Читать книгу Una cartografía extraña - Lucía Egaña Rojas - Страница 11

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3.

El comienzo de la migración es solo una larva

Que avanza a velocidad luz entre los cuerpos

Los peces a contraaguas, veloces van

Angosta es la calle, el paso, la frontera, la muralla

Quietos observan otros seres territoriales acechando

Muchos quedarán detenidos en el trayecto para siempre en la noche de los tiempos

Avanzan furiosos a buscar otros nidos, otras casas, otras cuevas, otras corrientes

Gran viaje se alza entre los aires

El vuelo debe romper surcos

Ni continentes, ni mares les detienen,

Avanzan hombres, mujeres, pájaros, pájaras animales, animalas

Faumelisa Manquepillán

Tuve la sensación que después de cada conversación se me quedaban las palabras pegadas como por una semana, me volvían a lo largo de los días como algo que se había dicho o que podría haber sido dicho, o seguía las conversaciones imaginariamente. A veces se me confundían los relatos, no recordaba quién había dicho qué, o entremezclaba partes de una y de otra, incluso parece que con mis propios recuerdos. A veces de tanto escucharlas, soñaba con ellas, tenía pesadillas.

Recuerdo llegar a la casa de una de las colaboradoras sin que hubiésemos conversado nunca antes, y salir con la sensación de habernos conocido hace años. Las conversaciones en general llegaban a grados de intensidad muy altos, y esto iba creando un ambiente de confianza, donde muchos recuerdos se iban activando de acuerdo a las diferentes experiencias singulares de cada una. Había algo coral, pero como un coro desafinado, tratando de seguir un ritmo que encontraba ecos y resonancias en las voces de las otras.

Durante las transcripciones, era como estar escuchando en cámara lenta. Mi percepción cambiaba muchísimo en esa segunda escucha. Era como volver a conocer a las que ya conocía y empezar a tener contacto con las que no conocía mucho en unos grados de altísima intimidad. Algo importante se fue dando en relación a las formas de construir vínculos porque el haber vivido experiencias de desarraigo con Chile fue una manera de encontrarnos en esos lugares donde hemos experimentado formas de salirnos de un marco territorial y cultural determinado. Surgieron algunas preguntas colectivas: ¿Cómo ha sido salir de Chile? ¿Se puede salir? ¿En qué sentidos se puede salir incluso estando dentro del territorio? ¿Cómo permearnos de otras formas?, ¿Cómo contaminar nuestras prácticas cotidianas con otros referentes?

Con los relatos me fui conectando con varias cosas que tenía dormidas, olvidadas, sepultadas y otras debajo de la alfombra (como el polvo). Memorias confinadas, sin la posibilidad de salir, de procesarse, cosas guardadas por temor a que dolieran. Sobre todo mi experiencia no tan “exitosa” de la vida cotidiana cuando vivía fuera de Chile; lo difícil de encontrar trabajo para una joven menor de treinta años que solo accedía a los empleos precarios que explotan a las mujeres con sueldos bajos y casi siempre sin contrato (cuidados, limpieza, etc.); sentirme bastante mal al darme cuenta de que no tenía muchas posibilidades de quedarme y sobrevivir con esos trabajos precarios. El cansancio me daba mucha angustia, no tenía muy claro cómo poder defenderme de violencias que no alcanzaba aún a nombrar así. Esos miedos y angustias se sienten de distinta forma en los diferentes cuerpos porque hay “una relación con el espacio y la movilidad en juego en la organización diferencial del miedo mismo” (Ahmed 2015, 114), Sara Ahmed interroga la idea de que los sujetos más asustados sean los vulnerables; esto implica pensar por qué algunos cuerpos temen más que otros y cómo es que se conforman esos sentimientos.

Recuerdo también que era muy difícil hacer el proceso de papeles para vivir legalmente, y había un miedo constante de que se vencieran y quedar ilegal. Esa vivencia se tensiona con la lectura que muchas veces desde el interior de Chile aparece al momento de evaluar si “te ha ido bien”, donde vivir fuera (y sobre todo en un lugar más central o metropolitano que Chile) pareciera un éxito en sí mismo, obviando la experiencia concreta, y a la vez invitando a tergiversarla en pos de las narrativas optimistas del éxito (Ahmed 2019). El proyecto de construir una “buena vida” en un “lugar mejor” es un deseo recursivo que se proyecta sin demasiados cuestionamientos, por eso Lauren Berlant se pregunta “¿Por qué las personas mantienen su apego a determinadas fantasías convencionales de la buena vida —por ejemplo, de reciprocidad duradera en las parejas, en las familias, en los sistemas políticos, en las instituciones, en los mercados y en el trabajo— habiendo sobradas pruebas de su inestabilidad, su fragilidad y sus costos?” (Berlant 2020, 21) Hay una constante, al menos en el grupo que recoge este texto, que es la de migrar a un lugar “más grande que Chile”, aquellos lugares que permiten acercarse a lo que aparentemente en Chile no existe. Este movimiento, que en general es hacia el norte, también implica convertirse en otra persona puesto que somos según el contexto en el que estamos.

En las migraciones que hemos vivido hay un proceso de encuentro con un tipo de alteridad, el encuentro con otrxs y el reconocimiento de una misma como otra, y esto va sucediendo a la par y con bastante profundidad. Luego con los años he podido procesar toda esa experiencia, sobre todo con la ayuda de lecturas feministas, antirracistas y decoloniales, y desde las vivencias de otras compañeras pude comprender cómo me sentía con ese miedo y angustia a pesar que de todas formas sentía una fuerza interna que me movía “pese a todo”, probablemente la conciencia en un tipo de vulnerabilidad de clase y género que activa fuerzas de sobrevivencia. Es como si se desnaturalizara el racismo tardíamente, desde el momento en el que una se va de Chile y cambia su posición, generalmente privilegiada, o sea la que sea, que vive en su país de origen.

Muchos de esos sentimientos (frustración, rabia, desencanto) iban apareciendo mientras escuchaba las grabaciones de las entrevistas, pero sobre todo mientras leía las transcripciones. Se trataba de esos sentimientos intensos que a veces se ocultan para seguir operando, cosa que no funciona todo el tiempo, y a veces me tiende a bloquear. La lectura de todo el material a la vez me daba una sensación de fuerza, de estar presenciando una gran potencia colectiva de mujeres, sus luchas, sociales y cotidianas, era como estar presenciando un cúmulo de movimientos subjetivos sucediendo a la vez.

Los impulsos de salida son múltiples, se formalizan como becas de estudio, como estudios sin beca, como exilios13 y sexilios14, como relaciones de amor o como ahogos diversos. Cuando una se va hay cosas que se pierden, y también aparece la posibilidad de ser otra, el poder desprenderse de cosas. Es posible pensar el proceso migratorio vinculado a lo mucho o poco que una tiene que perder en el lugar de origen (prestigio, una carrera, una situación familiar, etc.). O a lo mucho o poco que una puede cambiar: cómo cambian los acentos viviendo fuera (me acuerdo que al volver a Chile me decían que hablaba “como Zamorano”, el futbolista chileno que vivió un tiempo en España, y yo sin darme cuenta pensaba en las formas camaleónicas15 que debemos adquirir para sentirnos que somos aceptadas). Se llega a un lugar donde una no es nadie, ha perdido legitimidad, y a la vez puede dejar de ser (en Chile la clase es muy determinante). Esto posibilita liberarse de muchas etiquetas que en Chile son muy pesadas. Ese proceso es paralelo al que en muchos países del norte global se espera de parte del “buen migrante”; esto significa integrarse y participar de todos los protocolos ciudadanos y culturales del nuevo territorio que una habita. Esta noción de integración focaliza la responsabilidad en la persona que migra, condicionando muchas veces su correcta participación como una que debe abandonar de forma total o parcial su habla, sus prácticas y su entramado cultural de origen. Si bien los países del norte “premian” la integración de la persona migrante, buscan fundamentalmente que esta borre sus orígenes a través de la adaptación y asimilación. Estos dos movimientos que basculan entre la integración y la desintegración marcan muchas de las experiencias migratorias que recoge esta investigación y son parte de la sensación de estar siendo siempre fiscalizada y puesta a disposición de un sistema clasificatorio.

Los encasillamientos suceden en todas partes, pero cuando sales de Chile y llegas a un lugar donde nadie te conoce, estás como menos afectada por los parámetros que marcaban tu vivencia anterior, puedes inventar algo, o puedes ser impostora más fácilmente. En Chile está la sensación de que conocen todo de ti, que todo se etiqueta más fácilmente, y entonces empiezas a formar parte de una realidad unívoca, sin la posibilidad de habitar lugares más polisémicos. En el lugar de origen hay cosas que no se pueden decir, no se le puede decir a cualquier persona que una está saturada de Chile porque queda mal, es cerrar el diálogo, convertirse inmediatamente en una pesada, en una aguafiestas16. Como que si una en Chile denuncia el neoliberalismo salvaje que hay, se está siendo deprimente y extremadamente negativa porque una está hablando de una realidad que al final no vive todos los días, que no se padece, y de alguna forma como que una no tendría derecho a venir de afuera a opinar. Está esa idea de que si te fuiste, dejaste de estar autorizada para dar tu opinión, como en la canción de Los Prisioneros, donde una persona que desea lo metropolitano y odia lo local es invitada a irse del país.

Por otra parte, revisar las narrativas también nos permitió encontrarnos con un gran relato sobre el proceso social, político y económico que hemos vivido con tanta incomodidad desde fines de los años ochenta y noventa. Los relatos me removieron la transición democrática. ¿Y qué pasó con las niñas? En muchas de las narrativas aparece algo reactivo en términos de afectos en relación a Chile. Las emociones “fuertes”, el rechazo, el resentimiento y las ganas de no volver. De alguna forma al pensar las décadas de los ochenta y noventa las conversaciones que tuvimos se fueron enlazando a ese proyecto social chileno vinculado a la transición a la democracia que bajo la implantación del sistema neoliberal fue activando un tipo de “Optimismo cruel”. Para Lauren Berlant esto remite a “aquella condición en la que se sostiene el apego a un objeto significativamente problemático”, una relación de apego “cuya concreción resulta imposible, pura fantasía, o bien demasiado posible, tóxica” (Berlant 2020, 58). En este periodo de extranjería o, a pesar de este periodo, de alguna forma nos pudimos ir sosteniendo. Las redes de apoyo, de colaboración, de apoyo mutuo que surgieron fuera del territorio nos ayudaron a resistir esa transición pactada.

Algunas narrativas hablan de una suerte de exilio elegido, o de una forma de escapar de ese contexto de pactos y privatización que se iba afianzando con tanta fuerza en el periodo de la transición. Un ejemplo de estas políticas de la desigualdad que se implementaron en Chile, tiene que ver con los efectos de la privatización de la educación escolar y universitaria sobre una generación de estudiantes que debieron endeudarse para poder estudiar, cosa que es nuestro caso así como el de algunas de las participantes. Trayectorias atravesadas por el endeudamiento en forma de créditos fiscales, letras de pago, pagarés y becas que operaban como préstamo y fuente de más endeudamiento17. Este endeudamiento fáctico y monetario se replica también a nivel simbólico y afectivo en muchas de las experiencias que recogemos en este libro. Una sensación de deberle algo o tener un pendiente con Chile por el hecho de haberse ido, por el hecho de no estar. Se trata de un tipo de relato que también emergió durante la dictadura respecto a las personas exiliadas ya que de alguna forma “no estaban sufriendo” los embates dictatoriales dentro del territorio. Esta sensación improductiva de endeudamiento atraviesa algunas de las experiencias que abordamos, alimentando relaciones complejas con Chile y aumentando las contradicciones que se viven desde afuera.

Queremos agradecer profundamente la confianza, el cariño, la alta exposición personal y subjetiva, el salto al vacío de las experiencias contadas en este libro. Las participantes y colaboradoras han confiado en el proceso de la investigación y sus resultados, sumergiéndose en un trabajo metodológico que ha puesto la autorreflexión en el centro como forma para producir relaciones personales y sociales. Este aspecto, muy vinculado con las metodologías feministas, se ha ido desarrollando de formas singulares y únicas. Las preguntas que fueron surgiendo, como “¿a quién le va a interesar esto?” o “¿por qué alguien lo va a querer leer?”, dan cuenta de la condición inestable a la que nos pueden someter algunos ejercicios de exposición, y que incluso en la incomodidad que produce el desconocer con certeza su sentido, ofrecen oportunidades para la transformación individual y colectiva al contribuir a la construcción de archivos para las “culturas públicas” (Cvetkovich, 2018).

Apostamos por que estas narrativas conformen una cartografía extraña. Tradicionalmente los mapas y las cartografías son instrumentos del poder, determinan los límites y dejan de lado aquello que no conforma el territorio oficial. Esta otra cartografía que pensamos se dibuja imaginariamente con las narrativas, está llena de complejidades transversales a aquellas formas del poder; igualmente se entrelazan con el orden oficial pero lo exceden y desbordan, lo interpelan y trazan incluso líneas de fuga a otros territorios impensados. Esta extrañeza implica que los territorios físicos y los sensibles se entrecruzan sin jerarquías, se sustraen las formas de poder y así se pueden atravesar fronteras territoriales, existenciales, subjetivas, sociales y políticas. Algo así como un mapa del tesoro infinito, donde el trayecto para llegar a un punto fijo es mucho más importante que la llegada en sí, porque no encontrar el cofre implica otras múltiples posibilidades de seguir buscando.

Una cartografía extraña

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