estuviera preparado para recibirlas. Ellas tuvieron que hacer más, mucho más, esfuerzo que los varones. Contra desamparos y objeciones, asumieron los costos que tenía poner el foco en ellas como protagonistas y no como anexo o actrices secundarias de los que siempre estuvieron señalados para brillar por decantación machista.
A Cecilia Grierson, la primera médica argentina, no la dejaron ejercer como cirujana, pero participó de la primera cesárea que se realizó en la Argentina, en 1892. Nacer de nuevas formas, poner sirenas en las ambulancias y juguetes en las salas pediátricas son herencias que salvan vidas y construyen crianzas. Eso es abrir caminos para poder nacer, renacer y crecer mejores.
Las que no formaban parte de los batallones pasaron al frente para librar sus batallas y tomaron el lápiz o el microscopio para investigar, actuar, pintar, cantar, legislar, escribir, bailar, filmar, curar, correr y educar. Pero lo que las vuelve luminosas no es solo lo que hicieron, sino lo que permitieron hacer.
Ahí está la diferencia entre brillar y ser un faro. La luz no resplandece para ser la única que puede ser mirada, sino que ilumina el paso de las que quieren seguir o de las que, aunque no tomen el mismo camino, saben que pueden elegir y que –para donde vayan– ya no van a andar por las sombras de sus deseos.
Hay otras que empezaron antes y que abrieron camino. Las que avanzan no lo hacen solo para ser únicas, primeras, extraordinarias, sino para que haya muchas más que puedan navegar las aguas de la libertad y la autonomía. Cada una con sus propios brazos y las piernas desatadas, pero formando parte de una marea que no le tema al naufragio cuando navegar es el mejor puerto.
Este libro contiene biografías de mujeres del continente americano tanto reconocidas como anónimas para la mayoría, pero en el texto no se van a encontrar solo con biografías de mujeres ilustres, sino con una composición plural que –como el cielo estrellado– no juega a formar destellos solitarios.
El tratamiento singular de la investigación de Lucía De Leone es muy valioso por generar una historia colectiva que no tiene una sola pertenencia, sino que forma un equipo imaginario para que el poder no sea una propiedad y un privilegio exclusivos, sino que se transforme en posibilidades múltiples.
La gracia de la historia no está en cambiar las figuritas de los héroes de bronce por otras que ocupen el marco dorado del cual fueron desterradas en vida. Por ejemplo, la generala Juana Azurduy, la heroína de la Independencia hispanoamericana que luchó cuerpo a cuerpo para lograr la emancipación de la corona española en Sudamérica. No es solo ella, sino las muchas Juanas, como “La Pola” o Policarpia Salvatierra, que participó del Grito de la Independencia en 1810 en Bogotá y fue espía –no para James Bond, sino para el Ejercito de los Llanos–. Fue encerrada en un convento y condenada a muerte por traidora al Reino de España con tan solo 20 años.
Tanta entrega no puede ser olvidada. Las que dieron su vida para dar libertad a otras vidas deben tener el justo reconocimiento, sin cambiar la dimensión del tiempo y el espacio en la vida mirada como si entrara en una sola carnadura.
No hay una, ni vida ni mujer, sino muchas, y eso es lo que ilumina en la lectura: las que fueron son las que podemos ser.
Las historias no son una lección de memorias nuevas que hay que repetir, ni una forma única de lectura, sino el resplandor de esa sensación invisible y plena de sabernos leídas y vividas.
Los faros permanecen estáticos, pero permiten viajar. Quienes leen también pueden navegar por las aguas y volar con Margot Duhalde, la chilena que combatió a los nazis desde el cielo y festejó sus 80 años tirándose en paracaídas desde 11.000 pies de altura. Leer no es quedarse quietas cuando el movimiento multiplica.
Las mujeres faro logran traspasar el libro más allá del final, igual que, cuando el faro queda atrás, hay un mundo que resplandece para que el desafío sea adivinar por la espalda lo que se quiere conocer de frente. La luz, con la que es necesario alumbrarse para la lectura, de una tarde de sol o de una noche en velador, es una forma de perpetuar el efecto del resplandor. De la misma manera, estas historias se atesoran para que la lectura sea una plataforma desde la cual cada lector/a elija en su vida cómo se elige seguir en cada página.
El hilvanado textual trama una composición que desentierra tramas olvidadas, rescata otros matices de las que trascendieron el sexismo de época y lleva de viaje por las costas donde el machismo quitó los pasaportes, pero hubo pioneras que abrieron las fronteras.
“Se dice de mí”, canta Tita Merello, maleva y compadrita. Y en ese tango Tita inaugura la literatura de ping pong que salva a las mujeres –como en un truco de magia– de decir lo que dicen de ellas (de manera prejuiciosa y despectiva) para que al decirlo se rompa el hechizo despectivo y las palabras se vuelvan orgullo. Tita defendía en la película Mercado de Abasto a Paulina, una madre soltera que era atacada por la maternidad como pecado sexual expuesto sin tener marido.
“Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis” es el verso de sor Juana Inés de la Cruz que mejor dispara contra el sexo usado para juzgar a las mujeres por su deseo, pero también para apropiarse del deseo como una potestad masculina. Sor Juana encontró en un convento, el único refugio para huir del matrimonio en 1669. La Iglesia le pidió mayor devoción divina y menos deseo. Pero ella contestó con más literatura y se nombró maldita. En 1692 se autodefinió frente a sus críticos: “Yo, la peor del mundo”.
Hoy sería un tuit. Pero eso somos. Las que fueron. Las que no fuimos. Las que se animaron a no ser lo que querían que sean. Las que no quieren ser madres y las que redoblan su dolor por serlo, como Mama Dulú o Dolores Cacuango, que fue hija de indios gañanes, en Ecuador, y tuvo que ver morir a ocho de sus nueve hijos por la falta de condiciones de higiene en Cayambe. Por eso lideró, en 1926, los primeros levantamientos indígenas contra los latifundios. Por supuesto, le dijeron que estaba loca y mucho más cuando pidió la reforma agraria, en 1964. Locas son todas las desobedientes sobre las que vale la pena leer.
Locas estuvieron todas las mujeres que se pusieron los pantalones. Pero Luisa Capetillo fue la primera puertorriqueña –periodista, escritora y anarquista– en hacerlo y terminó presa por esquivar el aire entre sus piernas. Mucho más por practicar el amor libre y despotricar contra el matrimonio como sujeción al Estado. Pero ir en contra del amor convencional no es no ir por el amor. Así Chavela Vargas, tan macha, tan otra forma de ser ella, es la voz del desgarro amoroso, desde Costa Rica hasta los conciertos como ícono de Pedro Almodóvar. A Flora Tristán la sociedad francesa le hizo burla por hija ilegítima y la maltrató porque no aguantó la violencia de su marido. Pero la liberación se volvió libros y ella escribió Peregrinaciones de una paria. Si ser parias era quedarse solas, las mujeres que se reescriben en la escritura ya no lo son. La historia no se borra, se burla de sus dolores y se sana con las medicinas nacidas de las llagas abiertas por ser mujeres y de los antídotos para que el veneno vuelva a las lenguas más fuertes.
La historia ya no es solo de los que ganan, pero tampoco de las únicas que logran quedar en la historia, sino de las que perdieron para que otras pudieran ganar y de las que nos recuerdan los lugares que todavía falta que las mujeres puedan ocupar, como Shirley Chisolm, la primera afroamericana que se postuló a la Presidencia de los Estados Unidos.
De las mujeres no se hablaba, ni podían hablar con nombre propio. Y si se decía algo sobre ellas, era para difamarlas. Por eso, el primero logro es defenderse de lo que se dice, el segundo es decir con voz propia y el tercero, el más importante, es decir para que el eco retumbe a favor de muchas.
Tita Merello fue la protagonista de Tango, el primer filme sonoro hecho en la Argentina. Fue la primera mujer con voz propia. Y la que alzó la voz para que las mujeres no murieran de cáncer de cuello de útero, porque abrir las piernas –y la boca– siempre fue una condena que ella rompió al pregonar en la televisión “Muchacha, hacete el Papanicolau”.
El espíritu del libro se multiplica en cada biografía y enciende a las que leen para que no les importe lo que digan de ellas. Que sean las mujeres quienes puedan escribir su propia historia e iluminar a muchas más para que los faros no se pierdan entre islas desiertas, sino que logren generar un nuevo mapa de valientes que nos iluminan a salir a la luz y a nunca más escondernos.
Gracias a las mujeres faro que se convierten en nuestras luciérnagas mientras las leemos.