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Capítulo 1

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QUÉ DIABLOS…?

Desde su despacho, situado en el piso más alto del edificio de cuarenta y cuatro plantas del grupo Knox, Theo Knox se quedó mirando la página web que ocupaba toda la pantalla del iPad que su jefe de seguridad acababa de colocar delante de él.

Parecía ser una tabla de información.

«Harmony», ponía en el encabezado. Y debajo estaban los detalles:

Edad: 26 años

Altura: 1,85

Cabello: Rubio

Ojos: Azules

Intereses: Viajar, leer, música.

Experiencia sexual: Ninguna

¿Y la página web? Los ángeles de Belle, según el elaborado logotipo con enredaderas que brillaba en la esquina superior derecha. Todo eso estaba muy bien, pero, ¿a él de qué le servía? ¿Y por qué Antonio Scarlatto, un empleado valioso al que hasta ahora consideraba competente, creía que podía servirle?

Theo no tenía ningún interés en páginas de citas, ni en ningún tipo de cita, porque las aventuras de una noche ocasionales cuando surgía la necesidad era más que suficiente para él. Y aunque no fuera así, no tenía tiempo para otra cosa. Como dueño y director de una empresa mundial que empleaba a miles de personas y valía millones de dólares, tenía una gran cantidad de asuntos que reclamaban su atención. Y actualmente el principal era cómo iba a persuadir al sentimental dueño del negocio que quería comprar para que se lo vendiera.

–¿Por qué me haces perder el tiempo enseñándome esto? –preguntó Theo alzando la vista de la pantalla y clavándola en el hombre que estaba al otro lado del escritorio.

–Está relacionado con un miembro de tu equipo –dijo Antonio sin pestañear–. Está registrada en esta web y esta es su página. Intentó iniciar sesión desde el ordenador del trabajo hace veinte minutos. Nuestro sistema de seguridad lo registró. La política de la empresa prohíbe acceder a este tipo de sitios, así que quería saber qué acción tomar.

–Es una página de citas –dijo Theo sin entusiasmo.

–No es solo una página de citas –replicó Antonio–. En ese caso no te habría molestado. Sigue bajando.

Theo suspiró y volvió a centrar la atención en la tableta, centrándose en la información mostrada.

Y se quedó paralizado.

Porque la descripción de Harmony estaba acompañada de media docena de fotos. De la mujer en cuestión con varios atuendos y en poses provocativas. En las primeras cuatro fotos al menos llevaba ropa, aunque ajustada. En las dos últimas iba vestida con una especie de negligé, pero como si no llevara nada, porque era completamente transparente y no le ocultaba ni las curvas ni las piernas largas. Nada.

Y su rostro…

Theo conocía aquel rostro. Era Kate Cassidy. Harmony, con su cuerpo lujurioso, era Kate Cassidy. Theo sintió como si le hubieran dado un puñetazo en el estómago.

¿Qué diablos pretendía?

Hizo un esfuerzo por recuperar la compostura, siguió bajando y leyó el texto que acompañaba a las fotos. Se le heló la sangre en las venas. Antonio tenía razón. Los ángeles de Belle no era solo una página de citas, y Kate no iba tras una cita normal. Cuando entendió lo que estaba leyendo, las preguntas empezaron a darle vueltas por la cabeza. ¿En qué diablos estaba pensando Katie? ¿No se daba cuenta de lo peligroso que era aquello? Y lo que era más importante, ahora que Theo sabía lo que planeaba, ¿qué iba a hacer al respecto?

Porque estaba claro que tenía que hacer algo, pensó mientras navegaba por la página cada vez más horrorizado. Estaba claro que Kate necesitaba vigilancia. De hecho, Theo tendría que haberles echado un ojo a ella y a su hermana pequeña desde la muerte de su hermano mayor, Mike, nueve meses atrás. Discretamente, desde lejos. Asegurarse, en cualquier caso, de que estaban bien por la enorme deuda que tenía contraída con él. Mike había muerto por algo que Theo podría haber evitado, y además ellas no tenían a nadie más.

Entonces, ¿por qué no había hecho nada? ¿Por qué no era siquiera consciente de que Kate estaba trabajando para él?

Bueno, por lo que fuera, aquello se terminaba ahí. Estaba claro que Kate había perdido la cabeza. Y peor todavía, al inscribirse en aquella página en particular se había puesto en peligro, y eso resultaba inaceptable.

–¿Qué acción quieres que tome? –preguntó Antonio atajando los pensamientos de Theo antes de que continuaran por el camino de la muerte de Mike y el recuerdo de sus turbulentos años adolescentes.

–Cerrar ese sitio –dijo Theo girando la tableta en dirección a Antonio–. Cueste lo que cueste. Ciérralo.

El jefe de seguridad asintió brevemente con la cabeza.

–¿Y con la empleada en cuestión?

–Yo me encargo de eso.

En los cinco meses y medio que Kate llevaba trabajando para el grupo Knox, nunca la habían llamado a la última planta del edificio de Londres, y a ella le parecía bien. Su posición de contable no merecía aquel dudoso honor y, sinceramente, cuanto menos tuviera que relacionarse con el odioso Theo Knox, mejor.

No se conocían bien, gracias a Dios. A lo mejor había sido amigo de su hermano, pero ella solo lo vio una vez. En el funeral de Mike nueve meses atrás. Y desde entonces no era que tuvieran precisamente una relación cordial. Después de todo, él era el hombre que le había dicho fríamente que no estaba interesado y le dio la espalda cuando ella cometió el tremendo error de pedirle apoyo. Lo único que Kate quería era una copa rápida después del funeral. Para hablar. Nada más. Todo los demás se habían marchado y ella se sentía destrozada y sola, así que solo quería prolongar la tarde hablando de su hermano con alguien que al parecer lo había conocido bien. Pero estaba claro que el poderoso y altivo Theo se había tomado su sugerencia como una invitación, y la había tratado con desdén antes de darse la vuelta sobre sus talones.

Kate se quedó allí mirando como se marchaba sin saber si reír o llorar. ¿De verdad había pensado que estaba intentando ligar con él? ¿En el funeral de su hermano? No podía ser más absurdo. Su arrogancia resultaba increíble. Pero peor había sido cómo se sintió por su rechazo inesperado. No tendría que haberle importado lo que él pensara porque no significaba absolutamente nada para ella, pero su respuesta había pulverizado la poca autoestima que le quedaba.

Así que si hubiera estado en posición de rechazar la oferta de trabajo de su empresa que llegó poco después, lo habría hecho. Pero tenía facturas que pagar y el sueldo que ofrecía era demasiado generoso para rechazarlo. Aunque por supuesto, no lo suficiente para cubrir la estratosférica suma de dinero que exigía la residencia de su hermana, ni la cada vez más alta suma de la deuda de su hermano, pero sí lo bastante para que Kate quisiera pasar el periodo de prueba. Y esa era la razón por la que, cuando recibió una llamada de la asistente de Theo requiriendo su presencia en la planta alta a las seis en punto de la tarde, la hora en la que tendría que estar marchándose a casa, Kate obedeció al instante.

Cuando salió del ascensor y llegó al mostrador de recepción, le indicaron que se dirigiera a las puertas de madera. Aspiró con fuerza el aire, levantó la barbilla y llamó. No tuvo que esperar mucho hasta escuchar el ladrido de una voz masculina:

–Adelante.

Kate se preparó y entró. En cuanto cruzó por la puerta, su atención se centró al instante en el hombre que estaba al otro lado del enorme escritorio de roble, el hombre que la miraba con una intensidad que irradiaba autoridad y sugería un control absoluto de sí mismo.

–Cierra la puerta.

Kate obedeció y se acercó a él, la oficina se iba haciendo más calurosa y claustrofóbica a cada paso que daba. Y teniendo en cuenta el ultramoderno sistema de control de temperatura con el que contaba el edificio, resultaba extraño, por no decir un poco inquietante.

Igual que la manera automática en la que hizo un inventario automático de su aspecto. En el funeral de Mike estaba demasiado afectada para fijarse en nadie. Pero ahora, tenía que reconocer a regañadientes que las revistas del corazón estaban en lo cierto. Con el cabello corto y negro, los ojos de obsidiana y las facciones cinceladas, era probablemente el hombre más guapo que había visto en su vida. Tenía unos hombros increíblemente anchos bajo la chaqueta del traje, a tono con lo alto que era. Y eso sabía que era así porque aunque ahora estaba sentado, había tenido un destello de memoria de haber tenido que mirar hacia arriba cuando le sugirió aquella tarde que fueran a tomar algo, algo poco habitual para ella, ya que medía un metro con ochenta y dos centímetros.

Pero daba lo mismo que fuera guapísimo y que tuviera un envidiable control sobre sí mismo. Seguía siendo un ser humano profundamente desagradable.

Kate se detuvo frente al escritorio e hizo un esfuerzo por mantener la calma, porque no serviría de nada hacerle saber la opinión que tenía de él ni lo vulnerable que se podría sentir si seguía recordando lo mal que la había hecho sentir.

–¿Quería verme, señor Knox? –preguntó con frialdad.

Algo brilló en la profundidad de los ojos de Theo durante un instante.

–Sí –dijo señalando con la cabeza una de las dos modernas butacas que había al lado del escritorio–. Me puedes llamar Theo. Siéntate.

Kate se sentó con mucha calma y ocupó un par de segundos estirándose la chaqueta y atusando la falda. Necesitaba tranquilizarse. Resultaba ridículo que le latiera el pulso con tanta fuerza.

–¿Cómo estás?

Kate se quedó un segundo paralizada y frunció el ceño. ¿Cómo? ¿Ahora quería ser cortés? Bien, ella también podía serlo. Podía olvidar cómo se habían conocido por el momento. En cualquier caso, seguramente él no lo recordaba.

–Muy bien –afirmó con entusiasmo–. ¿Y tú?

–También. ¿Café? ¿Té?

–No, gracias. No quiero nada.

–¿Y qué tal el trabajo?

Ajá. ¿Cuál? Además de como contable, ahora trabajaba también en un bar cinco noches a la semana y paseaba perros sábado y domingo. El poco tiempo que le quedaba lo utilizaba para ir a ver a su hermana o llevando libros de contabilidad como freelance.

–Extraordinariamente bien –afirmó con una sonrisa radiante–. Lo disfruto mucho.

–Bien –Theo se inclinó hacia delante–. Bueno, Kate. Háblame de Los ángeles de Belle.

Y así, sin más, toda su compostura desapareció, igual que la falsa sensación de seguridad de la que hasta ese momento disfrutaba. Se le borró la sonrisa y sintió un nudo en el estómago. ¿Qué sabía Theo Knox de Los ángeles de Belle? ¿Y cómo? Sin duda no sería usuario. No tendría ningún problema para conseguir una cita. Pero, ¿habría visitado el sitio web? ¿Habría visto su página? La idea de que Theo hubiera visto sus fotos la hacía sentir muy débil.

–¿Qué pasa con eso? –preguntó Kate con cuidado, porque la expresión de Theo no revelaba absolutamente nada.

–Estás ahí.

Ah. Muy bien. Pillada.

Kate no vio la necesidad de negarlo ni de inventarse ninguna excusa.

–Así es –dijo recordándose que no tenía por qué disculparse y sentirse avergonzada.

Y si había visto su página, ¿qué más daba? Las fotos eran buenas. Empoderadoras. O algo así. Al menos se le había ocurrido una solución a la traumática situación que le quitaba el sueño, aunque era cierto que había traído consecuencias inesperadas y algo incómodas.

–Has intentado acceder desde el trabajo.

Era cierto. Aquella misma tarde a primera hora. Se había inscrito el día anterior, y su perfil había generado muchísimo interés, especialmente la alusión a la virginidad, por lo que había recibido una oleada de correos, algunos de pura curiosidad, otros un poco raros y algunos directamente escalofriantes. Como no sabía qué hacer y quería detener la avalancha, había decidido cambiar los ajustes de la cuenta mientras encontraba una solución.

–Así es.

–Lo cual supone un incumplimiento de la política de la empresa.

Cuando escuchó aquello, Kate se quedó completamente paralizada y el corazón le dio un vuelco. Oh Dios. No había pensado en eso. Pero tendría que haberlo hecho.

–Ha sido un error –dijo mientras las terribles consecuencias le pasaban por la cabeza–. No volverá a ocurrir.

–Así es –respondió él con mirada inescrutable–. No volverá a ocurrir.

A Kate se le formó un nudo en la garganta y tragó saliva para pasarlo.

–¿Me estás despidiendo?

–No. Digo que no volverá a ocurrir porque he hecho que cierren el sitio.

¿Cómo? Aquello no iba bien.

–No puedes hacer eso –murmuró abatida al darse cuenta de que si aquello era verdad, Theo había estropeado su única posibilidad de conseguir mucho dinero fácilmente.

–Puedo y lo he hecho. No ha sido tan difícil.

No, seguramente no, teniendo en cuenta que era un hombre de mucho poder e influencia, pero…

–No tenías derecho. ¿Por qué lo has hecho?

Theo alzó las cejas, el único gesto expresivo que le había visto hacer desde que entró.

–Habías firmado para entrar a formar parte de una agencia de acompañantes, Kate.

Su tono sonó brutal y condenatorio, pero Kate se negó a dejarse intimidar. Para él era muy fácil, con miles de millones en el banco. Pero la gente normal como ella tenía que ser más creativa si no querían destrozar la felicidad y la seguridad de su vulnerable hermana pequeña, y además perder la casa que habían compartido con su adorado hermano.

–¿Y qué? –preguntó Kate resistiendo el impulso de alzar la barbilla. No quería mostrar desafío para que no reconsiderara su decisión de no despedirla–. Los ángeles de Belle ofrece distintos servicios de acompañamiento, y yo solo he firmado por el nivel uno.

Theo la miró como si fuera una extraterrestre.

–¿De verdad crees que alguien te iba a pagar mil libras por una hora de conversación?

–¿Por qué no? –afirmó ella–. Soy una conversadora de primera clase.

–No me cabe duda. Pero créeme, tus… clientes… esperarían mucho más que eso.

–Sí, bueno, está claro que tú tienes mucha más experiencia con ese tipo de sitios que yo.

En respuesta a su comentario, la expresión de Theo se ensombreció y la miró con dureza.

–He oído historias –afirmó–. Ninguna de ellas buena. ¿Tienes idea de lo peligroso que podría haber sido?

Kate abrió la boca para contestar y volvió a cerrarla, porque tal vez ahí tuviera razón. Lo cierto era que no estaba pensando con mucha claridad cuando se inscribió en aquel sitio la noche anterior. Acababa de llegar otra exorbitante factura que no podía pagar, y estaba viendo en televisión un reportaje sobre vídeos sexuales caseros. Y en medio de su desesperación, le vino la idea de que el sexo vendía. Y aunque no estaba tan desesperada por el momento como para actuar delante de una cámara, seguramente habría opciones menos extremas.

Le resultó increíblemente fácil encontrar el sitio apropiado y registrarse. Luego pensó en la ropa que había comprado a lo largo de los años porque le hacía sentirse femenina y provocador, aunque no se la pusiera, y tuvo la impresión de que las estrellas se habían alineado. Por supuesto que había considerado las posibles consecuencias del plan, no era completamente idiota. Pero estaba al borde del precipicio, y los pros pesaban más que los contras.

Pero ahora se daba cuenta de que tal vez había tenido suerte al escapar de aquella situación, aunque significara que su única esperanza se había desvanecido y ahora estaba como al principio.

–Esto no es asunto tuyo –aseguró. No estaba dispuesta a admitir que Theo pudiera tener razón.

–Eso no es estrictamente cierto.

No. Bueno. Estaba el asuntillo de la política de la empresa, pero de todas maneras no tenía derecho a meterse en sus asuntos de aquel modo. De ningún modo.

–No necesito que me rescaten, Theo –dijo con voz tranquila–. Tengo veintiséis años. Soy muy sensata y perfectamente capaz de tomar mis propias decisiones.

–No lo parece.

Oh, aquello era insufrible.

–¿Y a ti qué más te da?

Theo se la quedó mirando en silencio un instante. Para su consternación, Kate se dio cuenta de que ella no podía apartar la vista. Apenas podía respirar. De pronto quería levantarse, subirse al escritorio y apretarse contra él. Y luego quería… bueno, no estaba muy segura de lo que quería hacer porque tenía poca experiencia en aquellos asuntos, pero quería averiguarlo. Tanto que ardía.

Abatida por su reacción, Kate se movió en un intento de aliviar el nudo que tenía en el estómago, pero lo único que consiguió fue que se le subiera la falda por los muslos. En aquel momento, la oscura mirada de Theo fue a parar a sus piernas y se quedó allí unos instantes. Tal vez Kate volvió a moverse, tal vez dejó escapar un gemido audible. No lo sabía. Pero Theo volvió a alzar la vista de golpe con expresión una vez más fría e inescrutable.

–Supongo que necesitas el dinero –dijo bruscamente.

Por supuesto que necesitaba el dinero, pensó ella tirando de la falda hacia abajo con dedos temblorosos como si el recordatorio de su precaria situación financiera hubiera eliminado la sensación de vértigo y hubiera vuelto a centrar la atención.

–Así es.

–¿Cuánto?

–Cien mil, además de unas cinco mil al mes durante los próximos sesenta, tal vez setenta años.

Theo alzó las cejas.

–Eso es mucho dinero.

–Soy consciente de ello –afirmó Kate con frialdad.

–Es una preocupación. Para mí –aclaró Theo–. Eres contable en mi empresa. Estás a punto de finalizar tu periodo de prácticas, y en ese momento tendrás acceso a ciertos niveles de las cuentas de banco de la empresa. Hay riesgo de fraude.

Kate parpadeó sin dar crédito a lo que oía. ¿Estaba hablando en serio?

–¿Estás sugiriendo que podría cometer un delito para pagar mis deudas?

–Es una posibilidad.

–¡No lo es, porque no soy una delincuente! –afirmó Kate acaloradamente.

–¿Para qué necesitas el dinero?

Kate aspiró con fuerza el aire para calmar la sensación de ultraje que la atravesaba.

–Tengo una hermana pequeña –dijo–. Milly. Ella estaba en el accidente de coche que mató a mis padres hace diez años –tragó saliva para poder continuar–. Sobrevivió, pero sufrió daños cerebrales graves. No puede vivir sola. Necesita cuidados las veinticuatro horas. El seguro solo paga las prestaciones básicas, y eso no es suficiente.

Theo no dijo nada durante un largo instante. Luego frunció el ceño y después asintió con la cabeza, como si algo hubiera cobrado sentido en su mente.

–Tu hermano pagaba el resto.

Ah, así que sabía quién era. Bien.

–Sí –murmuró Kate–. Y quedaba algo de dinero suyo, pero ya se acabó. Su apartamento era alquilado, y unos meses antes de su muerte lo dejó y se vino a vivir conmigo.

–¿Seguro de vida?

–No tenía. Créeme, si hubiera dinero en algún sitio lo habría encontrado. Cuando murió descubrí que había estado solicitando créditos a un interés altísimo. Y tenía que haberlos pagado así como ayer.

–Entiendo.

Kate se preguntó si sería verdad y tragó saliva para pasar la dura bola de emoción que se le había alojado en la garganta. Lo dudaba mucho. La combinación de desesperación, culpa, rabia, dolor y miedo que había sentido cuando supo lo que había hecho Mike resultó explosiva. Además, ¿había necesitado Theo dinero alguna vez tan desesperadamente como para hacer cualquier cosa con tal de conseguirlo? Lo dudaba mucho. Había conseguido su primer millón a los diecisiete años, y su fortuna no había hecho más que crecer desde entonces.

–Lo tendrás.

Ella se lo quedó mirando asombrada. ¿A qué se refería? ¿Tener qué?

–¿Disculpa?

–Dame tus datos bancarios y yo pagaré la deuda y estableceré un fondo de fideicomiso para pagar todo lo que tu hermana necesite durante todo el tiempo que sea necesario.

¿Cómo? Aquello era imposible.

–¿Estás hablando en serio? –preguntó sin dar crédito.

–Sí.

–¿Por qué harías algo así?

Los ojos de Theo se nublaron y Kate distinguió un destello de lo que parecía… ¿qué? ¿Culpabilidad? ¿Angustia? ¿Remordimiento? Aunque seguramente se trataría solo de irritación porque Kate hubiera interrumpido su ocupada agenda con lo que él percibía como un problema.

–Porque puedo hacerlo –dijo Theo finalmente.

Eso era una verdad innegable. Era uno de los diez hombres más ricos del mundo, según un artículo del periódico que había leído. Pero en cualquier caso, ¿qué hombre de negocios con reputación de implacable haría algo así?

–¿De verdad esperas que me crea que eres así de altruista? –preguntó Kate, incapaz de contener el escepticismo.

–No me importa demasiado lo que creas.

Qué amable.

–Bueno, pues muchas gracias , pero no puedo aceptarlo –afirmó ella con rotundidad–. Es demasiado.

–¿Y de dónde vas a sacar el dinero?

–Ya se me ocurrirá algo.

–Más te vale que sea pronto.

Sí, esa era la cuestión. Se estaba quedando sin tiempo. Y se sentía agotada por la preocupación del dinero.

–Solo por curiosidad, ¿qué querrías a cambio? –preguntó. No porque se lo estuviera planteando, que no, sino porque sin duda semejante cantidad de dinero tendría un precio.

–Nada.

Ella se lo quedó mirando fijamente.

–¿Nada? ¿Y por qué no?

–¿Necesito una razón?

–Yo sí. Tú estás en el mundo de los tratos. Nadie consigue nada gratis. Hasta yo sé eso.

–Tienes mi palabra.

–No sé cuánto vale tu palabra –¿y si, en el hipotético caso de que Kate aceptara, Theo decidiera de pronto que su dinero le daba derecho a decidir sobre el futuro de Milly? ¿Y si en algún momento decidía dejar de pagar?

–Haré que mis abogados redacten un contrato –dijo él. Estaba claro que había leído el escepticismo en su rostro–. Tú puedes poner la condiciones. No las cambiaré.

–Las cosas que parecen demasiado buenas para ser verdad, generalmente lo son.

Theo apretó las mandíbulas.

–Acepta mi oferta, Kate. Es la única sobre la mesa.

Cierto. Pero…

–Nunca podré devolvértelo.

–No hay necesidad.

–Me sentiré en deuda.

–Entonces te sugiero que lo superes –respondió él con sequedad– Porque debes saber que voy a hacer esto, con tu consentimiento o sin él. Si accedes las cosas irán más rápido, esa será la única diferencia.

Y de pronto, ante tanta intransigencia, lo que quedaba de la resistencia de Kate se vino abajo.

¿Por qué seguía luchando contra aquello? Las llamas estaban a punto de alcanzarla. Y lo que Theo proponía borraría todas sus preocupaciones de un plumazo. Si él podía permitírselo y quería ayudar, ¿por qué no iba a dejarle hacerlo? Tal vez sí tuviera sentimientos, al fin y al cabo. Tal vez Mike y él sí hubieran sido buenos amigos. Y al final, ¿qué más daba? No tenía por qué caerle bien, y sus motivos no eran asunto de Kate. Le estaba ofreciendo un acuerdo sin letra pequeña que le quitaría a los acreedores de encima, y lo que era más importante, aseguraría la comodidad de Milly para el resto de su vida, además de los mejores tratamientos disponibles. Así que, aunque sentía que estaba haciendo en cierta forma un pacto con el diablo, no podía no aceptar su ayuda.

–Muy bien, de acuerdo –murmuró asintiendo con la cabeza–. Tú ganas.

Un compromiso en peligro

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