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Regresaba por el camino que solía tomar. Se encontró frente a la tienda donde se había enamorado de tantas chicas y mujeres durante su adolescencia. En el escaparate no había ninguna que le inspirase, pero hizo una prueba. Acercó su teléfono a una chica en bikini para probar el programa. Ella parecía feliz y agradable. Sin embargo, la cuenta no estaba todavía activada. Ivano no sabía el coste de la operación, ni añadir a la chica al carrito o a la lista de deseos. La chica hizo ademán de girarse. No la podía oír, pero se entendían. Evidentemente no le desagradaba el aspecto de Ivano; era una pena que no fuese del agrado de Ivano. Se alejó y volvió a pensar en aquellas chicas que le quitaron el sueño tantas noches y que le dieron una efectiva y sensual compañía en su imaginación y cómo poco a poco desaparecieron de su vista. Se avergonzaba un poco, sobre todo por su familia. Le habían dicho que no tomase en consideración ciertas hipótesis. Crear una familia era algo más, incluso en aquella época. Con el debido tiempo habría encontrado a la mujer correcta. Sus pequeñas aventuras escolares con algunas compañeras no le habían satisfecho completamente. Siempre vivió en el miedo y en la clandestinidad.

Un mendigo llamó su atención. Ivano quería hacer otra prueba, entender su poder, si era todo verdad. Acercó su teléfono al hombre. Sí, esta vez funcionaba. El hombre tenía un valor de tres mil créditos. El hombre con una pierna mutilada, una barba de profeta, sucio como ninguno y vestido como un militar napoleónico le dedicó una sonrisa burlona.

«¡Oye chico! ¿Quieres comprarme? ¿Te estás divirtiendo? ¡Hazle un regalo a tu madre! ¡Llévame a tu casa, dame una habitación y sábanas limpias!Seré muy útil, ¿no crees?» Ivano se asustó y se avergonzó. Sí, era verdad, funcionaba así.

Se alejó rápidamente y pensó en el respeto por las personas, pero también en su utilidad práctica. Todavía había una posibilidad de elección en el Programa. Tenía que ser astuto como siempre, o al menos conservar una línea de ganancias. Ahora tenía miedo de que alguien descubriese su verdadero valor y se aprovechase.

Todos se sabían de memoria las reglas principales del Programa: solo los demás podían saber la cantidad de créditos de un individuo; solo otro dispositivo podía evaluar, nunca el propio. El padre, antes de que Ivano fuese a la consulta, lo quiso tranquilizar: una vez dentro del Programa se puede estar tranquilo. Los créditos eran estándar para todos, la cantidad dependía de la propiatrayectoria en la vida, pero él ya se sabía orientar y se esperaba un crédito reconfortante. Una cifra que le permitiese no continuar.

Sin embargo, Ivano se imaginaba su vuelta a casa. Sermones, atenciones y más sermones. El padre no habría perdido la oportunidad de darle una idea más precisa de la situación, pero, en realidad, se hacía querer. En su casa nunca había faltado de nada, excepto la posibilidad de viajar. El mundo era algo desconocido; solamente habían conocido algunos barrios, y esto debía ser suficiente porque el mundo era muy peligroso para conocerlo completamente. Los viajes los gestionaba el Programa, y solamente algunos afortunados conseguían dejar su Área de Competencia, igualitocomo sus padres y él, y quizás algunos amigos.

Ivano pasaba por delante de las pocas tiendas activas de la calle. Casi todas eran tiendas de comida. Había tenido la tentación de hacer, a escondidas, su primera compra; al menos un caramelo, pero sabía que su padre se habría cabreado con él. Habría echado a perder su cumpleaños Price y, a lo mejor, su padre, al hablar con los Tutores del Sistema, le habría puesto un límite de gasto.

Para ser un adulto de verdad y hacer felices a los suyos tenía que comportarse y rechazar las tentaciones infantiles. En realidad no había cambiado mucho con respectos a los años anteriores. Antes no podía permitirse nada, y ahora tampoco. Lo único que tenía que hacer era esperar el momento adecuado para invertir en algo suyo, y obviamente no era en un infantil caramelo. Además, tenía que esperar a que su padre controlase su crédito. Sí, estaba impaciente por sabercon cuánto le habían reconocido su compromiso, su carrera, y, básicamente, su vida entera. Se fiaba de su padre, pero no ciegamente. Tenía miedo de no saberlo todo y de que se le escapase algo en sus cálculos. En realidad temía que sus compañeros hubieran recibido una cantidad mayor que la suya. Vergonzoso. Aceleró el paso. Le faltaba poco para llegar a casa.

El Esclavo

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