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Introducción

Pese a vivir en una época donde se habla abiertamente de sexualidad (incluso en los medios de comunicación masiva), el sexo anal sigue siendo un tema tabú, que provoca vergüenza, comentarios condenatorios, bromas de mal gusto. De hecho, todavía hoy son numerosos los mitos sobre esta práctica sexual tan antigua como la humanidad.


Fresco griego. Tumba del Nadador, detalle de la pared norte (año 470 a.C.). Parque Arqueológico de Paestum, Italia

La falta de educación sexual exacerba prejuicios y genera un impacto negativo sobre la salud física y psicológica. En general son de origen informal los contenidos que circulan entre la población: consejos de pares, pornografía, sitios web, opiniones escuchadas en bares, contenidos televisivos, radiales, gráficos. Abundan los comentarios sesgados, sexistas, discriminatorios y por lo tanto errados. Para empeorar el panorama, es muy escasa –y de pobre evidencia científica– la literatura médica sobre el tema.

Las dificultades que tanto médicos como pacientes experimentan cuando hablan sobre sexualidad vaginal aumentan cuando se trata del coito anal, más aún si la conversación es entre varones. Una encuesta realizada a 736 médicos de California (llamativamente respondida sólo por el 13%) reveló que el 18,3% se sentía incómodo a veces o con frecuencia al momento de atender un paciente homosexual.1 En cambio, según una encuesta online realizada a 399 médicos y psicólogos de la República Argentina, sólo el 3,6% manifestó incomodidad frente a la atención de individuos homosexuales.2 Es probable que esta diferencia se relacione con los nueve años transcurridos entre una y otra encuesta, y con la mayor aceptación de la población homosexual en la última década.

Tanto en nuestro país como en el extranjero, resulta notable la falta de capacitación profesional en materia de diversidad sexual. Por ejemplo, según una encuesta realizada a decanos de 150 Facultades de Medicina de Estados Unidos y Canadá, el tiempo promedio dedicado a la temática LGBTI durante toda la carrera fue de cinco horas y el 33,3% de los encuestados dijo no haber recibido ni una sola durante los años clínicos de formación.3

Aunque en nuestro medio no registramos trabajos como éste, es probable que los médicos argentinos suframos un déficit similar. Por lo pronto, recién en 2017 el Ministerio de Salud de la Ciudad de Buenos Aires incorporó contenidos sobre diversidad sexual, incluyendo la Ley de Identidad de Género Nº 26.743, en los exámenes para residencias médicas.4

Es fundamental que el médico cuente con evidencia científica: esto le permitirá asesorar adecuadamente a los pacientes y ayudarlos a combatir mitos y prejuicios.

Para la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Panamericana de la Salud (OPS), la salud sexual es la “experiencia del proceso permanente de consecución de bienestar físico, psicológico y sociocultural relacionado con la sexualidad y no la mera ausencia de disfunción, enfermedad o de ambos”. Para que la salud sexual sea tal, es necesario que los derechos sexuales individuales sean reconocidos y garantizados por el Estado, la sociedad en general y el equipo de salud en particular. Requiere de un enfoque positivo y respetuoso de la sexualidad y de las relaciones sexuales, así como la posibilidad de tener experiencias placenteras y seguras, libres de discriminación, imposiciones y violencia.5

Esto implica el derecho a contar con información. El profesional sólo podrá ofrecerla si posee la capacitación necesaria para abordar un tema muy amplio, que excede el conocimiento de enfermedades y sus tratamientos. De esta necesidad surge este libro que incluye una revisión de la literatura científica vigente sobre la relación entre sexo anal, salud y patología anorrectal.

Salud anal y sexualidad

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