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LIBRO I

SINOPSIS

1 -66Proemio. Elogio de Nerón.
67 -182Causas de la guerra civil.
183 -227Paso del Rubicón.
228 -261Toma de Rímini.
262 -295Llegada de los tribunos y discurso de Curión.
296 -391Discursos de César y de Lelio.
392 -465Descripción de la Galia.
466 -522Terror en Roma.
523 -695Los prodigios.

Guerras más que civiles 1 cantamos, libradas en las llanuras de Ematia 2 , y el crimen investido de legalidad, y un pueblo poderoso que, con su diestra vencedora, se revolvió contra sus propias entrañas; la lucha entre formaciones de la misma sangre y, rota la alianza para la tiranía 3 , el enfrentamiento, con intervención de todos los efectivos del universo trastornado, para abocar a un delito que afectó por igual a ambos bandos; enseñas alineadas frente a enseñas iguales y hostiles, idénticas águilas frente a frente y picas amenazando a idénticas picas.

¿Qué locura, ciudadanos, qué desenfrenado abuso de las armas es ése de ofrecer la sangre latina a pueblos odiados? Y, cuando debía despojarse a la orgullosa Babilonia [10] de los trofeos ausonios y la sombra de Craso andaba errante sin haber sido aún vengada 4 , ¿os plugo emprender unas guerras que no iban a proporcionaros ningún triunfo 5 ? ¡Ay, qué de tierras y mares hubieran podido conquistarse, con esta sangre que empapó las diestras de unos conciudadanos, en las regiones de donde viene Titán y en donde la noche esconde las estrellas 6 , o bien por donde el mediodía se abrasa en horas ardientes o por la parte en que el rigor invernal, incapaz de suavizarse ni con la primavera, agarrota con los fríos de Escitia un mar helado! 7 . Ya hubieran sido subyugados los seres, el Araxes bárbaro y hasta las poblaciones, si las hay allí afincadas, que conocen el nacimiento del Nilo 8 . Después, si tamañas ansias tienes, [20] Roma, de una guerra impía, una vez sometido el orbe entero a las leyes latinas, vuelve tus manos contra ti; pero hasta el momento no te han faltado enemigos en el exterior. Ahora, en cambio, el hecho es que en las ciudades de Italia amenazan ruina los edificios, con sus techumbres a medio caer; grandes bloques de piedra yacen al pie de las murallas derrumbadas, las casas se encuentran abandonadas, sin que nadie las guarde, y en las antiguas ciudades sólo vaga algún que otro habitante; el hecho es, igualmente, que Italia está erizada de malezas, no se la ha arado en muchos años y faltan manos para los campos que las reclaman; no serás tú, [30] Pirro feroz, ni será el Cartaginés 9 el responsable de tamañas calamidades: a ningún arma extraña le es posible llegar tan hondo: las profundas de verdad son las heridas de brazos de conciudadanos.

Pero si los destinos no encontraron otra vía para la llegada de Nerón y a un precio tan caro conceden los dioses los reinados perdurables; si el cielo no pudo someterse al imperio de su Tonante sino tras las guerras de los Gigantes sanguinarios 10 , entonces no nos quejamos más, oh dioses del cielo: incluso los crímenes y la impiedad los damos por buenos a cambio de esta compensación. Ya puede colmar de muertos Farsalia sus llanuras siniestras y saturarse de sangre los manes cartagineses 11 ; los últimos combates pueden ya entablarse [40] en la funesta Munda 12 ; a estas fatalidades pueden añadirse, César, el hambre de Perusa y las fatigas de Módena 13 , así como las naves que guarda sumergidas la escarpada Léucade 14 y los combates contra armadas de esclavos al pie del Etna llameante 15 : mucho es, con todo, lo que Roma debe a las guerras civiles, pues estos sucesos tuvieron como objetivo tu llegada. A ti, cuando, cumplida tu estancia en la tierra, te encamines, tarde, hacia los astros 16 , el palacio de la región celeste que tú hayas preferido te acogerá en medio de la alegría del universo; tanto si te agrada empuñar el cetro como si prefieres subir al carro inflamado de Febo e iluminar con el fuego errante la tierra, que no tiene miedo ante este cambio de sol, toda divinidad te cederá su puesto, y la naturaleza te brindará el derecho, [50] que te pertenece, de elegir qué dios quieres ser y dónde deseas establecer tu reinado sobre el mundo. Pero no deberás elegir tu asiento en el Círculo Ártico ni tampoco por donde se inclina la zona tórrida del austro, frente por frente: desde allí verías a tu querida Roma con sesgada trayectoria astral 17 . Si haces sentir tu peso sobre una parte del éter inmenso, el eje del cielo acusará la carga. En el centro de la bóveda celeste mantén en equilibrio el peso del cielo; que esa parte del éter se encuentre totalmente límpida y vacía, y que por la zona del César no se interponga ni una nube. Entonces el género humano, depuestas las armas, mire por su propia felicidad y todos los pueblos se amen entre sí; [60] que la paz, extendida por el universo, mantenga cerradas las puertas de hierro del belicoso Jano 18 . Pero tú eres ya para mí una divinidad; y, si te acojo en mi pecho como poeta inspirado, ya no quiero invocar al dios que revela los secretos de Cirra ni hacer venir a Baco desde Nisa 19 : tú bastas a darme alientos para cantos romanos.

Mi ánimo se ve impulsado a revelar las causas de tamaños sucesos, y se abre ante mí una inmensa tarea 20 : ¿qué fue lo que empujó a las armas a un pueblo enfurecido? ¿Qué sacudida arrancó la paz al universo? El celoso eslabonamiento de los destinos, la imposibilidad, [70] para lo muy elevado, de seguir en pie mucho tiempo, los graves derrumbes bajo un peso excesivo y Roma incapaz de sostenerse a sí misma. De igual modo, cuando, disuelto el ensamblaje del universo, la hora suprema haya cerrado la marcha de tantos siglos, retornando por segunda vez al antiguo caos, todas las estrellas chocarán con las estrellas en confusión, astros encendidos caerán al ponto, la tierra se negará a tender la línea de los litorales y se sacudirá al mar, Febe marchará en sentido contrario al de su hermano y, juzgando indigno de ella conducir su carro por una trayectoria oblicua, reclamará para sí el curso del día 21 ; y la discordancia total del mecanismo celeste trastornará las leyes del universo en descomposición. Lo encumbrado [80] se derrumba sobre sí mismo: éste es el límite de crecimiento que a la prosperidad han fijado los dioses. Pero en ninguna nación delega la Fortuna su ojeriza contra un pueblo con poder sobre la tierra y el mar. Tú eres la causa de tus desgracias, Roma, convertida en propiedad común de tres dueños 22 , y el pacto funesto de una tiranía que nunca, hasta ahora, había sido adjudicada a varias personas. ¡Oh vosotros, en funesta concordia y ciegos por el exceso de ambición! ¿De qué os vale unir vuestras fuerzas y copar el mundo en medio? Mientras la tierra sostenga al mar y el aire a la tierra, y unos esfuerzos prolongados acompañen la órbita de Titán, y la noche siga al día en el cielo a través del mismo [90] número de constelaciones 23 , no habrá lealtad entre los asociados para un gobierno tiránico; ningún poder consentirá ser compartido. No hace falta dar crédito a ninguna nación ni buscar lejos ejemplos de esta ley fatal: nuestras primeras murallas se empaparon con la sangre de un hermano. Y en aquella ocasión el precio de tamaña locura no era la tierra ni el mar: un pequeño refugio enfrentó a los que aspiraban a su dominio 24 .

Poco tiempo duró esta concordia discordante y la paz se mantuvo no por la voluntad de los caudillos, pues el único obstáculo de la guerra inminente era la mediación de Craso. De igual modo que el exiguo [100] Istmo 25 que corta las olas y separa dos mares, sin permitir que mezclen sus aguas, si la tierra retrocediera, haría chocar el mar Jónico contra el Egeo, así, cuando Craso, que mantenía separadas las armas crueles de los caudillos, manchó de sangre latina, con una muerte lamentable, la asiria Carras, las pérdidas sufridas con los partos desataron las furias romanas 26 . Con aquella batalla lograsteis, Arsácidas, más de lo que imagináis: procurasteis a los vencidos una guerra civil. Se reparte el poder espada en mano y la fortuna de un pueblo poderoso en posesión del mar, de las tierras, del orbe entero [110] no fue suficiente para dos. Pues las prendas de una unión por la sangre y las antorchas nupciales cambiadas en fúnebres con siniestro presagio se las llevó a los manes Julia, prematuramente arrebatada por la mano cruel de las Parcas 27 ; en efecto, si los hados te hubieran concedido una más larga estancia en la vida, tú te hubieras bastado para detener la furia de tu marido, de un lado, y de tu padre, del otro, y para arrancar las armas y unir las manos antes armadas, como las sabinas, puestas en medio, unieron a yernos con suegros 28 . Con tu muerte se trizó la lealtad y se hizo posible a los caudillos promover la guerra. Les prestó estímulos [120] la emulación en el valor: tú, Magno, temes que sus recientes proezas obscurezcan tus antiguos triunfos y que tu victoria sobre los piratas quede por debajo del sometimiento de los galos; a ti 29 , te engalla la experiencia ininterrumpida de tus empresas esforzadas y tu Fortuna, que no consiente un segundo puesto. A nadie puede ya soportar César por encima de él ni Pompeyo a un igual. Quién empuñó con más derecho las armas, es impiedad saberlo; cada uno se apoya en un poderoso valedor: la causa vencedora plugo a los dioses, pero la vencida, a Catón 30 .

Y no se enfrentaron en iguales condiciones. Uno, en el declinar de sus años hacia la vejez y menos belicoso por el uso prolongado de la toga, ha desaprendido ya [130] con la paz el oficio de jefe y, a la busca de nombradía, hace muchas concesiones al populacho, se deja arrastrar completamente por los humores del pueblo y se ufana con los aplausos de su teatro 31 ; no renueva sus efectivos y confía demasiado en su buena suerte de antaño. Se yergue, sombra de un gran nombre, como en campo fértil una enhiesta encina cargada con los despojos de un pueblo antiguo y las sagradas ofrendas de los caudillos; no está ya sujeta por fuertes raíces: su propio peso la fija al suelo; extendiendo al aire sus ramas desnudas, da sombra con su tronco, no con su follaje; y por más que vacile, amenazando caer al primer [140] soplo del Euro, mientras tantos árboles de tronco firme se alzan en su torno, a ella sola, sin embargo, se la venera. En cambio, en César no sólo se daba el renombre y la reputación de general, sino un coraje incapaz de mantenerse quieto, y su única vergüenza era vencer sin combate. Fogoso e indomable, dondequiera que le llamaran la esperanza o la cólera, acudía a actuar 32 , y jamás dudaba en manchar su espada; espoleaba sus éxitos, acuciaba al favor divino, arrollando cuanto obstaculizaba sus aspiraciones al poder supremo, gozoso de [150] abrirse camino con la destrucción, tal como el rayo arrebatado por los vientos a través de las nubes, en medio del estruendo del éter sacudido y del fragor del orbe, centellea, surca el cielo e infunde pavor en las gentes, cegándoles los ojos con su llama en zigzag; descarga con violencia sobre los lugares que consagra 33 y, sin que ninguna materia impida su curso, origina en un amplio espacio una gran catástrofe al caer, y grande también al remontarse, tras recoger sus fuegos esparcidos 34 .

Éstos eran los motivos de los caudillos; pero subyacían también en la sociedad semillas de guerra 35 , que acaban siempre por hundir a los pueblos poderosos. En efecto, cuando, con el sometimiento del mundo, la Fortuna [160] acarreó riquezas excesivas y las costumbres se rindieron ante la prosperidad, y el botín y el pillaje sobre el enemigo nos ganaron para el lujo, ya no hubo límite para el oro y las edificaciones; desdeñó el hambre los platos de antaño; vestidos apenas decentes para llevarlos las muchachas jóvenes, se los pusieron sin pudor los hombres; se huye de la pobreza, fecunda en héroes, y se hace traer de todas las partes del mundo lo que lleva a la perdición a cada uno de esos pueblos; entonces se ponen a empalmar lindes de parcelas, alargándolas, y las campiñas otrora surcadas por la dura reja de Camilo y sufridoras de los antiguos arados de los Curios 36 , las convierten en dilatados latifundios con el trabajo de colonos forasteros. No era aquel un pueblo [170] al que hiciera feliz una paz tranquila, al que su propia libertad abasteciera, sin necesidad de empuñar las armas. De aquí, fáciles las explosiones de cólera y sin importancia los actos criminales a los que inducía la pobreza; gran honra, digna de buscarse incluso con la espada, tener más poder que la propia patria: la medida del derecho era la fuerza; de aquí, las leyes y los plebiscitos aprobados por coacción y los tribunos, a la par que los cónsules, subvirtiendo el derecho; de aquí, las fasces 37 conseguidas con presión del dinero, el propio pueblo sacando a subasta sus favores, el soborno, mortal para la Ciudad, reanudando cada año los enfrentamientos en el Campo 38 venal; de aquí, la usura voraz [180] y el rédito ansioso de vencimientos 39 , la buena fe conculcada y la guerra, ventajosa para muchos.

Ya César en su marcha había rebasado los helados Alpes y concebido en su espíritu grandes levantamientos y una guerra inminente. Cuando se llegó a las aguas del insignificante Rubicón, el general tuvo la visión de una gigantesca figura de la patria estremecida: brillante en la oscuridad de la noche y con una gran tristeza en el rostro, derramando sus blancos cabellos desde una cabeza coronada de torres 40 , se erguía con la cabellera ajada y decía entrecortada de sollozos: «¿Hacia [190] dónde seguís avanzando? ¿Adónde lleváis, guerreros, unas enseñas que son mías? Si marcháis con arreglo al derecho, si como ciudadanos, hasta aquí y sólo hasta aquí os está permitido.» Entonces un escalofrío sacudió los miembros del general, se le erizaron los cabellos y, estorbando su marcha, una miedosa vacilación paralizó sus pies al borde de la ribera. Luego, dijo: «¡Oh tú, señor del trueno, que desde lo alto de la roca Tarpeya 41 contemplas las murallas de la Ciudad, y vosotros, Penates frigios de la familia Julia 42 , Quirino, misteriosamente arrebatado 43 , Júpiter Laciar, que resides en la encumbrada Alba 44 , fuegos de Vesta 45 y tú, oh Roma, parigual de la divinidad suprema, favorece mis empresas! [200] No te persigo con las armas de las Furias; heme aquí, aquí estoy yo, César, vencedor por tierra y por mar, soldado a tu servicio en todas partes (y, si se me permite, también ahora). Aquel, el culpable será aquel que me convirtiere en tu enemigo.»

Desde ese momento rompe toda dilación de la guerra y por las hinchadas aguas del río hace llevar con premura las enseñas, como en las áridas llanuras de la abrasada Libia un león, al ver cerca a un enemigo, se detiene indeciso, mientras concentra toda su cólera; luego, cuando se ha excitado con el látigo de su cola salvaje, ha erizado su crin y ha dejado escapar de sus anchas fauces un sordo rugido, entonces, si se le clava una lanza blandida por el ágil moro o se alojan los venablos [210] en su ancho pecho, sigue avanzando a través del hierro, sin preocuparse de tan grave herida.

De un manantial exiguo brota y con parva corriente se desliza el Rubicón bermejo cuando abrasa el verano candente, serpentea por valles profundos y separa, frontera cabal, las llanuras de la Galia de las que cultivan los ausonios. En aquel momento le daba pujanza el invierno, y habían engrosado su caudal la luna, preñada de lluvias en su creciente ya por tercer día consecutivo 46 , y los Alpes, al fundir sus nieves a los húmedos soplos del Euro.

Primero los caballos de pie sonoro se colocan al sesgo frente a la corriente, prestos a aguantar el embate [220] de las aguas; luego el resto de la tropa, por un vado practicable, hiende las ondas mansas del río ya domeñado.

César, cuando, franqueado el río, tocó la ribera opuesta y asentó su pie en las campiñas vedadas 47 de Italia, exclamó: «Aquí, aquí dejo la paz y el derecho profanado; a ti, Fortuna, te sigo. Lejos de aquí queden ya las alianzas; bastante hemos confiado en ellas; hay que tomar por juez a la guerra 48 .» Así dijo y, jefe acucioso, lleva raudos sus escuadrones en las tinieblas de la noche; avanza más veloz que el proyectil giratorio de la honda balear y que la flecha del parto disparada de [230] espaldas 49 . Ataca amenazador la vecina Rímini cuando los astros huían de los rayos del sol, dejando sólo a Lucífero 50 . Ya se levantaba el día que iba a presenciar los primeros tumultos de la guerra; pero bien por voluntad de los dioses, bien que el turbulento Austro las hubiera empujado, las nubes mantuvieron lúgubre el día. Tan pronto hizo alto la tropa, con órdenes de asentar las enseñas en el foro, tras su ocupación, el sonido estridente de los clarines y el clamoreo de las trompetas, junto al ronco son del cuerno, entonaron al unísono el toque de guerra impío. Se quebró el reposo de los ciudadanos y los jóvenes, empujados bruscamente fuera de sus lechos, descuelgan de un tirón las armas [240] que reposaban junto a los sagrados Penates, tal como las dejó una paz prolongada; saltan sobre unos escudos carcomidos, con la armazón ya desnuda, sobre unas picas curvadas por la punta, sobre unas espadas rugosas por la acción corrosiva de la oscura herrumbre.

Cuando refulgieron las bien conocidas águilas y enseñas romanas, y César apareció destacado en el centro de la formación, se sintieron agarrotados por el terror, el espanto se enseñorea de sus helados miembros y en el silencio de su corazón revuelven estas mudas quejas: «¡Oh murallas nuestras, en mala hora fundadas en la vecindad de los galos, condenadas, ay, por su funesto emplazamiento! Paz profunda y tranquilo reposo en todos los pueblos: nosotros, presa somos de los enfurecidos [250] y su primer campamento. Preferible sería, Fortuna, que nos hubieras brindado una morada en la zona oriental o entre los hielos del Ártico, o tiendas nómadas, antes que darnos a proteger las puertas del Lacio. Nosotros fuimos los primeros en ver los movimientos de los senones y al cimbro furioso, al Marte de Libia y las correrías de la furia teutónica 51 : siempre que la Fortuna acosa a Roma, por aquí se abre camino a las batallas.» Así se queja cada uno con callados lamentos, sin atreverse a exteriorizar su temor; ni una palabra fiaron a su congoja, sino que, como es de profundo el silencio de los campos cuando el invierno mantiene quietas a las aves, y como calla el mar, aguas adentro, sin un murmullo, así de profunda es su calma. [260]

La luz del día había disipado las gélidas sombras de la noche; y he aquí que los destinos allegan las lumbres de la guerra, espolean el espíritu indeciso de César, acuciándole a los combates, y rompen todas las dilatorias resistencias del pudor: la Fortuna se afana en justificar la insurrección del jefe e inventa excusas para la guerra. La curia, con amenazas, conculcando el derecho y evocando ostentosamente la suerte de los Gracos, expulsó sin miramientos de la Ciudad, dividida en dos bandos, a los tribunos disidentes 52 . A éstos, cuando se encaminaban hacia las enseñas, en marcha ya y próximas, del general, se les une el audaz Curión, de lengua venal, antaño voz del pueblo, que se atrevió a defender [270] la libertad y a poner al mismo nivel de la plebe a los poderosos armados 53 . Y cuando vio al jefe revolver en su pecho solicitudes diversas, le dice: «Mientras con la palabra fue posible ayudar, César, a tu partido, prorrogamos tu mando 54 , incluso con la oposición del senado, en tiempos en que me cabía el derecho de ocupar la tribuna rostral 55 e inclinar a tu bando a los romanos indecisos. Mas, una vez que las leyes han enmudecido bajo la coacción de las armas, se nos expulsa de los patrios lares y soportamos voluntariamente el destierro: tu victoria nos hará de nuevo ciudadanos. Mientras está inquieto tu partido rival 56 , sin una sólida base en [280] que apoyarse, ¡fuera dilaciones!: siempre perjudicó el retardo a los ya dispuestos. Un esfuerzo y un peligro parejos 57 , con una mayor ganancia, se van a afrontar. Dos lustros te ha retenido guerreando la Galia, ¡qué reducida porción del mundo! Si, como es hacedero, libras unos pocos combates con éxito, a tus pies pondrá Roma el orbe entero. Ahora, ni te acoge, a tu vuelta, la larga procesión del triunfo ni reclama el Capitolio los laureles sagrados: la envidia roedora te lo niega todo y a duras penas lograrás que se te perdone el haber sometido tantos pueblos extranjeros. Arrojar del poder a su suegro es la orden que ha recibido tu yerno: compartir, pues, con él el dominio del mundo, no puedes; tenerlo [290] tú solo, sí puedes.»

Tras estas palabras, al que ya de por sí estaba inclinado a la guerra, tal cólera, con todo, le sobreañadió y tanto enardeció al general, como con ei griterío se ve alentado el corcel eleo 58 , por más que ya ante la barrera cerrada se eche con impaciencia sobre las puertas y, con la cabeza baja, intente soltar las trancas.

Manda enseguida a los manípulos que formen, armados, junto a las enseñas y, una vez que puso orden suficiente con su mirada al alborotado tumulto de la turba en avalancha y ordenó silencio con un ademán de su diestra, dijo: «Compañeros de guerra, que conmigo habéis arrostrado mil peligros de Marte y lleváis ya casi diez años de victorias, ¿esto es lo que ha merecido la [300] sangre esparcida en las llanuras del Norte 59 , las heridas y las muertes, y los inviernos pasados al pie de los Alpes? Roma está violentamente sacudida por el gran rebullicio de la guerra, no menos que si hubiera franqueado los Alpes Aníbal, el cartaginés: se completan las cohortes con el refuerzo de reclutas bisoõos, para construir una flota se talan todos los bosques, se ordena acosar a César por tierra y por mar. ¿Qué pasaría si mis enseñas hubieran sido abatidas por la suerte adversa de la guerra y se abalanzaran a nuestras espaldas los feroces pueblos de la Galia? Pero justamente ahora, en el momento en que me sonríen la Fortuna y los dioses, invitándome a las más altas empresas, se me provoca. [310] Que venga ese jefe enervado por una larga paz, con su tropa improvisada, y ese partido de hombres de toga acarreados para la guerra, y Marcelo el charlatán y ese nombre vacío, Catón 60 . ¿Será cierto que unos clientes de baja extracción y conseguidos a base de dinero colmarán las ansias de Pompeyo con ese despotismo ininterrumpido a lo largo de tantos años? ¿Guiará él el carro del triunfo antes de que lo permita legalmente su edad? ¿No soltará él nunca sus cargos, una vez que los ha copado? Y ¿para qué voy ya a quejarme de la violencia impuesta a los campos en todo el mundo y del hambre que se ve forzada a la servidumbre 61 ¿Quién desconoce que asentó un campamento en el foro atemorizado, [320] cuando las espadas de brillo siniestro cercaron al tribunal acobardado por el insólito círculo de espectadores, y que, osando la tropa irrumpir en medio del proceso, las enseñas pompeyanas rodearon a Milón, el acusado 62 ? Ahora también, para que no lo coja cansado una vejez de simple particular, prepara guerras nefandas, acostumbrado como está a las discordias civiles y diestro en superar a Sila, su maestro de crímenes 63 . Y como jamás deponen su furor los fieros tigres a los que, mientras rastrean en el bosque de Hircania los cubiles de sus madres, sirve de alimento la copiosa sangre de las reses degolladas, así también a ti, habituado a lamer la espada de Sila, te dura aún, Magno, la sed. [330] No existe sangre alguna que, acogida una vez en la boca, consienta que se amansen las fauces con ella manchadas. ¿Qué término, con todo, encontrará un poderío tan prolongado? ¿Cuál es el límite de los crímenes? Que al menos tu querido Sila, tristemente famoso, te enseñe, insaciable, a descender ya de ese trono 64 . ¿Es que después de los cilicios errantes y de las campañas en el Ponto contra un rey agotado, a duras penas rematadas por el veneno bárbaro 65 , se le asignará a Pompeyo, como última misión, César, por no haber obedecido, según el senado, cuando se me ordenó deponer mis águilas victoriosas? Si a mí se me ha hurtado el premio a mis esfuerzos, que a éstos al menos, aunque sea sin [340] su jefe, se les otorguen las recompensas que merece una larga campaña; que este ejército, no importa bajo qué jefe, pueda celebrar el triunfo. ¿Adónde se refugiarán, tras las guerras, viejos y agotados? ¿Qué asiento tendrán cuando se licencien? ¿Qué tierras se darán a nuestros veteranos para que las labren, qué colonias a los fatigados? ¿O te parece mejor, Magno, convertir a los piratas en colonos? 66 . Enarbolad, enarbolad las enseñas largo tiempo victoriosas: hay que emplear las fuerzas que hemos desarrollado. Al que armas empuña, todo se lo da quien le niega lo que es justo. Y no nos faltará el apoyo de los dioses, pues mis armas no buscan [350] ni el botín ni el trono: intentamos librar de tiranos a una ciudad dispuesta a ser esclava.»

Terminó de hablar; pero la multitud, vacilante, masculla entre dientes vagos propósitos con murmullo impreciso. Un piadoso respeto a los penates paternos, aun siendo sus instintos feroces por la costumbre de matar y altaneros sus sentimientos, los quebranta; pero la siniestra afición a la espada y el miedo al general revoca sus inclinaciones. Entonces Lelio, que ejerce las funciones de primipilo 67 y porta el distintivo otorgado a sus merecimientos, una corona de encina que simboliza la recompensa por haber salvado a un conciudadano, exclama: «Si se nos permite, supremo capitán del nombre de Roma, y tenemos derecho a pronunciar palabras sinceras, [360] el que una paciencia tan premiosa haya puesto freno a tus fuerzas, eso es lo que lamentamos. ¿Es que te faltaba confianza en nosotros? Mientras la sangre cálida anima nuestros cuerpos vivos y mientras nuestros brazos robustos pueden blandir las picas, ¿soportarás tú a esos degenerados con toga y la tiranía del senado? ¿Hasta ese punto es lamentable vencer en una guerra civil? ¡Adelante! Guíanos a través de los pueblos de Escitia, a través de las inhóspitas riberas de las Sirtes, a través de las calientes arenas de la Libia sedienta; este brazo, para dejar sometido el mundo a sus espaldas, [370] ha domado con el remo las hinchadas olas del Océano y ha quebrado las espumas del Rin bajo el cielo del Norte 68 : poder cumplir tus órdenes es para mí tan obligado como querer hacerlo. No es conciudadano mío aquel contra quien yo oiga, César, sonar tus trompetas. Por tus enseñas afortunadas en diez campañas y por tus triunfos sobre cualquier clase de enemigo, yo te juro que si me ordenas hundir la espada en el pecho de mi hermano o en la garganta de mi padre o en las entrañas de mi esposa encinta, por más que lo rehúse mi diestra, todo, sin embargo, lo haré cumplidamente; si despojar a los dioses o prender fuego a los templos, la llama del taller de moneda del campamento fundirá las estatuas de las divinidades; si asentar el campamento [380] cabe las aguas del etrusco Tíber, a los campos de Italia acudiré, resuelto, a trazarlo. Sean cuales sean las murallas que tú desees derruir a ras del suelo, un ariete empujado por estos brazos míos hará saltar sus piedras, aunque la ciudad que ordenes demoler hasta los cimientos sea la propia Roma.» Las cohortes, todas a una, asintieron a estas palabras y, levantadas en alto las manos, las ofrecieron para cualquier guerra a la que él las convocara. Sube al cielo un clamoreo tan grande como grande es, cuando el Bóreas tracio se ha abatido sobre las. rocas de la pinífera Ossa 69 , el fragor que se produce en el bosque, aplastado hasta curvarse las duras [390] ramas y enderezándose de nuevo hacia el cielo.

César, cuando ve que la guerra es acogida con tan buena disposición por los soldados y que los hados le empujan, para no retrasar la Fortuna por ningún tipo de indolencia, a sus cohortes, esparcidas por los territorios de la Galia, las manda llamar, y se dirige a Roma, poniendo en movimiento desde todas partes las enseñas. Abandonaron las tiendas plantadas junto a la concavidad del Leman y el campamento que, enriscado sobre el flanco curvo de los Vosgos, ponía freno a los belicosos lingones de pintadas armas. Otros dejaron los vados del Isara, que, después de fluir con curso propio a lo largo de tantas campiñas, desemboca en un río de mayor fama 70 y no logra conservar su nombre hasta [400] las aguas del mar. Se ven libres los rubios rutenos de la guarnición romana que de largo tiempo les vigilaba; el Aude, de tranquila corriente, se alegra de no soportar ya las quillas latinas, y lo mismo el Varo, frontera de Italia desde que se adelantó la línea de demarcación 71 ; y también el paraje en que un puerto consagrado al nombre de Hércules empuja con sus cóncavas rocas el piélago: el ábrego no tiene derechos sobre él, ni el céfiro: sólo el cierzo conturba, como propios, los litorales e impide el acceso al seguro fondeadero de Mónaco 72 ; y la región en que se extiende una costa indecisa, que reivindican alternativamente la tierra y el [410] mar, cuando se derrama hacia adelante el inmenso Océano o cuando se repliega con el reflujo de sus olas 73 . ¿Es un viento de la extremidad del cielo el que así echa a rodar el piélago y lo deja, luego de empujarlo, o es que, movida por un segundo astro, la onda de la inestable Tetis se agita con las fases de la luna, o más bien el flamígero Titán, para beber sus aguas nutricias, empina el Océano y lleva sus olas hasta los astros? 74 . Indagadlo vosotros a quienes inquieta el movimiento fatigoso del universo. En cambio, por lo que a mí toca, tú, cualquiera que seas la causa que produces tan frecuentes movimientos, tal como lo han querido los dioses, permanece oculta para siempre.

Entonces, los que ocupan las campiñas de Nemetes [420] y las riberas del Adur, por donde el territorio tarbélico deja entrar al mar suavemente y lo aprisiona en su curvado litoral, ponen en marcha las enseñas; y se llenan de alegría, con la partida del enemigo, el santono y el bitúrige y los suesones, ágiles a pesar de sus largas armas; el leuco y el remo, los mejores en menear el brazo para el disparo; el pueblo sécuano, muy hábil en el manejo de las riendas para el caracoleo; y el belga, que aprendió fácilmente a conducir el carro de guerra importado; y los arvernos, que osaron fingirse hermanos del Lacio como pueblos de sangre troyana; el nervio, levantisco en demasía y manchado por el pacto del asesinato de Cota 75 , y los que te imitan, sármata, vistiendo anchas bragas 76 , los vangiones: y los bátavos brutales, [430] a quienes excitan estridentes trompetas de bronce con doble curvatura; las tierras por donde divaga el Cinca 77 en su corriente, por donde el Ródano arrebata y lleva hasta el mar con sus veloces ondas al Saona, y aquellas donde, encaramado en la cumbre de las montañas, un pueblo habita los Cebenas, que amagan con sus nevados peñascos. [Los de Poitiers cultivan, libres de tributos, sus propios campos; a los de Tours, dados al vagabundeo, ya no les coartan más los campamentos circundantes; el de Angers, que detestaba marchitarse, Mayena, entre tus nieblas, es ahora confortado por las apacibles ondas del Loira; la ínclita Orleans está del todo libre de los escuadrones de César] 78 . Tú también, [440] tréviro, estás gozoso del cambio de escenario de la guerra, y lo mismo tú, lígur, ahora rapado, antaño sobrepasando a toda la Galia cabelluda 79 con tus melenas derramadas graciosamente por la nuca; y vosotros, los que aplacáis con víctimas terribles al cruel Teutades y a Eso, pavoroso en sus salvajes altares, y a Táranis, cuya ara no es menos atroz que la de Diana escítica 80 .

Vosotros también, poetas inspirados que con vuestros elogios dirigís hacia una larga posteridad a las almas valerosas cobradas por la guerra, habéis entonado, ya sin cuitas, numerosos cantos, bardos. Y vosotros, druidas, tras soltar las armas, habéis vuelto a vuestros [450] bárbaros ritos y al hábito siniestro de vuestros sacrificios. A solos vosotros es dado conocer a los dioses y a los poderes del cielo, y a solos vosotros, ignorarlos: habitáis espesuras profundas en remotos bosques sagrados; conforme a vuestra doctrina, las sombras no emigran a las silenciosas moradas del Erebo y a los pálidos reinos del subterráneo Dite: el mismo espíritu sigue rigiendo los miembros en otra región del mundo; si moduláis doctrina verdadera, la muerte es el punto central de una larga existencia. Felices en todo caso con su error los pueblos a los que contempla la Osa: a ellos no les angustia el conocido como mayor de los [460] temores, el miedo a la muerte. De ahí la mentalidad de sus guerreros, con inclinación a precipitarse sobre la espada, unas almas dispuestas a acoger la muerte, y el sentimiento de que es una cobardía preocuparse por conservar una vida que ha de volver 81 . Y hasta vosotros, puestos como dique para apartar de las armas a los caucos de largos cabellos, os dirigís a Roma y dejáis las feroces riberas del Rin y el mundo romano abierto a los pueblos extranjeros.

César, una vez que estos inmensos efectivos, con el acarreo de lo más granado de sus tropas, le infundieron confianza para osar mayores empresas, se disemina por toda Italia y pone guarniciones completas a las ciudades cercanas. Un rumor sin fundamento vino además como añadidura a unos temores que eran reales, irrumpió en los ánimos del pueblo, presagió un desastre inminente y, veloz mensajero de una guerra ya en puertas, [470] innumerables lenguas desató en la propagación de noticias falaces. Hay quien llega a informar de que allí donde Mevania 82 se despliega en llanuras cuajadas de toros, unos pelotones de caballería se lanzan, osados, a los combates; y que por donde el Nar vierte sus aguas dentro del Tíber, realizan correrías los escuadrones bárbaros del cruel César; y que él en persona, al frente de todas las águilas y estandartes apiñados, avanza con más de una columna y con múltiples campamentos 83 . Y no le imaginan tal como le recuerdan: agigantado, lleno de ferocidad acude a sus mientes, y más salvaje que el enemigo al que él ha vencido. A éste, se dice, las poblaciones [480] que se extienden entre el Rin y el Elba, arrancadas de sus territorios del Norte y de las moradas de sus padres, le siguen a la zaga, y se ha dado orden de que la Ciudad sea saqueada por unos pueblos salvajes a la vista de los romanos. Así cada uno, con su pánico, va reforzando el rumor y, sin que nadie dé garantías de los desastres, temen los que ellos han imaginado. Y no sólo se amedrenta el vulgo, sacudido por un terror vano, sino la curia, y hasta los propios senadores saltaron de sus escaños y un senado en huida encarga a los cónsules la declaración de guerra, siempre odiosa.

Entonces, sin saber a ciencia cierta qué cobijos buscar para sentirse seguros y cuáles rehuir como peligrosos, [490] donde a cada uno le lleva la impetuosidad de la huida, allí acucian a la masa atropellada, y columnas ininterrumpidas en larga hilera rompen hacia adelante. Se creería o que nefandas antorchas habían atacado sus techos o que ya con la sacudida del derrumbamiento sus casas vacilaban tambaleantes: de tal modo la turba, enloquecida, en atropellada carrera por la ciudad, como si la única esperanza para sus aflicciones estuviera en salir de las murallas de su patria, se precipita a ciegas. Como, cuando el Austro borrascoso repele de las Sirtes líbicas al mar inmenso y cruje, al romperse, la [500] pesada mole del mástil que sostiene las velas, saltan al agua, abandonando la nave, el piloto y la marinería y, sin haberse deshecho aún el ensamblaje de la quilla, cada uno provoca su propio naufragio, del mismo modo, abandonando la ciudad, se huye precisamente hacia la guerra. A ninguno pudo hacerle volver su padre debilitado ya por los años, ni a ningún marido su esposa con sus llantos, ni los lares paternos les retuvieron siquiera el tiempo de formular sus votos por una salvación que era dudosa; ninguno se detuvo en el umbral ni, por tanto, partió saturado con la contemplación, tal vez ya la última, de la ciudad amada: se precipita, irrevocable, la masa. ¡Oh dioses, propicios en conceder lo más alto, [510] pero en permitir conservarlo, poco propicios! Una ciudad rebosante de gentes propias y de pueblos sometidos y capaz de albergar a todo el género humano, si pudiera concentrarse tal cúmulo de personas, ante la inminente llegada de César se la dejaron como fácil botín unos brazos cobardes. Cuando, urgido por el enemigo, se ve sin salida el soldado romano en extranjeras tierras, rehúye los peligros de la noche con una exigua empalizada, y un improvisado terraplén, con defensas de cepellón cogido a prisa, le brinda seguros sueños dentro de las tiendas; tú, en cambio, Roma, nada más oírse el anuncio de la guerra, quedas abandonada: ni una sola noche se tiene confianza en tus murallas. Con [520] todo, es preciso disculpar un pánico tan grande, es preciso: la huida de Pompeyo, eso les atemoriza.

Entonces, para que ni un atisbo de esperanza en el porvenir aliviara al menos los ánimos amedrentados, vino a añadirse la prueba evidente de un destino peor, y los dioses, amenazadores, llenaron de prodigios las tierras, los cielos, el mar. Desconocidos astros vieron las oscuras noches, y al polo ardiendo en llamas, y antorchas volando en sesgo por el cielo a través del vacío, y la estela del astro temible, el cometa, que trastorna los reinos en la tierra. Repetidos relámpagos centellearon en un engañoso cielo despejado y el fuego diseñó figuras [530] variadas en el aire denso: ora, con luz alargada, brilló en el cielo una jabalina, ora, con luz difusa, una lámpara. Sin ninguna nube, un rayo silencioso y que arrancaba su fuego de las regiones septentrionales, sacudió violentamente la cúspide de Júpiter Laciar 84 ; estrellas menores, habituadas a bajar y hacer su recorrido en horas nocturnas, sin luz, vinieron en pleno día, y Febe, cuando ya, unidas las puntas de sus cuernos, reflejaba con su entera redondez la luz de su hermano, embestida de repente por la sombra de la tierra, se eclipsó 85 . El propio Titán, cuando paseaba su cabeza [540] por el centro del Olimpo, ocultó su carro de fuego en oscura calígine, envolvió de tinieblas su disco y obligó a las gentes a desesperar de que fuera de día: al modo que Micenas, bajo Tiestes, atrajo sobre sí la noche, al huir el sol por Oriente 86 . El feroz Múlciber 87 abrió el cráter del Etna siciliano y no empujó las llamas hacia el cielo, sino que, con la inclinación de la cúspide, la lava ardiente cayó contra el flanco de Italia. La negra Caribdis volteó desde sus abismos un mar de sangre; lastimeros aullidos lanzaron los sañudos perros de Escila. Del altar de Vesta fue retirado el fuego, y su llama, [550] que manifiesta el acabamiento de las ferias latinas 88 , se escinde en dos partes y se eleva en un doble ápice, imitando la pira tebana 89 . Entonces la tierra se desplazó de su eje y los Alpes, al tambalearse sus cimas, sacudieron a uno y otro lado sus nieves de siglos. Tetis, acreciendo el caudal de sus aguas, cubrió la hispánica Calpe 90 y la cumbre del Atlas. Sabemos que lloraron las estatuas de los dioses indigetes 91 y que las de los Lares, con su sudor, atestiguaron el apuro de la ciudad; que los exvotos cayeron al suelo en sus templos; que siniestras aves ensuciaron el día y que las fieras, dejando las selvas al anochecer, establecieron audaces sus cubiles en el centro de Roma. Además hubo lenguas de [560] animales con facilidad para pronunciar sonidos humanos; partos monstruosos entre los hombres por el número y la dimensión de los miembros: a la madre le dio miedo su propio hijo; y los siniestros vaticinios de la profetisa de Cumas se divulgan entre el pueblo 92 . Al tiempo, los sacerdotes con tajos en los brazos, a quienes agita la salvaje Belona 93 , proclaman los designios de los dioses, y los galos 94 , haciendo girar su cabellera sanguinolenta, aullaron presagios funestos para las gentes. Urnas funerarias repletas de huesos allí enterrados emitieron lamentos. Entonces se oyó fragor de armas, y grandes gritos por los parajes intransitados de los bosques, y apariciones que se venían a las manos. Los que cultivan los campos pegados al borde de las [570] murallas huyeron en desbandada: una Furia gigantesca daba vueltas a la ciudad, sacudiendo hacia abajo un pino con la punta encendida, a más de sus cabellos estridentes 95 , cual la Euménide que empujó a la tebana Ágave o la que volteó los dardos del cruel Licurgo 96 , o como, por orden de Juno, rencorosamente injusta, Megera infundió pavor al Alcida, por más que ya hubiera visto a Dite 97 . Resonaron trompetas y, como es de enorme el griterío de las cohortes que entrechocan, ese mismo estruendo despidió la negra noche, pese al silencio de las auras. Pareciendo surgir de en medio [580] del Campo de Marte, los manes de Sila vaticinaron funestos presagios y, a su vez, alzando su cabeza junto a las heladas aguas del Anio, hecho trizas su sepulcro, Mario puso en fuga a unos campesinos 98 .

En vista de estos prodigios pareció oportuno, conforme a una añeja costumbre, hacer venir adivinos etruscos. De ellos, el más entrado en años, Arrunte, que habitaba el recinto amurallado de Luca, abandonada, bien instruido en los zigzagueos del rayo y en las venas aún calientes de las vísceras y en los avisos del vuelo que va y viene en el aire, ordena primeramente quitar de en medio los monstruos que la naturaleza, en desacuerdo con sus leyes, había producido sin semilla alguna [590] y quemar en infaustas llamas los fetos abominables de vientres estériles. Luego, ordena a los amedrentados ciudadanos dar una vuelta completa a la ciudad 99 y que, purificando los muros con solemne ceremonia lustral 100 , den también la vuelta a todo lo largo del pomerio 101 , por sus bordes extremos, los pontífices, a quienes está asignado el privilegio de las celebraciones rituales. Siguen multitud de sacerdotes de menor rango, ataviados al estilo gabino 102 , y abre la fila de las Vestales, coronada de bandeletas, la sacerdotisa, la única a la que es lícito contemplar la imagen de la Minerva troyana 103 . A continuación los que custodian los hados divinos y los oráculos misteriosos y retiran la imagen de Cibeles, una vez bañada en el exiguo Almón 104 ; y el [600] augur, ducho en observar las aves que vuelan por la izquierda 105 ; y el septénviro, encargado de los banquetes rituales 106 ; y la cofradía de los ticios 107 ; y el salio, que lleva a la espalda con alegría los escudos sagrados, y el flamen, que alza el ápice en su noble cabeza 108 .

Y mientras ellos desfilan en torno a la ciudad que se extiende en largas sinuosidades, Arrunte recoge los fuegos diseminados del rayo, los entierra musitando una lúgubre letanía y asigna a aquellos lugares la protección de una divinidad; luego, acerca a las sagradas aras un toro de cerviz bien escogida. Ya había comenzado a derramar el viho y a aplicar la harina salada con [610] la hoja del cuchillo en sesgo, y la víctima, que oponía larga resistencia a un sacrificio nada agradable, cuando los ministros del culto, recogiéndose la ropa, sujetaron sus cuernos amenazantes, dobladas por fin las rodillas, ofrecía su cuello vencido. Pero no saltó la sangre de costumbre, sino que de la ancha herida se desparramó, en lugar de sangre roja, un sucio flujo de mal agüero. Empalideció Arrunte, pasmado ante el sacrificio funesto, e indagó la cólera de los dioses en las entrañas extraídas febrilmente 109 . Ya el color mismo llenó de pánico al adivino; en efecto, las vísceras pálidas, pero moteadas de negras manchas e infectadas por coágulos sanguinosos, abigarraban con salpicaduras de sangre [620] su extraordinaria lividez. Observa el hígado empapado de podre y ve las venas amenazantes por la parte hostil 110 . Queda oculta la fibra del pulmón jadeante y una pequeña fisura corta las zonas vitales. El corazón está aplomado, las vísceras expelen sangraza por unas grietas abiertas y los intestinos revelan sus ocultas cavidades. Y —prodigio funesto que nunca apareció en las entrañas impunemente— helo aquí: observa que en la cabeza del hígado ha crecido la protuberancia de otra cabeza; una parte cuelga enfermiza y fláccida, otra irradia salud y mueve sin compasión las venas con rápidas pulsiones. Cuando por estos signos comprendió la fatalidad de grandes desgracias, exclama: «Apenas me [630] es lícito, oh dioses del cielo, revelar a las gentes todo lo que estáis maquinando; pues no he celebrado en tu honor, supremo Júpiter, este sacrificio: los dioses infernales han venido al pecho de este toro inmolado. Indecibles calamidades tememos, pero sobrevendrán mayores aún de lo que tememos. ¡Que los dioses tornen favorable lo que he visto y que no merezcan ningún crédito las vísceras, sino que eso sea una impostura de Tages, fundador de esta ciencia 111 !» Así vaticinaba el etrusco, envolviendo sus presagios en palabras sinuosas y velándolos con múltiples ambages.

Por otra parte, Fígulo 112 , cuyo afán era conocer a los dioses y los misterios del cielo, y a quien ni la egipcia Menfis igualaría en la observación de las estrellas y en los cómputos tocantes a los astros, afirma: «O bien [640] este mundo vaga sin ley alguna a través de las edades y los astros van a la deriva con un curso no determinado, o, si los rigen los destinos, para la Ciudad y para el género humano se prepara una inminente catástrofe. ¿Se abrirán las tierras y se irán al fondo las ciudades, o hará desaparecer un aire abrasador la templanza del clima? ¿Negará sus mieses la tierra, incumpliendo su cometido, o el agua toda se impregnará de ponzoñas en ella esparcidas? ¿Qué tipo de calamidades preparáis, oh dioses del cielo, con qué tribulación aprestáis vuestra cólera? Los últimos días de muchos vienen a coincidir [650] en un solo lapso de tiempo. Si en lo más alto del cielo la fría estrella de Saturno encendiera, maligna, negros fuegos, Acuario habría derramado lluvias deucalioneas 113 y la tierra entera habría desaparecido en un extenso mar. Si al salvaje león de Nemea lo oprimieras ahora tú, Febo, con tus rayos, los incendios se desatarían por todo el mundo y se habría abrasado el éter, soflamado por tu carro. No hay rastro de estos fuegos. Tú, que inflamas al Escorpión amenazador con su cola llameante y abrasas sus pinzas, tú, Gradivo 114 , ¿qué gran catástrofe preparas? Pues el benigno Júpiter está [660] hundido en las profundidades de su ocaso, la salutífera estrella de Venus está ofuscada y Cilenio 115 , de curso veloz, permanece inmóvil; así Marte, en solitario, domina el cielo. ¿Por qué las constelaciones han abandonado sus órbitas y se desplazan a oscuras por el firmamento, mientras que reluce en exceso el flanco de Orión el espadífero? Inminente es la rabia de los combates, y el poder de la espada en la mano subvertirá todo derecho; al crimen nefando se le dará el nombre de virtud, y muchos años perdurará esta locura. Pero ¿de qué sirve implorar a los dioses su acabamiento? Acompañada de un tirano viene esa paz. Prolonga, Roma, sin interrupción [670] la cadena de tus desventuras y alarga mucho tiempo el cataclismo: ya sólo eres libre mientras dure la guerra civil.»

Bastante habían amedrentado ya estos presagios a la plebe empavorecida, pero otros mayores la acucian. Pues, cual de la cima del Pindo baja corriendo la bacante edónida 116 , llena del ogigio Lieo 117 , tal, a través de la ciudad estupefacta, se precipita una matrona, revelando con estos gritos la invasión de su pecho por Febo: «¿Adónde me llevas, oh Peán 118 ? ¿En qué tierra me depositas, tras haberme arrebatado por encima del éter? Contemplo el Pangeo, blanquecino en sus cumbres nevadas, y la ancha llanura de Filipos al pie del peñasco del Hemo 119 . Explícame, oh Febo, qué locura [680] es ésta, con la que formaciones romanas entremezclan dardos y brazos, y hay guerra sin haber enemigo 120 . ¿A qué otras regiones me arrastras? Me conduces a los límites extremos del Oriente, por donde el mar cambia de aspecto con la corriente caudalosa del lágida 121 Nilo: a ese que yace, tronco desfigurado 122 , en la arena del río, lo reconozco. Me llevas en volandas sobre el mar hasta la traicionera Sirte y la reseca Libia, adonde la funesta Enio 123 ha trasladado las formaciones de Ematia. Ahora me veo arrebatada por encima de las alturas de los Alpes coronados de nubes y de los Pirineos enhiestos en el aire. Regresamos a las moradas de mi [690] ciudad paterna y guerras impías se consuman en medio del senado 124 . Resurgen por segunda vez las facciones, y nuevamente recorro el mundo entero. Dame a contemplar nuevas riberas del mar y una tierra nueva: ya he visto, Febo, Filipos 125 .» Esto dijo y, abandonada del delirio extenuante, se desplomó.


1 Otros entienden plus quam ciuilia como «no solamente civiles», por haber intervenido en ellas ejércitos extranjeros. Pero nuestra traducción nos parece más acorde con el retoricismo de Lucano ya desde el primer verso, aparte de su fundamentación real: son guerras «más que civiles» porque no se riñen sólo entre conciudadanos, sino entre parientes. Recuérdese que César y Pompeyo habían sido suegro y yerno.

2 Ematia es una región de Macedonia con cuyo nombre designa Lucano el reino entero y también a la vecina región de Tesalia, en cuyas llanuras se riñó la batalla de Farsalia.

3 La alianza que acordaron, en el año 60 a. C., César, Pompeyo y Craso y que se conoce como primer triunvirato.

4 Craso fue vencido y muerto por los partos (cuya capital era Babilonia) en el año 53 a. C. en la batalla de Carras. En poder del enemigo quedaron las enseñas del ejército romano («ausonios», por Ausonia, nombre antiguo de Italia), que no fueron recobradas hasta el año 20 a. C., bajo Augusto.

5 La celebración del triunfo sólo se concedía por la victoria contra enemigos extranjeros.

6 Expresión para indicar el Occidente, dentro de la concepción antigua de que las estrellas hacen de noche el mismo recorrido que el sol durante el día y se esconden por el Oeste cuando va a salir el sol por el lado opuesto.

7 Alude Lucano poéticamente a los cuatro puntos cardinales: la región de Titán (= el Sol, hijo del titán Hiperión = el Este), el Oeste (nota anterior), el Sur y, finalmente, el Norte, designado por la Escitia, territorio extendido al norte del Mar Negro.

8 Los seres son los chinos; el Araxes, río de Armenia, personifica a esta región; y en cuanto al nacimiento del Nilo, adonde Nerón había enviado una expedición de reconocimiento, basta para demostrar el interés de Lucano por la cuestión el largo excurso que le dedica en el canto X 172-331.

9 El cartaginés por antonomasia es Aníbal, que infligió grandes derrotas a los romanos en la segunda guerra púnica. Antes, también Pirro había llegado como enemigo al sur de Italia, en ayuda de la colonia griega de Tarento.

10 Hijos terroríficos de Urano y de la Tierra que se rebelaron contra Júpiter y a los que éste venció en terrible lucha (la Gigantomaquia), con ayuda de otros dioses y de Hércules.

11 Los cartagineses caídos en las Guerras Púnicas se ven ahora vengados con la sangre de los romanos muertos en Farsalia. Según otros, aludiría el poeta a la batalla de Tapso, en Africa, el año 46 a. C., donde los partidarios de Pompeyo fueron derrotados por César. De este modo, la venganza de los cartagineses se cumpliría en su propia tierra.

12 En la batalla de Munda, en Hispania, cerca de Córdoba, César derrotó a los hijos de Pompeyo, poniendo así fin a la guerra civil.

13 En Perusa, el año 40 a. C., sitió Octavio a Lucio Antonio, hermano de Marco Antonio, hasta conseguir su rendición por hambre. En Módena, en el 43, sitió Marco Antonio a Décimo Bruto, el cesaricida, que murió en el asedio, así como los cónsules Hircio y Pansa venidos en su ayuda.

14 En el golfo de Léucade tuvo lugar la batalla naval de Accio, el 31 a. C., en la que Octavio derrotó a Marco Antonio y a Cleopatra.

15 Sexto Pompeyo reclutó esclavos para su ejército y su flota; fue vencido en Sicilia por lugartenientes de Octavio el 36 a. C.

16 Se refiere a la «apoteosis» de Nerón.

17 Sobre la posible alusión irónica, defendida por algunos escoliastas, al estrabismo de Nerón, así como, en el verso siguiente, a su obesidad, y, en general, sobre los problemas que plantea este elogio de Nerón, véase la Introducción.

18 El templo de Jano, en Roma, sólo se cerraba en época de paz.

19 Con Cirra, localidad cercana a Delfos, se alude a Apolo, dios que emitía sus oráculos en esta última ciudad. Nisa es una ciudad de la India, donde se creía que nació y se crió Baco.

20 La exposición de las causas de la guerra civil es para el poeta una «inmensa tarea». Hay en los dos primeros versos una clara imitación de OVIDIO , Met . I 1, y de VIRGILIO , En . VII 45. La primera de estas causas es de tipo filosófico; las demás son las mismas que defienden los historiadores.

21 Febe es la Luna, hermana del Sol, y normalmente sigue el mismo curso que éste. La «trayectoria oblicua» es la «eclíptica».

22 Véase la n. 3.

23 Los doce signos del zodíaco.

24 La muerte de Remo por obra de su hermano Rómulo, en los mismos comienzos de Roma, es una buena premonición de que ni siquiera los hermanos se avienen a compartir el poder. El «refugio» (asylum ) lo estableció Rómulo para acoger a los fugitivos de los pueblos cercanos e incrementar así la escasa población de Roma.

25 El istmo de Corinto.

26 No contra los partos, autores de la derrota y muerte de Craso (véase n. 4), sino que, con la desaparición de éste, que hacía de elemento moderador, Pompeyo y César se enfrentaron en guerra civil.

27 Julia, hija de César y esposa de Pompeyo, era otro elemento de concordia entre ambos. Su muerte prematura, en el 54 a. C., aceleró la guerra.

28 Las mujeres sabinas, raptadas por los romanos para tomarlas por esposas, sirvieron luego de elemento conciliador, evitando la guerra entre sus esposos y sus padres y familiares.

29 Lucano designa aquí a Pompeyo con su glorioso sobrenombre de Magno, mientras que omite el nombre de César. En esta primera referencia explícita a ambos caudillos, se ve ya hacia cuál de los dos van sus inclinaciones. Es mucho más frecuente en el poema el sobrenombre Magno que el nombre Pompeyo (193 ocurrencias frente a 81).

30 Uno de los más celebrados versos de la Farsalia , en el que Catón, el modelo de sabio estoico, es parangonado con los dioses.

31 Pompeyo hizo contruir e inauguró, en el 55 a. C., el primer teatro permanente, no desmontable, que hubo en Roma.

32 Era proverbial la rapidez de César en actuar, a la que se alude en otros pasajes del poema. Muy adecuada la comparación con el rayo, que es, por otra parte, frecuente en la poesía épica.

33 El lugar donde cae el rayo es sagrado, como tocado por Júpiter, el fulminador (véanse, más adelante, vv. 606-608 de este mismo canto).

34 Se creía que el rayo, después de caer sobre la tierra, volvía a remontarse al cielo.

35 La corrupción de las costumbres, provocada por la abundancia de riquezas, frente a la austeridad y la grandeza de la antigua Roma, es, desde finales de la República, un lugar común de historiadores, como Salustio, T. Livio o Tácito, de filósofos, como Séneca, y de poetas, como Horacio o Juvenal.

36 Camilo, que libró a Roma de los galos, y, entre los Curios, sobre todo Curio Dentato, vencedor de los samnitas y de Pirro y famoso por su austeridad, simbolizan, aquí y en otros lugares del poema (II 544, V 28, VI 786-787, VII 358, X 152), las antiguas virtudes romanas.

37 Designa el poder ejecutivo de las magistraturas superiores, sobre todo, el consulado.

38 El Campo de Marte, lugar donde se celebraban las elecciones, a menudo con sobornos y compraventa de votos.

39 Los intereses de los préstamos solían cobrarse el día de los Idus de cada mes.

40 Roma, como la diosa Cibeles, se representaba tradicionalmente con una corona de torres.

41 Es decir, desde su templo en el Capitolio. El «señor del trueno» es Júpiter.

42 La familia Julia, a la que pertenece César, se considera descendiente de Iulo, hijo de Eneas; de ahí que los Penates frigios, traídos de Troya por Eneas, sean los dioses protectores de su familia, además de serlo de Roma.

43 Quirino es sobrenombre de Rómulo, arrebatado, según la tradición, al cielo por su padre Marte.

44 Júpiter Laciar, o protector por excelencia del Lacio, tenía su santuario en el monte Albano, hoy Monte Cavo.

45 Las vestales eran las encargadas de mantener siempre encendido, en el templo de Vesta, el fuego, símbolo del poderío de Roma.

46 Hay varias interpretaciones de esta expresión que nos parecen menos adecuadas, como «en el tercer mes del invierno» (A. BOURGERY -M. PONCHOUT , ed. crít., 2 vols., Col. Budé, París, 1926-1930 [en adelante cit. BOURGERY ], ad locum ) o «la tercera noche después de la luna nueva» (P. WUILLEUMIER - H. LE BONNIEC , ed. crít., París, 1962 [libro I], ad locum; R. BADALÌ , texto y com., Bolonia, 1972 [libros I y VI], ad locum ). La que aquí damos es la defendida ad locum , en sus respectivas ediciones, por A. E. HOUSMAN (Oxford, 1926), J. D. DUFF (col. Loeb, Londres y Cambridge, 1928), y S. MARINER (Lucano. Farsalia , Madrid, 1978).

47 El senado había prohibido a César, que era procónsul de la Galia, entrar en Italia al mando de tropas.

48 Para César, la causa mejor será la del bando que resulte victorioso, pues los dioses ayudan siempre a la buena causa. De este modo intenta dar legitimidad a sus planteamientos, frente al senado y a Pompeyo.

49 Legendaria era la habilidad de los honderos baleares, así como la pericia de los partos para disparar mientras huían.

50 El lucero de la mañana, o sea, el planeta Venus, es el último en desaparecer a la salida del sol.

51 Los galos senones fueron los que tomaron Roma hacia el año 390 a. C. Los cimbros y los teutones constituyeron un grave peligro para Roma hasta que fueron vencidos por Mario en los años 102-101 a. C. El «Marte de Libia» es Aníbal.

52 Los tribunos cesarianos Marco Antonio y Quinto Casio abandonaron Roma después de que, en una sesión del senado, la curia, de mayoría pompeyana, les amenazó, según Lucano, con darles muerte, como había sucedido antaño con los hermanos Gracos, enfrentados con el poder senatorial. En aquella sesión se discutía si la presentación de César como candidato al consulado era compatible con la prórroga de su poder proconsular en la Galia con mando de tropas. Los antedichos tribunos defendían tal compatibilidad; el senado, no.

53 Curión, primero partidario de Pompeyo, pasó después, por dinero, a las filas cesarianas. En su juventud atacó a los triunviros, y el poeta parece aludir a su moción de que César y Pompeyo renunciaran ambos al mando militar, licenciando sus tropas.

54 Curión, tribuno de la plebe y, como tal, con derecho de veto, hizo uso de este privilegio para impedir que el senado nombrara un sucesor de César en la Galia.

55 Llamada así por estar adornada con los espolones (rostra ) de las naves capturadas al enemigo durante la primera guerra púnica, que terminó con una victoria naval romana. Era la tribuna de los oradores en el Foro.

56 El partido pompeyano.

57 Parejos, es decir, no mayores que los arrostrados en la guerra de las Galias.

58 El corcel de la Élide, es decir, de Olimpia, ciudad de aquella región, sede de los famosos juegos en los que también se celebraban carreras de carros.

59 Se refiere a la Galia, Germania y Britania, países nórdicos para los romanos.

60 Gayo Claudio Marcelo fue cónsul en el 49 a. C., cuando César volvía de la Galia. Catón, uno de los principales protagonistas del poema, fue acérrimo enemigo de César.

61 El pueblo hambriento forzado a someterse. En el 57 a. C., Pompeyo, nombrado praefectus annonae o encargado de la alimentación, almacenó en Roma todo el trigo con la prohibición de exportarlo, por lo que se le acusó de provocar intencionadamente la carestía para tener al pueblo sometido a su poder.

62 Se trata del proceso contra Milón, cabecilla de una banda al servicio del partido aristocrático, que había dado muerte, el 52 a. C., a Clodio, líder de la banda de la facción contraria, la popular. Fue defendido por CICERÓN (Por Milón ). Pompeyo, rodeando de tropas el tribunal, impidió que el proceso se desarrollara en las normales condiciones de tranquilidad e imparcialidad requeridas.

63 Pompeyo empezó su carrera política y militar a la sombra de Sila, pero está clara la parcialidad de estas palabras de César.

64 Sila, dueño absoluto del poder en Roma, abdicó incomprensiblemente en el 79 a. C., retirándose a la vida privada.

65 Alusión a los grandes éxitos de Pompeyo, aquí minimizados: su victoria, en el 67 a. C., sobre los piratas de Cilicia que infectaban el Mediterráneo y la que obtuvo sobre Mitrídates, rey del Ponto, que, tras su derrota, abandonado y traicionado por los suyos, se envenenó y, como el veneno tardaba en actuar, se hizo atravesar con la espada.

66 Después de su victoria sobre los piratas, a un cierto número de ellos, hechos prisioneros, los convirtió en colonos, asignándoles tierras, como a los veteranos de guerra.

67 Era el centurión de mayor categoría dentro de cada legión.

68 Véase la n. 59.

69 Monte de Tesalia. El bóreas, viento del Norte, es llamado aquí «tracio», porque la Tracia estaba al norte de Macedonia, entre ésta y el Mar Negro.

70 El Ródano.

71 La frontera entre Italia y la Galia Narbonense, establecida en los Alpes, fue retrotraída hasta el río Varo por César en el 49 a. C.

72 El puerto de Mónaco, relacionado con Hércules. Ya PLINIO EL VIEJO (Hist. Nat . III 47) lo llama «Portus Herculis Monoeci». El cierzo, que, según el poeta, lo bate, es el mistral o viento del norte.

73 Se refiere a la acción de las mareas, sobre cuyas posibles causas hace Lucano brevemente una de las digresiones científicas a las que tan aficionado es.

74 Creían los antiguos que el sol se alimentaba con el agua evaporada del mar.

75 De hecho no fueron los nervios, sino los eburones, sus vecinos y aliados, los que dieron muerte a Lucio Arunculeyo Cota, jefe de una legión romana, en el 54 a. C., quebrantando el acuerdo de dejarle libre paso por sus tierras.

76 Los sármatas habitaban al norte del Danubio y del Mar Negro; los vangiones, a orillas del Rin, en las cercanías de los actuales Worms y Spira. Mas los verdaderos portadores de bracae eran los galos de la Narbonense, que se conocía como la Gallia Bracata .

77 No puede ser el río español afluente del Segre (véase más adelante, IV 21), sino un río galo desconocido. A no ser que se trate de la confusión de un copista.

78 Se trata de cinco versos interpolados: los cuatro primeros lo fueron hacia el año 1100; el último, durante el Renacimiento.

79 La Gallia Comata , así llamada por la costumbre céltica de los cabellos largos, era la no sujeta al poder romano, y se distinguía de la Narbonense, romanizada muy pronto y llamada Togata por la adopción de la característica toga romana.

80 Teutades, Eso y Táranis son las tres principales divinidades de la Galia, a las que se ofrecían sacrificos humanos, como a la Diana-Ártemis venerada en el Quersoneso tracio.

81 Suele creerse, ya desde CÉSAR (Guerra de las Galias VI 14, 5), que los druidas creían en la transmigración de las almas a otros seres después de la muerte. Según P. LEJAY (ed. y com., París, 1894 [libro I]) en su comentario a este pasaje. Lucano expone aquí la auténtica doctrina druídica, que consiste en considerar la otra vida como mera prolongación de ésta, sin transmigración, conservando la misma personalidad.

82 La actual Bevagna, ciudad de la Umbría, cerca de Asís.

83 Es decir, en marcha seguida, estableciendo un campamento cada noche para abandonarlo al día siguiente y proseguir la marcha; de ahí su multiplicación.

84 Véase n. 44.

85 Febe, es decir, la Luna, que estaba en fase de plenilunio, sufrió un eclipse.

86 Atreo, rey de Micenas, sirvió en un banquete a su hermano Tiestes sus propios hijos. El sol invirtió su curso como protesta ante tal infamia.

87 Vulcano, dios del fuego. Paulo Festo, gramático del siglo II d. C., hace derivar el apelativo de mulcere , que significaría «ablandar», porque este dios ablanda el hierro en sus fraguas.

88 Las ferias latinas, fiestas con que se conmemoraba anualmente la confederación de los pueblos del Lacio, concluía con un sacrificio nocturno en el ya aludido santuario de Júpiter Laciar sobre el Monte Cavo. El fuego de dicho sacrificio indicaba la terminación de las ferias.

89 La pira de Eteocles y Polinices, hermanos que murieron luchando uno contra el otro en el asedio de Tebas. Al incinerarlos juntos, la llama de la pira se partió en dos, indicando su mutuo odio incluso después de muertos.

90 Gibraltar.

91 Dioses nacionales que protegen la ciudad y la familia, como los Lares.

92 Profecías contenidas en los llamados «libros sibilinos», que, según la tradición, fueron ofrecidos a los Tarquinios por la Sibila de Cumas y que se quemaron en el incendio del Capitolio el 83 a. C., siendo reconstruidos no con plenas garantías. Solían consultarse en épocas de crisis nacional.

93 Los sacerdotes de Belona, diosa de la guerra —probablemente de origen sabino—, se herían en ceremonias sangrientas.

94 Los galos, sacerdotes de Cibeles, se mutilaban, poseídos por la diosa, e incluso se autocastraban.

95 Por las serpientes que les servían de cabellera.

96 Dos venganzas de Baco. Agave, madre de Penteo, rey de Tebas, fue empujada, en el frenesí dionisíaco, a matar y despedazar a su hijo, que había ofendido a Baco. Por su parte. Licurgo, rey de Tracia, prohibió el culto de Baco y cortó las vides de su reino. En castigo, el dios le dejó ciego e hizo que diera muerte, por error, a su propio hijo Driante.

97 Hércules, el Alcida (descendiente de Alceo), se volvió loco por obra de la Furia Megera, según Séneca —Lisa, según Eurípides—, y dio muerte a su esposa y a sus hijos. Dite es Plutón, dios de los infiernos, de donde logró volver victorioso Hércules, liberando a Teseo y trayéndose al Cérbero, el perro de tres cabezas guardián del reino subterráneo.

98 La evocación de Sila y de Mario, anteriores protagonistas de una sangrienta guerra civil, cierra hábilmente la enumeración de los prodigios que anuncian la nueva guerra civil. El cadáver de Mario, por orden de Sila, fue arrojado al río Anio. Sila fue enterrado en el Campo de Marte.

99 Es la ceremonia llamada Amburbium .

100 El lustrum es una ceremonia de purificación, que suele ir acompañada de un suouetaurile o sacrificio expiatorio de un cerdo, una oveja y un toro.

101 El pomerium es el recinto religioso de Roma, zona no edificable ni cultivable.

102 Con la toga recogida por la espalda y anudada al pecho, para facilitar los movimientos. Costumbre importada de Gabii, vieja villa del Lacio.

103 El Palladium , estatua de Minerva traída, según la tradición, de Troya y conservada en el templo de Vesta.

104 Afluente del Tíber, donde se sumergía la estatua de Cibeles en la ceremonia final de sus fiestas anuales del mes de marzo. El rito lo presidían los quindecínviros, encargados de guardar los libros sibilinos (véase n. 92) y de supervisar los cultos extranjeros. El culto de Cibeles procedía de Frigia.

105 Aquí, símbolo de buen augurio. De hecho, cuando los augures observaban el vuelo de las aves, el buen augurio lo indicaba el que volaran por el Este, y el malo, por el Oeste. En Roma, a diferencia de Grecia, los augures se solían colocar mirando al Sur, con lo que la izquierda coincidía con el Oriente, zona de buen augurio.

106 Los septénviros, auxiliares de los pontífices, eran los encargados de preparar los banquetes rituales en honor de Júpiter.

107 Asociación religiosa encargada de mantener los cultos sabinos, y cuya fundación se atribuía al viejo rey sabino Tito Tacio.

108 Los salios eran sacerdotes de Marte y celebraban su culto con danzas rituales, haciendo entrechocar los escudos sagrados (ancilia ) que se decía habían caído del cielo en tiempos del rey Numa Pompilio. El flamen Dialis o sacerdote de Júpiter llevaba como distintivo el apex o rama de olivo fijada al tocado con una cinta de lana.

109 Los harúspices eran los encargados de adivinar el futuro estudiando las entrañas de las víctimas sacrificadas. Examinaban una serie de órganos, de los que Lucano enumera aquí cuatro: el hígado, los pulmones, el corazón y los intestinos.

110 El hígado es el órgano más importante en la haruspicina y se dividía para su examen en dos zonas: la favorable y la hostil.

111 Mítico personaje etrusco que enseñó a sus conciudadanos la haruspicina, expuesta en los llamados «libros tagéticos».

112 Nigidio Fígulo, personaje curioso e interesante —político, matemático, filósofo, mago, etc.—, contemporáneo de César y de Cicerón, es utilizado por Lucano para emitir una predicción astrológica.

113 Alude a Deucalión, hijo de Prometeo y único superviviente, junto a su esposa Pirra, del diluvio universal. Algunos lo asimilan a la constelación de Acuario.

114 Apelativo de Marte, relacionado erróneamente por los gramáticos latinos con el verbo gradior «marchar», como si fuera «el que marcha» al combate.

115 Apelativo de Mercurio, que se suponía había nacido en el monte Cileno, en Arcadia.

116 Los edonios eran un pueblo de Tracia, cuyo rey Licurgo ha sido aludido más arriba.

117 Lieo es un sobrenombre de Baco y significa «liberador» de preocupaciones. Ogigio equivale a tebano, pues Ogiges fue el mítico fundador de Tebas. Baco era hijo de la tebana Sémele.

118 Sobrenombre de Apolo, «el que cura» enfermedades y desgracias.

119 El Pangeo es una cadena montañosa entre Macedonia y Tracia. El Hemo es un macizo rocoso al norte de Tracia. Filipos está aquí por Farsalia, confusión debida a que ambas batallas se riñeron en Macedonia.

120 Sin enemigo extranjero, se entiende, ya que será una guerra entre conciudadanos.

121 Lago había sido el fundador de la dinastía de los Lágidas, a la que pertenecían el entonces rey de Egipto Ptolomeo XIV y su hermana Cleopatra.

122 Alusión al cadáver de Pompeyo, decapitado en Egipto por los sicarios del susodicho Ptolomeo, cuando llegó allí después de su derrota en Farsalia.

123 Diosa griega de la guerra, equivalente a la Belona romana. Con la referencia a Sirte y Libia alude el poeta a la batalla de Tapso en el 46 a. C. Inmediatamente después, con la referencia al paso de los Pirineos, se alude a la batalla de Munda, en Hispania (véase n. 12).

124 Alusión al asesinato de César en el senado el 15 de marzo del 44 a. C.

125 Aquí sí se alude a la auténtica batalla de Filipos del 42 a. C.

Farsalia

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