Читать книгу El poder de la ropa - Lucy Lara - Страница 32

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Costumbre versus estilo

¿Por qué lo usas? Imagina que entras a una boutique de mucha categoría, donde el trato que se ofrece al comprador es más directo y personalizado, y escuchas la conversación entre la dependienta y un cliente. Tomemos a un individuo cualquiera: clase media, ejecutivo, que busca ropa para el trabajo. La vendedora le sugiere una interesante combinación de camisa a rayas en color lavanda, por decir algo, con una corbata a tono. El hombre la mira y le dice con plena seguridad: “¡No!, ése no es mi estilo”. La verdad es que si la vendedora le hubiera mostrado una chaqueta de cuero con estoperoles y cristales de Swarovski, en efecto no sería su estilo, pero una variación más interesante y a la moda de su línea habitual de vestir por supuesto que podría encajar perfectamente en él. Lo que el individuo debió decir es: “No tengo costumbre de usar esos colores”. Entonces hubiera tenido razón.

Una costumbre es la repetición rutinaria de una acción. Así de simple. Vestirnos cada mañana es un hábito que responde a una necesidad social primaria. De niños, usamos la ropa que nos brindan, desde lo que nos pone nuestra madre hasta lo que nos obligan a usar en la escuela. Al llegar la adolescencia, vestimos lo que nos impone el entorno: amistades, tipo de escuela, grupos y guetos a los que decidimos pertenecer. Alguien con estilo gótico tendrá que ponerse su ropa negra y con características muy evidentes para ser reconocido como un miembro de su grupo. Una chica de alto nivel social tendrá su bolsa Louis Vuitton o Chanel para lograr el mismo objetivo. Al final, todo esto es una gran costumbre, no un estilo, es decir, cuando te vistes con lo que “debes” y no con lo que en verdad “quieres”.

El meollo del estilo

Lo que realmente importa Si no has encontrado tu estilo de vestir no debes sentirte descorazonado. Sólo piensa en la cantidad de personas que conoces y lo tienen. Son pocas, ¿verdad? La mayoría de ellas pertenecen al mundo de las celebridades. Pero de la gente que te rodea, digamos tu jefe, tu madre, tus hermanos o amigos, tal vez encuentres uno o dos que parecen mantener una forma de vestir que los distingue. Si ya los ubicaste, ahora trata de hacer la diferencia entre dos posibilidades: ¿se visten así por costumbre o por estilo?

Muchas personas se visten con cierta uniformidad. Tal vez opten por la comodidad, por lo que su ropa siempre tendrá un aspecto casual, aunque, de igual modo, se podría tratar de un ejecutivo que no se quita el saco ni siquiera cuando va a desayunar al club o de compras al supermercado. Su guardarropa, a primera vista, puede dar la impresión de que es coherente con su personalidad, estilo de vida y metas. Sin embargo, si lo observas detenidamente, es necesario llegar a la conclusión de que no ha encontrado un estilo, sino que viste así por costumbre y lo hace ya sin recapacitar en el lugar, la ocasión o el efecto que puede tener su vestimenta. Este individuo se ha vuelto perezoso y toma siempre el mismo patrón para vestir. La triste consecuencia es que en ciertas circunstancias luce bien y en otras se ve totalmente fuera de lugar.

El individuo que posee un estilo, en cambio, conserva la esencia de su personalidad por medio de su ropa, pero es capaz de hacer las modificaciones necesarias en su vestuario para adaptarse a las necesidades de su agenda. Si va a una primera comunión, si asiste a un funeral, cuando hace una importante presentación de trabajo o en el momento de cenar íntimamente con su pareja conserva su estilo, pero su ropa se ha modificado de acuerdo con la situación para lucir excepcional en ese contexto.

Agreguemos que el individuo que viste por costumbre comete, muchas veces, el error de no saber favorecer su figura a través de la silueta, de su atuendo, e incluso desconoce los trucos que le ayudarán a resaltar sus virtudes y ocultar sus defectos. En contraposición se encuentra aquel que tiene estilo, porque poseerlo significa no sólo ser dueño de un guardarropa coherente con su vida y que funcione con gran versatilidad, sino que también se ha estudiado para beneficiar su figura y enaltecer sus atributos. Se dice que no hay peor antídoto para el amor que la costumbre, y eso mismo sucede cuando se trata del estilo: la costumbre lo mata.

Hemos llegado a la conclusión de que no cualquiera tiene estilo y de que éste es difícil de conquistar. Hay muchos factores que influyen en el individuo: educación, entorno familiar e influencias del exterior. Una persona que ha crecido en un hogar conservador es probable que, de inicio, tenga la costumbre de vestir de manera formal y discreta. En principio, uno se viste como le enseñan o como debe hacerlo para encajar en su entorno. La clase social, el nivel económico, la religión y el lugar geográfico donde el individuo crece también son determinantes para su forma de vestir.

Primero, ¿el huevo o la gallina?

¿De dónde viene el estilo? Son contados los diseñadores, consumados o principiantes, que no reconocen que su mayor inspiración para crear prendas hermosas fue su madre. Eso puede llevarnos a sospechar que hay cierta dosis de imitación para obtener un estilo. Hay otras personas, sin embargo, que parecen haber nacido ya con uno. Desde niños determinan lo que se pondrán, combinan y mezclan la ropa con mucha gracia, instintivamente saben lo que les queda bien. Además, les parece de lo más fácil ayudar a otros a ensamblar sus atuendos y lo hacen como si fuera un juego. Estos personajes viven para los colores, las texturas y las proporciones, se les hace agua la boca cuando ven un traje hermoso y sienten que les cae un peso encima cuando aparece alguien, frente a sus ojos, que está mal vestido. No obstante, se trata de prodigios tan enigmáticos y raros como aquellos que son capaces de resolver ecuaciones matemáticas complicadísimas sin el más mínimo esfuerzo.

El poder de la ropa

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