Читать книгу Un compromiso en peligro - Lucy King - Страница 7
Capítulo 3
ОглавлениеALGO más?
Dios.
Pasaban tantas cosas por la cabeza de Theo que no sabía cómo desenredarlas. No entendía cómo era capaz de controlar la situación. Si hubiera sido consciente del caos que iba a desencadenar Kate, no le habría preguntado nada.
Cuando le contó todo lo que había pasado, se le revolvió todo el cuerpo. Cuando mencionó a la gente que le había rechazado durante años, apretó los puños y sintió el deseo de golpear algo por primera vez en catorce años, seis meses y diez días. Y luego estaba el deseo, el anhelo profundamente inapropiado de querer demostrarle a Kate lo que su propio cuerpo era capaz de sentir. De lo que serían capaces de hacer juntos.
La fuerza de su reacción hacia ella no tenía sentido. No era en absoluto la mujer más hermosa que había conocido, y Theo siempre había preferido la sofisticación de la experiencia antes que la ingenuidad. No tenía ninguna razón para sentirse así cerca de ella. Era demasiado visceral, demasiado dramático y completamente inaceptable.
Nunca había sentido nada así con anterioridad, pensó con amargura mientras Kate cruzaba sus piernas imposiblemente largas y colocaba las manos en los brazos del asiento. Y por supuesto, Theo no quería sentir nada así. Se había pasado la mayor parte de su vida adulta tratando de evitar precisamente algo así. Ya había vivido suficiente error, confusión e incertidumbre cuando era niño, y ahora le gustaba tener su vida controlada, ordenada y estéril.
El modo en que respondía a Kate ponía en peligro todo aquello. Le hacía añicos el cerebro y se burlaba de todo lo que consideraba primordial. Así que tenía que dejar que se fuera y ya. Ni siquiera se lo estaba poniendo difícil. Al ponerse de pie, atusarse la ropa y girar la cabeza hacia la puerta, tomando claramente el silencio de Theo como asentimiento, le estaba facilitando la mejor conclusión que podía esperar para la tarde.
Y, sin embargo, no era la conclusión que él quería. Ni por asomo. Quería tenerla tumbada en horizontal debajo de su cuerpo. Quería pasarse la noche recorriendo con las manos cada centímetro de aquel cuerpo glorioso para ver si era tan suave como parecía. Quería descubrir qué sonidos haría cuando alcanzaba el orgasmo, y con un instinto primitivo que nunca imaginó poseer, quería ser el primer hombre que la llevara a hacer aquellos sonidos.
Estaba perdiendo la batalla por el control. Cuando Kate llegó a la puerta, a un segundo de salir de su vida para siempre, Theo pensó que no debería dejarla salir de allí con la autoestima baja sin ninguna necesidad, pensando que nadie la deseaba cuando había alguien que sin duda sí lo hacía.
Él.
–Espera –dijo bruscamente levantándose sin saber muy bien qué estaba haciendo.
Kate se quedó quieta con la mano en el picaporte y se dio la vuelta con expresión confundida.
–¿Qué pasa?
Theo se paró delante de ella, lo bastante cerca como para poder tocarla. Pero se metió las manos en los bolsillos para no hacerlo.
–Hay una cosa más. Estás equivocada sobre lo de ser deseable. Eres muy, muy deseable.
Theo vio cómo el pulso se le aceleraba en la base del cuello–. Y te lo puedo demostrar.
–¿Ah, sí? –preguntó ella alzando la barbilla y arqueando una ceja–. ¿Y cómo?
Kate tenía los inocentes ojos abiertos de par en par, y entonces Theo se dio cuenta de que respiraba casi jadeando y que estaba mirándole los labios.
–Así –murmuro dando un paso adelante, tomándole el rostro entre las manos y apoyando la boca con fuerza en la suya.
Theo se movió con tal rapidez, de un modo tan inesperado, que durante una décima de segundo, Kate no supo qué estaba pasando. Estaba demasiado ocupada intentando procesar el seísmo que la había atravesado cuando le pidió que esperara y se lanzó hacia ella con la trayectoria fija de un misil. La firmeza de la mandíbula, la mirada ardiente y el tono ronco habían hecho que Kate se estremeciera de la cabeza a los pies. Y cuando se paró delante de ella con la tensión emanándole de todos los poros, algo dentro de Kate cobró vida y le hizo hervir la sangre. Y luego sus palabras. ¿Deseable? Sí, claro. No supo qué la llevó a pedirle una prueba de ello ni sabía qué esperaba, pero ahora que la estaba tocando, abrazándola y besándola como si le fuera la vida en ello, y desde luego Theo no parecía ser la clase de hombre que hiciera algo que no quisiera.
Kate cerró los ojos y se apoyó en él, besándole a su vez. Theo le puso las manos en la cintura, y en aquel instante, la química que Kate no había sabido identificar antes por ignorancia se encendió. En cuanto sus lenguas se encontraron, Theo gimió y la besó más apasionadamente y con destreza. Un líquido caliente le recorrió las venas y se le asentó entre las piernas. Kate movió instintivamente las manos por su espalda y él movió las caderas. Entonces sintió la dureza de su erección presionándole el abdomen, y de pronto deseó sentirlo en su interior con un deseo desgarrador.
Todo pensamiento racional se evaporó de su mente, y sus sentidos se apoderaron de la situación con asombrosa ferocidad. No era consciente de nada más que de Theo, la solidez de su ancho pecho contra su piel, su masculino aroma y el embriagador sabor de su boca.
Kate exhaló un ligero gemido y él la apretó de pronto contra la puerta, atrapándola con su grande y duro cuerpo.
Pero ella no se quejaba. ¿Por qué iba a hacerlo si se sentía viva y en llamas y por primera vez en su vida sentía que alguien la deseaba? Por eso cuando Theo retiró las manos de su rostro y se las volvió a poner en la cintura, Kate le garantizó mejor acceso arqueando ligeramente la espalda y rodeándole el cuello con los brazos. En respuesta, Theo le subió la falda con una mano. Ella sintió una poderosa oleada de deseo y se apretó instintivamente contra su cuerpo para aliviar la creciente tensión. Entonces él le deslizó la mano bajo la blusa, cubriéndole un pecho y deslizando el pulgar por su tirante pezón.
Era como si el encaje del sujetador no estuviera allí, porque Kate sintió el calor de su mano como una marca de fuego. La fricción resultaba casi insoportable y, sin embargo, Kate quería más. Así que apretó las caderas un poco más, y las chispas de electricidad que le recorrieron el cuerpo le resultaron tan exquisitas y poderosas que se puso tensa instintivamente y jadeó…
Y el hechizo que aquel deseo salvaje y desesperado había creado alrededor de ellos se disipó.
Theo se quedó instantáneamente paralizado, como si le hubieran arrojado por encima un cubo de agua helada. Apartó las manos de ella y dio un paso atrás soltando una palabrota. Parecía asombrado. Tenía la mirada oscurecida y respiraba con dificultad.
–Esto no tenía que haber pasado –murmuró pasándose las manos por el pelo, claramente tan impactado por la fuerza de la química entre ellos como Kate.
No, estaba claro que no, pensó atusándose la ropa con manos temblorosas, inmensamente agradecida de tener la puerta detrás para apoyarse en ella.
–Lo siento.
Theo la miró fijamente antes de alzar las cejas.
–¿Qué? No –gruñó frotándose la cara con las manos mientras negaba con la cabeza–. No, no tienes nada que sentir. Soy yo quien ha cruzado la línea. Te pido disculpas.
–Creí que no había líneas.
–Sí, hay una –los ojos de Theo brillaron y Kate se estremeció–. Y deberías irte.
–¿Y si no qué? –lo retó ella respondiendo al tono de advertencia que había en su voz
Theo dejó escapar una carcajada rápida y sin asomo de humor.
–No quieres saberlo.
–Sí quiero.
–Muy bien –le espetó él– Si no te vas, cruzaremos esa línea juntos y tu virginidad será historia.
Sus palabras se quedaron durante unos instantes flotando en el espacio entre ellos, cargando el aire de electricidad y tensión, y luego Kate tragó saliva. Dios, ¿qué estaba diciendo?
–¿Hablas en serio? –preguntó con voz ronca–. ¿Quieres tener sexo conmigo?
Él la miró a los ojos mientras metía las manos en los bolsillos.
–Sí –afirmó dando un paso atrás–. Así que por tu propio bien, te sugiero que te vayas, Kate. Ahora.
Era un consejo excelente. De eso no cabía duda. La tarde había dado un giro inesperado. Kate se sentía como si no hiciera pie y corriera el peligro de ahogarse. Pero no quería irse. No quería sentirse segura. Quería más besos salvajes como los de antes, más oscuridad magnética y pasión arrebatadora. Y lo quería con una urgencia que le resultaba asombrosa.
La fuerza de sus sensaciones tendría que haberla hecho sentirse recelosa. Pero se sentía llena de vida. Hacía años que quería liberarse de su virginidad. Por muy increíble que pareciera, Theo parecía estar a punto de quitársela, y deseaba desesperadamente que lo hiciera. Así que al diablo con las consecuencias. ¿Y qué si Theo y ella vivían en mundos completamente distintos? Ni que fueran a encontrarse de nuevo. Además, los últimos acontecimientos le habían enseñado que la vida era corta y, sinceramente, prefería arrepentirse de lo que había hecho que de lo que no había hecho.
Aspiró con fuerza el aire, se humedeció los labios, que sentía repentinamente secos, y abrió la boca para hablar.
–Piénsatelo bien, Kate –murmuró Theo como si le hubiera leído el pensamiento–. No voy a hacerte ninguna promesa.
–No las necesito. Con una vez es suficiente.
Theo dio un paso hacia ella con la mirada clavada en la suya, y todo el cuerpo de Kate empezó a temblar de deseo y anticipación.
–Es tu última oportunidad, Kate –dijo él con voz grave.
–No voy a ir a ninguna parte.
Y fue en aquel preciso momento cuando a Theo se le acabó la paciencia. Había intentado varias veces darle una oportunidad para que se fuera. Si elegía quedarse, entonces que se enfrentara a las consecuencias.
–Sí, vas a ir a alguna parte –murmuró agarrándola de la mano y saliendo por la puerta con decisión.
–¿No va a ser aquí? –preguntó Kate con cierta sorpresa.
¿Contra una puerta? ¿Su primera vez? Ni hablar.
–No, aquí no. Será en mi cama –dijo llevándola hacia la puerta empotrada en la pared y que estaba oculta en la librería.
–¿Qué? –Kate se retiró un poco, resistiéndose a la idea de atravesar una pared.
Pero Theo la abrió.
–Oh, vaya –murmuró Kate mirando la habitación blanca bañada por la suave luz del atardecer–. Tienes una suite.
Theo cerró la puerta, le soltó la mano y pasó por delante de ella hacia la cama.
–Sí. Es conveniente –afirmó aflojándose el nudo de la corbata para quitársela.
–¿Para seducir a las vírgenes raras que aparezcan en tu despacho?
Theo la miró.
–Eres la primera, y no eres rara.
Theo dejó la corbata en la butaca que había en la esquina de la habitación y se desabrochó los dos primeros botones de la camisa.
–Si en algún momento decides cambiar de opinión, pararemos.
Kate asintió brevemente con la cabeza, y el alivio que Theo sintió fue tan poderoso que no quiso pararse a analizarlo.
–No quiero que pares –aseguró mirando su pecho ahora descubierto con avidez–. Sobre todo si lo haces bien. Espero grandes cosas de esto.
–No sabes qué esperar.
A ella le temblaron los labios en una sonrisa que, por alguna razón, se le clavó en el pecho.
–Ah, ahí te equivocas, Theo. He tenido orgasmos. Buenos. Pero quiero más. Quiero fuegos artificiales.
–Ven aquí.
Kate se acercó a él balanceando las caderas y se quitó la goma del pelo para dejarlo caer sobre los hombros como oro líquido, y Theo tuvo que hacer un esfuerzo para controlarse y no tumbarla al instante sobre la cama. Pero consiguió controlarse para únicamente estrecharla entre sus brazos y capturar su boca con otro beso que lo dejó sin palabras.
Porque Kate respondió con la misma fiereza que la primera vez que la tomó entre sus brazos y se besaron sin haberlo planeado.
Y ahora, mientras se devoraban el uno al otro, ella le rodeó el cuello con los brazos y se apretó contra su cuerpo. Cada centímetro de su piel parecía ajustarse perfectamente al suyo, y el deseo le golpeaba las venas.
En algún rincón escondido de su mente sabía que no debería estar haciendo esto, que si sabía lo que le convenía se detendría en aquel momento y pondría la mayor distancia posible entre Kate y él. Pero no hubiera podido pararse ni aunque alguien le pusiera una pistola en la cabeza. Lo deseaba de una forma imposible de ignorar.
Theo dejó de besarla un instante, se quitó la chaqueta y la tiró al suelo.
–Cualquiera diría que has hecho esto antes –murmuró mientras ella empezaba a desabrocharle los botones de la camisa y él empezaba a quitarle la suya.
–Una vez llegué hasta la segunda base –susurró Kate con respiración agitada–. Pero fue por una apuesta.
¿Una apuesta? Una parte del cerebro de Theo sabía que tenía que procesar aquella pequeña bomba, pero no iba a hacerlo en aquel momento. Ahora toda la sangre del cerebro había ido a parar a otra parte de su autonomía.
–Da igual –Kate frunció el ceño y se mordió el labio inferior–. Esto no funciona –dijo con cierta frustración.
Theo se apartó para sacarse la camisa por la cabeza. La dejó encima de la chaqueta, y un instante más tarde la ropa de Kate y sus pantalones habían formado un montón creciente en el suelo. Deslizó la mirada por su cuerpo, disfrutando de cada centímetro de él, de su piel dorada bajo el sol del atardecer. Se centró en el encaje del sujetador y las braguitas, tan en contraposición con el traje de chaqueta anodino azul marino que llevaba.
–Qué sexy –dijo tocándole la cadera y recorriendo el encaje con las yemas de las dedos.
Escuchó y vio cómo contenía el aliento, y saber que estaba tan excitada con tan poco hizo que la sangre se le acumulara en los oídos. Le puso las manos en los hombros y la giró. Le desabrochó el sujetador y se lo quitó, luego le apartó el pelo a un lado y puso los labios en el punto en el que el cuello se le juntaba con el hombro. Kate se estremeció. Apoyó la cabeza en su hombro y se dejó caer hacia atrás.
Theo cerró los ojos, su aroma le inundó la cabeza y le deslizó las manos bajo los brazos para cubrirle los senos. Ella jadeó suavemente y se arqueó, apretando el trasero contra la dureza de su erección. Theo tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para quedarse donde estaba en lugar de donde quería estar. Su deseo alcanzó un nivel casi agónico. Siguió acariciándole el pecho y el pezón con una mano, mientras que deslizaba la otra por la sedosa planicie de su vientre hasta el encaje de las braguitas y llegó al suave vello que tenía entre los muslos.
Kate se puso tensa durante un segundo ante la intimidad de aquella caricia.
–¿Quieres que pare? –murmuró él rezando para que no fuera así.
–Ni te atrevas –jadeó ella abriendo las piernas y agarrándose a su antebrazo.
Theo la abrió con los dedos y la acarició, y estaba tan húmeda y tan caliente que estuvo a punto de dejarse ir. Pero Kate no había hecho aquello nunca antes, y tenía que ir despacio y ser suave para darle tiempo a ajustarse.
Le dejó el pecho, le tomó la barbilla y le giró ligeramente la cabeza para besarla mientras deslizaba primero un dedo en su resbaladizo calor y luego otro. La acarició despacio sintiendo cómo temblaba, escuchando sus suspiros y gemidos y registrando sus respuestas. Cuando Kate gimió en su boca, aquel sonido se le disparó en el cerebro y no pudo evitar mover los dedos un poco más deprisa. Ella le puso la mano en la nuca y sus besos se hicieron más frenéticos. Con la otra mano le cubrió la virilidad, urgiéndolo a moverse exactamente donde quería que estuviera. Movió las caderas, primero despacio y luego más salvajemente, apretándose contra sus dedos, y era tan sexy y tan intenso que Theo estuvo a punto de alcanzar el clímax allí mismo con ella.