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Capítulo 2

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THEO no estaba tan seguro de haber ganado. Tal vez hubiera conseguido el resultado que buscaba, pero teniendo en cuenta la gigantesca deuda que tenía con Mike, lo menos que podía hacer era apoyar económicamente a Kate y a su hermana, y desde luego no disminuía la tremenda y omnipresente culpa que sentía por la parte que le tocaba en la muerte de su hermano. De hecho se sentía todavía peor, porque tendría que haber sabido lo de los créditos.

Y luego estaba la batalla para mantener el control, que había empezado a perder desde el momento en que Kate entró en su despacho, detonando una reacción salvaje y completamente inesperada en él.

No estaba preparado para el efecto que produjo en él. La primera y única vez que se habían visto, después del funeral de Mike, una experiencia extremadamente dura por varios motivos, no dio pistas al respecto. Sin embargo, cuando había entrado por la puerta todos sus sentidos se pusieron en alerta. El modo en que se movía, de forma lánguida y sinuosamente elegante, le había hipnotizado. Y cuando se acercó al escritorio, las fotos de la página web regresaron de golpe a su cabeza. A cada paso que avanzaba hacia él, la sangre de Theo se calentaba y las preguntas empezaban a resonarle en la cabeza. «Olvídate de los datos y las aficiones», pensó con el pulso latiéndole con fuerza y el cuerpo duro. Eran otras cosas lo que le interesaban.

Y luego estaba el pequeño pero significativo detalle relacionado con su experiencia sexual. El «ninguna» implicaba que todavía era virgen, pero independientemente de su significado, no debería haber despertado el más mínimo interés en él. Y, sin embargo, para su rabia, lo encontraba fascinante porque en lo único que podía pensar era en por qué. Tenía veintiséis años no podía deberse a falta de oportunidades. Tenía el aspecto de una diosa. Tal vez no se tratara de una belleza convencional, pero desde luego era impresionante con su cabello largo y rubio, los grandes ojos azules y la estatura.

Pero Theo estaba haciendo un buen trabajo disimulando la atracción que le corría por las venas de forma bastante efectiva, porque estaba acostumbrado a mantener conversaciones que no tenían nada que ver con lo que le estaba pasando por dentro. Kate no sabría nunca nada sobre el fiero deseo que latía en su interior. Además, era algo puramente físico y que carecía de importancia.

–¿Necesitas algo más? –le preguntó con frialdad. Su voz no daba ni una pista de las turbulencias que estaba experimentando por dentro.

–No, gracias. Lo tengo todo bajo control.

Suerte para ella.

–Si eso cambia, házmelo saber.

–Por supuesto –dijo Kate haciendo amago de levantarse. Pero pareció pensárselo mejor–. Y por cierto –añadió–, gracias por tu ayuda. Ese «tú ganas» ha sido una grosería.

–Así es.

–Aunque para ser justos, habías pasado como una apisonadora por mis planes sin ninguna consideración por mis sentimientos.

Tenía razón, pero Theo no era de los que se disculpaban.

–Tal vez.

–En cualquier caso, no es excusa –continuó Kate–. Lo siento. Mis padres hacían mucho hincapié en los buenos modales –una sombra de tristeza cruzó por su mirada–. Bueno, que te agradezco mucho la oferta –dijo bruscamente–. Y de paso te doy también las gracias por haber cerrado ese sitio web. Me llegaron algunos correos perturbadores. Hay mucha gente enferma.

–¿Qué esperabas? –preguntó Theo–. Eres un caso bastante único. Una mujer de veintiséis años virgen en esta época es bastante inusual.

Kate se encogió de hombros.

–Supongo que sí.

–¿Cuál es el problema?

–No es asunto tuyo –Kate ladeó la cabeza–. Y además, ¿por qué quieres saberlo?

Buena pregunta. Apenas la conocía, y no tenía ninguna intención de ayudarla con aquello. ¿De dónde diablos había salido esa idea?

–Tengo curiosidad.

–No me parece un tema apropiado para una conversación entre jefe y empleada –contestó Kate–. Además, todavía estoy en periodo de prueba.

Ahí no había ningún problema. Theo había hablado con el responsable de contabilidad para saber si había que despedirla. Afortunadamente no, el trabajo de Kate era excelente y constituía un miembro confiable y valioso del equipo.

–Eres excelente en tu trabajo –afirmó–. Pasarás el periodo de prueba. Y hemos cruzado la línea entre jefe y empleado en el momento en que intentaste acceder a Los ángeles de Belle desde un ordenador de mi propiedad.

–En cualquier caso, no.

–Muy bien, de acuerdo –dijo Theo, molesto consigo mismo por insistir–. Ya puedes irte.

Kate vio cómo Theo señalaba en dirección a la puerta antes de volver a centrar la atención en el ordenador, y pensó que nunca la habían echado de ningún sitio de forma tan directa. Ella se había negado a jugar a la pelota, y Theo perdió interés.

Pues muy bien. No tenía el menor interés en compartir los problemas relacionados con su inexistente vida sexual con su jefe, nada menos. No quería ni imaginarse lo humillante que resultaría.

Y, por lo tanto, iba a hacer lo que él le pedía. En aquel instante. Iba a levantarse y a volver a casa, donde podría repasar tranquilamente lo sucedido en aquella conversación surrealista y luego pellizcarse para creerse que por fin habían terminado sus problemas económicos.

Entonces, ¿por qué no se movía? ¿Por qué sentía como si tuviera el trasero pegado a la silla? ¿Por qué le latía el corazón tan deprisa que le parecía que se le iba a salir del pecho? No podía estar pensando en contárselo, ¿verdad?

Pero para su horror, cada vez se sentía más tentada a hacerlo. ¿Qué estaba pasando? ¿Le había aplicado Theo algún tipo de psicología inversa y por eso de pronto deseaba desesperadamente compartir con él hasta el último detalle? ¿O se debía simplemente a que ahora que había experimentado una pizca de interés por su parte, quería más? Y de pronto ya no tuvo fuerzas para resistirse.

–Bueno, si de verdad quieres saberlo –dijo vagamente confiando en no haberse sonrojado–, se debe principalmente a mi altura–. Cuando cumplí quince años ya medía un metro ochenta. Era desgarbada y torpe, y mucho más alta que los chicos de mi clase. Había muchas otras chicas entre las que elegir, chicas normales.

–Tú no tienes nada de anormal –afirmó Theo deslizando la mirada por su cuerpo y encendiéndole la piel.

–No todo el mundo piensa eso –contestó Kate, decidida a ignorarlo–. En cualquier caso, fue una época difícil. Mis padres acababan de morir y mi hermana de doce años estaba en el hospital luchando por sobrevivir. La vida tal y como la había conocido quedó hecha pedazos.

Theo apretó las mandíbulas de modo casi imperceptible.

–Tardé un tiempo en superar la pérdida de mis padres, la nueva realidad de mi hermana y la culpa porque mi hermano tuviera que dejar la universidad para cuidar de mí. Y cuando estuve mejor, me di cuenta de que los hombres adultos también se sentían intimidados por mi altura. Al parecer resulta intimidante.

–Eso es patético –gruñó Theo.

Kate se encogió de hombros, como si los años de rechazo que habían mutilado su autoestima no tuvieran importancia.

–Bueno, las cosas fueron como fueron. Así que durante la época que mis compañeros de universidad salían con otras personas, yo estudiaba. Saqué las mejores notas posibles y ahora tengo un trabajo que me encanta.

–A mí tu altura no me resulta intimidante –afirmó Theo sin apartar los ojos de los suyos ni un instante.

–Normal –respondió ella sintiendo un escalofrío en la espina dorsal–. Eres un hombre de negocios de gran éxito con el mundo a su alcance. Dudo que te dejes intimidar por nada.

–Te sorprendería.

Los labios de Theo se curvaron en una media sonrisa, y Kate se dio cuenta de que le costaba trabajo respirar. Se sentía atrapada en su mirada. En llamas.

–En cualquier caso –continuó ella, sorprendida por aquel repentino deseo–, tu experiencia con la altura es seguramente muy distinta a la mía. ¿A que a ti nadie te ha preguntado cómo es el tiempo en las alturas, ni te ha sugerido que te dedicaras al baloncesto?

–No.

–Me lo imaginaba. El problema es que te abracen –afirmó Kate asintiendo con la cabeza.

Aunque no sería un problema si fuera Theo quien la abrazara, ¿verdad? Podría perfectamente esconder la cabeza en su cuello. El cuerpo se le ajustaría perfectamente al suyo. Y podría saber con exactitud lo duro y musculoso que estaba…

Pero, ¿qué le ocurría? Tenía que salir de allí cuanto antes. Si se quedaba allí, quién sabe qué más podría desvelar. Ya se había humillado suficiente. No se había callado desde que empezó a hablar.

–Bueno, pues ahí lo tienes –dijo esbozando una sonrisa débil–. La razón por la que sigo siendo virgen. Básicamente, nadie me desea. Y ahora debería irme, seguro que tienes mucho trabajo y ya te he robado bastante tiempo. Así que siento lo de la página web en el trabajo, y, eh, gracias por todo… Sí, será mejor que me vaya. A menos, por supuesto, que quieras algo más…

Un compromiso en peligro

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